Fallece el dirigente comunista asturiano Fausto Sánchez García (1928-2020)

04/04/2020 por

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Su dilatada vida política y humana es una lección permanente de espíritu de sacrificio, humildad, de dotes pedagógicas, de honestidad, de entereza y de coherencia con su militancia comunista.

Benigno Delmiro Coto 02/04/2020

Fausto Sánchez, maestro de comunistas Fausto Sánchez García habría cumplido el próximo 10 de abril noventa y dos años. En el prólogo a su libro biográfico Fausto Sánchez García. Una vida comprometida con la clase obrera (Ediciones Trabe, octubre de 2019), Gerardo Iglesias escribía:

Un hombre íntegro

Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana.
Que sepa reír de sus errores
Que no se envanezca con sus triunfos.
Que no se considere electa, antes de hora.
Que no huya de sus responsabilidades.
Que defienda la dignidad humana.
Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez. (Mario de Andrade)

Estas palabras del poeta bien pueden servir para definir de algún modo la personalidad de Fausto. Una personalidad forjada en todo tipo de dificultades y sufrimientos. Miembro de una modesta familia trabajadora, tuvo una niñez muy desafortunada. Por su condición social, la escuela le cerró prácticamente las puertas; solo pudo aprender las “cuatro reglas”. Las necesidades económicas le arrastraron tempranamente a uno de los más duros trabajos de la industria: la minería del carbón. Y allá en las entrañas de la tierra encauzaba su innata rebeldía frente a toda injusticia, afiliándose al Partido Comunista. Se trataba de una firme decisión, de un compromiso de por vida con la defensa de los intereses de las clases trabajadoras, la democracia y la justicia social.

A partir de aquí, a un pasado de enormes dificultades presididas por el hambre y el duro trabajo, se sucedía una persecución implacable a manos de la policía política y de los Tribunales del régimen de Franco. Una persecución que le arrastró por la fuerza, reiteradamente, a cuarteles y comisarías, donde sufrió brutales torturas, como él mismo describe en su biografía. Tampoco escapaba a la cárcel, donde pasó algunos años. Y, cuando pudo zafarse de las garras policiales, hubo de asumir largas temporadas de vida clandestina, sin abandonar las tareas políticas que tenía encomendadas, con el riesgo que ello implicaba, ocultándose en casas de confianza y en pajares.

Nació en Riparape, sito a tres kilómetros de Sama de Langreo, el 10 de abril de 1928. Allí habían levantado sus padres una casa, en el entorno de la familia de su madre. Compraron una cuadra a sus abuelos y, a partir de ella, fueron añadiendo las diferentes estancias de la vivienda. Y, de allí mismo, era también su bisabuela. Ciento treinta vecinos ocupaban en esa época las treinta casas habitadas. Su padre, Manuel, había emigrado desde Vilachá, en la provincia de Lugo, en Galicia, para trabajar como minero en La Nueva (Pozo San Luis). A la sazón, debía de tener unos dieciocho años y, seguramente, empezaría con la categoría de guaje (pinche). Fausto se crió con la familia de sus abuelos maternos. Se llamaban Benjamín y Matilde. Ambos eran naturales de Riparape. Habían tenido nueve hijos y su madre era la primogénita. La grey infantil de Riparape la formaban una treintena de niños y niñas. Al parecer, Fausto era de los más inquietos. Sus abuelos tenían caballos en la hacienda. El único juguete del que pudo disponer fue un caballito con una base de madera. Un día muy lluvioso se formó un charco enorme delante de la casa. Tal como él veía hacer con los caballos de verdad, llevó el suyo de juguete a beber en aquel estanque. Pero, como era de cartón, la base se fue rápidamente por un lado y el cuerpo por el otro. Recordaría ya para siempre la llorera incontenible que le acometió ante aquel súbito desastre.

Los niños y las niñas andaban entonces descalzos por todos los lados, incluido el monte. Y las alpargatas, cuando disponían de ellas, eran de tela y esparto o de goma. Solían durar un mes como mucho, y eso, si se usaban poco. Para que se conservasen más, jugaban a la pelota con los pies desnudos. Aquellos balones se hacían con trapos que iban embutidos en una media o en un calcetín y se amarraban con cordeles. Los pies siempre estaban heridos por el contacto con las piedras de los caminos, que eran los espacios utilizados para los juegos infantiles.

Al acabar la Guerra Civil en Asturias, y como aquí se pasaban tantas penurias, sus padres decidieron que se fuera a vivir un tiempo con la familia gallega paterna de Vilachá. Allí había boroña, pan abundante, tocino, manteca, requesón, caldo, cocido, etc. Los jamones y los lacones se vendían para poder comprar aceite y otras cosas básicas. Así fue que, a los catorce años, era ya tan alto como lo fuera de adulto. Estuvo en Galicia desde 1939 a 1944: desde los once a los dieciséis años y siempre recordaría aquella estancia como una experiencia inolvidable.

A los dieciséis años ya trabajaba dentro de la mina, en el pozo Candín (Langreo); pero, como no estaba contento con las condiciones de trabajo, pidió modo como picador en el Pozo Fondón. Siempre tuvo claro, como principio básico, que tendría que trabajar duro; pero, también, que debería cobrar el sueldo en correspondencia justa con las labores realizadas. Allí se topaban con mil problemas: las minas estaban mal postiadas, había peligro de accidentes, los martillos neumáticos tenían poca presión, muchísimo polvo, en las duchas el agua estaba fría y los cristales de las casas de aseo rotos. Se trabajaba con unas alpargatas que duraban poquísimo, sin calcetines. En la cabeza, una boina. La lámpara para iluminar en el tajo era de benzina, con una llama diminuta, que no alumbraba nada: era lo mismo que trabajar a oscuras. Tenía un vaso para que la llama no saliese e inflamase el grisú. El carbón se sacaba afuera con mulas y vagones.

Entraba con el relevo de las ocho. Eran unos setecientos obreros. Se trabajaban todos los días de la semana, excepto los domingos. Su espíritu inconformista pronto le ocasionó problemas. Y todo porque se sentía muy mal a gusto con aquellas condiciones laborales lamentables. Las perchas estaban muy juntas y no había apenas espacio para colocar la ropa. Se salía mojado y no existía un lugar en donde secar la ropa. Una sola caldera para calentar el agua, pero que no abastecía a los tres relevos de cada día. Los que primero llegaban eran los únicos que podían tener el agua caliente. Así que había carreras para subirse a la jaula al acabar la jornada.

Y resulta que allí estaban unos compañeros que redimían pena de cárcel con el trabajo y que, al mismo tiempo, organizaban pacientemente al Partido Comunista de España. Tenían un tacto comunicativo impresionante: comentaban cosas sobre lo que se había dicho en Radio Pirenaica o que si esto o lo otro. Querían proporcionar información fidedigna y luego que cada cual pudiera tener opinión sobre lo que pasaba alrededor. Trataban de las reclamaciones profesionales, las libertades democráticas, las huelgas, etc. Por entonces, todo lo que le decían a Fausto le sonaba a música celestial.

El primer encuentro que tuvo con el Partido fue en el año 1957. Se entrevistó con Mario Huerta, a quien llamaban “el hombre del sacu”, como los que andaban pidiendo limosna por las casas. Se lo presentó Juanín Zapico, el de la Cantera, que estaba picando en el pozo Fondón. Mario tenía una gran capacidad política y sensibilidad a raudales. Dormía en un agujero, de ahí que llevase con él siempre un saco. Se refugiaba encima de La Nueva, en La Mosquitera. Dormía entre unas rocas en el suelo.

En aquella ocasión, hablaron más de dos horas. Y lo que hizo Mario, en realidad, fue examinar a Fausto a fondo. Le hablaba de la situación política; pero, en lo que más insistía, era en las condiciones de la vida laboral dentro de la mina, y de eso sí que sabía él bastante porque lo sufría a diario. Y Mario le dio el visto bueno; porque, desde aquel momento, ya empezó a adquirir responsabilidades en el Partido y eso ya para siempre. Lo que le llevó a pasar muchas veces por los interrogatorios policiales y pasar por la cárcel en dos ocasiones.

En la primavera de 1967, Luisa y Fausto vivían en Francia y ya estaban decididos a volver a España. Entonces, el camarada Melquisidec Rodríguez Chaos, responsable del Partido para la emigración, les propuso, asumir una nueva responsabilidad. Se trataba de un trabajo de gestión dentro del Club Federico García Lorca de Bruselas. Se iban a trasladar a un nuevo local, cerca del mercado de los pollos, y se necesitaba una pareja de camaradas capaces y dispuestos a trabajar allí con dedicación plena por un periodo de tiempo limitado. Y allí estuvieron hasta mayo de 1968 cuando, con Luisa embarazada, decidieron venir a España a tener a su hija Katia.

Fausto Sánchez García es una de esas personas imprescindibles, porque le ha tocado luchar toda su vida y con casi noventa y dos años, no ha decaído su espíritu de combate en ningún momento. Añade otra cualidad poco común entre los dirigentes políticos: es, en lo esencial, una buena persona. Fausto podría perfectamente tomar para sí mismo aquellos versos con los que se retrataba el poeta Antonio Machado:

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Fausto ha dedicado toda su vida a su ideal, a su partido y, sobre todo, a las personas menos favorecidas por su posición económica. Por eso de él nadie podrá hablar mal; ya que su dilatada vida política y humana es una lección permanente de espíritu de sacrificio, humildad, de dotes pedagógicas, de honestidad, de entereza y de coherencia con su militancia comunista.

En la novela del profesor Alejandro Álvarez López, El médico que no quería morir. Vida y muerte de Lodario Gavela Yáñez, un grupo de milicianos en el frente de Asturias, en plena Guerra Civil, se preguntan por lo que es la dignidad: “No dejarte morir mientras no te maten… Quiero decir que la dignidad es no dejar que te pisoteen, ni que te humillen, ni que te sometan, ni que te avasallen… es rebelarte contra lo que consideras injusto… se trata de mantenerte en pie mientras no te maten”. Son palabras que podrían haber sido pronunciadas y, en este mismo orden, por Fausto.

Pocos dirigentes han estado como él tanto tiempo resguardando el aparato de propaganda y corriendo, por tanto, los mayores riesgos, cuando la dictadura golpeaba mucho y fuerte.

En el epílogo del libro biográfico de Fausto, Francisco Prado Alberdi escribió:

La vida de Fausto es una vida “comprometida con la clase obrera”, su clase. Es una vida que nos sirvió de referente a muchos y que debería enseñar a otros muchos: enseñarles a rebelarse, a no aceptar nada como inmutable, a organizarse con los iguales, a luchar contra la indignidad. La vida de Fausto es una vida de acción política. Fausto fue, y sigue siendo, un político, un político que poco tiene que ver con lo que hoy se conoce como tal. Hoy, cuando para muchos la política es una acción institucional, un puesto remunerado, en muchos casos muy bien remunerado, una carrera en la que hay que escalar y, sobre todo, permanecer; hoy cuando la política parece una profesión las vidas como las de Fausto, que hicieron de ella un compromiso, un instrumento para construir un mundo mejor, deben ser un ejemplo y servir de reflexión.

El día del Homenaje que le brindaron sus camaradas, amigos y amigas en La Felguera, Langreo, el 26 de octubre de 2019, Fausto decía en el escrito que leyó su nieta Alba Castaño Sánchez:

Todo lo que me correspondió hacer a mí formaba parte de una lucha colectiva en la que yo solo fui un eslabón más dentro de una cadena histórica larga y potente sostenida por el Partido Comunista de España. Hice todo lo posible siempre en todas las fotos para no aparecer en primera fila. Y, cuando dejé todos los cargos de dirección del Partido, me dediqué a vender sesenta periódicos de Mundo Obrero yendo de casa en casa, por una obligación que me impuse a mí mismo como militante de base.

En definitiva, que no era mi vida estrictamente personal lo que había que contar; sino que se trataba de reflejar desde dentro, aunque solo fuera mínimamente, la vida del Partido más combativo de la oposición antifranquista, el de la Reconciliación Nacional, el que tuvo el coraje de condenar la intervención de los tanques soviéticos en Checoslovaquia contra “La Primavera de Praga”, en enero de1968. El mismo Partido que también había logrado la consolidación de las Comisiones Obreras: una fuerza de tal calibre que el penúltimo gobierno de Franco las consideraría el principal enemigo del régimen, muy por delante de todas las demás organizaciones.

No debiera olvidarse jamás la inmensa contribución de los presos políticos: unas personas que eran apresadas, pasaban por las comisarias y sufrían aquellos interrogatorios temibles y las torturas. Eran encarceladas muchas veces en prisiones alejadas de sus hogares lo que obligaba a sus familiares a hacer viajes penosísimos. Pues bien, cuando salían con la condena cumplida, volvían a ponerse en primera fila de la lucha que continuaban. Y este combate fue permanente.

Las mujeres organizaban las familias para repartirse el hambre, es decir, para ayudarse unas a otras entre tantas necesidades. Para ir a los comercios y apuntar en una libreta todo lo que se llevaba fiado con la intención de poder más adelante saldar aquellas deudas. También organizaron comedores para los niños y las niñas. Había que acudir a los centros de trabajo, a la salida de los relevos, a pedir ayuda y, a veces, tenían que soportar escenas desagradables. Para colmo, si necesitaban algún certificado para cualquier cosa, incluso eran maltratadas sin miramiento alguno en las dependencias de la administración.

Sin la ayuda de las mujeres nada se hubiese conseguido. Ellas movían la propaganda y fueron claves en la custodia de las máquinas que la imprimían. Algunas tuvieron que salir fuera de España para aprender a usar las multicopistas, en una época en la que la propaganda del Partido fue seguramente la mayor industria editorial de Asturias. Y los hijos y las hijas metían por debajo de las puertas de los huelguistas los sobres con el dinero que venía de fuera para ayudarlos a resistir, acudían a las manifestaciones y llevaban palos, como le ocurrió un día a mi hijo Florín. Introducían también en las casas las octavillas tanto del Partido como de Comisiones Obreras.

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