«´Sois unos bellacos´ fue el saludo de Fraga a los periodistas el día que volvió Dalí»

03/08/2010 por

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«´Sois unos bellacos´ fue el saludo de Fraga a los periodistas el día que volvió Dalí»

«Estuve con Líster en octubre de 1982, ante un televisor que daba el resultado de las elecciones: el PSOE obtenía el poder absoluto y desaparecía del mapa el PC; el general sonrió y se marchó»

Eduardo García-Rico, en su domicilio de Madrid, durante la conversación con LA NUEVA ESPAÑA. / modem press

Eduardo García-Rico, en su domicilio de Madrid, durante la conversación con LA NUEVA ESPAÑA. / modem press

Eduardo García-Rico, periodista y escritor

2 J. Morán

Madrid

Eduardo García-Rico (Trevías, Valdés, 1931) vivió una infancia sumergida en la tradición liberal y de izquierdas, de modo que «la política es la cuestión mayor de mi vida y la experiencia capital». Tan capital que su padre, Eduardo García Fernández, de Izquierda Republicana, fue fusilado en octubre de 1939, e igual destino corrieron sus tíos Eladio Rico, alcalde de Luarca, y José Luis Rico, socialista, fusilados en el plazo de pocos meses en la prisión gijonesa de El Coto. La última voluntad de su padre fue que su hijo Eduardo estudiara en Madrid, y así lo hizo, en el entonces recién creado Instituto Ramiro de Maeztu. Tras acabar el Bachillerato en Asturias, retornó a Madrid y comenzó a trabajar en la agencia comercial norteamericana R. G. Dun, realizando informes de personas, empresas, compañías o comercios. A la vez, se inició en el periodismo y la literatura en la revista «Umbral», y participó de la vida cultural madrileña, por ejemplo de la campaña del régimen para traer a Salvador Dalí de su relativo exilio. «Fuimos un grupo de jóvenes al teatro María Guerrero y de repente salió un hombre alto y fuerte». Era Manuel Fraga, que nada más verles les espetó: «Sois unos bellacos». Aquello «era una operación del franquismo, y Dalí, nada más llegar, declaró: «Picasso es comunista, y yo, tampoco»».

Eduardo García-Rico regresa a Asturias e ingresa como meritorio en Radio Oviedo, dirigida por Paco Arias de Velasco. Un guión radiofónico sobre la poetisa Alfonsina Storni, leído por Menchu Álvarez del Valle, le valdrá un contrato fijo en la emisora. Después, «por iniciativa de un gran periodista, Juan Ramón Pérez Las Clotas, organizamos la tertulia «Naranco»». También participa en la tertulia del café Rialto, donde José Ramón Herrero Merediz -«que realizó allí un buen trabajo político»- le capta para el Partido Comunista.

Tras una denuncia, el comisario de la brigada político-social, Claudio Ramos, le perseguirá hasta localizarle, huido, en Madrid.

«Me dejaron libre, seguramente asustados por el estado de mi enfermedad pulmonar, ya que el médico había alarmado a los agentes de la brigada de Oviedo y convencieron a los de Madrid para que se me pusiera en libertad», rememora en el presente Eduardo García-Rico. Posteriormente, formará parte de la reconversión de la revista «Triunfo», que pasó de ser una publicación cinematográfica a una de las más influyentes del tardofranquismo y la transición, con un destacado plantel de articulistas y periodistas. García-Rico también presenciará en esos años la desmembración del comunismo español. «Estuve con Líster en octubre de 1982, ante un televisor que daba el resultado de las elecciones: significaban para el PSOE el poder absoluto y desaparecía del mapa político el PCE. El general sonrió y se marchó». También colaboró «con José Mario Armero, del que era amigo íntimo, en sus esfuerzos por hacer dialogar a la derecha y a la izquierda».

 

http://www.lne.es/siglo-xxi/2010/08/01/bellacos-saludo-fraga-periodistas-dia-volvio-dali/949884.html

 

«Menchu del Valle leyó magistralmente un guión mío y me hicieron fijo en Radio Oviedo»

«Entrevisté a Baroja y no me habló bien de Ramón y Cajal; recordaba de él que metía mano a las mozas en los tranvías»

Eduardo García-Rico, en Madrid, durante la conversación con LA NUEVA ESPAÑA.

Eduardo García-Rico, en Madrid, durante la conversación con LA NUEVA ESPAÑA. módem press

El periodista y escritor Eduardo García-Rico respiró la política liberal y republicana desde su infancia en su Trevías natal, pero de modo dramático. En el seno de una amplia familia, dos tíos abuelos suyos fueron fusilados al término de la Guerra Civil en Asturias, y su madre, detenida previamente por los falangistas, hizo cuanto pudo para que no fusilasen a su marido en Madridejos (Toledo). Fue inútil, y la última voluntad del padre de García-Rico fue que cursara estudios de Bachillerato en Madrid. Amparado por la familia Parrondo, emparentada con los Rico, el futuro periodista estudió en el Ramiro de Maeztu y concluyó los estudios en Asturias.

Madrid, J. MORÁN

Eduardo García-Rico, periodista y escritor nacido en Trevías, Valdés, en 1931, relata en sus «Memorias» su inicios profesionales en Madrid y su retorno a Oviedo como periodista de radio e integrante de la tertulia «Naranco».

l Información comercial. «Aprobé la reválida de Bachillerato y volví a Madrid después de una aventura comercial en Oviedo. Mi madre y mis hermanos abrimos una librería en una calle desierta, cuya condición de solitaria no detectamos a tiempo. Resultado: terminamos vendiendo, para resistir, nuestros propios libros y cerramos a los pocos meses. En Madrid fui a ver a Antonio Mullor y me recomendó a un tal Yuste que dirigía una compañía de información comercial norteamericana, R. G. Dunn. Yuste me dijo que necesitaba lo que él llamaba un «reporter». «Se trata de realizar información comercial de personas, empresas, compañías, tiendas? Pagamos un duro por cada informe; si usted no es un derrochador puede vivir como «reporter». Comprobé que hacer aquel trabajo sí sabía, pero vivir bien con lo que ganaba no lo veía muy claro. Pateaba las calles, de banco en banco, averiguando cómo se manejan financieramente los comerciantes. Si el informe era muy detallado y largo la agencia doblaba el pago».

l Baroja, el único que decía cosas agresivas. «Aquella ocupación me sirvió para resistir en Madrid. Estábamos en la era de las tertulias, las habituales: el Gijón, el Lyon D’Or, el Teide, el Comercial? Y las que tenían un mayor perfil festivo, como la de «Alforjas para la poesía», que en la mañana del domingo se reunía en el Teatro Lara, por iniciativa de Conrado Blanco, para escuchar a Pepe García Nieto, Manolo Pilares, Leopoldo de Luis y a cualquier otro que surgiera. Y también estaba «Los versos a medianoche», en el café Varela, y la noche del sábado, en el café Levante, se reunía la tertulia de Ernesto Giménez Caballero, en pleno enloquecimiento, que abría la reunión cantando «Francisco Alegre y olé», una especie de parodia de Franco aun cuando Caballero era franquista y había sido secretario de relaciones públicas de Franco en Salamanca. En una de estas tertulias conocí a un periodista excepcional, Pablo Antonio Panadero, que había trabajado en información sensacionalista (la muerte de Manolete, por ejemplo), y había creado una agencia de escritores noveles y una revista, «Umbral». Eso significó mi ingreso en el mundo del periodismo y de la literatura. Hice entrevistas, firmé artículos, aprendí el arte de editar. Mi primer trabajo aparecido fue por encargo del director: «Hazle una entrevista a Pío Baroja, que es el único que se atreve a decir cosas agresivas». Fui a casa de Baroja, vencí mi timidez y toqué el timbre. Él mismo abrió la puerta y con sonrisa amable me hizo pasar. Puso de vuelta y media a todos los escritores jóvenes y a algunos veteranos. Elogió a Hemingway y un poco a Camilo José Cela. Le pregunté por su tiempo y aludí a su condición de médico. Entonces me habló de Ramón y Cajal?, y no bien. Él lo recordaba en los tranvías que llevaban a la Universidad «metiéndoles mano a las mozas». Estuvimos hablando cerca de dos horas. Fue entonces cuando empecé a firmar con el apellido de mi madre, Rico, y el juez de Madrid al que solicité la legalización del cambio me aconsejó que uniera el primer apellido de mi padre al de mi madre».

l Cursos en Radio Oviedo. «Hubo un gran escándalo en ese tiempo por la presentación en Madrid de Salvador Dalí. Fuimos un grupo de jóvenes al Teatro María Guerrero que era donde se presentaba. De repente salió un hombre alto, fuerte. «¿Este quién es?», nos preguntamos. Era Fraga y nada más vernos a los periodistas nos dijo: «Sois unos bellacos». Aquello era una operación del régimen y lo primero que dijo Dalí fue: «Picasso no es comunista y yo tampoco». Recibí una noticia que supondría un corte traumático en la vida que estaba haciendo, pero hoy creo que fue un corte afortunado. Tenía que ir a la caja de reclutas de Pravia, a la mili, pero me consideraron «no apto» por ser demasiado delgado. Ya en Oviedo, con mi familia, donde todos trabajaban para sobrevivir, tuve que buscar una salida. Se había convocado en Radio Oviedo un cursillo de periodismo y de radio. Corrí a inscribirme. Manolo Avello se ocuparía de la prensa propiamente dicha y Eugenio de Rioja de la radio. Decidí asistir a los dos. En el curso de periodismo se nos pidió, para concluir, un ejercicio elegido libremente. Me decidí por una semblanza de Pío Baroja, sobre la base de mi entrevista con el escritor. Avello me distinguió públicamente, elogiando el escrito, y me llamó aparte, me dijo que si tenía horas libres me acercara a la emisora para conocer cómo funcionaba la redacción de una radio».

l «Cartas al viento». «Me pasaba el día en la emisora. Redactaba, a cambio de nada, programas y programas. Conocí a sus realizadores. Entonces eran Menchu Álvarez del Valle y José Ceceda (José Rivaya), Marisol Álvarez del Valle (hermana de Menchu), Maribel Álvarez, César Mielgo, y otros. Llegó el día decisivo. En la sobremesa se emitía un programa dedicado especialmente a la mujer, que leían Menchu y Rivaya. Lo redactaba Paco Arias de Velasco, que era el director de la emisora, pero aquel día estaba en cama, con gripe. Lo comunicó a la emisora y ordenó que se hiciera algo para sustituir su guión habitual. Miraron alrededor. Yo era el único que estaba tecleando. Se me acercó Menchu del Valle y me dijo: «¿Podrías escribir algo, preferentemente poético, para cubrir el programa de Paco?». Recordé entonces un libro de poemas que estaba leyendo y releyendo, de la argentina Alfonsina Storni, famosa después por la canción «Alfonsina y el mar». Redacté una semblanza sobre su personalidad, su vida desgraciada, su suicidio en el mar. Me sabía alguno de sus poemas de memoria y me serví de ellos como base del programa. Se lo di a Menchu para que Carmina, que llevaba la discoteca, buscara la música adecuada. Menchu me agradeció el esfuerzo, encantada, y leyó magistralmente los poemas. Puso interés y sentimiento. Salió muy bien. Minutos después del programa sonó el teléfono. Era el presidente del consejo de administración de la emisora, el catedrático Alfredo Robles Álvarez de Sotomayor, y le preguntó a Menchu por la persona que había redactado el programa. Él me dijo: «Sé que no estás fijo en la casa; mañana a las once ven a verme». Al día siguiente ingresaba en Radio Oviedo como redactor fijo y trabajé ocho años en la emisora. Pasé sucesivamente por todos los cargos de responsabilidad: redactor jefe, jefe de programación y, a veces, en ausencias y a última hora, director. Hice, durante años, una charla diaria, «Cartas al viento», con la que gané el premio periodístico más preciado de los que se daban en Asturias, el de la película «El puente». También gané el premio de información municipal del diario «El Carbayón»».

l «Naranco» y «Escandalera». «Algunos, que por amistad u oficio nos veíamos todos los días en el Café Cervantes, decidimos formar la tertulia «Naranco», por iniciativa de un gran periodista, Juan Ramón Pérez las Clotas, que prácticamente dirigía LA NUEVA ESPAÑA (como redactor-jefe, ya que figuraba como director Paco Arias de Velasco, que además era fundador). La tertulia «Naranco» tendría un reflejo semanal en una página de LA NUEVA ESPAÑA, con el título «Escandalera». La tertulia convocó un premio literario y el primero lo ganó Martín Descalzo con una novela corta. Fui secretario del jurado. Por iniciativa de Felipe Santullano, la tertulia patrocinó una exposición del grupo «El Paso» (Saura, Millares, Feito, etcétera), que fue histórica. Se decidió otorgar un premio honorífico al asturiano más destacado del año. Entre otros que se dieron posteriormente, creo que fue Juan Antonio Cabezas el primero. Se organizó un homenaje a Clarín y subimos con flores al cementerio a rendir homenaje ante su tumba. En la página aparecía una parodia semanal, muy leída y elogiada, de Ladislao de Arriba, «Ladis», firmada con seudónimo. Era aquella sección un prodigio de ingenio y de agudeza crítica. Yo firmaba un artículo literario sobre un tema de actualidad. Uno de estos artículos, dedicado a Jean Paul Sartre, desencadenó una polémica muy agresiva por parte del magistral de la Catedral, don Eliseo Gallo Lamas, al que, por consejo de Clotas, yo repliqué. No pasó nada. En los veranos se acercaban al café los asturianos de fuera: Manolo Pilares, Carlos Bousoño, Fernando Vela, Juan Antonio Cabezas? ¿Quienes formábamos la tertulia? Recuerdo, además de Pérez las Clotas, a los hermanos Santullano, a los hermanos Avello, Benavides, Carlos Guerra, Alfonso Botas, Celso Tuñón, Ladislao de Arriba, Paco Sousa, a veces Víctor García de la Concha, Enrique Serrano, Jesús Cañedo, Eduardo Mauriño, a veces Paco Ignacio Taibo, Luciano Castañón o Bastián Faro. El café tuvo que emigrar y se acabó la tertulia. También «Escandalera»».

http://www.lne.es/asturias/2010/08/02/menchu-valle-leyo-magistralmente—guion-hicieron-fijo-radio-oviedo/950104.html

 

«El general Bujanda decía: ´Colabora, que yo también soy escritor´»

«»Cita a Huerta y a Horacio en tu casa y les detendremos sin que sepan que has sido tú», me propuso un policía de Ramos»

Eduardo García-Rico, durante su conversación con LA NUEVA ESPAÑA.

Eduardo García-Rico, durante su conversación con LA NUEVA ESPAÑA. modem press

Eduardo García-Rico (Trevías, Valdés, 1931) estudia el Bachillerato en Madrid y Asturias y se afinca después en la capital como periodista y joven literato. Frecuenta las tertulias de poesía y escribe en la revista «Umbral». El tallaje de la «mili» le trae de nuevo a Asturias y es declarado «no apto» por excesiva delgadez. Realiza entonces sendos curso de radio y periodismo en la emisora Radio Oviedo y es contratado como redactor fijo gracias a un guión suyo sobre la poetisa Alfonsina Storni. Trabaja en Radio Oviedo ocho años, en tiempos en los que también forma parte de la tertulia «Naranco», promovida por Pérez Las Clotas.

Madrid, J. MORÁN

El periodista y escritor Eduardo García-Rico, de 79 años, relata en esta tercera entrega de «Memorias» su vinculación al PC y la persecución policial que sufrió en 1961.

l Tertulias e infierno. «La del Café Rialto fue, tras la «Naranco», la tertulia más significativa de aquel tiempo en Oviedo. En ese café también hubo una tertulia del SEU (Sindicato de Estudiantes Universitarios), aunque un SEU muy independiente, por cierto. Allí se encontraban los hermanos Carlos y Bienvenido Álvarez, Arsenio Inclán, y posiblemente Zárraga. Organizaban representaciones teatrales importantes, de las que me queda en la memoria el éxito de «Sabor a miel», y algún otro «airado». También convocaban concursos y recuerdo mi participación en algún jurado, junto a Gustavo Bueno. Son memorables algunos ciclos de conferencias, como las de Derecho de Fernando Suárez, al que yo seguí con un análisis de la moderna literatura norteamericana; después le tocó el turno a Julio Ruymal. No hay que olvidar en esa época la labor desarrollada por un librero, el inolvidable Alfredo Quirós. En su «infierno» (así lo llamaba) acumulaba libros prohibidos por la censura. Fuimos muchos los que tuvimos el privilegio de acceder a ese «infierno», donde esperaban Neruda, Alberti, Sartre, Camus, Ramos Oliveira, Vallejo, Beauvoir, Aub, Lamana, etcétera».

l Tiempo de conferencias. «Y en el Rialto nos reuníamos los que teníamos ideas políticas, los radicales, la clara oposición: Pedro Caravia, el doctor Emilio Rodríguez Vigil y su hermano Juan, y Juan Cipriano Benito Argüelles, Paco Mori, Eduardo Úrculo, Jesús Díaz, Fructuoso Miaja, los hermanos Velasco, a veces el profesor Neira, Ángel González (cuando venía de Madrid), Julio Alonso, Canabal, a veces José Ramón Herrero Merediz, Castañón, y muchos más. El más fecundo de todos fue, sin duda, Juan Benito, que demostró en los años posteriores sus dotes de organizador cultural. El tiempo de las conferencias fue, sin duda, el de la década de los cincuenta, al menos en Asturias. Toda entidad seria necesitaba un adosamiento cultural y potenciar sus relaciones públicas. A mí me contrataron algunas a cambio de muy poco dinero y di charlas en el Casino de La Felguera, sobre el Existencialismo. El tema y el público del Casino parecían dos elementos casi contradictorios. Me avaló la presencia de Pedro Caravia y Jesús Villa Pastur. También la de Eduardo Úrculo, que había firmado el cartel que anunciaba el acto. Hablé también en Avilés, en una charla de la Alianza Francesa, y en Gijón, en diversos locales, pero recuerdo el numeroso y fervoroso público que asistió y me arropó en una charla político-literaria en la Academia de Cura Sama, de García Rúa».

l Viajes a París. «Mi vida literaria se desarrolló paralela a ni vida política, aunque en muchas ocasiones se entrecruzaron. Significó mucho la tertulia del Rialto, donde conocimos a José Ramón Herrero Merediz, que realizó allí un buen trabajo político. Por él hice mi primer viaje a París y formalicé, con todas las bendiciones, mi apuesta política. Hablé con Inguanzo y con Mario Huerta, con Claudín y con Federico, con Gallego y con Eduardo «René», con Carrillo, y conocí a Ballesteros, el filósofo, a Azcárate, a Romero Marín «El tanque»? En fin, a todo el comité ejecutivo del PCE. En Oviedo convocamos reuniones, algunas en mi casa, un tanto caóticas. Mantuve encuentros con Mario Huerta en la plaza de la Catedral, sitio elegido por él, considerándolo con más protección que otros, precisamente por abierto y con gran visibilidad. También vi a Horacio en mi casa. Sus nombres de guerra eran Luis y Alfredo. Volví otra vez a París y en esa ocasión era Semprún el que me esperaba. Conocí a José Martínez, director y propietario de «Ruedo Ibérico». Esta relación se haría muy estrecha después».

l Una trampa para Horacio. «Caí enfermo en 1961, con una lesión pulmonar. Me llenaron de estreptomicina y de comida. Tenía cierta popularidad a juzgar por la gente que me visitaba en mi casa al lado del Milán. Puedo recordar a Alejandro Fernández Sordo, que sería, años después, ministro; a Víctor García de la Concha, que todavía era cura, a Eduardo Úrculo, al profesor Neira, a los hermanos Vigil? Y una visita que no esperaba; un agente de Policía. En realidad era Aurelio, antiguo amigo de Luarca. «Sabemos que tienes relación con Alfredo y con Luis». «No sé quiénes son». «Sabemos que han venido a esta casa; Horacio es Alfredo y los dos están fuera de la ley». «Conozco a Horacio desde pequeño; él y sus hermanas fueron mis maestros». Entonces él propuso: «Cítalos aquí y les detenemos antes de que lleguen; no sabrán que tú estás metido en esto y, a cambio, quedas libre de toda responsabilidad». Le repliqué: «No entiendo cómo te atreves a hacerme una proposición de tal naturaleza, tú, tan católico?», y el comentó: «¿Por qué no hablas tú con Ramos y me sacas de este entuerto tan desagradable?». «Que venga mañana a verme, a estas horas»».

l Tres taxis a Madrid. «Tenía veinticuatro horas para pensar algo. Hablé con mi mujer: teníamos que marcharnos los dos, porque si ella quedaba la presionarían y sería peor. Le dije a mi hermano que escribiera una carta en la que dijera que mi casa estaba vigilada y le di la dirección Rue de Liege. Él me advirtió de que «en Correos hay inspectores. La carta va a París y?». «Échala en la estación: en los vagones de Correos no hay Policía». Juntamos todo el dinero que teníamos y mis hermanos nos ayudaron. No podíamos arriesgarnos en tren y cogimos un taxi hasta León. No disimulé ante el taxista que estaba enfermo. Después, otro taxi a Valladolid, y un tercero a hasta Madrid. Fuimos a un hotel modesto, en la calle de Víctor Hugo, dispuestos a salir en cualquier momento. Llamamos a Ángel González, nuestro único contacto. Le expliqué lo que pasaba y me vi con él al día siguiente, muy a primera hora, junto con Armando López Salinas, responsable de los intelectuales de Madrid. «Voy a dar cuenta de todo, a ver si hay que llevarte a la frontera; a partir de ahora Ángel se encarga de todo lo vuestro»».

l Sanatorio y cuartel. «La prima de Ángel González, Carmen Labra (nieta de Rafael María de Labra, el libertador de los esclavos y diputado progresista en el siglo XIX) tenía una casa camino de Guadarrama y nos la ofreció. También me dijo: «Rafael Gutiérrez, mi marido, es el mayor especialista de pulmón de España; me ha curado a mí, ha curado a Sara Montiel y a otros muchos famosos. No falla y ha dicho que quiere verte. Es de absoluta confianza». Fuimos al sanatorio antituberculoso de Rafael, cerca de El Escorial. Me instalaron en una habitación de cama única y me ofrecieron toda clase de atenciones. De pronto, pasados tres días, llegó precipitadamente mi mujer en un taxi: «Tenemos que irnos, hay un enfermo que te ha denunciado a la dirección como perseguido por la Policía. Vámonos ya, el taxi está esperando y tomaremos el tren para Madrid». Paramos en una cafetería, La Cueva, y entró un guardia civil; echó una mirada y le resulté sospechoso de inmediato. Me llevó al cuartel y allí creían estar ante una operación muy importante. «No sabemos de que se le acusa, pero la Policía Social quiere verle a toda costa. Será por algo. Piense lo que hace». Lo pensé y les dije: «Llamen a Oviedo, al jefe de la Brigada Social. El se lo dirá». Llamaron y me metieron en un cuartucho con las paredes llenas de humedad, justo la medicina que necesitaba. Al cabo de una hora me informaron: «Hemos hablado con el jefe de Oviedo y mañana viene a verle, pero tiene que quedarse aquí porque el jefe de Información de la Guardia Civil, general Bujanda, quiere hablar con usted»».

l Ramos, indignado. «A última hora apareció el general Bujanda y me sorprendió el tono amable de su voz y sus buenas maneras: «Vamos a ver, Eduardo, no puede usted figurarse el interés que tiene en verle la Policía; son terribles. Nosotros somos mejores. Si lo que va a decirles a ellos nos lo dice a nosotros saldrá ganando, se lo juro». «No tengo nada que decir, se lo aseguro». «Bueno, bueno, nosotros también sabemos y usted ha salido dos veces de España. ¿Dónde ha estado? ¿En París?». «Sí». «¿Y a quién vio en París?». «A nadie. No conozco a nadie». Bujanda insistió: «Peor para usted si no nos cuenta lo que sabe. Le podría ir a las mil maravillas. Mejor que con los que le van a ver. Yo soy escritor también, Eduardo. A veces escribo en «Arriba». Dígame con que escritores estuvo en París, por favor». «No estuve con ningún escritor porque no conozco a ninguno de los que están en París». «Bueno, acuérdese de mí y llámeme si lo necesita. Le aseguro que le ayudaré». Claudio Ramos llegó en el expreso, a primera hora de la mañana. Nevaba. Me miró con indisimulado gesto de indignación. Venía acompañado de un chico joven, de no más de veinte años de edad, al que no conocía, ni Ramos nos presentó. «Esto no te lo perdono; he pasado una de las noches peores de mi vida. Nunca había sentido tanto frío en un viaje»».

http://www.lne.es/asturias/2010/08/03/general-bujanda-decia-colabora-escritor/950497.html

 

«El debate cultural en el PC era sobre la novela social contra la descomprometida»

«»Aquí sólo hace callar la censura», replicó Emilio Romero en «Pueblo» cuando le expresé mi manera de pensar de izquierdas»

Eduardo García-Rico, en su domicilio de Madrid.

Eduardo García-Rico, en su domicilio de Madrid.  modem press

A sus 79 años, el periodista y escritor valdesano Eduardo Rarcía-Rico ha rememorado sus inicios profesionales en Madrid y su retorno a Asturias en los años 50, cuando trabaja en Radio Oviedo y participa en la tertulia «Naranco» y en la del Café Rialto, antirrégimen. Allí le introducirá en el Partido Comunista (PC) José Ramón Herrero Merediz, y García-Rico comenzará a mantener contactos en París y reuniones en su propio domicilio ovetense. Cae enfermo del pulmón en 1961 y recibe la visita de un policía que le exige delatar a clandestinos como Horacio Fernández Inguanzo. García-Rico huye y el comisario Ramos le persigue hasta Madrid.

Madrid, J. MORÁN

Eduardo García-Rico, periodista y escritor nacido en Trevías, Valdés, en 1931, relata en esta última entrega de «Memorias» su trabajo en la revista «Triunfo», especialmente significada en el tardofranquismo y la transición. García-Rico también vive desde dentro los conflictos internos del Partido Comunista.

l Librepensamiento y neumotórax. «Claudio Ramos me interrogó. Era Eduardo Rincón quien me había nombrado en un interrogatorio, que luego transcribió Gómez Fouz en su libro «Clandestinos». Me tranquilizó saber que hubiera sucedido así. Rincón, que tenía por nombre de guerra «Carlos», sabía muy pocas cosas. Desconocía la implicación de los hermanos Vigil, por ejemplo. Tampoco Ramos la sabía y no me preguntó por nadie, salvo por mí mismo. «¿Eres marxista?». Lo negué, claro. «¿Qué defiendes?». «Las libertades, la democracia, la justicia?». «Ya, ya, entonces eres librepensador». «Bueno, pues sí». Me dejaron libre, seguramente asustados por el estado de mi enfermedad pulmonar. El médico había alarmado a los agentes de la Brigada de Oviedo y convencieron a los de Madrid para que me pusiera en libertad. Carmen Labra disponía de un piso vacío cerca del Santiago Bernabeu. Lo ocupamos. El doctor Rafael Gutiérrez resolvió hacerme un neumotórax. Fue un trance dolorosísimo durante una semana; tardó en hacer efecto aquella operación, pero recobré la salud al cabo de un año».

l Nace «Triunfo». Tuve una entrevista con el responsable de los intelectuales del PC. Habían venido para ayudarme a pasar la frontera, pero el plan se frustró. Decidieron buscarme trabajo y me pusieron en contacto con Rabanal Taylor, un crítico de cine que colaboraba en la revista «Ínsula» y que trabajaba con un cargo importante en Movierecord, empresa dedicada a la publicidad en los cines. A Movierecord pertenecía, en parte, una revista dedicada al cine, en tono sensacionalista y con la actualidad más frívola: «Triunfo». La había creado en Valencia la familia Ezcurra, implicada en el régimen desde la guerra, menos uno de los hermanos, José Ángel, amigo de Bardem, de Berlanga, de Muñoz Suay… Había creado con todos ellos, y otros, «Objetivo» y «Nuestro Cine», revistas con tendencia izquierdista dedicadas al cine; y «Primer Acto», de teatro y del mismo tono ideológico. Pues bien, Movierecord accedió al cambio de contenido, pese a que el propietario, Jo Linten, era un exiliado belga partidario de León Degrelle; pero dejaba libertad a sus ejecutivos a cambio de competencia y lealtad. De la mano de Rabanal Taylor llegué a Ezcurra, que me integró inmediatamente en «Triunfo». Él estaba acostumbrado a formar equipos competentes, por sus anteriores experiencias editoriales. Al nuevo «Triunfo» destinó a César Santos Fontela (cine), Jesús García de Dueñas (cine, grandes reportajes, entrevistas, artículos, dadas sus excepcionales cualidades), José Ramón Marra, Ricardo Doménech o José Luis Martínez Redondo (redactor-jefe). Ezcurra me dedicó a la tarea de reclutador y así fui mediador de la entrada de otros: en alguna medida, de Manolo Vázquez Montalbán; Luis Carandell, Chumy Chúmez? Fui a París y llegué a un acuerdo por el cual «Triunfo» disponía de los contenidos de «Le Nouvel Observateur» para publicarlos en castellano».

l «Ruedo Ibérico» y los «felipes». «Escribí para la revista: reportajes en París, Bruselas, y una sección semanal, «El mundo y los libros», reflejando la aparición de los libros progresistas más importantes. Fui nombrado secretario general y ayudé a Ezcurra en la orientación de la revista, y le sustituí siempre que fue necesario. En todo este tiempo, años sesenta y primeros setenta colaboré en la tarea de conseguir que «Triunfo» se convirtiera (según valoraciones que se han hecho después) en «la voz del progresismo español» y en «reflejo y recreación de la cultura radical de los años 60 y 70, que ha dejado tras de sí una aureola de mito generacional y de ahí el significado histórico que tuvo». Desde los primeros sesenta, cuando colaboré con un trabajo sobre la historia de la revolución asturiana en «España hoy», de Ruedo Ibérico, mantuve una relación muy estrecha con esta editorial. Después fui uno de los fundadores y colaborador de la revista «Ruedo Ibérico», que dirigía José Martínez, y me nombró miembro del comité de dirección con Jorge Semprún, Fernando Claudín e Ignacio Quintana. Asistí a la llegada de los miembros del partido Frente de Liberación Popular (FLP), el «Felipe», fundado por Cerón. Enseguida, junto con Ignacio Quintana, aparecieron colaborando de distintas maneras, Manuel Castells, Joaquín Leguina, José Luis Leal, José Manuel Naredo, Pascual Maragall, Luciano Rincón, Juan Tomás de Salas, Carlos Romero, José Ramón Recalde, Alberto Míguez, José Manuel Arija, etcétera. La pertenencia a la redacción de «Ruedo Ibérico», con cierta jerarquía, me trajo problemas en mi vinculación con el PC. Simplemente, la organización de Madrid me separó por esta razón».

l Escisiones en el Partido Comunista. «Se celebró la asamblea de Arrás, en 1963, en la que el PC reunía al sector intelectual. La reunión de Arrás, en la que participé, tuvo un valor especial: contribuyó a desvelar en toda su crudeza las escisiones y desviaciones, muy numerosas, que se habían producido en los últimos años en todos los comunismos. Hay que citar entre los participantes directos a Horacio Fernández Inguanzo y a Manuel Sacristán, el mayor intelectual del marxismo español; o Antonio Rato (de la familia gijonesa) y Pepe Ortega, el pintor. Estallaron las tensiones a propósito de varios temas: el movimiento obrero, o la polémica entre arte moderno y el socialrealista, o por la discusión entre novela social y novela descomprometida. También salieron a relucir los problemas de los prochinos, ya que estaba allí su más alta representación: Lorenzo y Eulalia Peña. Tras los enfrentamientos, intervino Santiago Carrillo y las cosas siguieron igual. Los «maos» se volvieron más escisionistas que nunca y el «claudinismo», del que a mí se me acusaba, sin duda con razón, consagraba con rigor su apuesta bien distinta a la línea oficial. Yo, afortunadamente, me mantuve siempre en la periferia, y en la transición me adscribiría a una especie de Fundación denominada «Europa», que dirigía Enrique Curiel y que facilitó el salvamento a los marginados ante la descomposición de un partido que había sido el más fuerte en la clandestinidad. La corriente de Curiel se integró después en el PSOE. Ayudé todo lo que pude a José Mario Armero, del que era amigo íntimo, en sus esfuerzos por hacer dialogar a la derecha y a la izquierda, en los últimos tiempos del franquismo y primeros de la democracia. En La Habana estaba Enrique Líster, el general derrotado en política, siempre más soviético que español. Lo volví a ver en 1982 en el Palacio de Congresos de Madrid, ante un televisor que daba el resultado de las elecciones: significaban para el PSOE el poder absoluto y desaparecía del mapa político el PC. El general sonrió y se marchó. Moriría al poco tiempo».

l Sólo hace callar la censura. «Trabajé también muchos años en «Pueblo». Me recomendó una amiga de Emilio Romero y mía, gran pintora, la gallega María Antonia Dans. Le mostré a Romero mi currículo, con expresión clara de mi manera de pensar de izquierdas. Me replicó: «Aquí sólo hace callar la censura», y me destinó a la tercera página y poco más tarde a la crítica de teatro, como sucesor de Marqueríe. Romero también me mandó a París como corresponsal, para sustituir a Pilar Narvión, tres veranos. En representación de «Pueblo» y de «Guadiana» (publicación de la que me habían hecho director los hermanos Camuñas), hice reportajes en el extranjero. Colaboré con la revista «Interviú», con entrevistas, y estuve en los telediarios de fin de semana, con Felipe Mellizo, Gurriarán y Luis Carandell como directores de informativos. Allí llevé durante 10 años el área de cultura».

l Palabras en libertad. «He escrito más de mil artículos y de cien entrevistas, además de unos veinte libros. Varios de conversaciones con políticos, entre ellos el que hice con Fernández Ordóñez, «Palabras en libertad» (hoy título que utiliza uno de mis hijos, Rafael, ex diputado socialista, para escribir de política en algunas revistas). Y otro con Alfonso Guerra, en su época de Vicepresidente. Hace muchos años, más de cuarenta, publiqué con Manuel Vázquez Montalbán «Reflexiones ante el neocapitalismo». Firmé tres libros sobre la revolución burguesa, dedicados al Marqués de Salamanca, a la reina Cristina de Borbón y al general Serrano, y otro, del que se hicieron ediciones especiales, dedicado a Isabel II y su tiempo. También escribí los libros «Queríamos la revolución. La historia del Frente de Liberación Popular», o «La caída del fascismo portugués», con investigaciones que realicé en Lisboa después de la revolución. Y «Vida, pasión y muerte de Triunfo»».

http://www.lne.es/asturias/2010/08/04/debate-cultural-pc-novela-social-descomprometida/950929.html

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