DISCURSO DE GERARDO IGLESIAS EN LA EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA DE LA GUERRILLA ANTIFRANQUISTA. sept 2013OVIEDO,

06/09/2013 por

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DISCURSO DE GERARDO IGLESIAS EN LA EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA DE LA GUERRILLA ANTIFRANQUISTA. OVIEDO,

2. 9. 2013 Alcalde, señoras, señores, compañeros y amigos. Buenas tardes. Me van a permitir que mis primeras palabras sean de agradecimiento al alcalde de Oviedo, por su presencia en este acto, por sus palabras, y por dar su apoyo para que la colección fotográfica se exponga en este lugar privilegiado del centro de la ciudad.

Una exposición cuya finalidad es reivindicar la memoria, el honor y los derechos que asisten a las personas que tuvieron la dignidad y el coraje de enfrentarse a la dictadura fascista de Franco en sus momentos más espantosos, y que lamentablemente siguen siendo ignoradas por las altas instituciones del Estado. Gracias a todos los grupos municipales del ayuntamiento de Oviedo que así mismo han dado su apoyo para que esta sala acoja la exposición fotográfica. Gracias a los concejales de IU, Roberto Sánchez, Emilio Huerta y Alejandro Suárez, porque de ellos partió la iniciativa de exponer aquí la colección. Y no puedo olvidarme de Adolfo Saro, Luis Miguel Fernández, Antona Luengo, Juan Luis Ruiz y Rubén García, quienes asumieron con empeño, imaginación y cariño la organización del evento. Gracias, amigos. Gracias a todas las personas presentes por su asistencia a este acto. Y quiero dedicar un saludo muy afectuoso a los familiares de guerrilleros que se encuentren en esta sala, y a los que no están.

Paso ya a presentar la Exposición. Les diré, en primer lugar, que en la recopilación de los datos biográficos y las fotografías me han ayudado las familias de los guerrilleros y otras personas amigas. No las nombro porque se haría muy larga la lista; eso sí, quiero expresarles desde aquí mi más sincero agradecimiento por su colaboración. Y como hecho que no deja de ser anecdótico, sepan también que los marcos, el diseño de los cuadros y los textos a pie de foto, escritos de puño y letra, es resultado de mi vocación de artesano. Como verán es una colección presentada en forma sencilla, en la que no obstante he puesto mucho cariño por la admiración que siento hacia todas aquellas personas que empuñando las armas o con las manos desnudas sufrieron y murieron luchando por la libertad de España, frente al fascismo. Lo hicieron defendiendo el Gobierno legítimo nacido de las urnas en febrero de 1936 y bajo la bandera constitucional de la II República.

Era de justicia que a nuestros guerrilleros, con la llegada de la democracia, se les reconocieran sus sacrificios y sus derechos como combatientes antifascistas, lo mismo que se les ha reconocido en otros países a quienes lucharon por la misma causa y contra el mismo enemigo. Es el caso, para no ir más lejos, de dos personas representadas en esta Exposición, que combatieron en la Resistencia francesa contra los nazis: los asturianos Cristino García Granda y José Vitini Flórez. Ambos tienen el reconocimiento del Estado francés de Héroes Nacionales y, honrando su memoria , numerosas calles y monumentos del vecino país lucen sus nombres. En España no solo son unos desconocidos, sino que, si pidiéramos información sobre ellos al organismo correspondiente del Estado, nos dirían que se trata de dos “bandoleros” y que como tales fueron fusilados en los años cuarenta.

La cuestión es que a nuestros guerrilleros no solo no se les ha reconocido ningún derecho, sino que en sus expedientes siguen apareciendo con los estigmas de “bandoleros”, “forajidos”, etc. No son los guerrilleros los únicos olvidados por el Estado democrático. Lo son en mayor o menor medida todas las víctimas de la Dictadura. Si personalizo en ellos el olvido ultrajante se debe a que, de todas las víctimas, ellos son los que recibieron peor trato. Se podría decir que al llegar la democracia, sin ningún derecho que les asistiera y estigmatizados, han sido arrojados a un degradante exilio dentro de su propio país. El olvido de las víctimas de la Dictadura se hace más hiriente y provocador cuando vemos que permanecen por toda España estelas, nombres de calles, títulos de gloria y todavía estatuas, dedicado todo ello a los servidores de la Dictadura; cuando leemos que en el Alcázar de Toledo, hoy Museo del Ejército, se da trato de Generalísimo y Héroe de España al tirano; cuando vemos cómo en la Academia de la Historia, financiada con fondos públicos, se permite hacer la apología de Franco, ignorando la represión y los crímenes, a la vez que se dulcifica la naturaleza totalitaria y fascista de la dictadura, presentándola como “dictablanda”.

Hace pocos días leíamos que el Gobierno no va a aplicar la llamada Ley de la Memoria Histórica respecto del Valle de los Caídos (o sea, convertir ese monumento a los criminales en recordatorio a los muertos de ambos bandos), porque ello-dicen- reabriría viejas heridas. No conformes con colocar en una insultante equivalencia a víctimas y verdugos, quieren mantener el fantasmagórico monumento como homenaje a estos últimos. Hay más sobre esto. El gobierno ha destinado un presupuesto de 215.000 euros a obras en el Valle de los Caídos y, ¡¡casualidad!!, la adjudicación del contrato de las obras ha tenido lugar el pasado día 18 de julio. Hace escasos meses la Delegada del Gobierno en Cataluña rendía homenaje, en un acto de la Guardia Civil, a una representación de la División Azul; esto es, a los que en su día lucharon en las filas de los ejércitos nazis frente a los Aliados. ¿Podría ocurrir cosa igual en cualquier otro país europeo sin que se armara un gran escándalo y tuviera consecuencias?. Creo que no. Aquí no pasó nada. Recientemente, el alcalde de Baralla, Lugo, decía que los que fueron condenados a muerte por Franco “sería que se lo merecían”. Una corrida de toros en Pinto estuvo presidida por una gran pancarta en la que rezaba lo siguiente: “Adolf Hitler tenía razón”, y como fin de la cita, una cruz gamada. Lo más grave no es que unos individuos la hayan colocado; lo más grave es que no pasó nada, ni siquiera una condena de las autoridades locales.

Nada menos que el portavoz adjunto del PP en el Congreso de los diputados se permite afirmar que la República fue responsable de “un millón de muertos”, además de equiparar la bandera republicana con los símbolos fascistas, en un intento de justificar la proliferación de estos últimos entre las juventudes de su partido, al punto de que algunos fiscales han decidido tomar cartas en el asunto. Parece ser. Lo dicho por este señor es tan falso y aberrante que solo se puede explicar porque sus únicas fuentes de información son la propaganda franquista, y se llenó la cabeza de soflamas como las de Queipo de Llano y el cardenal Gomá.

Todos estos hechos, que humillan y provocan a las víctimas de la dictadura fascista , además de poner de manifiesto los peligrosos flancos que tiene abiertos nuestra democracia, no parece que sea la mejor manera de cerrar las heridas, que permanecen abiertas por mucho que algunos digan lo contrario. De muy mala manera quieren pasar página los descendientes del franquismo sobre lo que supuso para España la Dictadura. No obstante, por mucho que se empeñen, el libro de la memoria no se dejará cerrar mientras no se haga justicia, lo que quiere decir ESCLARECIMIENTO Y CONDENA DE TODOS LOS DELITOS DE LESA HUMANIDAD (que no prescriben) Y RECONOCIMIENTO Y REPARACIÓN A LAS VICTIMAS, como manda el Derecho Internacional.

Sobre el argumento, tan recurrente como contradictorio e interesadamente falaz, de que “no hay que remover el pasado para no reabrir heridas”, vamos a ser claros: no se dice como llamada a la buena convivencia, se dice como amenaza; es el argumento del miedo. Subliminalmente se nos viene a decir: “No remuevan el pasado porque los vencedores de ayer siguen presentes y pueden volver a desenvainar los sables”. Es como reconocer y advertir que vivimos en una democracia en libertad vigilada. Y, señoras y señores, la buena convivencia no puede basarse en el miedo, ni en la aceptación de que fascismo y antifascismo son términos equivalentes. O todavía peor: culpando a la República de los muertos en la guerra y, al parecer también de los que eliminó la dictadura en la larga posguerra; olvidando quiénes fueron los autores de la sublevación, y sus declarados planes de exterminar a todos los que no pensaran como ellos.

La II República fue el primer régimen democrático que tuvo España. Su bandera, pues, es símbolo de un régimen constitucional democrático, y como tal ondeó hace escasos días en el ayuntamiento de París, con motivo de la celebración del aniversario de la derrota del fascismo. Los símbolos fascistas evocan algo espantosamente contrario: genocidio, campos de exterminio, hornos crematorios…; y también las tapias del cementerio de Oviedo y de tantos cementerios, el Pozo Funeres o el pozo Fortuna de Turón, “los paseos”, las fosas comunes, las violaciones de mujeres, el robo de niños, los” pudrideros”, así llamaba Miguel Hernández a las cárceles franquistas… La buena convivencia, la concordia, tiene que basarse en el arraigo social de una cultura democrática, de respeto a los Derechos Humanos y de rechazo categórico al racismo y a toda tendencia totalitaria. Lo que no invita, casualmente, a pasar página sobre el pasado reciente, sino a todo lo contrario.

Para que cale en la sociedad una sólida cultura democrática y antifascista HAY QUE ABRIR TODAS LAS PAGINAS DEL LIBRO DE LA MEMORIA. No se puede hurtar ni falsificar el periodo de la historia que va desde aquel 18 de julio hasta la muerte del tirano. Y la ciudadanía debe conocer la verdad de cómo se hizo la Transición, que no fue el resultado de un pacto aceptado en libertad, sino aceptado por las fuerzas de la oposición democrática en medio de las amenazas de importantes sectores del Ejército y de lo que fue conocido como “el bunker”. No solo fueron amenazas; también crímenes, como el de los abogados de Atocha.

Para que la sociedad se arme de sólidos valores democráticos no hay que suprimir la asignatura de la educación para la ciudadanía, hay que reforzarla, haciendo entrar en los centros de enseñanza un relato basado en los hechos, consensuado y escrito por historiadores demócratas, de lo que verdaderamente fue el franquismo. Esa es la mejor manera de prevenir que hechos similares no vuelvan a repetirse. El señor González Pons declaró hace unos días que los que exhibían símbolos fascistas no tenían cabida en su Partido; pero añadía: “esos chicos no tienen idea de lo que significan”. Aceptemos por un momento que es así. ¡Es lo que trae la impunidad , el secuestro de la memoria democrática, porque que les estorba!. Es evidente que hay sectores de nuestra sociedad que carecen de cultura democrática. Si no fuera así cómo podrían explicarse los hechos ultrajantes que he venido señalando. Hay carencia de cultura democrática y mucha herencia del pasado. ¡Para qué vamos a engañarnos!. Sí. Mucha herencia del pasado transferida al régimen constitucional por el coladero de la “modélica” Transición. Y que es causa muy importante de haber llegado a donde estamos. Me refiero a la alarmante situación de crisis de todo orden que vive España.

No voy a detenerme tan siquiera a hacer un retrato de la misma, porque de todos es conocida y la mayoría la sufre. Para no cansarles, simplemente apuntaré algunos de los elementos que la definen. La crisis económica ha sido causada por las políticas especulativas y la avaricia de los poderes económico-financieros, ante la ausencia de regulación y control.

El coste de la misma la pagan esencialmente los trabajadores por cuenta ajena y por cuenta propia, en forma de desempleo masivo, cierre de infinidad de pequeños negocios, desahucios, recortes en los salarios, en las pensiones y en todas las partidas sociales; recortes drásticos incluso en la investigación, de la que depende el progreso de España. Y para más inri, se inyectan cantidades multimillonarias, con cargo al Estado, para salvar a los responsables. El hambre y la malnutrición, que se creían superadas para para siempre, han vuelto a España. Junto a todo esto el Gobierno lleva a cabo una serie de contrarreformas que no tienen carácter económico, sino ideológico, y que afectan a los derechos laborales, a la sanidad, la educación y los medios de información públicos; a la regulación del aborto; a la legislación sobre derechos y libertades; a los privilegios de la Iglesia Católica, en este caso para aumentarlos. Etc.

Por otra parte hay un intento de recentralización del Estado. Se trata de todo un proyecto involucionista que en algunos casos nos retrotraen a situaciones neofeudales y que lleva camino de devolvernos al nacionalcatolicismo. Luego está la crisis político-institucional, crisis del Sistema. La desafección social a la política cobra proporciones verdaderamente alarmantes, y lo mismo a los partidos y a los políticos. Aunque no sería justo afirmar que todos los partidos y todos los políticos son iguales, lo cierto es que la sociedad los descalifica más o menos a todos, porque “no nos representan”. Esto es lo que se grita en la calle. El descrédito de la institución monárquica era inimaginable no hace tanto. El descrédito de la justicia es así mismo palpable, principalmente porque los grandes ladrones de cuello blanco andan libres por la calle. Los dos grandes partidos, pilar del edificio diseñado en la Transición, están en caída libre. Y no podemos olvidarnos del problema catalán.

Como corolario del asfixiante panorama, tenemos la insoportable corrupción, que afecta a numerosas instituciones públicas y privadas y que adquiere especial gravedad al alcanzar de lleno al partido que nos gobierna. ¿Cómo hemos podido llegar a tal extremo de descomposición del sistema y de ruina del país?. Se nos querrá hacer creer que todo viene determinado por una crisis importada. ¿Acaso también la corrupción generalizada es obra de manos extranjeras?. No. Es evidente que la crisis financiera internacional, unida a las recetas de la Troika, aplicadas como dogma de fe, han incidido en nuestro desastre económico. Pero eso no explica la mayor parte del problema que tenemos.

Es así mismo cierto que la crisis de los partidos tradicionales y la falta de cauces para la participación democrática no es una cuestión particular de España, si bien aquí cobra mayores proporciones debido a la corrupción; a la más completa ignorancia de las promesas electorales: el presidente del Gobierno se permite decir, sacando pecho, que él no ha cumplido las promesas electorales, pero que ha cumplido con su deber, o sea, él se debe a los deseos del gobierno alemán, del Fondo Monetario Internacional, a los intereses de los poderes económico-financieros; a los ciudadanos que le votaron, que les den… Ni siquiera se guardan las formas democráticas en la manera de gobernar. No hay más que ver que el Gobierno tiene mayoría absoluta y, sin embargo, con el mayor desprecio al Parlamento, gobierna básicamente por decreto. Y explicaciones sobre lo que pasa, pocas o ninguna. Igual es mejor así. Porque, probablemente irriten más a los ciudadanos las mentiras que el silencio.

El gran problema nos viene de la Transición. No hubo ruptura con el régimen fascista. La ley de Amnistía certificaba la impunidad de los crímenes de la dictadura, toda vez que decretaba el olvido de las víctimas. O sea, las víctimas perdonaban a los verdugos sin que éstos tuvieran que pedírselo. Todavía peor. Como quienes llevaron la batuta en la Transición fueron los herederos de la Dictadura, la ley de amnistía aparecía como un acto de generosidad de los franquistas. O sea, eran ellos los que nos perdonaban. Naturalmente, esto no contribuía al florecimiento de una sólida cultura democrática, en la medida en que, cuando menos, se presentaban como equivalentes franquistas y antifranquistas. Tanto es así que, treinta y cinco años después de la entrada en vigor de la Constitución, las altas instituciones del Estado aún no han hecho una condena explícita del golpe militar del 18 de julio y de la dictadura. Tienen que hacerla otros países, para vergüenza del nuestro. El Congreso de la R. Argentina acaba de hacer una condena rotunda de la impunidad de los crímenes de la dictadura franquista. En este mismo país hay abierta una causa judicial por lo mismo. Y, entre tanto, el juez Garzón permanece expulsado de la carrera judicial. ¡Ya saben por qué! Esta clamorosa anormalidad, a la vista del Derecho Democrático Internacional, tal vez se explica en parte porque aceptamos un Jefe del Estado, designado por Franco, que en 1969 se comprometía ante las Cortes de la Dictadura en los términos siguientes: “Recibo de su excelencia, el jefe del Estado y Generalísimo Franco, la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936” La no ruptura con la Dictadura, llevaba aparejadas otras inconsecuencias, que habrían de pasarnos factura. Simplemente apunto dos de ellas: Una. La imposibilidad de democratizar los aparatos del Estado, permaneciendo en ellos las mismas personas y los mismos hábitos heredados del régimen anterior.

Dos. El mantenimiento de todo el entramado económico y financiero creado bajo la Dictadura y con el favor del dictador. Las dictaduras son regímenes, además de represivos, clientelistas y corruptos por naturaleza. Si las estructuras que les daban soporte se transfieren al régimen constitucional que las sustituye, el terreno seguirá abonado para que proliferen esas prácticas. Con una particularidad: con libertad de expresión, esas prácticas, son difíciles de tapar y cobran gran resonancia y escándalo público. Pues bien. Sobre este terreno contaminado se alzó el nuevo edificio político de la Transición, basado en el bipartidismo. Los sistemas bipartidistas, defendidos con el argumento de la estabilidad política, tienen una característica común: se sostienen amarrados al neoliberalismo. Y en España, por las circunstancias que he intentado explicar, juega con más ventaja el partido de la derecha, en este caso el PP, para retrotraernos al feudalismo, si le place, que el PSOE para traspasar los límites del sistema establecido y avanzar hacia una sociedad que se aproxime a las ideas del socialismo. No se puede negar que los gobiernos del PSOE han hecho cosas importantes, en las políticas sociales, en la defensa de los derechos humanos, en la igualdad de género, etc. Pero en las políticas económicas, que son la madre del cordero, se han adaptado al guion del liberalismo.

Reitero y resumo: la situación que vive hoy España tiene en gran medida sus causas en cómo se hizo la Transición. ¿Se podía haber provocado la ruptura y no cargar con un pesado lastre de la Dictadura?. Creo que no. Pero en este caso mi opinión no tiene mucho valor porque, dentro de la responsabilidad política que yo tenía en aquellos momentos como miembro de la dirección del PCE, fui uno de los que votó a favor de mantener la monarquía y la bandera, lo que equivalía a aceptar que no habría ruptura con el anterior régimen. En todo caso los hechos fueron los que fueron. ¡Pero han pasado 35 años!.

¿Podemos a estas alturas seguir aceptando que no hay que tocar nada del edificio de la Transición, mientras vemos cómo se desmorona, corroído por la corrupción, el descredito de los partidos, de la institución monárquica, del poder judicial…, con unos márgenes de democracia que se está quedando en casi nada, y mientras el Gobierno atiza la indignación social con sus políticas involucionistas?. ¿Podemos seguir siendo el único país que sufrió el fascismo y que no lo condena?. No parece aconsejable dejar que se pudra más la situación, sin peligro de un estallido social o de que aparezca algún salvador de la patria?. Sobre esto último ofrecimientos ya hubo. Pienso que la situación requiere la apertura de un proceso constituyente (o si se quiere una segunda transición), que se desprenda de toda herencia del pasado reciente, comenzando por anular la ley de amnistía del 77, para acabar con la impunidad y el olvido de las víctimas de la dictadura. A partir de ahí se podrá crear una sólida conciencia social democrática, como la mejor garantía de un futuro en paz y en democracia.

Porque, señoras y señores, la última palabra de la democracia no la dicen los votos; la dice una sociedad bien armada de los valores democráticos, que es en último término lo que puede impedir cualquier intento de volver al pasado o de convertir la democracia en papel mojado.

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