Lorenzo : los republicanos






El ojo del tigre.
Lorenzo : los republicanos
Los planes para recuperar la monarquía eran irreversibles ya en el año 1962.
04/04/2010
Hacia el año 1974, un grupo de liberales y demócrata cristianos, que de alguna manera habían sido tocados por el dedo divino de los protagonistas del Contubernio de Munich (1962), les enviaron un comunicado a los socialistas españoles del exilio, en Toulouse, en el que se les advertía de que la suerte del próximo –casi inminente– régimen que sustituiría a la dictadura estaba decidida definitivamente: la monarquía borbónica. Al mismo tiempo, les anunciaban que los comunistas estaban dispuestos a aceptarla si, a cambio, se les aseguraba que la democracia sería la base del sistema de gobierno. Entonces, los socialistas exiliados –en el interior, según afirmaban los miembros de la policía política franquista, los pocos socialistas que quedaban «se cuidaban ellos solos»– estaban presididos por Indalecio Prieto y su secretario general era Rodolfo Llopis, aunque por poco tiempo puesto que, meses más tarde, llegarían los improvisados socialistas del sur y se los merendaron como si fueran una tortilla de patata…
Los planes para recuperar la monarquía eran irreversibles. Por las buenas o por las malas, España sería de nuevo un país monárquico, aunque con truco dinástico para evitar que fuera una restauración al estilo castizo, y sí, en cambio, una instauración por la gracia del poder reinante . A los socialistas, lo que más les molestó de aquel aviso no fue la irreversibilidad de la imposición de la vieja dinastía borbónica, sino la apostilla en la que se les decía que los comunistas se mostraban satisfechos con la solución dictada. Conteniendo el cabrero que le proporcionaba la referencia a los del PCE, contestaron: «Nosotros no queremos nada con los comunistas». Genio y figura de don Inda…
EL CASO es que la suerte democrática de los españoles había sido decidida de antemano por quienes ocupaban la cúpula de la jerarquía social. Luego, como era de esperar, se les unirían los dos partidos mayoritarios de la mítica izquierda española (PCE y PS(O)E; éste, con la O ya entre paréntesis puesto que había dejado de ser un partido de clase para convertirse en un partido de cuadros), y entre todos, adoptar como propia la sublime decisión canónica que había sancionado el mismísimo Faraón de El Pardo. España es, desde entonces, un régimen monárquico gracias a una decisión acordada en las alturas del poder, sin antes preguntarles a los españoles en general cuáles eran sus preferencias políticas en cuanto al sistema de gobierno para regresar a la normalidad de una democracia plural y culta.
No hubo diálogo previo entre quienes parecían ostentar el poder y los que pertenecían a la masa popular. Nadie les preguntó, y, lógicamente, nadie les respondió. Mal principio para una democracia, entre cuyos valores intrínsecos está la prioridad por el diálogo.
LOS republicanos –fueran militantes de partidos o simplemente ciudadanos convencidos de sus principios democráticos– fueron rápidamente olvidados –y lo peor: ignorados– por quienes tenían la obligación de preguntar para luego escuchar. En realidad, el exilio republicano, lo mismo en el interior (encapuchados por el miedo) que los del exterior, ensimismados en sus recuerdos, nunca concluyó. Sobre todo, para aquellos que habían concebido la Transición como un momento mágico durante el cual se plantearían las soluciones imprescindibles para que sus deseos utópicos? se hicieran realidad: a) legitimar el régimen republicano, que había sido desposeído de sus derechos por la fuerza bruta, y b) reanudar la democratización que había iniciado la República. Pero nada de esto ocurrió; con lo cual, no sería arriesgado afirmar que el régimen monárquico, aceptado por la imposición del poder, ante el cual la masa social tenía el deber de votar pero no el derecho de opinar, es posible que sea legal pero no legítimo. A partir de esa legalidad orgánica, los republicanos se convirtieron en una especie política a extinguir en un medio ambiente absolutamente hostil. Lo único que se les permite –aún hoy, a estas alturas de la película de una democracia autista– es ser un mero «souvenir» político…
Quienes aseguraban, poco antes de la muerte del Faraón, que en España había un cuarenta por ciento de republicanos irmemente enraizados en sus convicciones políticas, erraban. De la noche a la mañana, la izquierda –incluso, la izquierda castiza : comunistas, socialistas y republicanos– se declararon juancarlistas , una superferolítica confesión sentimental con la cual intentaron camuflar su vergonzosa sumisión a la monarquía. Desde aquella increíble toma de hábitos dinásticos, el republicanismo –no solo como ideología sino también como «estado del alma» española– quedó perfectamente diluido entre la espesa salsa del pragmatismo político –quizá, también mercantil– de este nuevo reinado del oportunismo ideológico que inunda el paisaje democrático español. Es muy difícil encontrar un republicano, en estado puro, pero muy fácil tropezar con pianistas especializados en interpretar la Marcha Real. Después de todo, la monarquía no necesita, como la República, ciudadanos hechos y derechos, sino simplemente músicos que le animen el cortejo.
*Periodista.










