Si la memoria desaparece

20/02/2012 por

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Si la memoria desaparece

En los 75 años del fusilamiento de Leopoldo Alas

20.02.12 – 02:37

Fue hace 75 años. Leopoldo Alas, rector de la Universidad de Oviedo, fue fusilado. Atrapado en aquellos días siniestros, regreso puntualmente cada 20 de febrero para recordar a Asturias su deuda. Y es éste un afán casi clandestino y a la vez indescifrable, porque a fuerza de acudir a la cita, y a fuerza de hacerla enojosa para algunos, terminará pareciéndonos a todos que Leopoldo Alas es fusilado cada año llegado el 20 de febrero.

Mantienen gentes caritativas que es preferible olvidar, que la amnesia cura, mientras que el recuerdo a veces es malévolo, y encona. Pero si la memoria desaparece, cómo hallaremos el camino hasta los que nos precedieron. Qué valor tendrán para nosotros sus vicisitudes, sus torpezas, su ejemplo. Si la memoria desaparece no habrá forma de ilustrar proyectos e iniciativas que el tiempo arrinconó. Ahí, casi olvidado, espera el viejo Centro de Estudios Asturianos, del cual fue Alas secretario, director de la Sección de Ciencias Jurídicas y presidente entre 1920 y 1924. Todavía pueden los ovetenses admirar en el Campo de San Francisco el arco de la antigua iglesia de San Isidoro, rescatado por el Centro. También espera un interesante Sindicato de Empleados de Minas, en el que Alas desempeñó la secretaría general entre 1921 y 1923, uno de los períodos más convulsos de la minería asturiana. La sección asturiana de la Liga para los Derechos del Hombre, el Ateneo Popular de Oviedo, etcétera. De sus años madrileños (1904-1920) podríamos citar, sólo entre los menos estudiados, la ‘Joven España’, la Asociación de publicistas, la Liga contra la pena de muerte, la Liga Antigermanófila, la Unión democrática… Empresas efímeras pero que muestran la inquietud de una generación intelectual y la pugna entre aquellas dos Españas de las que hablara Antonio Machado.
Si la memoria desaparece renunciaremos también a desenterrar la propia Universidad, sepultada aún bajo los escombros de 1934. Ahí se esconden, fragmentados en los minúsculos pedazos que arrojan archivos y hemerotecas, los rectorados de Sela, Arias de Velasco y Galcerán; el pulso que mantuvo la escuela asturiana con la dictadura de Primo de Rivera: desde un «primer grito de guerra contra el despotismo», lanzado en 1928, a la memorable acusación de abril de 1929 y la no menos memorable respuesta de Primo. Años de zozobra pero también de elogios y reconocimiento. Caída la dictadura, la Facultad de Derecho, con su decano Alas al frente, continuará exigiendo la reapertura de las Cortes, la amnistía de los presos, el final de la arbitrariedad legislativa. Luego vendrán el 14 de abril, el rectorado de Alas, la reconstrucción de la Universidad y, con ella, una nueva lucha contra la incomprensión y la impostura. Todavía en 2008, la ‘Historia de la Universidad de Oviedo’ sitúa a Álvarez Gendín entre sus «grandes figuras», junto a Clarín o Fermín Canella. Puede uno imaginar a Giner de los Ríos diciéndole al rector franquista: «¡Qué gran Universidad están haciendo ustedes!».
Sí. Hubo un tiempo en que la memoria desapareció. Sevicia horrenda o el país de nunca jamás: Fusilaron al rector de una universidad española. Antes arrancaron la placa dedicada a su padre, Clarín, quizá para ahorrarle la ofensa de ver las aulas convertidas en un muladar. Distinguido con una sonrojante careta, su monumento fue ‘retirado’ para evitar, según se dijo, que sirviera de chacota a los críos. Mientras, era precisamente el magistral de la catedral, el sucesor de Fermín de Pas, el único que se atrevía a hacer público elogio del hijo asesinado. En el reino del revés, el proceso de depuración de Alas terminaba favorablemente y su libro de Derecho civil seguía a la venta, lástima que a nombre de otro autor. Y no suponía inconveniente el que hubiera fallecido para imponerle una multa «por responsabilidades políticas». También el ex rector Arias de Velasco fue sancionado por los rebeldes al no reincorporarse a su puesto. Había sido asesinado por los rojos en Madrid. Hubieron de pasar lustros para que ‘Ínsula’ dedicara un breve recuerdo a la relación entre Leopoldo Alas hijo y Unamuno, en el Consejo de Instrucción Pública, o para que la ciudad de Oviedo, tan heroica y tan culpable a la vez, iniciara un tímido desagravio.
Si la memoria desaparece, incapaces de explicar todo esto, seremos incapaces de explicarnos a nosotros mismos. Cómo sabremos que el último atropello no es el primero. Que la reconciliación fue un camelo. Que no hay justicia en la indiferencia ni en el abandono. Que aquello que disparó el fiscal y que costó la vida a una persona, «la represión indudablemente rigurosa de tanto crimen ha de empezar por todos aquellos que por su cultura envenenaron día a día la conciencia española y pusieron las armas en la mano de muchos de los que hoy combaten contra nosotros», no se emplea de nuevo contra otra. Si la memoria desaparece, cómo conoceremos las palabras que se perdieron, las lecciones que dio Alas, los ateneos obreros; muchos de ellos apenas «unas estanterías llenas de libros, una modesta mesa y unas sillas». Aquel magisterio ambulante seguía una senda trazada por él mismo desde joven, de la que nunca se apartó: acercar la cultura y la educación a las masas populares, a los humildes, a los excluidos. Pero esa línea llevaba directamente al pelotón de ejecución. «Los intelectuales liberales caen por haber hecho suya la empresa de las multitudes», dirá Díaz Fernández. El viaje sólo duró unos años. Alas, abril de 1931: «El día más feliz de mi vida será aquel en que en mi cátedra vea a vuestros hijos que pagarán las matrículas con su inteligencia, y a ellos entregaré mis afanes y mi corazón». Un hermoso sueño pero también una propuesta educativa que aún hoy parece revolucionaria.
Quizá por todo ello, convenga regresar de vez en cuando, y recordar a los desmemoriados y a los tibios que fusilaron al rector de una universidad española. Mas si la memoria desaparece, cómo, niños del mundo, rescataréis a vuestros maestros; cómo repararéis las heridas; cómo recuperaréis aquella escuela de Cossío, «donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pone a nadie de rodillas, donde no se necesita hacer novillos»; cómo se quedará en palote el diptongo, la medalla en llanto. Lo advirtió César Vallejo: si la memoria desaparece, caerá la madre España.
Ahora bien, si finalmente flaqueamos, si no veis a nadie, si la madre España cae -digo, es un decir-, estad tranquilos. Siempre habrá alguien que recuerde.
http://www.elcomercio.es/v/20120220/cultura/memoria-desaparece-20120220.html
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