Monarquía, no gracias

21/04/2014 por

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Argumentos en defensa de la III República en España

16.04.2014 | 05:20

Manifestación por la III República, el pasado sábado, en Gijón. | juan plaza

Manifestación por la III República, el pasado sábado, en Gijón. | juan plaza

Francisco Prendes Quirós En la mañana del domingo 23 de marzo, escuché, en una cadena de radio nacional, a un sacerdote mejicano decir que «en América, gracias a Dios, no tenemos monarquías. Corrupción, sí. Más que aquí, pero no monarquías, que son la fuente de las desigualdades».

El sacerdote se cuidaba en su tierra de aliviar los dolores de los «peregrinos» del capital, que hacen la ruta de Centroamérica a la rica hermana del norte, atravesando Méjico. «Peregrinos» lo sufren todo, y lo pierden todo, como los que intentan llegar a nuestra Europa por las puertas de Ceuta y Melilla. El buen cura no se quedaba corto, ni se cortaba un pelo al hablar de la iglesia vaticana, rica y cortesana. De la iglesia-monarquía desde Inocencio III. Vale la pena escuchar a algunos curas…, porque hablan de otra manera y de otras cosas, que no tocan nuestros aurigas espirituales. Los curas americanos, por lo que se escucha, hablan desde la igualdad de sus repúblicas. El actual pontífice pertenece a aquellas tierras…, donde no se dan lises, ni coronas…

Y es que la República es igualdad. La virtud republicana, según Montesquieu, es el amor a la igualdad, que no es una virtud moral, ni cristina, sino que es, ni más ni menos, que virtud política… Y sin igualdad, para el autor del «Espíritu de las Leyes», no hay virtud posible…

En Mieres, el Ateneo Republicano de Asturias, celebró hace ya unas semanas un nacto bajo el lema «Juntos por la República». El propósito de la convocatoria no puede ser ni más obvio, ni más necesario: dada la situación de deterioro y profunda crisis, económica, política y moral, a que hemos llegado tras los 35 años de monarquía, que nos legó el dictador, los españoles debemos elegir, de una vez por todas, entre tomar «Aspirina» para aliviar las vergüenzas, o curarnos definitivamente.

La curación está en nuestras manos, en las manos del pueblo. La ciudadanía es la que tiene que tomar la decisión de limpiar el suelo que pisamos y el aire que respira la Nación. El punto final de la transición, tan hipócritamente alabada, que puede quedar fijado en el final de la peripecia vital del que fuera primer Presidente del Gobierno democrático, que en su momento quiso demostrar que con los votos recibidos del pueblo podía gobernar «sin muletas ni coronas», hasta que le paró un 23 F, está exigiendo un referéndum sobre la forma de gobierno, que no se produjo cuando ocurrió la sucesión, del laurel ensangrentado de Franco a la corona de S. Fernando…

Porque la República no es sólo una bandera y un himno que se tremolan y cantan en las grandes ocasiones, o en las que el pueblo engañado, humillado y empobrecido, grita su dolor al cielo de Madrid, de Barcelona o de nuestra Asturias, sino que la República es, sobre todo, una forma de gobierno que supone que en ella, solo el pueblo, todo el pueblo, igual y libre, es el poder… La República es el pueblo convertido en poder soberano, puesto al servicio del mismo pueblo.

Y cuando se calibra, cuando se valora, cuando se busca remedio a los grandes males de nuestro tiempo, sea por medio de la manifestación, o de la concurrencia, surge de forma natural y de una manera cada vez más extendida la manifestación de la querencia republicana; o sea, la República convertida en esperanza.

El franquismo usó la República, como las madres usaban el esperpento del hombre del saco, «sino duermes, sino comes…, vendrá…». Decir República, durante los cuarenta años del franquismo, era tanto como decir, sangre, odio, guerra. Cuando en realidad, sangre, odio y guerra, fue el resultado de su «glorioso y carísimo movimiento nacional».

Agotada nuevamente la burbuja borbónica, como se agoto en 1868 y en 1931, revive el sentimiento, la aspiración, el gran anhelo republicano. Los ciudadanos libres tenemos que unirnos para avivar y fortalecer esta creencia; para que sembrada la fe republicana por capitales, ciudades, villas y aldeas, se convierta pronto en alternativa a las miserias morales, políticas y materiales de este momento final de época, que no ha de detener ni hagiografías post morten, ni embelesamientos apócrifos.

No podemos seguir viviendo, si somos ciudadanos libres e iguales, bajo el despotismo de un «Jefe» que se cree que él lo es todo y que los demás no somos nada. La democracia se cuartea con la tiranía de un grupo, partido o gobierno, cuando gobierno, grupo y partido, se jactan de dictar leyes que chocan directamente con la manera de pensar, libre y laica, de una parte, cada vez más importante de la ciudadanía.

La República, lo pedía Melquiades Álvarez hace más de cien años, «ha de representar, contra la estéril ficción del régimen actual, la verdad, para que de una vez vibre el alma nacional». «Hay que destituir al Padre Montaña, como preceptor del Rey», reclamaba el orador gijonés en la misma ocasión parlamentaria. Hoy tenemos que destituir no al Padre Montaña, sino a todo un batallón de montañeros que, después de ganar sus respectivas oposiciones, han repartido el cuerpo del gobierno central y todos sus tentáculos, y que, al parecer, garantizadas con el presupuesto nacional, y otros «extras extraños», sus cómodas existencias, pretenden asegurarse, implantando leyes neocatólicas, la eternidad feliz en los cielos; mientras el pueblo, queda al servicio de sus zorros.

La política, en el ágora y en el Parlamento. La devoción, en la iglesia. Y el confesionario, para impetrar el perdón de los pecados, sean de carne o de dinero, tras restituir el honor y lo robado…

¡Monarquía, no; gracias!. ¡¡República, señores, República!!

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail
Facebooktwitterlinkedinrssyoutube

Comentarios

comentarios