El ojo del tigre
“Denostada hoy como mito y mentira, la Transición fue el resultado de una larga historia española iniciada por un sector de quienes fueron jóvenes en la guerra y continuada por un puñado de quienes fueron niños en la posguerra”. Esto es lo que ha escrito Santos Juliá en un reciente artículo (“Duelo por la República Española”. El País – 25-Junio-2010. pág. 31). Cuando la historia se simplifica, como lo hace el citado historiador en este trabajo, el resultado que se obtiene es más una ficción novelada que una realidad historiada. Y si a esa simplificación (intencionada) se le añade una espesa dosis de subjetivismo, ocurre lo que decía Pierre Vilar: se corre el riesgo de dejar el monopolio de la Historia en manos de los novelistas.
Con la Guerra Civil Española –aquel horror provocado por el golpe militar del 18 de julio de 1936- ha ocurrido, precisamente, lo que Vilar les advertía a sus colegas un año después de la muerte de Franco. La Historia –con mayúscula- de los sucesos ocurridos durante el trienio español del 36 al 39; la de los siguientes cuarenta años de dictadura pura y dura, y, ahora, la de los 33 años de Transición (dicen que democrática), es una larga novela escrita por los veteranos historiadores incondicionales del poder; por los conversos, que proceden de las antiguas filas de la historiografía científicamente tratada, e, incluso, por los amateurs de la nueva ciencia histórica convenientemente esterilizada por los sanitarios del franquismo. En la España actual –que es la de la Transición- sólo hay dos opciones para ejercer, profesionalmente, como historiador: una, sumergiéndose hasta el fondo en las turbias aguas de la escuela historiográfica fundada hace años, por Joaquín Arrarás; otra decidiéndose por continuar con la de Manuel Tuñón de Lara. Con la primera el éxito como novelista de la Historia está asegurado; con la segunda, los problemas que se acumulan para alcanzar un reconocimiento popular de sus méritos historiográficos científicos son demasiados y tremendos.