Gerardo Iglesias presentará su nuevo libro sobre los fugados ante los muertos del Pozo Fortuna

25/09/2015 por

El monumento a las víctimas del franquismo de San Andrés de Turón es el lugar escogido para la puesta de largo de ‘La amnesia de los cómplices’

MIGUEL ROJO | GIJÓN.

23 septiembre 2015

Gerardo Iglesias, uno de los símbolos de la izquierda asturiana y fundador de IU, vuelve a tocar la temática de los guerrilleros en su nuevo libro, ‘La amnesia de los cómplices’, una recopilación de biografías de ‘fugaos’ por los montes asturianos que presentará el próximo sábado 3 de octubre en San Andrés de Turón (12.30 horas). El lugar escogido estará ante el monumento a las víctimas del franquismo del Pozo Fortuna, un lugar en el que se estima que fueron arrojadas, vivas y muertas, alrededor de 300 personas en los tiempos de la represión.

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MUJERES DE SAN MARTIN DEL REY AURELIO EN LA POSGUERRA, LUCHA Y REPRESION.

25/09/2015 por

Como cierre de la exposición » Guerrilleros antifranquistas 1937-1952″
tendrá lugar la CHARLA: MUJERES DE SAN MARTIN DEL REY AURELIO EN LA POSGUERRA, LUCHA Y REPRESION.
Aula Cultural «La Plaza». Sotrondio
Miercoles 30 septbre a las 20:00 horas

mujeres

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«La amnesia de los cómplices», el nuevo libro de Gerardo Iglesias sobre los maquis

29/08/2015 por

 

El título del antiguo dirigente político destaca entre las novedades que las editoriales asturianas anuncian para la temporada que comienza

29.08.2015

 

Oviedo, Daniel LUMBRERAS El otoño literario asturiano viene cargado de toda clase de novedades, desde la intriga hasta la poesía y la historia. Gerardo Iglesias sigue con su fecundo retiro de la política y anuncia para septiembre «La amnesia de los cómplices». Será un libro muy reivindicativo, editado por KRK con el expresivo subtítulo: «150 historias que claman contra la impunidad del franquismo». Iglesias vuelve, esta vez en forma de biografías, sobre las historias de los maquis asturianos, a los que ya dedicó su primer libro, «Por qué estorba la memoria» (2011)

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Homenaje a Anita Orejas en Gijón

19/08/2015 por

Ayer en el Cementerio de Ceares la hija de Anita Orejas junto con Victor Luis Alvarez, Vicepresidente de FAMYR inaugurando la placa en el  Homenaje que se hizo a Anita Orejas.

anita orejas 2 anita orejas

Entrada extraida de http://www.asturiasrepublicana.com/libertad18.html

Anita Orejas: ¿quién era Anita Orejas? Pues Anita Orejas López era una chica de 23 años y con sus 23 años la fusilaron contra las tapias del cementerio de Ceares un amanecer de Noviembre de 1937. Anita Orejas no fue ni una Agustina de Aragón ni una Dolores Ibarruri, y aunque lo hubiera sido; no comandó ningún batallón ni practicó el espionaje o la delación, y aunque lo hubiera hecho; no era maestra ni fue, siquiera, miliciana, y aunque lo hubiera sido. Anita Orejas era una chica de 23 años que vivía en Gijón, al final de la calle de Ferrer y Guardia, y trabajaba como empleada de hogar: ¡y la fusilaron un nueve de Noviembre!

Durante la guerra, Anita trabajó como enfermera en alguno de los numerosos y atestados hospitales de Gijón, y se afilió al Partido Socialista. La detuvieron a los pocos días de la entrada de las tropas franquistas en Gijón y se la llevaron al cuartel de la Guardia Civil de Los Campos… Oficialmente, en los legajos, la denuncia parte de una mujer, dos años más joven que Anita, que estaba casada con uno de los guardias civiles de ese cuartel. El marido de la denunciante estuvo prisionero durante todo el tiempo que duró la guerra en el Norte por haberse unido a los sublevados. Cumplía condena en el penal de El Dueso pero, al producirse el avance nacionalista sobre Santander, le evacuaron, junto a los demás presos, hacia Asturias. A ese guardia civil y a otros muchos les mataron luego en la playa de La Franca, no se sabe si por intento de fuga, por orden superior o por simple venganza.

No, Anita ni estuvo allí ni sabía nada de eso, pero aunque hubiera estado y aunque lo hubiera sabido. A Anita la acusaban de haberla visto dentro del cuartel de La Guardia Civil de Los Campos a los tres días de que los guardias se hubieran rendido. La denunciante decía que Anita llevaba pistola al cinto y, al cuello, un pañuelo rojo. Admitía Anita haber entrado en el cuartel, pero negaba lo de la pistola y el pañuelo, pero aunque los hubiera llevado. Esa mujer que la denunció, la identificó después en una rueda de presos: ¿cómo alguien puede recordar, tras el paso de quince meses, la cara de una persona que solamente vio unos instantes en medio del barullo y desorden propios de la situación? Claro que también pudiera suceder que la denunciante conociese de antes y odiase a Anita por motivos que nada tuviesen que ver ni con la guerra ni con la revolución, o que la denunciante no hiciera más que obedecer las instrucciones de una tercera persona… Pero, aunque así fuera.

Porque Anita Orejas, que tenía 23 años y se había afiliado al Partido Socialista durante la guerra, no era ni Agustina de Aragón ni «La Pasionaria», ni comandanta de batallón ni miliciana, ni maestra de la ATEA ni dirigente sindical ni concejala. Ni siquiera pertenecía a un comité cualquiera. A Anita no se le ocupó ningún pañuelo rojo ni, mucho menos, ninguna pistola; y, además, tuvo «la suerte» de que la susodicha denuncia cayese, no en manos de unos «gatilleros» de Falange con ganas de darle el «paseo», sino que la denuncia siguió el trámite oficial, con sus atestados redactados en lenguaje policial y cumplimentados con las pólizas, sellos y firmas pertinentes. Siguió con suerte, Anita Orejas, porque su causa judicial no le tocó a un chusquero llegado del frente, sino que tuvo como juez instructor a un hombre de leyes como Vicente Otero Goyanes, alférez Jurídico, que auxiliado por su secretario, Manuel Martínez de la Vega, dio cuerpo al que sería «sumarísimo de urgencia nº 170». La instrucción del sumario, ¡qué duda cabe!, fue tan imparcial como exhaustiva, y llevó al instructor a concluir que los hechos aquí sucintamente relatados eran constitutivos de un delito de rebelión militar: ¡así lo afirmó y firmó un señor alférez del cuerpo Jurídico militar!

Fue el lunes, día ocho de Noviembre de 1937, cuando comenzaron a celebrarse los consejos de guerra sumarísimos de urgencia en Gijón, en el salón de actos del Instituto Jovellanos: ¡La obra más importante y más querida del ilustre y benéfico Gaspar Melchor de Jovellanos convertida en albergue de falangistas y policías de Asalto, en cárcel y centro de tortura, en escenario de la suprema ignominia y perversión humanas!

A las diez de la mañana hacían su entrada los miembros del Tribunal Permanente nº 1, que preside el comandante de Caballería Luis de Vicente Sasiaín, y se celebraba el primer consejo de guerra: tres son los acusados: Constantino Valero, Florentino Argós y José Luis Ferrer. Audiencia pública. Se encarga de leer las acusaciones el secretario del consejo, que es el joven abogado gijonés Bonifacio Lorenzo Somonte. Actúa de fiscal el alférez honorífico del Cuerpo Jurídico Antonio Iglesias.

Apenas una hora después, a las once y cuarto, se celebra el segundo consejo de guerra. Lo forman el mismo tribunal, secretario y fiscal. Los acusados son: Valentín Sánchez Cuesta, Cipriano Carrera y Ana Orejas López. El fiscal es tan breve como conciso y pide la pena de muerte para los tres. El defensor, teniente Luis Barreiro Paradela, al decir de las crónicas periodísticas, «da comienzo a su brillante informe considerando las bellezas de Asturias, grande y digna, y después de intentar refutar los cargos que el Ministerio Fiscal imputa a sus patrocinados, solicita se les considere como autores de un delito de auxilio y no de rebelión.» Se termina la vista y el tribunal se reúne para dictar sentencia.

Por la tarde, a las cinco, otro consejo de guerra. Son los acusados: Maximiliano Gómez Cobos, Raimundo Alcorazo, Francisco Conde Calvete, José Costas Costas, Facundo López Fernández, Luis Subisaga, Juan Fernández Moreira, Manuel Marcos Ezquer y Angel Cristóbal Aparicio. El fiscal pidió la pena de muerte para todos.

Los cristianos caballeros que componen el tribunal militar nº 1, impregnados hasta el tuétano del honor y demás virtudes militares, tuvieron a bien dictar ese día catorce condenas a pena de muerte y una a reclusión perpetua. En este caso no hubo discriminación y fueron igualitarios, así que a Anita Orejas también la condenaron a pena de muerte.

Y al día siguiente, al amanecer, un traqueteo de motores por la calle Ramón y Cajal arriba. Durante meses y meses, el metálico y fugaz paso de esta caravana de la muerte anunciaba que el día iba a nacer con fusilamientos. Los piquetes de la Guardia Civil y de la Guardia de Asalto se presentan ante la cárcel de El Coto a reclamar a sus víctimas. Un piquete vigila y el otro fusila. Un día matan unos y otro día, otros. Que todos maten que así todos tendrán porque callar. ¿O serían soldados los que esos primeros días tuvieron que desempeñar tan siniestra tarea?

Trece hombres y una mujer cruzaron el rastrillo de la cárcel de El Coto aquel nueve de Noviembre. Amarradas las muñecas con alambres, les subieron a las camionetas y la comitiva se puso en marcha: medio kilómetro hasta el paredón del cementerio de Ceares. No esperaron para ejecutarles ni las tres o cuatro semanas que solía llevar el trámite de la consulta y recepción del correspondiente «enterado» del «Cuartel General del Generalísimo»: ¡se conoce que tenían prisa por derramar sangre de inocentes!

No sabemos cómo se las arreglarían para ponerles delante del paredón, si los tendrían que dominar a culatazos y llevarlos a rastras o si marcharían gallardamente dando «vivas» a la República, si escupirían al piquete o implorarían clemencia, si aceptarían al sacerdote o maldecirían a Dios y a toda la corte celestial… No sabemos si los fusilarían de tres en tres o de cinco en cinco, ni si a Anita la fusilarían sola por ser mujer o no. Nadie de los que de allí regresaba hablaba de ello. Solamente un fraile de los que asistían a los fusilamientos dijo un día a unos presos de El Coto: «dos tiros a la cabeza y tres al corazón». Así que ese nueve de Noviembre, setenta disparos dieron los buenos días nacionalistas a la villa de Gijón.

Y allí quedaron los cuerpos formando montón a la espera de que los enterradores los tirasen a la zanja ya abierta: trece hombres y una mujer: Ana Orejas López, a la que llamaban Anita porque tenía 23 años y no había sido ni Agustina de Aragón ni la Pasionaria, ni miliciana ni nada de nada, pero a la que la Justicia Militar del ejército franquista la hizo acreedora a los cinco plomos reglamentarios que agujerearon su cuerpo y pusieron fin a su corta vida.


Expediente procesal de Anita

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MEMORIA Y OLVIDO EN LA QUINTA PEDREGAL. UN ESTUDIO SOBRE REPRESIÓN FRANQUISTA Y LA MEMORIA EN LA COMARCA AVILESINA

18/08/2015 por

MEMORIA Y OLVIDO EN LA QUINTA PEDREGAL.
UN ESTUDIO SOBRE REPRESIÓN FRANQUISTA Y LA MEMORIA EN LA COMARCA AVILESINA
Pablo Martínez Corral
Trabajo Fin de Máster dirigido por el Doctor Francisco Erice Sebares
Oviedo, Julio de 2015

 

Resumen

La represión franquista es un fenómeno histórico ampliamente estudiado durante las
últimas décadas en España. Así, en la actualidad tenemos un amplio conocimiento de
la aplicación de la violencia en la retaguardia y durante la posguerra. Este estudio
analiza las políticas represivas franquistas en la comarca avilesina desde el 21 de
octubre de 1937. Para ello, la investigación conjuga varios tipos de fuentes primarias
y archivísticas.
Este trabajo se inicia con el análisis de las distintas estrategias violentas empleadas
sobre la población avilesina desde la entrada de las tropas franquistas. A continuación, mediante varios ejemplos, se relatan las diferentes técnicas para someter a una población considerada hostil. Los paseos, los juicios sumarísimos, las palizas y las multas conforman las tácticas de control de la retaguardia. La m
emoria colectiva sobre los sucesos se analiza, finalmente, en torno a la Quinta Pedregal, edificio utilizado como centro de detención. A pesar de las políticas y discursos que se aplican en la posguerra, se constata cómo las familias de las personas detenidas revindican dicho lugar como un símbolo de Memoria.
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La lucha de Higinio Carrocera, héroe del Mazucu

27/07/2015 por

El periodista ovetense Fernando Romero acaba de rescatar la memoria de Higinio Carrocera después de cuarenta años de muy injusto olvido

25 julio 2015

La lucha de Higinio Carrocera, héroe del Mazucu

Cuarenta años después del fallecimiento del dictador y luego de casi tantos de régimen democrático, un periodista ovetense rescata por fin para nuestra memoria histórica la figura de Higinio Carrocera (1908-1938), al que se le conoce por Héroe del Mazucu. “Caerán bajo la espada” es el título de la biografía que Fernando Romero ha escrito sobre Carrocera y que ha publicado recientemente la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo. Alude con esa frase al texto del Antiguo Testamento, donde se dice: “Los mejores y  más justos de entre vosotros caeréis bajo la espada”.

Tal como indica Xuan Cándano en el prólogo, la vida y la huella de este anarquista asturiano quedaron para siempre ligadas a la épica batalla que tuvo lugar en el desfiladero del Mazucu, último bastión defensivo de la región ante el avance de las tropas franquistas por el Frente Norte, después de que los gudaris nacionalista vascos se rindieran a los italianos que apoyaban al ejército golpista. Estaban compuesto éste en El Mazucu por más de 33.000 hombres, apoyados por la aviación alemana de la Legión Cóndor -que todavía tiene allí un monumento a dos de su aviadores caídos-, frente a solo 6.000 milicianos de las fuerzas republicanas. Más de quince días duró esa resistencia en la que se distinguió el arrojo militar y dotes de mando de Higinio Carrocera, que pudo haberse librado del pelotón de fusilamiento de haber aceptado combatir en el ejército faccioso, tal como le pidió el bando sublevado.

Pero el excelente y documentado libro de Romero nos cuenta muchas más incidencias de la corta e intensa vida de este luchador anarquista, que ya desde su niñez mostró su carácter solidario y rebelde. Si en la Guerra de España, además de su batalladora conducta en El Mazucu se distinguió igualmente en la conquista de los cuarteles de Simancas y Zapadores en Gijón, especialmente significativa fue también su participación en la revuelta de octubre de 1934, donde tuvo un papel destacado al frente de los destacamentos anarquistas que intervinieron tanto en la batalla de El Berrón como en el asalto de la Fábrica de Armas de Oviedo.

Durante la conocida como Comuna Asturiana, que estableció el comunismo libertario en La Felguera gracias a la incidencia que allí tenía la federación local anarco-sindicialista a la que pertenecía Carrocera, éste censuró siempre algunos excesos que se dieron en la misma -luego multiplicados y magnificados por la prensa de derechas-, pues consideraba que “la revolución no va contra los hombres sino contra las instituciones, y si no respetáramos la vida de los vencidos haríamos lo mismo que las hienas del capitalismo”.

Unas horas antes de que fuera ejecutado en la cárcel de Oviedo, el 8 de mayo de 1938, Higinio Carrocera dirige una carta a su tía Perfecta Mortera donde dice: “He sacado cinco piezas de la dentadura, las que dejo a los compañeros, quienes las llevarán a su poder, pues quiero que las entreguen a mi madre como recuerdo de su hijo que siempre le tuvo un profundo cariño”. Y más adelante: “Reciban todos los tíos y primos un abrazo de este sobrino que morirá con el pensamiento puesto en ustedes y su madre y hermanos, como también en los ideales que siempre me animaron”. (Dos líneas censuradas).

Entre las opiniones que la figura de Carrocera ha merecido, es de señalar la de la Asociación de Viudas de Guerra de la República de Asturias: “Dejó constancia de sus sentimientos humanitarios, de su valor, de su capacidad guerrera y de sus dotes de conductor de masas; era el primero en la lucha y el último en retirarse, y con su conducta ejemplar animaba a los pusilánimes y aumentaba el valor de los ya valientes”. Por ello se ganó en El Mazucu, al frente de la 192 Brigada Móvil del Ejército Popular Asturiano en una de las más cruentas batallas de la Guerra de España, la Medalla de la Libertad de la República. Debemos agradecer a Fernando Romero que acabe de rescatar a Carrocera de cuarenta años de muy injusto olvido, el mismo que sigue pesando sobre tantos otros protagonistas relevantes de nuestra memoria democrática.

La lucha de Higinio Carrocera, héroe del Mazucu

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Memorias de un luchador antifranquista olvidado: Pedro Sanjurjo García «Pieycha»

22/06/2015 por

Memorias de un luchador antifranquista olvidado: Pedro Sanjurjo García «Pieycha»

Desde FAMYR estamos orgullosos de presentar las memorias de un luchador antifranquista olvidado. Pedro Sanjurjo García, más conocido como «Pieycha» (Pedrín en ruso), fue un dirigente obrero vinculado al fortalecimiento de las comisiones obreras en Asturies a finales de la década de los 60. Militante comunista, dejo el partido para formar el PCE(VIII-IX Congresos) ante los comienzos del giro eurocomunista llevado a cabo por Carrillo. Décadas después volvió a reinventarse como el conocido artista que es hoy. Como tantos hombres y mujeres, luchadores clandestinos, su sacrificio antifranquista no debe ser olvidado.

Lo podéis encargar en famyr@memoriayrepublica.org al precio de 10 €

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Anita Sirgo, la guerrillera del tacón

17/06/2015 por

Anita Sirgo,
la guerrillera del tacón

Formó parte del batallón de mujeres que evitó el final de las huelgas mineras de 1962. Sufrió las torturas de la Guardia Civil de las que se mofó Fraga. A sus 85 años, indignada con la desmemoria, es una de las firmantes de la causa contra los crímenes del franquismo que investiga la jueza argentina María Servini.

Anita Sirgo en 1962, rasurada, tras las torturas del capitán Caro.

Anita Sirgo en 1962, rasurada, tras las torturas del capitán Caro.

MADRID.- “Los tacones son para mí lo que para una niña una muñeca” dice con una sonrisa de labios carmín Anita Sirgo (Lada, 1930). Se los calzó cuando tenía 17 años. Con ellos, en la Gran Huelga minera del 62, impidió que el hambre pusiera fin a los paros que prendieron la mecha de los cambios políticos en la España franquista.

Con sus tacones, golpeando la pared de una celda de Sama, descubrió las torturas a su marido. Las mismas patadas, puñetazos y vejaciones del capitán de la Guardia Civil Antonio Caro Leiva, que no consiguieron arrancarle a Anita el nombre de un solo camarada. Ni las alzas. Con ellas, a sus 85 años, sigue pateando las calles en las que se junten más de tres para gritar… “porque hay que seguir en la lucha”.

Quizás fuera por los tacones de otras botas. Las que le arrebataron a su padre y a su madre cuando no había cumplido los 7 años. “No tuve una niñez fácil. Mi padre era un guerrillero que se tiró al monte cuando terminó la República. ¡Y no sé todavía en qué cuneta está!”. Con un padre escondido, al que sólo volvería a ver una vez en su vida gracias a un enlace del Maquis, Anita y su hermano quedaron huérfanos cuando a la madre se la llevaron presa penal de Figueras y ellos estuvieron a punto de ser embarcados rumbo a la Unión Soviética.

No recuerda los cuándos y le cuesta entender los porqués, pero tiene nítidos en la memoria, los dóndes y los cómos. Describe con detalle la nave de Barcelona en la que estuvo hacinada con otros niños de la guerra y el sonido de las bombas de la Legión italiana –“parece como si aún escuchara como rompían los cristales”- sobre la Ciudad Condal. Narra con nostalgia el cariño de unos tíos que recuperaron a los pequeños para criarlos en Llanes, “con la leche de dos vaques”. Aún siente el tacto del estropajo con el que limpiaba arrodillada los suelos de la escuela en la que no pudo estudiar.

El único recuerdo que Anita guarda del día de su boda con Alfonso Braña.

Y no olvida Sirgo, el día de su boda, en la casa en la que se crió. “A mi tío lo habían matado por ser enlace de los guerrilleros. Lo llevaron con los moros, lo apelaron y lo acribillaron a tiros. Mi tío tenía una xatina, una ternera, que guardaba para la mi boda. Y por cumplir su promesa, decidimos hacerla en la casa”.

Pero las fuerzas del orden franquista ni siquiera respetaron ese día a una familia perseguida por los pecados de Avelino Sirgo, el padre fugao.

“Cuando estábamos en la capilla sentimos bullicio y Don Román casonos en cinco minutos, pero ni nos comulgó ni ná. Eran los agentes que estaban guardaos en el monte y en las cuadras. Mientras se celebraba la boda salieron con sus metralletas. Pusieron patas arriba toda la casa: pisaron las tartas que estaban en la escalera; levantaron las tablas de un cuarto de madera porque creían que estaba mi padre por allí. ¡Mira que si son tontos que iban pa listos… ¿cómo iba a estar mi padre allí?!” Solo guarda Ana una foto de aquella boda de la que, “a pesar del miedo, no marchó nadie“ y “de la que hoy podría hacerse una película”, se ríe la asturiana con el recuerdo.

Las mujeres de la ‘huelga del silencio’

Esposa ya de Alfonso Braña Castaño, la pareja se afilió al Partido Comunista en el que comenzó su lucha clandestina. Él, desde el pozo Fondón en el que “trabajaba sin cotizar, con una única ropa que sólo ponía seca los lunes, sin agua caliente ni calefacción, y con lo que tragaban en la mina que los tenía a todos silicosos perdidos”. Ella, en las calles, en las parroquias, en las casas, organizando las Comisiones de Mujeres que tan importante papel jugarían en el inicio del cambio político que supuso la llamada ‘Huelga del silencio’ de 1962.

Esa fecha sí la tiene clara. “Los mineros iban a hacer el mes de huelga y ya había rumores de que los esquiroles iban a romperla. ¡Y no era de extrañar porque se estaba pasando hambre! Pero nosotras, que ya estábamos muy organizadas, decidimos que no podíamos consentir que los mineros volvieran a entrar en los pozos como salieron. Teníamos que hacer algo porque la lucha de ellos era la lucha nuestra”.

Anita Sirgo

Anita Sirgo

Las mujeres de varias comarcas, con Anita a la cabeza, decidieron en asamblea una fecha para “tornar” a los esquiroles. Fueron puerta por puerta para convencer a las mujeres de los mineros que se repartieron por el Molinucu, la Joecara, el pozo Maria Luisa y Fondón, armadas con tochos y mazorcas. Los tochos -“para que dieran la vuelta por cojones”- no tuvieron que usarlos. El maíz lo arrojaron a los pies de los hombres que trataban de volver al tajo mientras los llamaban “gallinas”.

El primer relevo que entraba a las 6 de la mañana dio la vuelta y convenció a los que venían detrás. La huelga se prolongó un mes más. Provocó concentraciones de apoyo en Madrid y Barcelona. De ella se hicieron eco diarios como Le Monde o The New York Times. Supuso el inicio de la unión de voluntades democráticas contra el régimen de Franco. Anita resume modesta: “Se consiguió lo mínimo, pero lo principal. Que los mineros tuvieran otras condiciones; que tuvieran cristales en la lavandería; que tuvieran agua caliente y calefacción”.

Las torturas del capitán Caro

Pero la osadía de los tacones de Asturias tuvo su precio. Después de protagonizar encierros en la catedral y el obispado de Asturias, “porque entonces no era como ahora, que se protesta de año en año”, dice enfadada Sirgo, a Anita y esposo les llegó una comunicación para que se personaran en el cuartelillo de la Guardia Civil de Sama. Él fue primero. Ella, un poco más tarde, como su amiga y camarada Constantina Pérez.

“Íbamos muy tranquilas porque no podían cogernos por nada. En el calabozo, yo empecé a picar la pared con el zapato porque me dio que allí estaba mi hombre. Él contestó. Y estábamos tranquilas. Pero, a las dos de la mañana empezamos a escuchar cerrojos, gritos, golpes”.

Sirgo y su marido Alfonso Braña en 1962, tras las torturas del capitán Caro.

Sirgo y su marido Alfonso Braña en 1962, tras las torturas del capitán Caro.

Primero se llevaron a Tina que volvió a la celda ensangrentada. Después fue turno de Anita a quien el capitán Antonio Caro mostró las fotografías de históricos del PC como El Paisano, Horacio Fernández Inguanzo, para que los delatara. Ella aguantó brava los puñetazos en la cara que casi le dejaron sin un tímpano, las patadas en el estómago, los riñones y la espalda. “Le dije que estaba embarazada y Caro me contestó: ‘un comunista menos”. Un cabo, el cabo Pérez, le agarraba mechones de melena y tiraba hasta dejarle la carne roja. “Me tiraba hacia arriba y, cuando yo no respondía lo que quería, me los cortaba con una navaja”.

A la mañana siguiente, el marido de Anita y otros hombres salieron del cuartel con asistencia médica. Alfonso Braña con una cruz de sangre en la cabeza. A las mujeres les pidieron que se cubrieran con un pañuelo para abandonarlo y, como se negaron, las enviaron a las prisiones de Oviedo y Madrid. Hasta que les creció el pelo. Tina murió poco después. 102 intelectuales presentaron un escrito de protesta, La carta de los 102, al ministro de Información, Manuel Fraga, que negó las torturas. Otro de los cómos nítidos en la memoria de Anita es la reacción de la prensa del régimen que tituló burlona: “Pelona sin peló, quién te lo rapó”.

Hoy Sirgo, la guerrillera del tacón, sigue buscando la cuneta en la que yace su padre y es una de las firmantes de la querella contra los crímenes del franquismo que investiga la jueza argentina María Servini. Dice que nada le gustaría más que volver a mirar a los ojos del Capitán Caro y se indigna con el hecho de que, “después de tantos palos, de tanto sacrificio, los gobiernos de la izquierda abandonaran la memoria histórica”. No pierde ocasión de calzarse sus tacones para manifestarse al lado del Tren de la Libertad o de las Marchas de la Dignidad. Quiere que, cuando muera, la entierren con ellos ¡y con sus carnets de militante del Partido Comunista! Su deseo para los que vienen detrás: “Que sigan unidos en la lucha, porque sin la lucha, hoy más que nunca, no somos nadie”.

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