González Ruiz dejó Francia y pasó a España para luchar contra Franco

27/04/2010 por

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

González Ruiz dejó Francia y pasó a España para luchar contra Franco

González Ruiz dejó Francia y pasó a España para luchar contra  Franco

González Ruiz dejó Francia y pasó a España para luchar contra Franco

«Huyendo del fascismo» (Foca, 2009) es una especie de manuscrito encontrado por Julián Olivares -profesor de la Universidad de Houston encargado de la edición- en el que Juan Jesús González Ruiz relata 21 negros días que ocupan el desmoronamiento del frente de Cataluña, las dificultades para cruzar la frontera francesa y la decepción de encontrarse al otro lado rodeado de alambradas en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer. Lo curioso de este manuscrito es que, además de permanecer inédito hasta ahora, Olivares tuvo la oportunidad de entrevistar personalmente a González Ruiz en su casa de Caracas en los años 2004, 2006 y 2007, y estas entrevistas forman parte del libro, junto al facsímil del cuaderno de González Ruiz, su transcripción y un apartado de útiles glosas y notas. Como señala Olivares, hay algo que distingue este caso del resto de testigos del final de la contienda y la riada del exilio, y es que Juan Jesús González Ruiz no vivía en España cuando estalló la Guerra Civil, sino en Francia, desde donde pasó como guía de algunos refugiados vascos llegados a Burdeos después de la caída de San Sebastián e Irún.

Nacido en 1918 en Castejón del Ebro (Navarra), es el menor de cuatro hermanos y al igual que Nieves Cuesta quedará muy niño huérfano de padre. La familia emigra en 1928 a Burdeos, quedando Juan con una tía suya en Aguilar del Río Alhama (La Rioja). Seis meses después fallece la madre. En 1931 sus hermanos consiguen trasladar al resto de la familia a Burdeos. Allí Juan se interesará por el dibujo y allí se encuentra cuando estalla la Guerra Civil. Con el idealismo y el entusiasmo propios de la juventud, decide pasar la frontera para luchar contra Franco. Lo que escribió en Burdeos entre febrero y abril de 1939 fue el itinerario que siguió desde que la noche del 23 de enero planifica la salida de Barcelona hasta que el 14 de febrero a las 10 de la mañana abandona el campo de concentración de Argelès-sur-Mer: Mataró, Gerona, Figueras, La Junquera, Le Perthus. En la frontera, custodiada por senegaleses, ve a madres que pierden la razón y son separadas de sus hijos, otras que lloran con el cadáver de un bebé entre los brazos, hambre, miseria, desesperación, suicidios. Una vez pasada la frontera las cosas no mejoraron demasiado. No les dejan descansar hasta alcanzar el campo de concentración y cuando llegan hay que dormir enterrados en la arena: «Cada día que pasaba, se multiplicaban los muertos». Las entrevistas de Olivares a González Ruiz, más allá de algún despiste puntual como olvidar la infancia sevillana de Antonio Machado y decir que es de Soria, tienen tanto o más interés que el propio documento escrito por éste. La historia de vida que consigue Olivares con estas entrevistas convierte a González Ruiz en testigo privilegiado del devenir mundial entre los años treinta y la actualidad. Después de la guerra de España vino la Segunda Guerra Mundial y el protagonista de estas memorias trabajó en el consulado de Venezuela en Burdeos; más tarde, ocultando su pasado republicano, consiguió empleo como contable para los alemanes, que en ese momento construían una base submarina en Burdeos. Sin embargo, al final de la guerra trabajará para los americanos, primero en Marsella y luego en la reconstrucción de Alemania. Durante estas labores conoce a Margarita, que se convertirá en su mujer. La pareja, harta de guerras, acaba emigrando a Venezuela, donde González Ruiz ve oportunidad de hacer negocios.

«Los avatares de una vida» es el título que Julián Campo Zurita le puso a sus memorias, editadas por el Muséu del Pueblu d’Asturies. Son memorias con todas las de la ley, porque rara vez se consigue contextualizar la vida del individuo en la marcha colectiva de la historia como lo hace aquí quien fue maestro de Primera Enseñanza desde los trece años. Editado con profesionalidad por Leonardo Borque y Jesús Suárez López, con un prólogo pertinente y unos útiles apéndices que incluyen documentación del consejo de guerra al que se enfrentó el maestro, el expediente de depuración que se inicia contra él en 1937 y del que no se ve libre hasta 1961, cuando tenía 71 años y ya no podía ejercer su profesión, y algunos artículos periodísticos suyos en los que el lector puede entretenerse como extra, «Los avatares de una vida» no deja indiferente. Pasma, en primer lugar, la precisa memoria de quien conocía muy bien el mundo que le rodeaba y es capaz de insertar con milimétrica precisión su vida en el runrún general de su tiempo -únicamente un par de veces tiene algún desliz mínimo que los editores aclaran en nota.

Nacido en Madrid en 1891, Julián Campo Zurita era hijo de un tipógrafo que se casa con la hija de su patrona asturiana. Poco después el retoño recalará en la aldea de Priero (Salas) con su abuela y a ellos se unirán los padres con la ristra de los hijos que van llegando. El tipógrafo se reconvierte en maestro y el hijo mayor seguirá sus pasos. Será primero maestro interino por diversos pueblos de Salas hasta que en 1909 obtiene plaza en Igueste (Tenerife), donde permanece cerca de un año. Vuelto a Asturias tendrá que hacerse cargo de una parte de su larga familia y sigue rotando por algunas escuelas de Belmonte de Miranda y Pravia, hasta que en 1921 se casa y poco después se traslada con su mujer, Natividad, y los dos mellizos que le han nacido a Trevías. Allí permanecerá durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera, y allí recibirá con entusiasmo la II República, allí está cuando tiene lugar el Octubre del 34. Su siguiente destino será en 1935 como maestro de la escuela de la carretera de Ceares en Gijón. Allí lo coge la guerra y allí lo cogerán también las represalias que se tomarán contra él una vez que en octubre de 1937 las tropas de Franco toman la ciudad. Ingresado en el penal de Celanova (Orense), le piden la pena de muerte, que le conmutan por 30 años primero y doce después. El delito, haber pertenecido al sindicato ATEA, en el que se agrupaba personal de la enseñanza. Como él mismo nos dice: «Nunca tuve ocasión de leer nada de Marx, pero al parecer cuanto yo enseñaba a mis discípulos era marxismo químicamente puro».

En la prisión gallega coincidirá, entre otros, con un joven José Benito Álvarez-Buylla. Vuelto por fin a casa a mediados de los años cuarenta, no podrá reintegrarse a su puesto y sobrevivirá dando clases particulares en la academia Inmaculada y en su domicilio. Junto a su mujer se esforzará por sacar adelante a sus tres hijos (Julián, Félix y Luis) y cuando todo parece mejorar, después de conseguir en 1967 la pensión que se merece, se queda viudo. «¿Qué son algunos años más de vida, cuando uno es rico en tantas pérdidas?», debió preguntarse Julián, un poco a la manera de Pierre Michon en «Vidas minúsculas». Y para que no todo se perdiera, antes de morir en 1978, se sentó a escribir estas páginas exactas, capaces no ya de dar idea de una vida, una sociedad, un mundo, sino de reflejar todo eso con una precisión anglosajona, algo, a decir verdad, bien poco usado entre nosotros.

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail
Facebooktwitterlinkedinrssyoutube

Comentarios

comentarios