Frieres en la memoria

17/06/2013 por

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Frieres en la memoria

La necesidad de recordar a los que dieron sus vidas por defender los ideales de libertad

16.06.2013 | 04:18

Frieres en la memoria

Frieres en la memoria

Javier García Cellino Al igual que el estudio de una zona determinada de la tierra se hace a través de los distintos estratos que se fueron acumulando en ese punto, del mismo modo, el examen de nuestra historiografía política actual no podría entenderse si se pierde la perspectiva de todo lo que ha sucedido en cada una de las capas que se depositaron en los casi ochenta últimos años en nuestro país.

Bastaría con levantar algunos estratos: «Los rojos fueron los malos», y continuar después con el examen de los siguientes: «Los rojos fueron los peores», para llegar sin ninguna dificultad a una radiografía completa que nos demostraría que el franquismo no sólo sigue presente en la mentalidad de determinadas élites, sino también en el subconsciente de una parte de la población. La mejor prueba la constituye la frase que escuchamos con peligrosa frecuencia: «Todos fueron iguales». Lo que significa, sobre todo -aunque en muchos casos no seamos conscientes de ello-, un reforzamiento de la tendencia franquista a vincular todo lo relacionado con la política con los aspectos más negativos. Con este modo astuto de actuar, se consigue más fácilmente la pasividad, la desmovilización y el sometimiento de la población a sus ideas.

El resto del trabajo de acúmulos horizontales, tendentes a restablecer el equilibrio político que se pretende -«No hubo buenos ni malos; todos fueron culpables en una u otra medida»-, se fue consiguiendo durante todos estos años mediante una labor paciente y perfectamente calculada, en la que no faltaron desapariciones de testigos incómodos, tales como tantos archivos que se destruyeron, mutilaron o se desparramaron por distintos lugares, o la aparición constante en los medios de comunicación de quienes usurpan el papel de los historiadores -el último de ellos Pío Mora- y que, en realidad, pertenecen más al campo de la propaganda política que al del mínimo rigor analista.

Luchar contra estos intentos de nivelar el terreno, ocultando así pruebas importantes pero peligrosas para quienes están interesados en igualar las responsabilidades que ha habido durante la guerra, ha sido uno de los objetivos de la Ley de Memoria Histórica. Abrir las fosas tiene poco que ver con «reabrir heridas», como insisten reiteradamente algunos grupos y personas a quienes no les interesa esa necesaria labor de rastreo; sino que, más bien al contrario, esos trabajos de desescombrar cunetas guardan una relación muy estrecha con el correcto funcionamiento de la justicia, como bien se expresa en la cita de Publio Siro: «La absolución del culpable es la condena del juez».

Si de algo debe tener vergüenza la verdad, como dijo Lope de Vega, es de permanecer escondida. De ahí que actos como el celebrado el pasado sábado en Frieres vengan bien para airear responsabilidades y, en todo caso, para que no queden en el olvido quienes pagaron con sus vidas por defender los ideales de libertad. Querer equiparar a verdugos y víctimas, como se pretende, es una burla que choca contra cualquier atisbo mínimo de justicia. Los muertos en Frieres y en Los Sotos, a causa de la represión fascista, son uno de tantos ejemplos de las vilezas cometidas por quienes quebraron todas las reglas del juego democrático. Y, por tanto, no pueden tener la misma responsabilidad quienes comenzaron a disparar que los que se vieron obligados a defenderse del fuego.

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