«Cuando no había noticias, la consigna en prensa era: ´Pues nada, palo a Rusia´»






«Cuando no había noticias, la consigna en prensa era: ´Pues nada, palo a Rusia´»
«Fui corresponsal en Lisboa y cuando me presenté a don Juan me advirtió: «Espero que no hagas lo de tu antecesor en ‘Arriba’, que se subía a los árboles de Villa Giralda con prismáticos y a sacarme fotos»»

J. MORÁN Gijón
Juan Ramón Pérez Las Clotas, de 86 años, decano de los periodistas asturianos, experimentó la atracción hacia la prensa desde niño, cuando en su casa se recibían a diario tres periódicos, ya que su padre, Víctor Manuel Pérez Prendes, republicano y fiel seguidor de Melquíades Álvarez, poseía gran vocación política. Pérez Las Clotas (Gijón, 25 de octubre de 1923) estudia en la Escuela de Periodismo de Madrid, de 1944 a 1947, y posteriormente se incorpora a LA NUEVA ESPAÑA como redactor jefe. «Gracias a cuatro periodistas de gran modernidad y de base -los hermanos Cepeda, Manolo Avello y Eugenio de Rioja-, y a jóvenes redactores y grandes corresponsales», Pérez Las Clotas presencia «el gran cambio en la historia del periodismo asturiano», y ello «bajo el paraguas protector de Paco Arias de Velasco, el director del periódico, que siempre nos defendió cuando sobrepasábamos los límites». Aquel redactor jefe funda también la tertulia «Naranco», «un revulsivo cultural en Oviedo, a veces con cierto escándalo». Son «años gratos, aunque no fáciles, y me vinculé a la vida ovetense de tal modo que en parte me siento ovetense».
Aquellos «límites sobrepasados» consistían en «no seguir las consignas que venían de Madrid, de la cadena de Prensa del Movimiento; así que trabucábamos las consignas: yo cogía una goma de borrar y unas tijeras y, cambiando de sitio líneas y párrafos, le cambiábamos el sentido a las noticias». En aquel tiempo, «cuando un redactor decía que no tenía de qué escribir, alguien indicaba: «Pues nada, palo a Rusia»».
Arias de Velasco caerá como director y le sucederá -tras su paso por otros periódicos- Pérez Las Clotas, que también será cesado al poco tiempo por indisciplina informativa. «Entonces, Alejandro Fernández Sordo, delegado nacional de Prensa, me ofreció ir de corresponsal a Lisboa y vi el cielo abierto». En Estoril «me presenté a don Juan y me advirtió: «Espero que no hagas lo de tu antecesor en ‘Arriba’, que se subía a los árboles de Villa Giralda con prismáticos y a sacarme fotos»».
Se suceden después «otras corresponsalías y una cadena de direcciones y de cargos ejecutivos en Prensa del Movimiento», pero al día siguiente del triunfo del PSOE en las elecciones generales de 1982 -28 de octubre- «fui cesado fulminantemente como director de «Alerta», en Santander». Con el sueldo y la categoría rebajados, Pérez Las Clotas recuperará su estatus tras un pleito contra la Administración, pero como funcionario sin destino «y marginado de todo». Es entonces cuando «recibo el apoyo moral y efectivo de personas a las que siempre estaré agradecido: Manuel Fernández, Pedro de Silva, Francisco Álvarez-Cascos, Obdulio Fernández, Viliulfo Díaz, Graciano García o José Manuel Vaquero, que me ofreció las páginas de LA NUEVA ESPAÑA para mis artículos sobre la guerra civil y el franquismo». Ya jubilado, como bibliotecario de la Universidad Laboral, «Vaquero me indicó que echara una mano en LA NUEVA ESPAÑA de Gijón y de ahí viene una relación entrañable con Fernando Canellada y toda la redacción». Juan Ramón Pérez Las Clotas repasa ahora su vida en estas «Memorias»: «No he recibido ninguna condecoración de Franco, pero no reniego del tiempo que viví, porque debo mi vida profesional al régimen». Esta primera entrega irá seguida de otras tres, de mañana, lunes, al miércoles.
De Francia a Infiesto y Gijón. «Por parte de la familia Las Clotas, el primero del que hay noticia es un francés que llega a Infiesto como suboficial, quizá sargento, de los Cien Mil Hijos de San Luis, que estuvieron en España varios años, desde 1823. Este Las Clotas fue el comandante del puesto militar en Infiesto y allí se quedó a vivir. El apellido Las Clotas procede de Oloron, en el Pirineo francés. Mi hermana Mari Carmen y yo pasamos una vez por allí y vimos en las cruces de los caídos de la guerra mundial muchos apellidos Clotas. Al cabo de los años, José, aldeano de Infiesto y descendiente de este primer Clotas, se incorporó a una corriente migratoria poco conocida que se llamó la de los Jándalos, formada por montañeses y asturianos que se trasladaban a Sevilla, ciudad en la que incluso existió el mercado de los Jándalos. José Las Clotas marchó a Andalucía con poco menos de 14 años y en alpargatas. Años después, con 5.000 pesetas ahorradas, regresa a Asturias y en Gijón, en la esquina de la calle de Pelayo con la plaza del Seis de Agosto, pone un bar en el que los clientes eran los sopladores de la Fábrica de Vidrios, que se tomaban un copazo antes de empezar cada día su penosa labor. Estoy hablando del último tercio del siglo XIX y todo el entorno de aquel bar estaba sin urbanizar. José Las Clotas se mete en negocios de cereales y otros productos y al cabo de los años se convierte en uno de los mayores contribuyentes de Gijón. Él urbaniza la zona y crea un mercado de abastos, la Plaza del Sur, de la cual es el primer presidente del consejo de administración. Edifica las manzanas próximas y termina con el llamado Velódromo, para dar lugar a los parques infantiles. José Las Clotas sabía que el futuro de Gijón estaba hacia el Sur porque hasta entonces se había extendido longitudinalmente. En aquel momento de cierto auge comercial e industrial, llega a ser presidente de la Cámara de Comercio. Como era soltero, trae de Infiesto a la familia, a sus hermanas y a mi abuelo, Juan, que tenía un tiendina en Infiesto y la vendió para venirse aquí con sus hijos, a vivir bajo las alas de José Las Clotas. Este abuelo Juan, según los testimonios que tuve, era un hombre jocundo, cordial, muy sociable, y muy incorporado a la vida popular de Gijón. Esto por lo que respecta a la familia Las Clotas, que como ya digo había pasado una cierta reválida para entrar en el acervo de la burguesía local».
l Descendientes del Artillero. «Por parte de la familia Prendes, la de mi padre, mi abuelo Ramón es una figura nebulosa sobre la que siempre se tendió un cierto velo de discreción, tal vez por su trabajo. Este hombre fue emigrante en La Habana y allí le cogió la guerra de la Independencia; como tantos españoles de la época fue miembro de los batallones de voluntarios. Regresó después a España, también con unas modestas pesetas, y se dedicó, en la calle de Los Moros, a prestamista. De ahí esa condición refractaria, y yo mismo fui el primer sorprendido cuando me dio datos al respecto Paco Prendes Quirós, experto en cuestiones de historia gijonesa. Pero esa actividad no quita para que mi abuelo fuese hombre con curiosidad cultural y de él heredamos mi padre y yo una biblioteca con ediciones espléndidas, sobre todo con obras de Historia. El abuelo usurero no sólo tenía esa inquietud que se mostraba con su biblioteca, sino que además envió a su hijo, mi padre, a ampliar estudios en Alemania, cosa entonces insólita. La esposa de este abuelo, Ramón Pérez, era una sobrina suya, María Josefa Prendes, de la parroquia de Prendes, y ambos eran descendientes del Artillero. De hecho, el primer Prendes del que tengo memoria es un ciudadano de la parroquia de Prendes, que combatió en las guerras carlistas y en los distintos pronunciamientos de la época. De él viene el nombre de la casa del Artillero, que aún existe, enfrente de Casa Gerardo».
l Vivas a la República. «De mis padres, Víctor Manuel y Armanda, nacimos tres hijos con un año de diferencia: Víctor Manuel (ya fallecido), María del Carmen, y yo, Juan Ramón, que llevaba el nombre de los dos abuelos. Mi padre, Víctor Manuel Pérez Prendes, estudió en Leipzig y después en una ciudad famosa por su escuela comercial, Pforzheim. Estudió Comercio porque la ilusión de mi abuelo es que el hijo se hiciera un experto en asuntos comerciales. Mi padre no respondió a esas expectativas porque su vocación era la política. Por ejemplo, durante la República es un hombre muy activo del partido de Melquíades Álvarez, como eran todos los asturianos mínimamente ilustrados. Había también una minoría integrista, monárquica, que seguía la figura representativa de don Alejandro Pidal y llegaban de toda Asturias a su chalé del Piles a rendirle pleitesía. Mi padre llamaba «La Meca» a aquel palacete. Pero para los liberales o los republicanos su referencia era Melquíades Álvarez. Mi padre era un fervoroso melquiadista, que celebra la llegada de la República en 1931. Aunque no formaba parte de éste, mi padre asiste como espectador, y como muchos gijoneses, a la reunión del Comité Revolucionario, que se celebró en el teatro Dindurra (hoy teatro Jovellanos) y en el que se instauró la república en Gijón, el día 15 de abril. Después, mi padre vino a casa; eran las cuatro de la tarde, me acuerdo perfectamente, y vimos a centenares de personas en la plaza del Seis de Agosto que esperaban a que llegasen los telegramas a la Casa de Correos y a que a continuación se izase la bandera republicana en ese mismo edificio. Hubo grandes aplausos y mi padre lanzó vivas a la República desde el balcón. Ahí empieza la vida activa política de mi padre que fue dirigente del partido, secretario local».
l De banderas republicanas al Sagrado Corazón. «Pero la República fue la gran decepción. No pasaba un año desde su proclamación cuando ya en noviembre del 31, con el debate constituyente y el famoso artículo 26 sobre las relaciones con la Iglesia, cambió totalmente el panorama. Lo que meses antes habían sido banderas republicanas y euforia se convirtió en una actitud de enfrentamiento y las banderas republicanas eran sustituidas por sábanas blancas con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Recuerdo la entrada en la diócesis del nuevo obispo, Echeguren y Aldama, en 1934, que fue recibido en Gijón con los balcones llenos de sábanas e imágenes del Sagrado Corazón. Mi madre, Armanda Las Clotas, hija de Juan y sobrina de José Las Clotas, también tuvo cierta vocación política y votó en varias elecciones de la República. Al llegar el Bienio Radical-Cedista, en 1934, Melquíades le ofreció a mi padre los gobiernos civiles de Salamanca o de Palma de Mallorca, para que fuese a crear allí el Partido Liberal Demócrata. Mi padre estaba ilusionado con la idea, pero mi madre le dijo: «Víctor Manuel, mira que ahora hay divorcio, así que elige, o la familia, o la política». Mi padre atribuyó después al hecho de no aceptar aquellos gobiernos civiles el haber sobrevivido a la guerra. Tal vez se lo hubiesen cargado, o los rojos, o los nacionales, como le sucedió al republicano y diputado Melquíades, fusilado al comienzo de los guerra por los rojos».
l Cadena de presos en el 34. «Llega la Revolución de Octubre de 1934 y presencio desde casa un espectáculo que no olvidaré jamás. Arriba, en la buhardilla de la vieja casa familiar, se instaló un patrulla de marinos de los que desembarcaba del crucero «Libertad», y las chicas de casa les subían alimento. Pero la estampa imborrable fue la del paso de los pobres presos de El Llano, en una gran columna, flanqueados por los legionarios con sus fusiles. Algunos iban heridos, o agarrados al hombro de un compañero, y la cadena de presos caminaba hacia la Iglesiona, que estaba ya desacralizada y fue cárcel provisional. La Revolución duró muy poco en Gijón, dos o tres días. Prácticamente no hubo revolución porque las tropas de la República desembarcaron pronto, camino de Oviedo. Yagüe llegó en avión desde León y aterrizó entre La Calzada y El Musel. Recuerdo haberle visto y además era muy amigo de uno de los fallecidos en el Simancas, el comandante Costell, que estaba casado con una Alvargonzález, que era íntima de mi familia».
l La página de los «facciosos». «La Guerra Civil nos sorprende en Gijón. Los primeros días, cuando se estaba produciendo el asedio del Simancas, todavía los niños jugábamos en la calle mientras caían obuses. De repente empezamos a recibir noticias de «paseados», algunos amigos de la familia, por ejemplo, del presidente del Sindicato Patronal Pesquero, Isidro Suárez Morís, muy amigo de mi padre, y cuyo cadáver apareció en una cuneta junto a la plaza de toros. Mi padre empezó a alarmarse y los obreros de Uralita le dijeron que tenía que desaparecer. Al tiempo que era catedrático de Alemán de la Escuela de Comercio de Gijón, mi padre era el gerente de Uralita, una empresa importante de Barcelona. Los empleados le dijeron: «Don Víctor, hay que ponerse fuera de la circulación rápidamente». Entonces nos fuimos a la casa del Artillero, a Prendes, y allí pasamos el mes de agosto, hasta que terminó el asedio de Simancas y volvimos. Pasamos en Gijón el resto de la guerra y mi padre procuró hacerse lo menos notorio posible. Pero no sólo no se metieron con él, sino que no le depuraron. Había que ver las listas de una página entera en los periódicos de la época, el «CNT» o el «Avance», con los depurados, entonces llamados «facciosos». La página llevaba el título de «Lista de facciosos a los cuales se les han incautado sus propiedades», o algo así. En cuanto a la empresa Uralita, desapareció como sociedad anónima y paso a ser una especie de cooperativa».
l Bombardeos del último mes. «No había actividad en la Escuela de Comercio ni en el Instituto, pero sí en las academias privadas porque cubrían esa etapa preparando los exámenes extraordinarios que sí hubo en ese tiempo. Mi hermano y yo íbamos a la Academia Aguirre en Begoña, en el edificio donde habían estado Los Luises, de los jesuitas. Allí hice amigos entrañables para toda la vida, como Ladis (Ladislao de Arriba), Enrique Guisasola, Miguel Fanjul, José Guerra o el historiador Luis Suárez, que me dio clases particulares y me sacó adelante en los estudios, algo que no olvidaré nunca. Estudiábamos en la academia y el resto del día íbamos a la playa o a una de las variadas zonas, por ejemplo, el muro de San Lorenzo, donde se anunciaban los cíclicos derribos del Plan de Reformas de la República. Cada poco anunciaban un derribo y yo conocí media docena de derribos del Club del Regatas, o de las Casas de Veronda, en el Muro, donde estaba el Ateneo Obrero, del que era socio infantil y al que había acudido con mi padre a por libros de Salgari o de Julio Verne. El último mes de la guerra lo pasamos en Contrueces y desde allí presenciamos los bombardeos de la aviación sobre la ciudad cubierta de humo. Particularmente, recuerdo perfectamente el incendio de los depósitos de Campsa, en el puerto de El Musel, a las ocho o nueve de la mañana del día 20 de octubre de 1937, víspera de la entrada de las tropas nacionales en Gijón. Ciento y pico personas de varias familias nos habíamos acogimos a la generosidad de doña María Teresa Ruiz-Gómez, viuda de Alfredo Pérez Las Clotas, primo de mi madre, y bisnieta del ministro liberal Servando Ruiz-Gómez. Vivimos en edificio llamado impropiamente Palacio de Las Clotas en Contrueces, que en realidad era el Palacio del Obispo durante los veranos. En la tarde del día 20, mi hermano y yo bajamos con nuestro padre desde Contrueces a Gijón, cruzando por el barrio de El Llano. Aún había milicianos por las calles y algunos preparaban puestos de ametralladoras a la altura de la fábrica de Orueta. Mi padre iba con su sombrero, que había desempolvado, y nosotros vestíamos unos trajes que había hecho el sastre Torga, pero que no habíamos estrenado, naturalmente, porque durante la guerra andábamos con un mono».
l Tres periódicos en casa. «Se acaba la guerra en Asturias y como todos los muchachos de mi ámbito de amigos nos hacemos miembros del Frente de Juventudes, la Falange para los chavales. En honor a la verdad debo decir que aquello contribuyó a mi formación moral y recuerdo cómo en los campamentos, insólitamente, se rezaba todas las noches la oración de los caídos por los muertos de uno y de otro bando, cosa que no se suele recordar. Es en esa época cuando empieza mi decantación por el periodismo, aunque tenía raíces anteriores. Por la vocación política de mi padre, hubo siempre gran curiosidad informativa en mi casa y habían entrado a diario tres periódicos, cosa insólita en una familia de la época. Llegaba «El Noroeste», periódico republicano y melquiadista; «La Prensa», el diario informativo, y «El Sol», de Madrid. La verdad es que lo que más interesaban eran los deportes, sobre todo las crónicas de Trensor, el periodista deportivo de «La Prensa». Aunque nos habíamos examinado de asignaturas del Bachillerato cuando Gijón era zona roja, no valían los resultados y hubo que repetir las asignaturas. Volvimos al Instituto Jovellanos y acabé el Bachillerato con la reválida, en un examen durísimo, oral y escrito, que milagrosamente pasé».
l Meritorio en «Voluntad». «Durante el último curso empecé a plantearle a mi padre que quería ser periodista. Además, se había creado en Madrid la Escuela de Periodismo y naturalmente era una oportunidad profesional. El periodismo era un oficio, y creo que lo sigue siendo; en eso no he variado el criterio y coincidí siempre con Francisco Carantoña, que me decía: «Juan Ramón, lo nuestro es tan sólo un oficio». Planteé a mi padre ir a la Escuela de Periodismo, pero me dice que no, que debíamos tener una carrera universitaria. Entonces llegamos a un acuerdo en virtud del cual yo aceptaba estudiar dos cursos de Derecho y una vez que aprobase mi padre me dejaba ir a la Escuela de Periodismo. Hago esos dos cursos durante los veranos en la Academia de Cimadevilla, con don Fermín García Bernardo, entre sus primeros alumnos. Durante el resto del año estoy como meritorio en el diario «Voluntad», del que era director Joaquín Alonso Bonet. «Voluntad» se había creado a raíz de la entrada de los nacionales en Gijón. Antes, el primer periódico que habían creado los nacionales en Gijón, y del que creo que no queda ninguna colección, fue el «Mar». Duró unos pocos días y se hacía en los bajos del Club de Regatas, donde durante los últimos meses del Frente Norte se había editado el periódico del Partido Comunista Vasco, «Euskadi Roja», ya que lo habían traído a Gijón tras la caída de Bilbao. Después de «Mar» aparece «Voluntad», con un director extraño que se llamaba Luis Conde de Ribera, que dura dos días y entonces ponen de director a Bonet, que al final de la guerra había estado encarcelado en el barco-prisión «Caso de los Cobos», después de que le procesaran por «faccioso»».
l Corresponsal de los Reyes. «Mi padre le dijo a Bonet, amigo suyo desde la infancia, que al chaval le gustaba el periodismo y el director le comentó que se acercaba la fiesta de Reyes y que yo escribiera para el periódico unas crónicas como si fuera enviado especial al barco que los traía, que lo llamé entonces el «Estrella del Oriente». Y ahí empecé. Lo de ser corresponsal fue una especie de premonición. Debo decir que en «Voluntad» recibí casi toda mi formación, incluso más que la académica posterior en la Escuela. Y la recibí de un redactor del que me acuerdo con mucho afecto: Enrique Prendes, E. P., que era cronista de todo y un mangoneador nato de Gijón, aunque desde un plano de discreción. Era popularísimo como cronista deportivo, pero también se metía en asuntos del Ayuntamiento, la Asociación de la Prensa, etcétera. Era muy curiosa su capacidad de trabajo, porque era un vago tremendo y, a fuerza de ser vago, era un gran trabajador, ya que trabajaba para no trabajar. Este hombre llegó a un extremo que no vi nunca: se sentaba en una silla, colocaba los pies encima de la mesa de la redacción y dictaba a dos personas simultáneamente. A mí me dictaba una crónica política de aquellas que venían con consigna, por ejemplo, «háblese de las relaciones internacionales y palo a Rusia»; y, a la vez, a otro chaval, Rogerín, le dictaba una crónica deportiva. Era un fenómeno y para mí fue un verdadero maestro de periodistas».
l Un alumno corriente. «Termino los cursos de Derecho y me examino para el ingreso en la Escuela de Periodismo, en 1944, con una calificación normal. Éramos muy pocos, unos cuarenta compañeros, y yo fui un alumno corriente y moliente. En Madrid fue compañero mío Eduardo García Marqués, padre del hoy periodista Eduardo García, de LA NUEVA ESPAÑA. García Marqués era amigo mío desde la infancia, pues su padre tenía una tienda en el edificio en el que yo vivía. También fue compañero mío alguien que sigue siendo amigo entrañable, Rufo Gamazo. Años después, él sería director técnico de Prensa del Movimiento y yo fui subdirector con él. Con Gamazo, hombre de Arias Navarro, sigo conservando una amistad grande. Fue articulista con gran frescura en «El Correo de Zamora», y después, desde hace años, lo viene siendo en «La Opinión» de Zamora. En aquella promoción también estaba Pilar Narvión, la segunda periodista española, digamos, ya que la primera de renombre fue una socialista, Regina García, que dirigió «El Socialista» en la guerra y después publicó un libro, «Yo he sido marxista», abjurando de todo. En la Escuela había cinco o seis alumnas; muchas de ellas quedaron en el camino, pero Pilar Narvión siguió adelante y fue una gran figura».
l Coche para Cela y huevos para «Gilda». En Madrid viví en una pensión de una familia asturiana, de la viuda de un ingeniero, donde iban muchos asturianos. Yo recibía una beca de 500 pesetas mensuales del diario «Madrid», entonces el gran periódico de la capital, de Juan Pujol. A la vez hacía pequeños trabajos periodísticos para la Dirección General de Prensa, como Carantoña, que estudió dos cursos después. Recuerdo haber hecho un trabajo sobre templos marianos de España, con Espasa para arriba y Espasa para abajo. Aparte de esas 500 pesetas, para pagar la pensión, mi madre me mandaba un duro o diez pesetas, para los gastos de diario, el Metro, un café? Los compañeros dábamos paseos por Madrid e íbamos con frecuencia (¡qué tiempos!) al Museo del Prado, cuando aún era poco visitado y no había casi nadie. Los lunes, la entrada era gratis y allí pasamos ratos muy agradables. De vez en cuando iba al cine y también tenía una tertulia de amigos asturianos, todos señoritos de Gijón (los Felgueroso, los Piñole?) que vivían en pisos alquilados con muchacha. Formábamos una piña, pero los niveles económicos eran distintos. No iba por el Café Gijón con frecuencia, pero solíamos ir al Café Comercial, en la plaza de Bilbao, un cafetón tradicional. A Camilo José Cela lo conocimos entonces y era ya un hombre popular. Él paraba mucho en la librería de una asturiana, la librería Clan, que organizaba exposiciones y ahí también coincidíamos con él. Cuando inició el viaje a la Alcarria, del que salió el libro del mismo título, Cela montó el gran show y fuimos todos a despedirlo a la Puerta de Alcalá, ajumaos, creo recordar. Cela partió caminando, con la mochila, pero a los 200 o 300 metros tenía un coche preparado. Era uno de sus grandes montajes. En otra ocasión, en la Escuela nos enteramos de que los jóvenes católicos iban a tener un show con la película «Gilda». Allí fuimos, a las puertas del cine, y recuerdo a tres de ellos: Carlos Paris, Robles Piquer y el padre Llanos, que tiempo después se fue al Pozo del Tío Raimundo y que aquel día dirigía la acción, tirando huevo a los carteles de «Gilda». Algunas tardes acudía al café Monterrey, con los asturianos, y luego, cuando ellos iban al cine y yo no tenía perres, me metía en el Ateneo de Madrid, en la biblioteca, hasta la noche y volvía a la pensión».
http://www.lne.es/siglo-xxi/2010/08/16/padre-llanos-dirigio-accion-huevos-carteles-pelicula-gilda/955468.html
Juan Ramón Pérez las Clotas nació el 25 de octubre de 1923 en una familia que aclamó la llegada de la República. Su padre, Víctor Manuel Pérez Prendes, del partido de Melquíades Álvarez, rechazó los cargos políticos que le ofrecieron, lo cual supuso que pasara la Guerra Civil con la suficiente discreción como para no ser ejecutado ni depurado. No obstante, la vocación política de su padre había tenido otra consecuencia: en casa de Pérez Las Clotas entraban tres periódicos a diario y ello le aficionó a la prensa. Tras estudiar dos cursos de Derecho, que fue la condición impuesta por su padre, Pérez Las Clotas acudió a Madrid, a la Escuela de Periodismo.
Gijón, J. MORÁN
El veterano periodista Juan Ramón Pérez Las Clotas (Gijón, 1923) repasa en estas «Memorias» sus primeros destinos, concretamente como redactor jefe de LA NUEVA ESPAÑA, época en la que también crea la tertulia «Naranco».
l Destino propagandista. «El ambiente de la Escuela de Periodismo de Madrid no estaba politizado, aunque éramos todos gentes del sistema, del SEU (Sindicato de Estudiantes Universitarios), al que pertenecíamos por trámite burocrático. A la gente le importaba un pito, pero al SEU le interesaba que con la matrícula se pagase la tasa anual correspondiente. La Escuela que yo cogí estaba en su segunda etapa, la vaticanista, ya que la corriente falangista inicial, con Pedro Gómez Aparicio como gurú, estaba marginada. Aparicio era el director de la agencia «Efe» y un santón del régimen. También dirigía «La Hoja del Lunes» y escribía unos rollos espantosos sobre cuestiones internacionales. En clase nos leía sus artículos y después tiraba despectivamente el periódico diciendo: «Y ahora a ver qué dice el Foreign Office». Lo que predominaba entonces en la escuela era la Editorial Católica y el diario «Ya». Eran los que llamábamos «los hombres de la santa casa», la Asociación Nacional Católica de Propagandistas. Y fue uno de ellos, Tomás Cerro, el que me manda al acabar mis estudios, en la tercera promoción de 1947, a «Región» de Oviedo».
l Escaparatismo. «A «Región» también enviaron de Madrid un nuevo director que procedía de la Editorial Católica, Julio de Urrutia, muy buena persona, pero que estuvo muy poco tiempo, como yo. Urrutia sustituía a Ricardo Vázquez de Prada, al que había cesado Tomás Cerro Corrochano, director general de Prensa, porque en cierta ocasión había llamado a Ricardo para hacerle una advertencia y éste le respondió algo fuerte al teléfono. Pero la empresa de «Región» le apreciaba mucho y, de hecho, no prescindió de él y seguía en el periódico con todo el respeto debido. En cuanto nos marchamos este director y yo, Vázquez de Prada volvió al cargo. Voy después a «El Comercio», en Gijón, pero con su director, Adeflor, no había química. Yo cuidaba los aspectos formales y él, que era muy incisivo, decía: «Sí, hombre, sí, ye un buen escaparatista»».
l De la épica al periodismo. «Me llama Paco Arias de Velasco a LA NUEVA ESPAÑA y voy para allá echando leches. Y me encuentro allí cuatro periodistas que eran la vanguardia de la modernidad, porque aquel ya no era el periódico épico de la posguerra. Eran los hermanos Cepeda, José Antonio y Luis Alberto; Manolo Avello, y Eugenio de Rioja, que es un articulista de primer orden, de los primeros de Asturias, junto con lo que fue Carantoña. Ya estaban allí los cuatro y por tanto eran una base. Paco se daba cuenta de que había que cambiar y a la vez el periódico empieza a convertirse en vivero de jóvenes periodistas: Diego Carcedo, Graciano García, José Luis Balbín, Javier de Montini, o Juan de Lillo, y con ellos el revolvín y estimulante Vélez, que siempre traía noticias. Se produce entonces una inflexión en la historia del periodismo asturiano, pero justo es reconocer que al lado de ese grupo estupendo de modernizadores hay un grupo de corresponsales muy estimable: Lorenzo Cordero, corresponsal brillante; Agustín Guache Artime, en Luanco; el corresponsal viajero, Luis Arrones, que era a la vez representante comercial y tenía un olfato de periodista bárbaro, u otro periodista nato, que estuvo en la habitación de al lado cuando murió Franco, Constantino Rebustiello. LA NUEVA ESPAÑA dejó de ser un medio propagandístico para ser más periódico, y todo ello bajo el paraguas protector de Paco Arias de Velasco, que salía a defendernos permanentemente, porque, claro, nosotros jugábamos a sobrepasar los límites».
l Cursos doctorales y talleres. «En aquel tiempo residí en el Colegio Mayor San Gregorio, por una atención de Torcuato Fernández-Miranda, con quien seguí los cursos de doctorado en Derecho, ya que la licenciatura la había terminado antes de llegar a LA NUEVA ESPAÑA. Torcuato estaba ilusionado con que hiciese la tesis sobre el Estado y la opinión pública, pero ya no tenía tiempo porque estaba volcado en el periódico. Como redactor jefe, durante muchos años no tuve ni domingos para descansar porque los lunes publicábamos «Carbón», que era como «La Hoja del Lunes». Me pasaba el tiempo con el regente de talleres, con la diagramación y montaje, y además el redactor jefe tenía que leer previamente el periódico entero, hasta los anuncios».
l Un revulsivo cultural. «Creamos la tertulia «Naranco», en el café Cervantes de la plaza de la Escandalera, y en ella aprendimos mucho porque estaban tres personas verdaderamente maestras. Uno era Jesús Cañedo, que terminó de catedrático en la Universidad de Pamplona, ya fallecido y cuya esposa vive en Llanes. Era un hombre de cultura amplísima y había sido lector en la Universidad del Sarre. Y también estaba el periodista y escritor Eduardo García-Rico; ambos nos pusieron en contacto con toda la literatura contemporánea y empezamos a saber quiénes eran Steinbeck, Truman Capote o Tennessee Williams. Y una tercera persona que nos puso en contacto con la sensibilidad artística era Felipe Santullano, que organizó unas exposiciones estupendas, modernísimas, que escandalizaban a Oviedo. No me apunto yo el tanto de aquella tertulia, sino que se lo apunto al periódico, pero era yo el que procuraba moverla. Creamos un premio de novela, cuya primera edición ganó Martín Descalzo por un libro titulado «Diálogo de cuatro muertos». Una de las exposiciones que prepara Santullano está dedicada al grupo «El Paso», y también monta exposiciones individuales de Antonio Suárez o de Rubio Camín en la Universidad, con la anuencia de Torcuato, que nos dejaba un aula y pagábamos 50 duros al carpintero para colocar las obras. La tertulia «Naranco» fue un revulsivo cultural en Oviedo, pero algunos conferenciantes y las exposiciones de pintura creaban escándalo, por su vanguardismo. Nos respaldaban unas pocas personas, como don Pedro Quirós, el psiquiatra, o don Pedro Caravia. A la tertulia, cuyo logotipo nos diseñó Gonzalo Cerezo, secretario del gobernador Labadie, se le dedicaba una página a la semana en LA NUEVA ESPAÑA, bajo el nombre de «La Escandalera», y en ella Ladis (Ladislao de Arriba) suscitaba la indignación porque tenía una sección que se llamaba «Las divertidas parodias de la vida ovetense», demoledoras, por ejemplo, sobre los lugares de moda de la ciudad, para escándalo de los biempensantes de Oviedo».
l Actitud provocativa. «En el ambiente político de aquellos años los falangistas habían desaparecido de la circulación. Había un jefe de Falange, Rafael Arias de Velasco, que era excelente persona; también fueron jefes Somoano o Elías Lucio de Tapia, pero sus cargos eran más bien fantasmales, ya que en la ciudad se imponía la oligarquía y los señores notables de Oviedo. En ese ambiente, LA NUEVA ESPAÑA era un incordie. Recuerdo la anécdota de la multa municipal que me pusieron por ir en mangas de camisa por el Campo de San Francisco, situación que deliberadamente provocamos en el periódico porque manteníamos una actitud provocativa. Fueron años no fáciles, pero gratos, porque me vinculé mucho a la vida ovetense y me siento en parte ovetense. Y el periódico era también una tertulia, de modo que al terminar en el Peñalba los tertulianos pasaban después por la redacción, y también nos visitaba todos los días Víctor García de la Concha, entonces sacerdote».
l Intención de Mihura. «En el periódico no seguíamos las consignas informativas que venían de Prensa del Movimiento, es decir, las trabucábamos. Así que cuando llegaban yo cogía una goma de borrar y unas tijeras y cambiando el orden de las líneas o los párrafos les daba un sentido completamente distinto. Eran consignas sobre política internacional y nacional, aunque muchas de ellas no eran agresivas y consistían en decir que había que proteger las cosechas o consumir productos nacionales. Hombre, había lo de siempre, como aquella anécdota de un redactor que dice: «No tengo ningún tema, ninguna noticia, ¿de qué hablo?». Y la respuesta era: «Pues nada, palo a Rusia». Respecto a los gobernadores civiles, Francisco Labadie Otermin era un hombre cordial, liberal, que dejaba hacer al periódico y no incordiaba. Deja el Gobierno Civil con los últimos vahídos del falangismo populista y le sustituye Marcos Peña Royo, que fue quien determinó mi primer cese y salida de Oviedo cuando publicamos una foto en la que entregaba a un hijo suyo un premio de un concurso de twist. Aquello coincidió con las huelgas mineras de la época y la verdad es que la foto llevaba una intención de Mihura».
http://www.lne.es/asturias/2010/08/16/sacamos-foto-gobernador-dandole-premio-hijo-primer-cese-oviedo/955712.html
«Tan sólo he sido un gacetillero ilustrado y no he abdicado de mis banderas»
«En La Habana una persona me dio el original de una novela anticastrista para que se la sacase del país, era un cebo más»
A sus 86 años, el veterano periodista Juan Ramón Pérez Las Clotas ha evocado en estas «Memorias» sus raíces en el seno de una familia que celebró la llegada de la República, y con un padre, Víctor Manuel Pérez Prendes, de vocación política y ávido lector de prensa. En esto último bebe Las Clotas para irse a estudiar en la Escuela de Periodismo de Madrid. Después, será redactor jefe y director, en sendas etapas, de LA NUEVA ESPAÑA y durante tiempos de florecimiento del periodismo asturiano. Será después corresponsal en Lisboa de «Arriba» y de la Agencia «Pyresa», y su etapa exterior se completará con una misión informativa en La Habana.
Gijón, J. MORÁN
Juan Ramón Pérez Las Clotas, (Gijón, 1923) culmina con esta entrega sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA, periódico del que fue redactor jefe y director.
l Rodeado de espías. «Fui corresponsal en Cuba en 1969 y en la «Historia de la Agencia Efe» me dedican un capítulo que -cómo no- se titula «Nuestro hombre en La Habana». Aquello surgió de un intercambio entre Efe y la Agencia Prensa Latina, y entendieron que yo era la persona adecuada: soltero, que no iba a plantear complicaciones; hombre abierto, que no iba a ser ni un integrista ni un seducido, y también que era joven. Alejandro Armesto, director de Efe, me preguntó si me interesaba y respondí: «Cualquier cosa menos estar en una oficina». Nada más llegar a La Habana, el encargado de negocios (no había embajador) me advierte: «Va a estar sometido a un cerco; todo lo que haga o diga estará controlado minuciosamente por el régimen cubano». Me alojaron en el hotel Habana Riviera y ahí ya empezó el cerco cuando me pusieron un ayudante, con el que no obstante trabé amistad. Yo veía que en cada esquina de La Habana había lo que llamaban el Comité de Defensa de la Revolución, es decir, un control de los vecinos. Era un tremendo mundo de espías. Y observé cosas raras: por ejemplo, empezaron a esperarme a la puerta del hotel personas extrañas. Una de ellas me trajo discretamente el original de una novela anticastrista para que se la sacase del país. Aquello me escamó y descubrí que era un cebo, como lo habían sido otros en los que tampoco había picado. Estaban creándome problemas para tener justificación y echarme en un momento dado. Es propio de países totalitarios tener cogidos siempre a los periodistas».
l Un único traje de novia. «En la Embajada interpretaron que lo del libro era ya un cerco muy claro. Recuerdo que me llevó hasta la misma escalerilla del avión el secretario de la Embajada, Rafael Spottorno, que fue después secretario de la Casa del Rey y es hoy presidente de la Fundación Caja Madrid. Spottorno no me dejó solo hasta que se cerró la puerta del avión. De las crónicas que envíe desde Cuba recuerdo una muy sentimental, de un Juzgado donde se celebraban bodas y en el que había un único vestido de novia. Las pobres chicas llegaban y se lo ponían, una detrás de otra. Me salió bien aquella crónica y también hice otra sobre el mundo nocturno de un parque de atracciones en el que la única atracción era tomar un helado y había unas colas enormes».
l Agradecimiento de Anguita. «Volví a Madrid como subdirector técnico de Prensa del Movimiento, y fueron sucesivamente directores Félix Morales y Rufo Gamazo, que siguen siendo mis grandes amigos en Madrid. Los nuestros no eran cargos políticos, sino prácticos; realizábamos estudios sobre los periódicos o propuestas de nombramientos de profesionales. Llega la democracia y en principio no tuve problema ninguno con UCD. Sigo con mi trabajo, pero me destinan para casos muy concretos. Por ejemplo, me envían a sustituir al director de «Córdoba», que estaba enfermo. Allí estoy unos meses y la etapa tuvo una especial significación porque se celebraba en Córdoba el primer congreso del Partido Comunista de España después de la guerra. Al terminar el congreso vino a verme Julio Anguita al periódico, a darme las gracias, y me regaló un libro sobre patios andaluces. Cuando me fui, los compañeros de redacción me ofrecieron una comida en El Caballo Blanco, un restaurante tradicional típico, y me regalaron un cordobán muy bonito, que conservo con aprecio».
l Un Valium cada día. «Los de Córdoba fueron meses muy gratos y no hubo problemas, pero sí los habría después, cuando en Madrid me dan otra misión similar en «Alerta», de Santander, donde se jubilaba el director, que era una institución, y de momento iba yo durante un tiempo. Aquello fue horrible: nada más llegar me recibieron de uñas y me di cuenta de que aquello no iba a ser cómodo en absoluto. Salvo dos o tres personas (uno de los dos redactores jefe, el secretario particular y alguno más), todas las demás se pusieron en mi contra. Era una redacción muy volcada a la izquierda y una de las primeras intervenciones del comité de empresa fue reprocharme que manipulaba el periódico. La manipulación consistía en que, por ejemplo, los teletipos hablaban de «un comando de ETA» y yo ponía directamente «la banda ETA». Pues fue a mi despacho el comité de empresa y me lo recriminó. Antes de entrar cada día en la redacción me decía a mí mismo: «A ver qué me espera hoy», y me tomaba un Valium».
l Apoyo moral y efectivo. «Fue una etapa penosa que terminó mucho más penosamente todavía: al día siguiente de que el PSOE ganara las elecciones de 1982, el 28 de octubre, fui fulminantemente cesado. Me volví a Madrid, a hacer pasillos, y me transfieren como funcionario adscrito a la conserjería de la Lotería Nacional, a repartir llaveros, loterías y barajas. Es decir, como conserje. Aquello era una vejación y además me rebajaron el sueldo y la categoría, a redactor jefe. Me encuentro con que a mi edad y con mi ejecutoria nadie me va a dar un empleo de periodista. Pero ahí tuve el apoyo moral y efectivo de personas que siempre quiero citar. Pedro de Silva, presidente del Principado, que hizo gestiones en Madrid, y el periodista Manuel Fernández, que fue el que hizo la gestión con Pedro, a quien yo no conocía. Manuel Fernández gestionó, asimismo, que me dieran el premio «Adeflor», de la Asociación de la Prensa de Gijón. Francisco Álvarez-Cascos también me dio su apoyo y me ofreció alguna colaboración. A todo esto, yo había planteado un pleito, representado por el abogado Celestino de Nicolás. Para más detalle, el fiscal, que era hijo de un gran amigo, me dijo antes del juicio: «Aunque yo tenga que cumplir con mi función, es una canallada lo que están haciendo contigo». Gané el pleito y recuperé la categoría y el sueldo, pero sin opción profesional alguna. Me encuentro un día con Obdulio Fernández, delegado del Gobierno del PSOE, y me pregunta cómo me va. «He pasado ya el momento malo, pero el problema es moral: me veo marginado de todo». «Yo te buscaré una función digna». A los dos días me recibe generosísimamente Viliulfo Díaz, director de la Universidad Laboral: «Puede no disgustarte una plaza de auxiliar de biblioteca, aquí». Y allí estuve hasta la jubilación, dos o tres años. La verdad es que fui feliz en aquella biblioteca, con unos fondos espléndidos».
l Premios de compensación. «Recibí también adhesiones y apoyos del mundo periodístico, y la intervención generosa de José Manuel Vaquero, que me ofreció las páginas de LA NUEVA ESPAÑA. En ellas publiqué una serie de artículos sobre la Guerra Civil que me vinieron muy bien, y bajo la óptica de ser fiel a la historia. La colección de libros que formé durante años sobre esa materia la cedí con gran satisfacción hace poco a la biblioteca del campus universitario de Gijón. Y Graciano García, director de la Fundación Príncipe de Asturias, me incorporó a los jurados de los premios, lo que significó para mí una cierta compensación de los malos momentos. Fue una especie de premio que le debo a Chano. Tras jubilarme, me llamó de nuevo Vaquero y me puso en contacto con Fernando Canellada, en 1994: «Llega este compañero a poner en marcha LA NUEVA ESPAÑA de Gijón; échale una mano». Y ahí se establece una relación entrañable con Fernando Canellada, persona de enorme talento periodístico, y con toda la querida redacción de Gijón».
l «Fruela» y los orígenes. «Sentiría que en estas «Memorias» se me hayan olvidado nombres. Se me quedó atrás mencionar a Nacho Artime, que era un joven periodista en mis tiempos de redactor jefe, o César Álvarez, gran corresponsal. No recibí ninguna condecoración u honor del franquismo, pero he de decir que debo mi carrera profesional a mi trabajo y a las circunstancias del régimen, y que no he abdicado de mis banderas. En los últimos años firmé como «Fruela» la Hemeroteca de Oviedo en LA NUEVA ESPAÑA. Fue como volver a mis orígenes, a mi gacetillerismo. Lo digo con la mayor sinceridad del mundo: tan sólo he sido un gacetillero ilustrado».
http://www.lne.es/asturias/2010/08/18/he-sido-gacetillero-ilustrado–he-abdicado–banderas/956550.html










