Pequeña nota sobre el libro de Alfonso Camín: España a hierro y fuego. Diez meses con los sublevados, Alto Nalón, 2012.

29/01/2015 por

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Pequeña nota sobre el libro de Alfonso Camín: España a hierro y fuego. Diez meses con los sublevados, Alto Nalón, 2012.

 Luis Aurelio González Prieto

Se trata de una autobiografía del autor, que comprende las peripecias y lo que vivió durante este tiempo por el norte ocupado por los sublevados.

El relato lo comienza Alfonso Camín, cuando en la mañana del 18 de julio de 1936 se dirige en automóvil hacia la playa de Santander. Aunque desde el día anterior se sabe que el ejército de Marruecos se ha sublevado, también se cree que la cosa puede ser controlada por el gobierno de la República sin más problema.

Después de pasar por un casi desierto Valladolid, llega a Palencia al mediodía, donde pernoctará. Al día siguiente, es testigo directo de la sublevación de los militares y los falangistas a primera hora de la mañana. Después de algunos tiros de fusilería, el gobierno civil y los que lo defienden se rinden, poco después serán fusilados.

Comenta como parten columnas para tomar toda la provincia en dirección al norte minero y hacia Valladolid con la intención de dirigirse a Madrid, para ayudar a los sublevados en el cuartel de la Montaña,

Describe como los que llama negros, los sublevados, van fusilando en el paseo Casadi de Alisal a todos aquellos que consideran partidarios de la República. Sin duda desgarradoras son sus palabras en las que describe la represión en los pueblos de la provincia Osorno, Carrión, etc. Así relata: “Los familiares lanzaban gritos desgarradores, cuando sus hombres salían por las puertas y se sentían los tiros a unos doscientos metros”.

Días después consigue que las autoridades militares le dejen desplazarse a León. Nos dará un relato de primera mano de lo que había sucedido en León con el tren minero y en los primeros momentos de la sublevación. Asimismo, describe como en las cunetas de las carreteras leonesas hay cadáveres de simpatizantes de izquierda por todos lados.

Posteriormente consigue dirigirse hacia Lugo con intención de penetrar en el occidente asturiano. Nos describirá como se produjo la sublevación en las provincias gallegas, de la partida de las Columnas Gallegas en dirección a Asturias, así como de los Legionarios Gallegos para el frente de Irún. También hace una descripción de cómo transcurre la vida en la retaguardia franquista, con el miedo permanente a ser delatado por algún partidario del nuevo régimen y ser represaliado al momento. Intenso es el relato del fusilamiento de un padre de familia socialista en el pueblo de Viviero, se encontraba cenando con su mujer y sus cinco hijos cuando llegaron “los negros”. “Las voces que daban eran de pocos amigos: ¿Hay que matarlo como a un perro! Elhombre dejo la mesa y se escondió tras de un ropero. Los “negros” registraron la casa, arrinconando a su familia. Pesaba el silencio trágico. Pesaban como el plomo los minutos de aquella noche. Los “negros” ya salían desencantados, sin encontrarle, cuando una niña – una de las hijas que apenas contaba tres años- dijo a los negros ¡Buscan a papá y no lo ven! ¡Que tontos! Papá está ahí escondido. Los negros dieron la vuelta sobre la presa. Sacaron el hombre a rastras. En la puerta a vista de los otros hijos, le dispararon por la espalda y le dejaron muerto por el camino. La mujer, los hijos, quedaron allí horrorizados, abrazándose al hombre muerto”.

Luego consigue llegar a Luarca y nos aporta unos inenarrables testimonios de la terrible represión que los “negros” hacen en los pueblos del occidente asturiano al ser conquistados por las Columnas Gallegas. Nos relata las tropelías y asesinatos nocturnos que los rifleros falangistas del “Centollo”, como llamaban a una camioneta de color rojo, iban realizando por todos los pueblos.

De una crudeza sin igual es el relato del asesinato que los falangistas de Cangas de Narcea hacen de un chaval de no más de catorce años que había sido cogido con un salvoconducto de los rojos: “El comandante pensó que pudiera ser un espía. Y vaya usted a quitárselo de la cabeza.

Los encargados del fusilamiento eran los mismos que lo cogieron en el monte y ahora lo llevaban en la camioneta. Anoche partieron con él por el camino de Corias, doblaron por el puente de “El Infierno” y, ya en el otro puente, que aun lo están arreglando, paro la comitiva y lo hicieron bajar de la camioneta. Entonces le dijeron que estaba libre. Pero que no era prudente que lo vieran pasar por la villa. Que echara a andar por el monte y por la mañana se orientaría para ir al pueblo. Pero siempre por los atajos.

El muchacho, con ojos tristes, los miraba a los ojos.

Delante había un monte y unos castaños sombríos. No se distinguía la vereda.

Mira –le dijeron-. Vete por ahí.

El muchacho seguía quieto, mirándolo los ojos a los verdugos.

¡Anda!

¡Tengo miedo! – clamó el muchacho

Y empezó a llorar en silencio.

¿A que tienes miedo?

¡Qué se yo! ¡No conozco el camino! Yo nunca vine por aquí. La noche está muy negra

Nosotros estaremos aquí hasta que ganes el monte. Si tienes miedo, nos llamas.

¡Bueno adiós!

El muchacho echó a andar torpemente.

Ya iba, tembloroso, a una distancia de veinte metros, vereda arriba.

Los verdugos, para no perderlo de vista, le gritaron desde el camino.

¿Tienes miedo?

El muchacho no contestaba. No lo quería decir. Tenía miedo.

¿Dónde está?- se oyó otra voz desde abajo.

¡Estoy aquí!-contesto el infeliz, queriendo volver la cara.

Entonces sonó la descarga. Rodó el muchacho monte abajo, por donde había ido, dando vuelta hasta al camino. La pared lo contuvo. Estaba muerto.”

Luego nos relatará su paso por la cárcel de Luarca, en la que convivirá con un buen numero de presos que serían todos ajusticiados, unos allí mismo, otros durante sus traslados hacia Lugo y los menos después de un juicio sumario en esta capital.

Para terminar nos cuenta sus peripecias para pasar a Portugal y luego poder embarcarse desde allí hacia Cuba.

 


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