Cabacheros, encrucijada de familias rotas

29/11/2009 por

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Sábado, 21 de noviembre de 2009. 19.30 horas. Ángel García se sienta en el sofá de su casa de Levinco después de un largo día de trabajo. Alfredo Nespral acaba de llegar a Mieres, justo a la hora de la cena. Felisa Teresa Fernández Morán se sube al coche de su familia en León, rumbo al Puerto de San Isidro. Esta es la historia de tres personas distintas con un objetivo común. Hace una semana se enteraron del inicio de la excavación en Cabacheros, Felechosa. Desde ese día no han parado de ayudar, bien con las manos o bien con palabras de apoyo a los que desentierran los restos. Su fin es encontrar a un ser querido siete décadas después de que desapareciera, aunque todos coinciden en que ya no hay sitio para la venganza ni para viejas rencillas.

Rencor aparte, la historia del concejo cifra los desaparecidos en más de cuatrocientos. La mayoría eran varones, aunque la documentación de la Asociación por la Memoria Histórica de Aller tiene constancia de la desaparición de más de treinta mujeres. Entre ellas, hubo una que ocupó durante mucho tiempo la atención de los vecinos. Su nombre era María Escalante. Para muchos, una heroína, para otros mito urbano. Su sobrino nieto, Ángel García, es uno de los muchos familiares que no han parado de trabajar desde que la asociación Foro por la Memoria comenzó a excavar la fosa de Cabacheros. Escalante nació a principios del siglo pasado en Casomera. Creció en el seno de una familia de «marcada ideología socialista», según explica García. Los documentos de la época, que son muy escasos, señalan que la allerana fue maestra, «ya que durante la República los que sabían leer y escribir se dedicaban a enseñar al resto de vecinos». En el año 1937, según recuerda Ángel García, «los Nacionales se la llevaron de casa, junto a su padre y sus dos hermanos, uno de ellos era mi abuelo». «Los metieron en dos camionetas, separando a los varones y dejando juntas a las mujeres», continúa. Según la historia que ha ido recopilando su descendiente, «a María le dieron una segunda oportunidad. La obligaron a gritar «Viva Cristo Rey», pero ella gritó «Viva la República». De esta forma, Escalante pasó a englosar la lista de los que fueron fusilados. «Antes de matarla la llevaron a una de las fosas de Felechosa para que viera a sus familiares muertos. Dicen que cuando la estaban fusilando, ella volvió a encararse con sus verdugos». El allerano, que ahora vive en Levinco, dice que en total «tengo nueve familiares desaparecidos, así que sigo luchando por encontrarlos, para conocer mi historia, y por mi familia». A día de hoy, «María Escalante sigue viva en el registro, no existe un alta de defunción». Sin contar con los documentos oficiales, María Escalante también ha seguido viva durante mucho tiempo en el concejo. Su historia es recordada por su alma de luchadora y defensora de la libertad, aunque para otros solo forma parte de la leyenda.

Lo que no es ninguna leyenda son las traiciones y venganzas que se generan en los pueblos cuando se termina una guerra civil. Bueno prueba de ello son los testimonios recogidos por las asociaciones de memoria histórica. Muchos prefieren no dar la cara, bien por miedo o bien por no despertar viejos fantasmas entre sus vecinos. Alfredo Nespral tuvo que enfrentarse con la realidad de las secuelas de la guerra vivil aún siendo muy joven. «Cuando tenía 16 años, un hombre al que conocía me dijo que él había pegado el tiro de gloria a mi padre, me tiré a él, yo era todavía muy joven». A pesar de la emoción que embarga a este hombre cuando recuerda aquel triste acontecimiento, su objetivo ahora, «que afortunadamente ya se puede hablar con libertad», es encontrar los restos de su padre, José María Nespral García. «Él no tenía ideología, lo cierto es que nunca se hablaba de política, por lo que nos contaba mi madre era una persona normal y corriente», explica Nespral. Un día, «llegaron a casa, querían matarlos a todos». Al final, solo calló mi padre, podría haber sido peor». Nespral explica que «mi tío salió corriendo de casa y los despistó por el monte, a mi abuelo lo llevaban en el camión con mi padre pero lo dejaron marchar y a mi abuela la quisieron llevar pero ya era muy mayor así que les pidió que la mataran en casa, y ellos la dejaron allí sola». Ya han pasado muchos años, «y a un padre siempre se le quiere», aunque lo que más le mueve en este momento «es la curiosidad, saber qué pasó, forma parte de la historia».

La protagonista de la historia de Felisa Teresa Fernández Morán también es una mujer. Su madre quedó viuda estando embarazada de ella y con otra niña pequeña. Fernández, que ahora vive en León, se enteró de la excavación de Cabacheros «por la radio» y pidió a sus hijos que la acercaran a Felechosa. «Llegué a la fosa de noche, cuando ya estaban recogiendo. Me acerqué a la excavación y al ver los restos me emocioné mucho», explica esta mujer de 73 años.

Su historia comienza en Canseco, en León. «El pueblo estaba arrasado por los bombardeos, así que mi padre y mi madre cruzaron hasta Aller, y les dieron refugio en una casa de Llamas». Una vez allí, con su mujer, embarazada de nueve meses, y su otra hija a salvo, el padre de Fernández fue a entregarse. «No había hecho nada, su única falta fue mostrar su ideología republicana». Fernández continúa su relato explicando que «bajó a Moreda, donde se había habilitado un cuartelillo y se entregó». Su madre «bajó a verlo dos veces y hablaron un rato, pensando que aquello era algo temporal».

La tercera vez que la madre de Teresa fue a ver a su padre «ya no estaba, le dijeron que se lo habían llevado a la cárcel de San Marcos, en León». Así las cosas, en cuanto dio a luz, «unos días más tarde», se dispuso a visitar a su marido en León. «Al salir de casa, la señora que nos acogía en Llamas le explicó que corría el rumor de que lo habían fusilado en Felechosa, y que lo habían enterrado en una zanja». Felisa Teresa y su hermana salieron adelante «gracias a mi madre, que era una luchadora nata y una mujer muy cariñosa».

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