Indignados

23/05/2011 por

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Indignados

Esta apasionada indignación de la sociedad civil también podría ser una justa indignación política

22/05/2011 00:00 /

Miles de españoles -la mayoría, jóvenes; pero también personas de edad plenamente madura- se han decidido a manifestar públicamente su indignación contra la clase política; contra sus organizaciones tradicionales (los partidos); contra la profunda y grave crisis del bienestar social que inducen, por un lado, la dura crisis económica; y por el otro, los indecentes juegos de manos del capital financiero. Una creciente masa coral se ha decidido a levantar la voz para expresar su indignación contra el sistema que, desde hace tres décadas y media, monopoliza la actividad de la vida pública española a través de unas instituciones políticas, teóricamente democráticas, que están actuando pensando más en ellas mismas que en los intereses generales de la sociedad a la que dicen representar. Esta apasionada indignación de la sociedad civil, que ahora se manifiesta por las calles y en las plazas de este país, alzando la voz es más una crítica a un sistema interesadamente improvisado para salvar los muebles de una decimonónica dictadura cívico-militar, aunque también podría ser, al mismo tiempo, una justa indignación política, que reacciona cuando ya es imposible disimular por más tiempo las “trampas saduceas”, que hicieron posible aquel episodio histórico llamado Transición.

 

Esa masa civil que protesta pacíficamente en vísperas de otra convocatoria electoral orgánica -aunque disfrazada de “sufragio libre, secreto y universal”, como todas las anteriores desde 1977- no tiene antecedentes nacionales próximos que nos permitan considerarla como habitual y propia de la democratización de la sociedad española. No estamos ante una contestación social tradicional. Ni tan siquiera la sociedad civil de hace poco más de tres décadas se atrevió, en su momento, a mostrar públicamente su indignación política cuando se produjo aquel fraudulento traspaso, por decreto, de unos poderes dictatoriales a un sistema calificado como democrático.

Pero es que tampoco podríamos asegurar con certeza que estamos asistiendo a un espontáneo calco de aquel mayo parisino de 1968, que sacudió la historia civil y política de Europa hace cuarenta y tres años. Ni tan siquiera se podría afirmar que esta rebeldía de la mayoritariamente joven sociedad civil española responde exactamente a las mismas premisas que provocaron la reciente rebelión civil de los países del norte de África, a orillas del Mediterráneo. Yo creo que la única afinidad posible entre esta indignación colectiva de las nuevas generaciones de españoles (nacidas después del franquismo orgánico) y las recientes de los países árabes es la universal red catódica de Internet. Por ahora el único instrumento -o herramienta electrónica- que permite poner en marcha una “Internacional” en menos tiempo del que canta un gallo.

Quizá sea demasiado pronto para convencerse de que lo que realmente está en crisis, en este singular país, es el propio sistema que se ideó precipitadamente para salvar al franquismo de su inevitable naufragio ideológico y político; probablemente, sea demasiado pronto para que nos demos cuenta (todos) de que el sistema elegido para el “cambio” de aquella sociedad política española está agotado. Yo creo que está agotado desde hace bastantes años. Primero, pensé que sería una más de mis manías personales; pero, después, me convencí de que el conflicto no estaba en mí sino en la manía que tenían los demás: creer ciegamente que la Transición había sido una delicada obra de orfebrería medieval; una joya que nos duraría toda nuestra vida. Y la vida de los que llegaran detrás de nosotros… La actual masa coral de indignados contra el sistema “transitivo”, construido mezclando las leyes franquistas con las leyes democráticas (la celebrada fórmula: “de la ley a la ley”…), es tan oportuna como necesaria. Desconozco cuantos rebeldes con causa, sentados en la plaza pública para hacer visible su indignación habrán leído ese famoso folleto escrito -con el llamativo título de “Indignaos”-, por un nonagenario llamado Stéphane Hessel, pero no creo que sea necesario leerlo para sentir estallar en el alma la indignación de la dignidad humana abollada por la presión del poder económico y de su escudero el político.

Basta con darse cuenta de que las instituciones públicas, creadas para regular las actividades de los ciudadanos, para canalizar sus relaciones recíprocas y, por lo tanto, para usarlas como instrumentos indispensables al servicio de sus necesidades sociales y de sus aspiraciones cívicas, han caído en una profunda crisis política. Esto basta y sobra para justificar la indignación colectiva que, tan oportunamente, sirve de contracanto a la monótona, monocorde y monopolizada aria electoralista que entonan los líderes de los partidos que se disputan, por enésima vez, el monopolio del poder institucional que tan mal funciona desde hace poco menos de cuarenta años. Casi tantos como duró la opresión de aquella dictadura.

http://www.lavozdeasturias.es/opinion/Indignados_0_485351469.html

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