La verdad sobre la muerte de Xuanón el de El Felguerón

18/11/2009 por

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Ramón GARCÍA PIÑEIRO

Cuando Luis García Martínez (El Cantu, Laviana, 1909) embarcó en Luanco rumbo a Francia, la medianoche del 23 de octubre de 1948, evocó la muerte de su suegro, Juan Otero, conocido por «Xuanón». El chapoteo acompasado de las olas golpeando la quilla le hizo recordar el ruido de las pisadas de la patrulla de la Guardia Civil que, la madrugada del 6 de marzo de 1948, puso cerco a la casa de su familia política en El Felguerón (Laviana), donde se ocultaba desde que en 1937 se había «tirado al monte». A las órdenes del sargento Aureliano Varela, integraban la brigadilla Manuel López, Antonio Sánchez, Alfredo Pérez, Cesáreo Corral y Fidel Conde, cuya presencia en las inmediaciones de la vivienda fue delatada por el ladrido del perro de la casa. Todos ellos declararían que, al ser detectados, fueron recibidos con disparos de armas automáticas y bombas de piña lanzadas desde el inmueble, suscitándose un tiroteo que fue aprovechado por los sitiados para escapar hacia Peña Mayor. Entre los «bandoleros» que huyeron, cifrados en media docena, supusieron que figuraría Luisón el del Cantu, al que se unió Oliva Otero, su amante, y el hermano de ésta, José Amalio, ambos hijos de Xuanón. Éste no había podido escapar con ellos como pretendía al ser alcanzado por el fuego cruzado, sin que la Guardia Civil pudiera precisar la procedencia de las balas que segaron su vida.


Esta versión sirvió para eximir a la fuerza pública de toda responsabilidad por el crimen perpetrado, pero distaba de ser cierta. La falsedad del relato urdido para justificar un episodio más en la guerra sucia contra los apoyos de los fugaos comenzó a desmontarse el 29 de marzo de 1948, fecha en la que fue detenido José Amalio en Infiesto. Interrogado sobre los sucesos del 6 de marzo, rebatió que aquella noche hubiera pernoctado en su casa una partida de huidos, aunque admitió que en ella se guarecía Luis el del Cantu, y, sobre todo, desmintió que tanto su hermana como él le hubieran secundado en su fuga. Sostuvo, por el contrario, que toda la familia había sido detenida y amarrada al pesebre de la cuadra, donde fueron torturados por la brigadilla, la cual alternaba los golpes con aseveraciones de que estaba dispuesta a prolongar el maltrato físico hasta la muerte de los tres. Cuando no antes de las 10 de la mañana ésta se tomó un descanso para reponer fuerzas, liberando previamente a Xuanón para que les sirviera el desayuno, aprovecharon la circunstancia para huir de sus captores, si bien con destinos diferentes. José Amalio se refugió en una casería de El Valle, cerca de Infiesto, hasta que fue detenido. Oliva optó por trasladarse primero a Madrid, luego a Bilbao y, más tarde, a San Sebastián, donde fue detenida el 30 de septiembre de 1948 cuando pretendía pasar clandestinamente a Francia en una motora.

Aunque la versión de los vencidos carecía de crédito, no se podía soslayar la diametral discrepancia existente entre el relato de los enlaces y el de la fuerza pública. Estrechado a preguntas, José Amalio añadió que un vecino de El Felguerón, Aurelio Iglesias, podía confirmar su testimonio. A pesar del temor que infundía el benemérito cuerpo, éste compareció ante el juez y se atrevió a contradecir el atestado de la brigadilla, proporcionando con su firmeza una muestra de valor. Manifestó que a las 8 de la mañana, tanto Xuanón como sus dos hijos estaban delante de su casa y custodiados por la Guardia Civil, si bien con huellas de haber sido maltratados. Al dirigirse a Oliva para preguntarle qué ocurría, ésta no pudo más que balbucear que eran «cosas de rojos». Una hora después fue llamado para que llevara una nota al capitán de la Guardia Civil, momento en el que atisbó la presencia de los tres detenidos amarrados al pesebre. Cumplido el recado, fue llamado de nuevo para que se hiciera cargo de la casería y el ganado, ya que no quedaba en la casa quien se ocupara de la hacienda. Sobre un carro, conducido por Ignacio Alonso Barbón, divisó un bulto humano, deformado, del que manaba un rastro de sangre. Era el cuerpo exangüe de Xuanón, que había sido rematado a las 10.30. La Guardia Civil disfrazó de épico combate la precipitada huida de un fugitivo sorprendido en la cama y el martirio de sus cómplices, ya detenidos, hasta el fallecimiento de uno de ellos.

Se ha supuesto que se remató a Xuanón para no prolongar un sufrimiento estéril, dado el castigo recibido, pero no se puede descartar que hubiera pagado con el tiro de gracia la frustración que embargaba a la brigadilla. Tras diseñar una maniobra envolvente con la que esperaban capturar una partida de guerrilleros, con su corolario de reconocimientos, ésta se encontraba con que había roto el cerco el único huido que se refugiaba en la casa, se habían escapado dos enlaces cuando ya estaban detenidos por dar prioridad a las demandas del estómago y, a la postre, no podían aportar más triunfo que el cuerpo amoratado de un sexagenario moribundo.

Este testimonio no sirvió más que para confirmar la falacia de la justicia franquista. Pese a acreditarse que se había perpetrado un asesinato, ningún autor material del hecho fue procesado por ello y se siguió sosteniendo que Xuanón había fallecido en un enfrentamiento armado con la Guardia Civil. Una revisión más de la socorrida «ley de fugas». La impunidad de la violencia oficial alimentó la respuesta guerrillera. Poco después, el 19 de marzo de 1948, cuatro guerrilleros, entre los que se encontraba Luisón, irrumpieron en un domicilio sito en La Capilla de La Rebollá. Ya en el interior, golpearon y ametrallaron a dos matrimonios: el compuesto por Justo Noriega y Remedios Criado, y el integrado por Honorina Noriega y Manuel Eugenio Fernández. Con este gesto los estigmatizaban como culpables por la muerte de Xuanón y, a la par, enviaban un mensaje de advertencia a todo aquel que prestara cualquier tipo de servicio a sus adversarios. En esta lógica estaba instalado el conflicto político y social que desgarraba la convivencia en la Asturias de los años cuarenta.

José Amalio sufrió prisión preventiva entre el 29 de marzo y el 21 de mayo, pero fue absuelto en la causa que se abrió contra él por enlace de Luisón. Oliva fue condenada a un año y cuatro meses de prisión menor. Cumplida la pena, huyó a Francia, se reunió con su novio de siempre y, ya casados, se trasladaron a Venezuela, donde emprendieron nueva vida. No pudieron regresar a España, porque, además de las víctimas de La Rebollá, Luisón estaba acusado de la muerte de un policía armado y de haber participado en el secuestro del ingeniero Aurelio Fernández. El destino de Xuanón quedó escrito aquella mañana del 6 de marzo de 1948. Con él se perpetró un crimen de Estado, uno de tantos actos de violencia institucional, que ha quedado sin reconocimiento, que no ha sido objeto de reparación, que se ha mutilado de nuestra memoria. Un héroe anónimo de la dignidad humana, ejemplo perenne para aquéllos que han arriado todas las banderas. Séale la tierra leve.

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