Dos revoluciones en quince días desatadas sobre la región asturiana

23/10/2013 por

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Dos revoluciones en quince días desatadas sobre la región asturiana

23.10.2013 | 01:42

En las primeras intentonas de esta utópica revolución social que España está padeciendo no mataban a los guardias. Ni siquiera les hacían prisioneros.

Los mineros de Asturias, al levantarse en armas el día 5 de octubre, iban decididos a acabar con la Guardia Civil a todo trance. Se habían provisto de cantidades enormes de dinamita, y en veinticuatro horas -cuarenta y ocho, a lo sumo- todas las casas cuartel de la cuenca minera habían sucumbido y sus heroicos defensores habían sido asesinados. Este designio de aniquilar a la Guardia Civil lo han logrado en Asturias los revolucionarios.

El Gobierno del nuevo Estado. Después no han tenido otra cosa que hacer. Una vez asaltados e incendiados los cuartelillos, los revolucionarios se han quedado con el arma al brazo en las plazas de pueblos, esperando a que llegasen las tropas y les hiciesen pagar caras las vidas de los guardias.

Con la población civil han cometido grandes tropelías, indudablemente; pero, desde luego, muchas menos de las que en buena lógica podía suponerse. Me atrevería a afirmar que casi todas las víctimas de la revolución lo han sido por motivos de venganza personal pura y simple, no porque la revolución triunfante se haya dedicado a la tarea de cortar las cabezas de sus odiados enemigos de la burguesía, según reza la tradicional amenaza.

La acción gubernamental del nuevo Estado ha sido nula.

Tengo la impresión de que, a pesar de los crímenes que se han cometido en Asturias, cuando los tribunales enjuicien la responsabilidad del comité revolucionario de cada pueblo se van a encontrar con que los directivos del movimiento no son responsables más que de haber expedido unos vales por kilos de pan y pares de zapatos. Por lo visto, todo lo que tenían que hacer esos hombres, que no han vacilado ante el sacrificio de millares de vidas, era distribuir a su antojo esos papelitos con los que la gente hacía cola a la puerta de las tahonas y las zapaterías. Ha sido esto lo único que ha hecho el nuevo Gobierno revolucionario, sin advertir que esta tarea era absolutamente superflua.

El racionamiento de la población civil lo hicieron los bolcheviques en los primeros momentos de su revolución sencillamente porque había en Rusia una terrible escasez, y los víveres, ocultos por los especuladores desde hacía muchos meses, no podían distribuirse de otro modo. Es, sencillamente, pintoresco el complicado racionamiento de una población normalmente abastecida en las primeras horas de un movimiento revolucionario, cuando las tiendas, bien provistas, tenían sus puertas abiertas, y todo aquello respondía únicamente a un absurdo mimetismo, una grotesca simulación que convertía el movimiento en una tragicomedia bárbara.

Ya veríamos lo que hubiesen hecho los revolucionarios, que tan orgullosos se muestran de su sistema de bonos para la distribución de los víveres, cuando a los tenderos se les hubiesen acabado los géneros. De momento, mientras había pan en las panaderías y zapatos en las zapaterías, panaderos y zapateros los daban de grado o por fuerza, con la esperanza de que alguna vez acabaría aquello. Hubiera sido curioso saber qué planes tenían los comités revolucionarios de los pueblos para dar de comer a los vecinos cuando a los tenderos se les hubiesen acabado los géneros.

No sé de más decretos, ni más leyes ni más previsiones dictadas por los comités revolucionarios de los pueblos. Y no se olvide que en la mayor parte de las poblaciones de la cuenca minera el nuevo Estado ha sido soberano durante quince días. ¿Qué hicieron durante esos larguísimos quince días de holganza los directores del movimiento?

Publicar unos encendidos manifiestos plagados de imágenes literarias lamentables y con tal prosopopeya que parece mentira que haya habido hombres que hayan asesinado y se hayan hecho matar por tales estímulos. «Estamos creando una nueva sociedad», dice un manifiesto del comité revolucionario de La Felguera publicado el día 9. No he podido todavía encontrar un solo indicio de la gestación de esa nueva sociedad. No es que yo crea que pudiesen crearla; es que tengo la convicción de que ellos tampoco lo creían y no se molestaban en hacer nada para lograrlo.

Dos revoluciones en quince días. Los quince días que los revoltosos han sido dueños de los pueblos mineros han bastado para que fracasase la primera revolución y se hiciese una segunda. La primera estuvo dirigida por los socialistas; constituidos en todos los pueblos los comités revolucionarios a base de la Alianza Obrera, formando parte de ellos, por lo general, dos socialistas, dos sindicalistas y un comunista, se empezaron a repartir los bonos de víveres, se encarceló a los representantes de la autoridad y a algunos burgueses significados, se incendió alguna iglesia y se esperó el curso de los acontecimientos en los que ellos llamaban frentes de combate. La lucha iba mal para los revolucionarios. Las columnas militares estrechaban el cerco y los mineros que voluntariamente iban a pelear a la línea de fuego los primeros días empezaban a desertar. La rebelión estaba dominada en toda España y las noticias eran desalentadoras.

Surgió de nuevo con más ímpetu. El centro revolucionario pasaba de las manos de los viejos militantes socialistas a las juventudes. Éstas acusaron a los primitivos comités de haber actuado con lenidad y blandura. Su primera resolución fue la de dar muerte a todos los prisioneros. A este criminal designio se opusieron entonces los revolucionarios de la primera hora. En algunos pueblos los revolucionarios del primer comité incluso armaron a los prisioneros; en otros les hicieron escapar; en alguno, como en Sama, los escondieron en los tejados y los defendieron pistola en mano contra sus mismos camaradas. Cómo hubiese terminado aquello de no llegar las tropas es difícil de prever. Seguramente hubiesen sido víctimas de la revolución los mismos que la desencadenaron.

Hubo, pues, dos revoluciones en quince días; es decir, hubo muchas más, porque en cada pueblo los titulados guardias rojos defendían un tipo de nuevo Estado absolutamente distinto. En Sama, por ejemplo, se implantó el socialismo integral. A tres kilómetros de allí, en La Felguera, lo que triunfaba era otra cosa: el comunismo libertario.

(Ahora. Madrid, 25-10-1934)

 

http://www.lne.es/asturama/2013/10/23/revoluciones-quince-dias-desatadas-region/1488146.html

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