Belarmino Tomás, casi una biografía

20/12/2010 por

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Belarmino Tomás, casi una biografía

Urcesino Tomás, hijo de Belarmino Tomás, en la finca de La Lavandera, donde nació su padre.Urcesino Tomás, hijo de Belarmino Tomás, en la finca de La Lavandera, donde nació su padre. marcos león

LA NUEVA ESPAÑA publica dos documentos inéditos de Rafael Fernández. En el primero de ellos, el primer presidente del Principado analiza la figura del Belarmino Tomás, su primer suegro y, además, histórico líder socialista asturiano que presidió en 1937 el Consejo Soberano de Asturias y León. En el segundo escrito de Rafael Fernández, que acaba de fallecer, el ex dirigente asturiano hace un análisis de los paralelismos y diferencias políticas entre la Asturias que abandonó en el año 1937, poco antes de la entrada de los nacionales, y la que se encontró a su vuelta de México en 1977, tras cuarenta años de vida en el exilio.

RAFAEL FERNÁNDEZ ÁLVAREZ
Cuando Belarmino Tomás subió en el automóvil aquel que lo llevaría ante López Ochoa, el asunto de la valentía ocupaba probablemente muy poco espacio en su cabeza. Tenía 42 años, el cargo de Presidente de la Federación Nacional de Mineros, trabajó en la mina de San Vicente, la casa de Gargantada… la estabilidad que todo eso representaba no era demasiado comparando con todos aquellos 42 años de vida.

 

En la Casa del Pueblo de Sama había leído novelas de Palacio Valdés; había leído «La aldea perdida», y ese mundo idílico de la provincia montañosa verde y campesina, que se iba descomponiendo con las minas y el ferrocarril, le había parecido absurdo.

Porque Belarmino contaba en las charlas de chigre que su padre, Sandalio, había sido minero; y que su madre, Cándida, había sido campesina. Pero sabía que Sandalio era lo mismo minero que pinche de la construcción, que cargador, que cualquier cosa. Que había llegado a Lavandera huyendo del paro que había en Lieres. Que había encontrado donde vivir en la casa de una viuda, Teresa. Que Teresa tenía una hija, Cándida, y ni un solo metro de tierra para cultivar; que se mantenía de lo que el hospicio de Oviedo le daba por cuidar algún huérfano, y que había empezado a no tener nada mucho antes que la mayor parte de los hombres y las mujeres de su provincia.

Belarmino sabía que cuando nació, un 29 de abril de 1892, Sandalio no acompañó a Cándida al Juzgado. Sabía que a los once meses los tres marcharon de Lavandera, y que Sandalio trabajó debajo del agua doce horas diarias durante muchos años, apuntalando los pilotes del hermoso puerto que se estaba levantando. Sabía que había vivido en una habitación de El Llano entonces, y también después, cuando nacieron las dos primeras hijas.

Recordaba que tuvieron que subir de nuevo a Lavandera, y que una mañana Sandalio lo llevó a las minas de yeso de La Sierra, donde los dos tuvieron trabajo. Que él, Belarmino, con sus once años, se metía por agujeros tan estrechos que apenas dejaban respirar.

Recordaba que el trabajo no duró mucho, porque una gran vía estaba construyéndose al borde de la casa de Teresa, por donde pasaría el tren que jamás llegaría a unir El Musel con las minas de San Martín del Rey Aurelio, y que había podido colocarse como pinche en las obras.

Recordaba la buena cantidad de gallegos, leoneses y castellanos, que cayeron de pronto sobre Lavandera para trabajar en la vía. Recordaba cómo la casa de Teresa se había reducido al piso pequeño de arriba, donde convivían 10 persones, porque en el de abajo hubo que dar pensión a «los gallegos», para sacar un dinero extra.

Recordaba el atardecer aquel en que Sandalio tundió a «un gallego» de espalda ancha que se levantó del suelo con la navaja reluciente; y cómo él, Belarmino, había agarrado sin más discusiones la piedra más grande que podía coger para azotarla en la cabeza del «gallego».

Luego las obras se suspendieron sin razón alguna, y la familia había arreado otra vez para Gijón. Había vivido en una casita por Ceares, trabajando en las obras, y luego en una fábrica de ladrillo. Había visto las huelgas de los trabajadores del muelle, las peleas de las pescaderas, el cuerpo del recién nacido aquel que había estado flotando dos días en el Piles. Y los acuchillados por la noche, y las casas de mujeres, y los locos y los deformes…

Recordaba su primera hermana, Paz, trabajando en el servicio en la casa de un doctor. Cómo la mujer del doctor era muy elegante y decía que Paz era una marrana, y cómo él había bajado un día a casa de la señora, le había repetido todas las lindezas que había aprendido en asturiano, en gallego y en castellano, y se había llevado a su hermana.

Otros se habían hecho albañiles, aprendieron a conocer una máquina, o fueron guardias civiles, o empleados de la municipalidad o manejaron un tranvía.

Sandalio y Belarmino, no. «Los salarios que se pagaban por aquel entonces no daban lo suficiente para poder vivir», contaba Belarmino, así que la familia se fue a probar suerte en la cuenca de Langreo. Alquilaron una casa en Pando, siempre la más ruinosa, y los dos hombres, uno con 13 años, fueron a trabajar a las obras. Sandalio pidió favores y Belarmino entró de ayudante de herrero en la Tornillería del Nalón.

Luego siguió el rastro de Sandalio hasta La Teyerona, la fábrica de ladrillos refractarios de La Felguera. Cargaba y descargaba; las hermanas trabajaban en las escombreras de las minas, y Belarmino recordaba bien la tarde en que el jefe pasaba de largo por el patio, y la necesidad que sintió, y cumplió, de sacudirle un ladrillazo. No acertó, pero fue despedido «por revolucionario».

«Esto sucedía en el mes de febrero de 1906» -cuenta Belarmino-. En marzo de 1906 empezó a trabajar en el quinto piso de Carbones Asturianos, donde se afilia por primera vez a la Agrupación Socialista, «única organización que existe y que funciona a base múltiple». De allí, al Fondón, a una explotación donde trabajaba Manuel Llaneza. En esta mina a la hora de comer se entablaban conversaciones donde se hablaba de socialismo…, tertulia a la que nunca faltaba «el guaje». Así lo llamaban Llaneza y los otros.

Recordaba que Llaneza y los compañeros habían sido despedidos. Recordaba sus primeros paseos por las aldeas, los primeros cortejos y las primeras batallas campales con el garrote y los puños.

Se acordaba de haber sido a los dieciséis años tesorero del primer sindicato minero de la provincia, El Despertar del Minero, del que era secretario general José María Martínez; y del que años después, en noviembre, ya vuelto Manuel Llaneza, él, Belarmino, había sido el único miembro del «Despertar del minero» que asistió a la reunión en la que se formaría el Sindicato Provincial de Mineros Asturianos.

Desde ahí su vida se fundía con la de el sindicato. Formaba secciones, y cuando en mayo de 1911 hubo que hacer una huelga general para ganar el respeto de los mineros y de los patrones, Belarmino bajó con unos cuantos y voló los castilletes de los planos y las lampisterías de las minas del valle de Aller, que trabajaban con esquiroles. De regreso, dinamita en mano, había recorrido una por una las minas del Nalón provocando la huelga, incitándola, forzándola, intimando lo que hubiera que intimar.

No había sido fácil. Nunca nada había sido fácil. Ni siquiera cortejar a Severina, que era una de las mozas guapas de Gargantada, y que recibiría de su padre una cantidad nada despreciable de tierra.

«Era feísimu», decía Severina, «¡Pero tenía una personalidad, un… qué se yo, fíu!».

Se había casado, había seguido formando secciones, había sido presidente del Sindicato Provincial de Labradores.

Y entonces la huelga, la huelga general de 1917… «Tomé parte muy activa en la preparación del movimiento revolucionario, habiendo formado parte del Comité Revolucionario de Langreo. Este comité me encargó la misión de ser enlace con el Comité Provincial que se encontraba en Oviedo», Recordaba después.

Y también que desde entonces, ir a salto de mata era una nueva costumbre. Escapar tras el fracaso del movimiento, ir a parar a unas minas de Teruel, ser presidente del Sindicato Minero Asturiano en 1919, y salvarse de milagro de la escabechina que la Guardia Civil hizo en Moreda al matar a trece mineros.

Y el sindicato avanzaba, y los patrones se plegaban, y Belarmino era un hombre importante, pero nadie iba a evitar que bajara ocho horas a la mina, que tuviera que cargar la pistola cada vez que asomaba la cabeza un poco más allá de su concejo. Y había tenido una contrata, y cuando el sindicato se hizo con la mina San Vicente había sido elegido vigilante general, y el hijo mayor pudo ir a estudiar para perito, y el partido no dejaba de avanzar, pero en 1930 había que sublevarse contra la monarquía, había que hacer una huelga general… y se hizo. Y llevaba dos horas cuando Belarmino ya había sentado de un bastonazo a un guardia civil, y de pronto la contraorden, el movimiento abortado, la cárcel.

Belarmino recordaba, enero de 1931, la muerte de Llaneza, su nombramiento: presidente de la Federación Nacional de Mineros en el lugar de éste; el extraño encargo de ocuparse de los teatros del sindicato, su alineamiento en la controversia dentro del partido, con la política de Prieto, para él paciente y realista; de cómo había sido llamado viejo y reformista…

Se acordaba del calor de los acontecimientos, del principio del año 34, de la decisión de ir a la revolución, de la entrevista con Largo Caballero, de las huelgas generales en Langreo, de las manifestaciones disueltas a tiros por la Guardia Civil y de aquella noche tendido en la playa de Aguilar esperando al Turquesa. Del asalto al cuartel de Sama, de la voz del cabo en el teléfono, de las camionetas de mineros que salían rumbo a Oviedo y no volvían… y sabía: sabía que quedaría ahí hasta el último momento. No había heroísmo, no había una estudiada razón política para subir al automóvil. Había 42 años recios y un largo sentido común aprendido por los días. La misma solidez, la misma cabeza firmemente puesta sobre el cabello grueso, que le habían permitido recorrer todo ese largo camino.

En el caer de la tarde del 15 de septiembre de 1950, la tierra generosa de Méjico se abría para recoger a un hombre polémico: Belarmino Tomás Álvarez, que falleció el 14, víspera de las fiestas patrias.

No pasó mucho tiempo, el indispensable para que se acomodase la removida tierra, cuando sus hijos ordenaron colocar una lápida de piedra con la palabra paz dominando el nombre del líder asturiano. Belarmino Tomás Álvarez, fruto de una combinación particular de tiempo, lugar y circunstancias, después de treinta y cuatro años de su fallecimiento y diez de su esposa y compañera, Severina Vega, pudieron, al fin, acogerse a esa paz que siempre anhelaron en Asturias.

Aquel chaval que nació en Lavandera (Gijón), un día de abril de 1892, y que fue guaje en la mina, desde los once años, iba por la vida con la modestia innata del dirigente, con el sentido y cordialidad humana del que no se siente superiora los demás, consciente de su compromiso con los suyos y con la verdad por delante. Siempre supo, de manera innata, que los que sólo se sirven de sí mismos pueden ser descartados de entrada.

Pero la sencillez de Belarmino, la comprensión del autodidacta de sus propias limitaciones, se las truncan 1934 y 1936. Emerge con personalidad propia y con dimensión del hombre que acreditó dotes de negociador y con un sentido diplomático muy propio.

Empecé a conocer íntimamente a Belarmino Tomás en el verano de 1933, pocos días antes de inaugurarse la escuela socialista de verano de Brañes, que yo dirigí. Después, en la campaña electoral de noviembre de 1933, fueron numerosos los actos públicos donde compartimos tribuna.

El antiguo concejal de Langreo, el ex funcionario del Sindicato Minero Asturiano, rectificaba con su conducta aquella afirmación de Charles de Gaulle de que «el líder no puede gozar de los simples placeres de la amistad». Belarmino fue un hombre de generosidad y entrega y buena prueba de los sentimientos que generaba los apreciamos en el atentado que sufrió el 20 de noviembre de 1927, en el que José Iglesias, el padre de José Iglesias Rotella, actualmente en Montreal (Canadá), dio su vida por salvar al amigo.

En palabras de Malraux, Belarmino Tomás es de «los hombres de ayer y de pasado mañana».

En 1934, al tratar con el general López Ochoa la rendición pactada, Belarmino no olvidó que frente a los revolucionarios había veintisiete batallones de infantería; cinco escuadrones de caballería, con treinta y seis piezas; un batallón de ingenieros, etcétera, etcétera. Hubo de imponerse a los restos del comité demostrando que hay que tener un temperamento distinto para hacer frente a la impopularidad, la amargura y las molestias de ser una figura polémica. Belarmino Tomás mostró algo más que al negociador. Fue el hombre que está dispuesto a ganarlo todo arriesgando todo.

Cuando aquel 15 de septiembre depositamos un puño de tierra sobre su féretro, nos venía a la memoria Talleyrand: «En la guerra se muere una vez; pero en la política se muere para resurgir».

http://www.lne.es/asturias/2010/12/20/belarmino-tomas-biografia/1009922.html

 

 

Paralelismos entre el 37 y el 77

Dentro del siglo, no es la primera vez que a los asturianos nos correspondió la responsabilidad de vivir políticamente y dirigirla bajo una situación autonómica, muy similar en algunos aspectos y diferenciada en otros a la que estamos encarando desde 1977. En esta última etapa -y que seguimos viviendo-, empezamos el 11 de octubre de 1977 (propuesta de Luis Gómez Llorente, aprobada en la asamblea de parlamentarios asturianos) y entregamos a la mesa del Congreso de los Diputados el proyecto de Estatuto de Autonomía de Asturias y documentación aneja al 21 de abril de 1980.

Desde la propuesta de Luis Gómez Llorente a la entrega a la Cámara de Diputados y al Gobierno de la Nación han pasado dos años y medio. Seguiría corriendo el tiempo hasta el 30 de diciembre de 1981 con la promulgación del Estatuto de Autonomía. Diferencia notable con el transcurrir del 5 de septiembre de 1936 al 20 de octubre de 1937, en el que hubimos de poner en marcha el régimen autonómico, organizar la administración de Asturias y el espacio geográfico de la provincia de León en poder de las fuerzas republicanas. Cierto es que el estado nos dotó de normas jurídicas de actuación. Unas ya vigentes y otras dictadas por el Gobierno de la República y la ratificación del Parlamento Español. Fue en el mismo mes de septiembre de 1936, cuando de manera unánime de las fuerzas políticas y organizaciones sindicales (socialistas, comunistas, republicanas, anarquistas, Juventudes Socialistas Unificadas y Juventudes Libertarias, Unión General de Trabajadores y Confederación Nacional del Trabajo) se propuso al Gobierno de la República la designación de un gobernador general en la persona de Belarmino Tomás Alvarez.

Por acuerdo de las mismas fuerzas políticas sindicales me correspondió a mí ser portavoz ante el Gobierno, de gestionar cargo y persona, tarea fácil por las relaciones con Francisco Largo Caballero y Ángel Galarza, presidente y ministro de Gobernación, respectivamente. Es decir, desde el principio, el gran coordinador y aglutinado de todos lo fue Belarmino Tomás Álvarez, de hecho y de derecho el primer presiente autonómico de Asturias, bajo la designación de gobernador general y presidente del Consejo Interprovincial de Asturias y León. Perdido el Norte de España -20 de octubre de 1937-, dudo haya existido persona más vituperada por nuestros enemigos que Belarmino. No es menos cierto que el espíritu de la concordia de los que luchábamos por la República, lo hemos pagado las fuerzas democráticas del momento sin reconocimiento alguno. Hoy los restos de Belarmino y Severina Reposan en el cementerio de Pando (Langreo), bajo una sencilla lápida que encabeza la misma palabra que, en letras realzadas, tenía en la de México: paz. Eso fue Belarmino Tomás.

Un hombre conciliador, moderador de diferencias y que supo aglutinar, como dejo dicho, a todas las fuerzas políticas y organizaciones sindicales. Poseyó la extraordinaria mano izquierda necesaria en tan difíciles momentos. Bajo la dirección de Belarmino Tomás Álvarez, como gobernador general primero y como delegado del Gobierno más tarde, se desarrolló la política que le correspondió en cuanto a Presidencia, Obras Públicas, Instrucción Pública, Industria, Comunicaciones, Asistencia Social, Guerra, Marina, Pesca, Sanidad, Comercio, Justicia, Trabajo y Propaganda con un presupuesto ordinario trimestral de 53.000.000 pesetas que se compensaba por las transferencias del Gobierno central y nuestros pagos en remesas de materias primas, especialmente el carbón.

Por consejerías el presupuesto ordinario trimestral fue: Presidencia, 300.000.000,00 pesetas; Obras Públicas, 3.000.000,00 pesetas; Instrucción Pública, 1.000.000,00; Industria, 5.000,000, 00 pesetas; Comunicaciones, 200.000,00 pesetas; Asistencia Social, 1.000.000, 00 pesetas, Guerra, 20.000.000,00 pesetas; Marina, 3.000.000,00 pesetas; Pesca, 3.000.000,00 pesetas; Sanidad, 1.000.000,00 pesetas; Comercio, 15.000.000,00 pesetas; Justicia, 200.000,00 pesetas; Trabajo, 500.000, 00 pesetas; Propaganda, 500.000,00 pesetas.

http://www.lne.es/asturias/2010/12/20/paralelismos-37-77/1009923.html

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