Los 5.000 represaliados de Laviana

17/03/2016 por

El historiador Manuel Fernández Trillo recoge en un libro una breve biografía de todos los que murieron o sufrieron persecución durante la represión franquista
16.03.2016 | 03:54
Manuel Fernández Trillo, a la izquierda, junto a familiares de represaliados, en la presentación del libro.
F. RODRÍGUEZ

Manuel Fernández Trillo, a la izquierda, junto a familiares de represaliados, en la presentación del libro.

Pola de Laviana, L. M. D. Alrededor de 5.000 lavianeses sufrieron algún tipo de represión por parte del régimen franquista, sobre todo en la dura posguerra, cuando el régimen dictatorial «se ensañó» con las zonas que se habían posicionado a favor de la República. Este es sólo uno de los datos que ofrece el libro «La represión fascista en Laviana y alto Nalón», una obra de más de mil páginas elaborada por el historiador Manuel Fernández Trillo, y que se presentó en Pola de Laviana.

En la investigación realizada, Fernández Trillo utilizó, principalmente, documentos del archivo municipal de Laviana, que luego fueron contrastados y ampliados con testimonios orales de familiares o incluso de víctimas directas de la represión. Durante varios días recibió a decenas de personas en la Casa del Pueblo de Laviana, en febrero del año pasado, durante la preparación del libro. También consultó «durante muchas horas» el Archivo Militar de El Ferrol, el Archivo Histórico de Asturias y el Archivo General de la Administración. En la obra, se realiza una breve biografía de los alrededor de 5.000 lavianeses «víctimas de la dictadura».

Según las averiguaciones del autor, hubo 998 muertos a consecuencia de la guerra y de la represión en el concejo: 412 en combate, 115 en cárceles, 399 asesinados y 72 fusilados. En 1939, por ejemplo, en la cárcel de Laviana había presas 194 personas, la mayoría de ellas fruto «de las represalias» del régimen. A los muertos hay que añadir «los que sufrieron hostigamiento, perdieron su empleo o les requisaron tierras, vacas o incluso su casa, a los que pegaron, multaron o detuvieron sin motivo». Especialmente alto, en relación a otros lugares, es el número de mujeres represaliadas, «514 en total». En Caso, los muertos en la posguerra fueron 71, y en Sobrescobio, 57.

Según Fernández Trillo, la represión fue «diseñada con premeditación y con el fin de exterminar y amedrentar a quienes habían apoyado al Frente Popular en 1936, y a los que habían protagonizado la Revolución de Asturias en el 34». De estas últimas personas, «prácticamente ninguna se libró», afirma el investigador. En la publicación, además, consta un listado de afiliados a la Falange en Laviana, cerca de 1.800 personas, entre los años 30 y 60. «Se trata de algo muy excepcional, porque encontramos en el archivo el libro de registro de afiliación a Falange», aseguró el autor.

De los represaliados lavianeses, cerca del 80 por ciento estaban relacionados con el PSOE. «Esta es una zona en la que tenía un gran arraigo, como también la vinculación al sindicato minero de Manuel Llaneza», el SOMA. En la presentación estuvieron presentes lavianeses cuyas familias sufrieron en sus carnes la represión.

http://www.lne.es/cuencas/2016/03/16/5000-represaliados-laviana/1897889.html

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«Contra un sistema genocida y brutal como el franquismo, el uso político de la violencia es legítimo y honorable»

14/03/2016 por

Ramón García Piñeiro

Historiador

De pocos libros de historia puede decirse que han agotado su objeto de estudio. La historia es revisión y crítica, tendencia y matiz, descubrimiento arqueológico y desclasificación de archivo, y nunca se pica tanto una galería que no se deje ninguna esquirla de mineral por arrancar. Parece difícil, en cualquier caso, que alguien pueda desvelar en el futuro algo sobre la guerrilla antifranquista asturiana que no esté ya recogido en alguna de las 1157 páginas que conforman Luchadores del ocaso: represión, guerrilla y violencia política en la Asturias de posguerra (1937-1952). Ramón García Piñeiro (Sotrondio, 1961), su autor, ha desbastado el tema hasta su roca madre en este libro que publica en KRK y en el que analiza con minuciosidad no sólo las fases, los tipos de acciones o los objetivos políticos de la guerrilla, sino también aspectos aparentemente menores como la agitada vida sexual de los guerrilleros, qué leían en sus ratos libres o cuáles eran sus discursos de autolegitimación. También arroja luz sobre los ocupantes de la trinchera de enfrente: la crudelísima contrainsurgencia perpetrada por un régimen que concedió barra libre a sus verdugos y permitió prácticas tan de lesa humanidad como prender fuego a la casa de un enlace guerrillero con él y sus hijas amarrados dentro o arrojar a nueve personas vivas a un pozo. Luchadores del ocaso es una obra rigurosa pero no imparcial y objetiva pero militante, como deja bien claro la contraportada de la obra: «En réplica al revisionismo neofranquista, Luchadores del ocaso pretende demostrar que el régimen franquista no fue una dictadura modernizadora, sino un sistema de dominación social que recurrió al uso sistemático de la violencia y el terror para perpetuarse». Sobre sus pormenores versa esta entrevista que dura cuatro horas sin que este hombre apasionado de su trabajo muestre signo alguno de agotamiento.

Pablo Batalla Cueto

Pablo Batalla Cueto

@pbatallacueto

Sábado 12 de marzo de 2016

¿Por qué historiador? ¿Por qué historiador de la guerrilla antifranquista asturiana?

Por qué me dedico a la historia tiene que ver en cierto modo con el compromiso que adquirí en mi adolescencia. Esa edad en que uno abre los ojos al mundo coincidió en mi caso con el fin de la dictadura y el comienzo de la transición democrática. Durante la dictadura se nos había mutilado una parte de nuestro pasado, concretamente el pasado de los vencidos, y mi generación fue la que, sobre todo a través del testimonio de personas mayores, redescubrió ese pasado. Descubrimos que habían existido partidos políticos y que tenían sus nombres, descubrimos que había existido el movimiento obrero y que había tenido un protagonismo muy relevante en el pasado de España, descubrimos conceptos ideológicos como socialista, anarquista o incluso republicano que se desconocían por completo… Y yo, en aquella época, adquirí, a través del político, el compromiso de explorar ese pasado mutilado para descubrir el origen, la gestación y la trayectoria de esos conceptos y también por qué habían sido suprimidos; por qué se había producido esa especie de ablación de una parte de nuestro patrimonio histórico. Para mí, estudiar historia fue una necesidad personal y política, y eso enlaza con la siguiente pregunta que me haces. ¿Por qué la guerrilla? Pues por muchas razones. Primero, por la que dio George Mallory, el montañero que murió intentando escalar el Everest en 1924, cuando le preguntaron por qué subir montañas.

«Porque están ahí».

Exacto. En mi pueblo —yo soy de San Martín del Rey Aurelio— y en mi entorno, la guerrilla estaba ahí; formaba parte del repertorio de relatos míticos y leyendas del medio en el que me crie. Una vez yo me acerqué a la militancia política al final de la época de Franco y en los primeros del posfranquismo y adquirí el compromiso que te comentaba antes, enseguida entré en contacto con personas mayores que, a falta de libros que no existían, eran el único medio que había para acceder a ese pasado amputado. Y en mi zona, donde la guerrilla había tenido una implantación muy fuerte, acceder ese pasado fantasmas significaba inevitablemente acceder a la memoria de la guerrilla. Esas personas fueron las primeras que, entre susurros, me empezaron a contar las aventuras y peripecias de esas otras personas que habían sido fantasmas literales, espectros que habían estado durante muchos años viviendo entre las sombras, ocultos en el bosque, apareciendo y desapareciendo y que para ellos habían sido, en cierto modo, un hilván o hilo conductor entre su propio pasado y sus aspiraciones como antifranquistas; lo que les había servido para mantener un relato coherente e ininterrumpido durante un período que fue sin duda la fase más destructiva de un régimen cruel. Esos testimonios tan misteriosos, tan de leyenda, tan románticos en cierto modo, sólo podían inflamar la imaginación de una mente adolescente y por lo tanto impresionable como era la mía entonces. La convicción de que, como en la novela de Manuel Rivas, hacía falta un lápiz del carpintero que volviera a poner en negro sobre blanco ese relato la adquirí entonces.

Le hago una pregunta que le hice también, en una entrevista similar a ésta hace unos meses, a su colega Rubén Vega: ¿es compatible ser un historiador riguroso y objetivo con sentir admiración hacia los hechos y personajes que uno historia?

Yo creo que sí. Creo que la empatía, incluso la empatía moral, no tiene por qué lastrar la objetividad de tu enfoque. Quizás no se pueda alcanzar la objetividad total, porque somos sujetos y la objetividad yo supongo que es más propia de los robots, pero lo que sí se puede es ser honesto y proceder con rigor. Si uno utiliza las herramientas, las técnicas y la deontología propia del historiador, que consiste entre otras cosas en recabar todo tipo de fuentes, contrastarlas, someterlas a un juicio crítico, construir un relato y después revisarlo, rectificando lo que haya que rectificar e incorporando todo aquello que contravenga su punto de partida; si La guerrilla es un objeto de estudio que perturba mis sueños desde que era adolescentese es consciente de que la afectividad existe y hay que primar sobre ella el rigor e imponerse contrapoderes a uno mismo, no creo que tener una empatía moral con el objeto de estudio sea un hándicap, entre otras cosas porque un cierto grado de empatía es inevitable. No creo que haya nadie tan aséptico que no tenga ningún vínculo emocional de algún tipo con el objeto que está estudiando. De hecho, yo diría que es mejor tener esa empatía; que se es más honesto y el resultado es más contrastable y verdadero si se es consciente de que se tiene ese vínculo emocional. Si uno cultiva el autoengaño de que no lo tiene, nunca podrá rectificar ni incorporar aquellos elementos que contravengan la tesis inicial, porque no tendrá activados los mecanismos que se ponen en marcha cuando se adquiere la conciencia de que nunca se es objetivo. No tener esa conciencia nos hace estar menos alerta.

Ya en lo concreto, ¿cómo se gestó Luchadores del ocaso?

Hay una gestación remota y otra más inmediata. La remota es la que comentaba antes: éste es un objeto de estudio que perturba mis sueños desde que era adolescente. Después, cuando me licencié, mi primera investigación seria fue sobre la guerra civil y la inmediata posguerra en San Martín del Rey Aurelio, y en ella, lógicamente, ya entré en contacto con la resistencia armada, que en mi municipio había sido muy fuerte. Después hice mi tesis sobre la minería asturiana durante el franquismo, y también dediqué un capítulo a la guerrilla. El caso es que eran los años ochenta, y las fuentes que en aquel momento estaban a disposición del investigador eran muy pocas: aparte de los testimonios orales, que en aquella época todavía se podían encontrar fácilmente —más tarde, cuando enfrasqué ya de lleno en lo que al final fue Luchadores del ocaso, me fue mucho más difícil, porque la mayoría de los protagonistas directos ya habían fallecido—, la documentación escrita era prácticamente inexistente y se limitaba prácticamente a la del partido comunista, que es una organización a la que hay que agradecerle, porque no es habitual, que abriera su archivo prácticamente en canal y proporcionara mucha facilidad de acceso a los investigadores desde el primer momento. Más allá de eso, apenas había nada y lo que había no me satisfacía.

¿Por qué?

Por diversas razones. Lo primero que se escribió lo hicieron José Manuel Pérez y Carlos Santullano en 1978 y lo incorporaron al tomo 11 de la Historia general de Asturias, y era una aportación solvente y meritoria en aquellas circunstancias, pero no dejaba de ser un capítulo en una obra mayor. Después, el tema se abrió a aportaciones de muy diversa procedencia, pero que tampoco me resultaban satisfactorias. Dos de esas obras fueron sendos best-sellers, obras de enorme éxito: los dos libros de [José Manuel] Gómez Fouz, Bernabé: el mito de un bandolero y La brigadilla. Yo no soy extraordinariamente crítico con la obra de Gómez Fouz; no la descalifico por el hecho de que sea una suerte de sesión de espiritismo en la que el antiguo comisario Claudio Ramos va dictando a Gómez Fouz desde el Más Allá el contenido de su relato. Es una obra que yo he leído y manejado y he intentado depurarla y contrastarla: es decir, no es del todo desaprovechable. Con lo que sí soy más crítico es con la trivialización del objeto de estudio; con el hecho de que a lo que era la vanguardia de la lucha obrera en ese momento —es cierto que con sus errores, pero la vanguardia— se le desvirtúe su contenido de revolucionarios, de luchadores por una utopía emancipadora, y que además se cultive la terminología franquista, en la cual los guerrilleros son descalificados como bandoleros cuando no como facinerosos y sanguinarios. Las mujeres que aparecen en escena, por otro lado, siempre son o putas, o barraganas, o queridas o amancebadas, y además siempre se busca lo chusco, lo anecdótico. En conjunto es una visión muy injusta, por no utilizar un calificativo más grueso. En otros casos, las publicaciones que fueron apareciendo procedieron de personas que tuvieron algún tipo de conexión, más o menos cercana, con el entorno guerrillero: testigos, colaboradores, enlaces… Pero tampoco me satisfacían, porque me parecía que confundían más Ibias tiene un pasado de actividad guerrillera de dimensiones insólitasque esclarecían y partían de lo que podríamos denominar síndrome de Enric Marco.

¿El anarquista catalán que simuló haber estado en Mauthausen?

Sí, sí. Marco se dedicó durante años a dar conferencias sobre su supuesto paso por Mauthausen, que finalmente se reveló falso. Él había recabado toda la información que había podido, la había interiorizado, había esperado a que la mayor parte de verdaderos presos de Mauthausen muriese y había logrado hacerse pasar verosímilmente por uno de ellos, llegando a presidir la asociación de supervivientes española. En 2005 un historiador, Benito Bermejo, demostró que aquello era mentira y creo que Javier Cercas llegó a escribir una especie de autobiografía del personaje.

El impostor, sí.

Eso es. Bueno, pues a mí me da la impresión de que muchos de aquellos supuestos antiguos enlaces que se dedicaron a escribir sobre la guerrilla también se construyeron su propio mito y escribieron esos libros más como reelaboración de su propia biografía que como reconstrucción rigurosa de un proceso histórico; más para atribuirse un rol en aquel proceso que para esclarecer una parte de nuestro pasado. En conjunto, a mí me parecía que, pese a que se hubieran ido llevando a cabo todas estas aproximaciones, faltaba un relato no digo académico, porque mi libro no ha pretendido ser académico, pero sí riguroso, solvente e insertado dentro de los parámetros del historiador; algo que se ajustara a la epistemología del conocimiento histórico para situar el fenómeno en su verdadero contexto.

En qué Asturias, por qué Asturias

Pasemos a contarle al lector la epopeya de la guerrilla asturiana. Comencemos por cartografiarla; por analizar el dónde antes de analizar el quiénes. ¿En qué zonas prende?

La plaza fuerte de la guerrilla es la cuenca minera asturiana; la cuenca central. Es decir, los concejos de Laviana, San Martín del Rey Aurelio, Langreo, Aller, Lena, Mieres, Morcín y Riosa, con un anillo periférico que incorpora Quirós, Teverga, Bimenes y Piloña. Ése es el núcleo central. Un segundo foco muy destacado es el que va de Picos de Europa al Cuera y afecta sobre todo a las dos Peñamelleras, al concejo de Cabrales, a Ribadedeva y a Llanes. Un tercer foco es el vértice suroccidental de Asturias, con una peculiaridad que es que en este vértice suroccidental la presencia de huidos leoneses y gallegos complementa o sustituye o refuerza a la de huidos asturianos. Dentro de este vértice suroccidental, para mí el concejo más destacado es Ibias, que tiene un pasado de actividad guerrillera de unas dimensiones insólitas y sin embargo desconocido incluso para sus propios vecinos hoy, que no lo incorporan a su identidad con el vigor que deberían. Por último, podríamos establecer una cuarta zona que correspondería al cordal de Peón y afectaría sobre todo a los concejos de Villaviciosa y Gijón.

¿Por qué en esas zonas? ¿Qué condiciones existían en Asturias para que la guerrilla prendiese aquí con la fuerza con que lo hizo?

Asturias presenta unas condiciones excepcionales para la guerrilla. En primer lugar está el medio físico, caracterizado por una topografía extraordinariamente propicia. Por utilizar un término propio del cerebro, las circunvoluciones de nuestra topografía, lo tortuoso de nuestra topografía, facilita el ocultamiento y dificulta las comunicaciones. Las vías de comunicación siempre fueron muy malas en Asturias. Ahora ya no, pero entonces había amplias zonas del territorio asturiano inaccesibles por carretera. Si uno se situaba, por ejemplo, en la parte lavianesa del macizo de Peñamayor, llegaba antes a La Marea, en Piloña, caminando que en coche, porque la vuelta que se tenía que dar por carretera, y además por carreteras infames, era considerable. La guerrilla necesita ese medio extraordinariamente tortuoso. En Tierra de Campos no puede arraigar la guerrilla, porque llega el día de la siega, te quitan el trigo y ya no tienes ningún lugar de ocultamiento. En Asturias, tanto el roquedo calizo de las zonas central y La asturiana fue la única guerrilla que tuvo a su alcance un recurso estratégico para Francooriental como los crestones cuarcíticos del Occidente proporcionan un sinfín de abrigos rocosos, de cuevas, de simas, de sumideros kársticos, de parajes recónditos… Los tajos de nuestros ríos, la red hídrica, también proporcionan hoces y lugares prácticamente inaccesibles o de muy difícil acceso que facilitan el ocultamiento, más aún si dispones de una vegetación exuberante, con un tapiz vegetal y unas masas boscosas extraordinarios. Además, la presencia de carbón en el subsuelo asturiano añade más escondrijos aún: sumideros, galerías, chimeneas, chamizos y en aquella época numerosísimos pisos de montaña con sus galerías y contragalerías, a veces en uso y a veces completamente abandonadas. Además de los lugares de ocultamiento naturales, tienes un subsuelo con una intrincadísima red de túneles artificiales ya construida: ¿qué más le puedes pedir a la vida? No hay ecosistema más propicio para la guerrilla, pero es que además tenemos, añadido a esto, más cosas.

¿Cuáles?

En primer lugar, el hecho de que la presencia de carbón no sólo aporta escondrijos. También pone al alcance de los guerrilleros, en aquellos años de autarquía y en una España aislada y desconectada de los circuitos económicos internacionales, la que era prácticamente la única fuente energética disponible en el país. Si conseguían yugular el suministro de esa fuente energética, podían colapsar el nervio económico del Estado franquista. Y ésa es una circunstancia inusual de la guerrilla asturiana con respecto al resto de la guerrilla española. La guerrilla asturiana fue la única que tuvo al alcance de la mano un recurso económico estratégico para el régimen de Franco. El resto de la guerrilla española estuvo siempre enclavada en zonas remotas, parajes rurales como el Maestrazgo en el Sistema Ibérico o zonas como La Cabrera, donde la guerrilla, por muy activa o beligerante que fuera, era incapaz de tener trascendencia alguna. Sólo podía acceder a comunidades aldeanas muy remotas y prácticamente incomunicadas. La única posible excepción a esto era la guerrilla orensana, que podía acceder a las minas de wolframio de la zona de Casaio y por lo tanto obstaculizar el suministro de ese mineral a los alemanes para su industria bélica. Con esa excepción, los únicos que tenían un bien estratégico cerca eran los asturianos.

¿Qué más factores explican la implantación de la guerrilla asturiana?

Una presencia humana uniformemente repartida por todo ese territorio por muy intrincado que sea. Esa presencia tiene dos dimensiones propicias para la guerrilla. En primer lugar la pastoril: pastores y los vaqueros que en aquella época eran numerosos y disponían de una inmensa red de invernales, de mayaos, de brañas, etcétera, desparramada por toda la montaña astur. Esos mayaos estaban estacionalmente ocupados: los pastores y los vaqueros, al llegar la primavera, se marchaban a estos pastos de altura y pasaban allí buena parte del año. Los guerrilleros, en consecuencia, tenían cerca a personas que les podían proporcionar comida, cobijo y sobre todo información. Entreverando presión y amistad, podían ganarse su apoyo y conseguir que fueran para ellos unos ojos que llegaran mucho más allá que los suyos. Eso por un lado. Por otro están los mineros. En los años cuarenta la explotación minera era muy distinta de la que habría a partir de los años cincuenta, cuando pasa a concentrarse en los grandes colectores y en los fondos de los valles. En los años cuarenta estaba activa la mayor parte de las minas de montaña, con pisos sucesivos que iban desde el fondo del valle hasta prácticamente la cumbre. Minas de ese tipo las había por todas partes, y eso proporcionaba, además de escondites, un intensísimo y constante trasiego de mineros entre las aldeas y caseríos y las minas que permitía a los guerrilleros dos cosas: la primera, la de los vaqueros, es decir, víveres, ropa y noticias. Y la segunda unas posibilidades enormes de camuflaje: el guerrillero podía simular que era un minero más e iba o venía de trabajar en la mina. Por otra parte, hay otro ingrediente más en este conjunto de características propicias para la guerrilla: el de la Asturias roja, es decir, la inserción de los guerrilleros en un magma de trabajadores de izquierdas y además no solamente de trabajadores de izquierdas, sino de trabajadores de izquierdas singularmente combativos y capaces de llevar su compromiso político hasta sus condiciones más extremas, como fueron La osadía sin parangón de los mineros se debe a su familiaridad con la muertedemostrando en 1917, 1934, 1936 y más tarde en 1962.

¿Qué explica esa singularidad?

A mi entender, las peculiaridades del trabajo minero; el hecho de que cuando uno trabajaba en una mina en aquella época veía morir cotidianamente a sus compañeros y sabía que él mismo estaba constantemente amenazado de morir. Si no morías de una muerte fulminante aplastado por un costeru, sabías que cada día estabas incubando tu pena de muerte en forma de enfermedad profesional, sobre todo de silicosis. Esta familiaridad, esta cercanía con la muerte ha llevado a mi juicio a los mineros asturianos, históricamente, a tener una osadía y un arrojo sin parangón en ningún otro colectivo laboral, como pusieron de manifiesto en momentos como el 34. Dicho de una forma simplista, ¿qué mas da morir en el pozo aplastado por dos vagonetas o un costeru o morir a tiros con la Guardia Civil? ¿Qué más da cómo me sobrevenga ese destino ineluctable que tengo escrito? La guerrilla pedía a sus enlaces un compromiso de vida o muerte, y no había nadie como los mineros para aceptar una lealtad planteada en esos términos y hasta ese extremo.

¿Se coordinaban los guerrilleros asturianos con los de otras zonas del país?

Rara vez. La coordinación entre partidas era muy difícil, y a veces había aislamiento incluso dentro de una misma partida. Es decir, los componentes de una partida no siempre actuaban al alimón y no siempre se escondían juntos. A veces cada uno de ellos tenía su propio lugar de ocultamiento y cuando querían agruparse para actuar conjuntamente se ponían en contacto a través de —de ahí el nombre— sus enlaces. Estas relaciones dependían de que esa malla de contactos estuviera bien lubricada, pero no siempre funcionaba. A veces el aparato represivo cortaba esos vasos comunicantes y los guerrilleros se quedaban aislados temporalmente, costándoles mucho recomponerse. Si coordinar a todo el foco asturiano ya era difícil, imagínate si ampliamos la escala. De todas maneras, sí que hubo contactos con la guerrilla cántabra a través de los Picos de Europa y con la guerrilla leonesa y gallega, buena parte de la cual estaba vertebrada y aglutinada en torno a huidos asturianos. Algunos de los principales líderes de la guerrilla leonesa fueron Marcelino Fernández Villanueva, que era de Olloniego, los hermanos Ríos, que eran de Hevia y vivieron en la zona de Carbayín, y los hermanos Morán, que eran de Vegalencia, en Ribera de Arriba. En muchos casos, los principales dirigentes de la región guerrillera de León y Galicia conocían hasta personalmente a los de Asturias, y a través de enlaces y de lo que llamaban estafetas, es decir, buzones, se mandaban cartas unos a otros. Pero eran contactos esporádicos. Nunca tuvieron continuidad y esas estructuras de relación que establecían penosamente eran siempre desmanteladas rápidamente.

Según cuenta, la guerrilla, contra lo que pueda parecer, no fue un fenómeno exclusivamente rural: hubo guerrilleros en ámbitos urbanos. Háblenos de ello.

La guerrilla urbana fue una pretensión del partido comunista, pero una pretensión fracasada. En España, los principales brotes de guerrilla urbana se dieron en Cataluña y vinculados al ámbito anarquista: [José Luis] Facerías, [Francesc] Sabaté… En Madrid también hubo cierta guerrilla urbana, con protagonismo relevante, además, de algunos asturianos, como Cristino García Granda; en Granada estuvieron los hermanos Quero, en Valencia hubo también alguna cosa… Pero todos esos intentos duraron poco, no más allá del invierno de 1945 a 1946. En Asturias se intentaron crear también grupos de acción asentados en las ciudades y singularmente en la cuenca minera, y en Mieres y Sama de Langreo hubo comandos que unas veces actuaban autónomamente y otras secundando a las partidas. Pero fueron desarticulados enseguida: no pasaron de noviembre de 1946. Antes hablábamos de singularidades de Asturias, y otra de ellas fue el hecho de que nuestros guerrilleros tenían la posibilidad de acceder a centros industriales y a núcleos urbanos en desplazamientos cortos en tiempo y espacio. A un guerrillero escondido en Polio no le costaba nada llegar a Mieres o a Sama. Incluso a Gijón: los Castiello, que operaron Las partidas podían jerarquizarse más o menos, generalmente en torno a las personas más carismáticasen el cordal de Peón, bajaban con cierta frecuencia a Somió, entraban en casa de unas señoras que les daban protección, se ponían trajes que no tuvieran olor a monte y caminaban hasta Gijón para asistir a espectáculos públicos o ir al dentista. Luego se replegaban a sus guaridas. Quizá esto sea un factor por el cual no fue necesaria una guerrilla en Asturias: los que estaban en el monte no encontraban ninguna dificultad en realizar, si era necesario, alguna acción dentro de una ciudad, aunque en general nunca consideraron que fuera un medio adecuado, quizá porque no estaban lo suficientemente cómodos en él.

Fugaos, guerrilleros y maquis

Pasemos a asentar la terminología. En la guerrilla asturiana hay fugaos, guerrilleros y maquis. ¿Qué caracteriza a cada uno de estos tres tipos de combatientes?

Empecemos por los huidos, a los que en determinadas zonas de Asturias, al menos en la central, se les llama, efectivamente, fugaos. El concepto, allí, se mantuvo inalterable porque a la población le resultaba elocuente y comprensible; no necesitaba más aclaración y además formaba parte de su cultura expresiva. En otras zonas de Asturias existían otras denominaciones. En Occidente se hablaba más bien de emboscaos o de los del monte. En conjunto lo apropiado sería llamarlos huidos. La etiqueta hace referencia a aquellas personas cuya prioridad es la lucha por la supervivencia. Pueden actuar de forma individual o, a veces, en partidas, pero no se modifica su estatus porque se organicen en partidas siempre y cuando estén impulsados por una pulsión que podemos llamar darwinista, es decir, el impulso individual de sobrevivir en base a principios incorporados a nuestro código genético: comer, vestirse y conservar la vida. Para considerar guerrillero a un huido tiene que haber una carga política. Si no la hay o no es la motivación principal, hablamos de huidos.

Los guerrilleros no sólo quieren sobrevivir: también quieren hacer triunfar una determinada idea política.

Sí, el concepto guerrillero remite a guerra irregular, a conflicto entre partes. Para que una persona adquiera ese estatus, tenemos que pedirle que se organice militarmente, que es dar un paso más allá de simplemente formar partidas. Las partidas no tenían por qué estar cohesionadas ni estructuradas; no tenían por qué tener reglamentos, ni disciplina, ni reglas. Ni siquiera tenían por qué tener un jefe concreto. Dependiendo del carácter, del talante, de la personalidad de sus integrantes, las partidas podían jerarquizarse más o menos, y generalmente lo que yo entiendo que había era una jerarquización natural en la que las personas más decididas, más resueltas, más imaginativas, más combativas, más clarividentes, se convertían en jefes de facto. Para considerar guerrillera a una partida, tiene que observarse una cierta estructuración paramilitar; un encuadramiento más rígido. También una disciplina mayor y algún código de conducta verbal o escrito. Los guerrilleros del partido comunista llegaron a tener un código escrito, pero podía ser oral. Y por supuesto los objetivos tienen que ser políticos. Para llamar guerrillera a una partida, esa partida no puede dedicarse únicamente a sobrevivir: tiene que tener objetivos políticos como la confección de propaganda, la distribución de periódicos o pasquines, la colocación de banderas republicanas en lugares determinados coincidiendo con fechas señaladas, la realización de mítines exprés… También acciones de mayor envergadura que las derivadas de un mero instinto de supervivencia, como cortes de carretera, sabotajes a la producción y al tendido eléctrico…

¿Por qué huían los huidos?

Por varias razones. Hay una parte de huidos que lo son desde el final de la guerra: personas que pierden la guerra y que se tiran al monte porque saben que las van a matar y no tienen más alternativa que resistir. Por otro lado están los antiguos enlaces: decenas de personas que por consanguinidad, por vecindad, por compañerismo, por sintonía ideológica, por caridad y a veces a la fuerza prestan apoyo a la guerrilla y que como consecuencia de ello a veces son descubiertos La guerrilla tuvo tres patas: los huidos de la guerra, los posteriores y los maquisy se encuentran ante la disyuntiva de: «O pasas a colaborar con nosotros, o te matamos». En muchos casos, cuando se planteó esa disyuntiva, muchas de esas personas se tiraron también al monte y al hacerlo renovaron, reforzaron y remodelaron las filas de la guerrilla. También se dan casos de parientes acosados por las fuerzas represivas para que delaten a sus familiares y que huyen igualmente. Otras veces los huidos son personas que logran escaparse de cárceles, de destacamentos penales de regiones devastadas como las que hubo en San Lázaro para la construcción de los túneles de Tudela Veguín y de colonias penitenciarias para la redención de penas por el trabajo como las que se habilitaron en el Fondón, en La Nueva, en Samuño o en el Pozo Villar, y más tarde en Lieres o en Modesta. Por otro lado hay personas que cumplían sus condenas y volvían a sus pueblos pero una vez allí eran martirizados por falangistas locales que no toleraban verles la cara o por la Guardia Civil, que sistemáticamente los llamaba a interrogatorios por algún motivo o por ninguno: siempre que desaparecía una gallina o se producía cualquier mínimo incidente, ¿a quién se iba a buscar? Al izquierdista que había salido de la cárcel. En algunos casos, estas personas, hartas de ello, se tiraron también al monte. Finalmente, a partir de 1950 ó 1951, una vez que el partido comunista se desvincula de la resistencia armada, en cierto modo se cierra el círculo, porque quienes fueron guerrilleros se olvidan del discurso político y vuelven en cierta medida a actuar como huidos cuyo propósito principal es sobrevivir, aguantar mientras buscan la manera de salir de España. Siguieron utilizando discursos políticos, porque les era útil para captar base de apoyo, pero la realidad era otra.

¿Qué hay de los maquis?

El concepto de maqui procede de un tipo de matorral mediterráneo, la maquia, y yo lo destino a la tercera fuente de alimentación de la guerrilla asturiana y española. La guerrilla española fue un tayuelu que se apoyó en tres patas: los huidos desde el final de la guerra, los huidos posteriores de los que hablábamos antes y los guerrilleros que regresaron de Francia, que es a lo que yo hago referencia con la etiqueta de maquis; personas que al terminar la guerra civil salieron a Francia y que allí tuvieron sus peripecias. Pasaron por los campos de concentración del departamento de los Pirineos Orientales —Barcarès, Septfonds, Saint-Cyprien…— y después se incorporaron a los batallones de trabajadores de la Francia interior y a la resistencia contra el nazismo. Triunfaron, figuraron como liberadores del Mediodía francés y después, casi siempre aleccionados por el partido comunista, vinieron a España. Intentaron una penetración más o menos masiva por el valle de Arán y otros pasos pirenaicos entre septiembre y octubre de 1944 con el objetivo de crear una cabeza de puente que suscitara un levantamiento general y, aunque la expedición fracasó, algunos sí lograron infiltrarse en territorio español y llegar a Asturias cuando su objetivo era ése. Luego el partido comunista pasó a adoptar lo que denominaron política de pasos, es decir, ir infiltrando pequeños grupos y partidas. Y no tan pequeños: en una ocasión, con la llamada Brigada Pasionaria, quisieron infiltrar a cuarenta guerrilleros. Primero lo intentaron por el puerto de Lastres, pero tuvieron que desistir porque el intento coincidió con lo que en el Occidente llaman vagamar: un pequeño tsunami que les impidió desembarcar. Luego lo intentaron a pie desde Navarra: secuestraron un par de camiones de pescado, llegaron a las inmediaciones del puerto del Escudo, entre Burgos y Santander, y allí se les acabó la gasolina y en medio de una fuerte nevada y con la Guardia Civil acechando intentaron incorporarse a la guerrilla cántabra y después a la asturiana. Grupos de ese tipo siguieron infiltrándose en Asturias hasta el año 1951, y los autóctonos les denominaban, porque ellos mismos también utilizaron el término, maquis.

¿Cuántos maquis vienen de Francia? ¿Cómo son recibidos por los guerrilleros de acá?

Calcular el número es difícil, pero por dar una magnitud aproximada y pendiente de contrastar podríamos decir que de Francia vino alrededor de medio centenar de guerrilleros: unos Los maquis llegan con la consigna de Carrillo de apartar a los dirigentes autóctonoscincuenta. En cuanto a la segunda pregunta, la relación con los de aquí siempre fue difícil, pero no por culpa de los que vinieron, sino por cómo vinieron aleccionados desde el exterior.

Por la dirección del partido en el exilio, entiendo.

Por el partido, sí. Para explicarlo hay que hacer un breve repaso de distintos contextos —porque hubo varios— que se dieron en estos años en el partido comunista. Comienzo por el primero.

Veamos.

Lo primero que hay que explicar es que en estos primeros años de posguerra el máximo dirigente del partido comunista era Jesús Monzón. Monzón, hacia el año 1943, se introdujo en el interior de España y seguidamente fue quien reconstruyó aquí el partido y montó Unión Nacional, una plataforma multipartidista alentada básicamente, pero no únicamente, por el PCE. Esa plataforma es la que plantea la invasión del valle de Arán una vez se libera el sur de Francia y aprovechando el entusiasmo y el empuje de los diez mil combatientes que probablemente pudiera tener el partido comunista en el Mediodía francés, que acaban de vencer el nazismo y piensan que es el momento de entrar en España y, con la ayuda que esperan recibir de las potencias aliadas con las cuales han colaborado durante la guerra, acabar definitivamente con el fascismo. Se da una suerte de espejismo en este sentido y esa invasión entusiasta es rápidamente repelida, produciéndose algunos cientos de muertos y varias detenciones. Eso abre una crisis en el partido que acaba con un descabezamiento de la dirección del partido en el interior y muy particularmente el de Jesús Monzón. A Monzón lo llaman reiteradamente a Francia, pero él, quizá presintiendo cómo va a ser tratado cuando salga al exterior, decide quedarse en el interior.

Lo acusaban de ser un agente franquista y de haber planteado la invasión de Arán para aniquilar a los militantes del partido, y Enrique Líster llegó a reconocer años más tarde que lo hubieran matado en cuanto cruzara la frontera.

Exacto. Por eso decidió quedarse y acabó siendo detenido por la policía franquista, que lo condenó a treinta años de cárcel.

Sorprendente benevolencia, ésa.

No era habitual, no, pero Monzón estaba bien situado. Era de origen navarro y tenía amistades que fueron lo suficientemente influyentes como para conmutarle la pena de muerte. Bien, el caso es que en sustitución de Monzón, la estrella ascendente en el partido comunista va a ser Santiago Carrillo. Carrillo, preocupado por mostrarse como un cuadro de peso y quizá marcado todavía por el estigma de haber sido dirigente de las juventudes socialistas durante la República, se atribuye y utiliza en su carrera política el haber paralizado la invasión del valle de Arán, ahora considerada una acción descabellada, y gracias a ello asciende en el escalafón del partido. A partir de ahí Carrillo comienza a experimentar una desconfianza que podríamos elevar al rango de lo patológico hacia los dirigentes y militantes del interior y se inicia lo que podríamos denominar la purga del monzonismo. Es por eso que cuando comienza a enviar partidas de guerrilleros a España siguiendo la política de pasos que comentaba antes lo hace incluyendo en ellas equipos de dirección ya configurados y estructurados formados por cuadros políticos a los que encomienda que se hagan cargo de las direcciones locales del interior, apartando por completo a cualquier dirigente autóctono y despreciando por lo tanto a personas que se habían quedado en España, se habían arriesgado, las habían pasado canutas, habían levantado a duras penas la organización y por lo tanto se sentían legítimamente respaldadas para ocupar los cargos directivos que estaban ocupando.

Y eso genera las comprensibles fricciones.

Claro. En lo que respecta a Asturias, a finales de septiembre de 1945 Carrillo envía un comando, el Comando Asturias, encabezado por Agustín del Campo, que había sido combatiente del batallón Mártires de Carbayín, y simultáneamente envía también a la nueva dirección impuesta para Asturias, que encabeza  Casto García Roza. Casto García Roza es un metalúrgico de Barros que ya había ocupado cargos muy relevantes dentro del Comité Provincial del partido comunista durante la guerra civil, pero claro, la consigna que tiene es apartar a los cuadros directivos locales, que en ese momento encabeza un personaje al que yo tengo especial afecto porque le dediqué un trabajo, Fugaos, en el que hago una reconstrucción de su trayectoria vital: Baldomero Fernández Ladreda. Con estos planteamientos cerrados, por más que uno venga respaldado por todo el prestigio del mundo, el choque, el enfrentamiento cainita, es inevitable. Ése es el primero de los contextos que explican las fricciones entre los maquis y los guerrilleros del interior: el conflicto orgánico cainita sobre quién manda aquí establecido entre quienes se sienten legitimados ante la militancia interior y avalados por ella por haber reconstruido el partido y quienes arguyen que la dirección los había escogido a ellos.

«A mí me han nombrado mis camaradas» frente a «a mí me ha nombrado el Politburó»: el eterno conflicto existente en cualquier organización de izquierdas entre asamblearismo y centralismo democrático.

Exactamente: un choque de trenes en el que en este caso llegan a sacarse las pistolas. El enfrentamiento era de una radicalidad extrema y estaba avivado además por la disparidad de análisis, podríamos decir que radical, existente entre los que llevaban años viviendo la tragedia franquista en carne propia en el interior y los que estaban cegados por ese deslumbrante sol de la liberación de Francia de la ocupación nazi, de la victoria soviética en los frentes del Este y del retroceso imparable del totalitarismo y el auge de la democracia en Europa occidental. Los análisis son completamente divergentes: los que vienen del exterior entienden que las condiciones son magníficas; que hay un ambiente preinsurreccional en España y que por lo tanto la guerrilla puede llevar a cabo sus acciones casi a cara descubierta. Los del interior, en cambio, conocen de primera mano la realidad española, no ven evidencia alguna de ese ambiente preinsurreccional y en consecuencia son más partidarios de la cautela, de la prudencia, de medir los golpes y de intentar atenuar la respuesta represiva, desechando cualquier acción de masas. Eso genera el segundo conflicto entre autóctonos y foráneos, pero todavía hay más.

Los Caxigales, fotografiados por Constantino Suárez en 1944.

[Imagen: Los Caxigales, fotografiados por Constantino Suárez en 1944.]

Cuéntenos.

En el verano de 1947, la Segunda Bis del Ejército [nombre abreviado de los Servicios de Información del Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire], el Servicio de Información de la Guardia Civil y los servicios de espionaje falangistas se infiltran en la guerrilla asturiana, y se infiltran haciendo creer a los guerrilleros que son enviados del Buró Político que han pasado por la escuela guerrillera de Toulouse, han sacado las mejores notas y están en España para encabezar y relanzar el movimiento guerrillero, dotarlo de armas modernas y llevar a cabo un plan para acabar con el régimen de Franco. Persuaden a los guerrilleros de esa supuesta realidad y eso en Asturias acaba con una tragedia, con un gran fiasco entre el 27 y el 28 de enero de 1948. Los infiltrados simulan un supuesto desembarco de armas y preparan media docena de supuestos puntos en los cuales se van a distribuir esas armas en un itinerario que va desde la playa de La Franca, en Ribadedeva, hasta Santo Emiliano, entre Mieres y Langreo, pasando por San Antolín de Bedón, Soto de Dueñas, Puente Nuevo y La Venta del Cruce. Con ese engaño consiguen matar a catorce guerrilleros y a cuatro maquis: dieciocho personas en total entre las que se encuentran los Castiello, Aurelio Caxigal, Bojer… El régimen descabeza a la guerrilla asturiana. Claro, ¿qué ocurre a partir de este acontecimiento? Pues que el recelo y la desconfianza hacia todo lo procedente del exterior que ya existía se acentúa hasta la paranoia. Eso genera nuevos conflictos, pero todavía hay una última vuelta de tuerca; un cuarto contexto generador de fricciones.

Veamos.

En el otoño de 1948, el partido comunista decide que la vía armada es una vía muerta, que no conduce a nada, que es un puro ejercicio de vanguardismo pretender acabar con el régimen con cuatro o cinco descarriados perdidos por un monte remoto. Entonces el partido decide que hay que sustituir ese ultravanguardismo por una lucha de masas. Para iniciar esa lucha de masas, primero hay que llevar a cabo una acumulación de fuerzas, y para llevar a cabo esa acumulación que fuerzas el eje de la resistencia debe desplazarse desde el mayáu, desde la aldea remota, hasta los centros urbanos, especialmente los fabriles. Se debe reconstruir el partido siguiendo sus pautas tradicionales y se debe empezar a practicar algún tipo de actividad sindical o presindical o parasindical. Para ello hay que entrar en contacto con los trabajadores y, si no queda más remedio, infiltrarse incluso en las propias organizaciones del franquismo —el Frente de Juventudes, los sindicatos, asociaciones de cualquier tipo, etcétera— y utilizarlas como caballo de Troya para socavar la fortaleza del régimen desde dentro. Cuando esa nueva estrategia se aprueba, surge la pregunta de qué hacer con los que quedan perdidos por la montaña. Y lo que decide hacer el partido comunista es un error táctico que tiene mucho que ver con la cultura política del exilio y muy especialmente con la de Santiago Carrillo.

¿Cuál?

El pensamiento de Carrillo era el siguiente: «A mí la gente en el exilio no me sirve para nada: lo que se puede hacer desde el exilio ya lo hago yo. Lo que me sirve son las personas que están en el interior». Por eso el partido comunista siempre recibió mal, con hostilidad, a cualquier persona que por la razón que fuera salía del interior de España hacia Francia. Y por eso lo humanamente correcto hubiera sido, desde el año 48, organizar unos planes de evacuación para por lo menos salvar la vida de todas aquellas personas, cosa que se podría haber hecho perfectamente, pero lo que se hizo, en cambio, fue asignarles un nuevo rol. ¿Qué rol? Pues el de Securitate, el de guardia de corps, el de guardaespaldas. Carrillo piensa: «Después de todo, esta gente que tengo armada en el monte me puede servir. Voy a suponer que son capaces de tener territorios liberados, aunque sea en el Pico Polio, en Peñamayor o en los Picos de Europa. ¿Qué puedo hacer en esas zonas que ellos custodian y protegen por las armas? Pues muchas cosas. ¿Que quiero instalar un equipo de propaganda y no puedo instalarlo en Mieres o en Sama? Pues lo instalo allí. ¿Que en un determinado momento hay un activista que corre peligro y conviene retirarlo de la circulación? Pues se lo mando a los guerrilleros para que lo protejan en sus guaridas subterráneas y en sus chozas. Y para que los guerrilleros dejen de ser guerrilleros voy a intentar incluso sostenerlos económicamente, de tal manera que no se arriesguen en golpes económicos que comprometan su seguridad». Eso fue lo que pretendió el partido comunista, pero, ¿qué pasó? Pues que los guerrilleros sacaron la pistola en cuanto les notificaron su reasignación los nuevos maquis que siguieron llegando en 1948, 1949 y 1950, porque creyeron, y en este caso con toda legitimidad, que les estaban tomando el pelo otra vez. Volvió a recrudecerse el enfrentamiento y en sitios como La Cerezal no se acabó a tiros de milagro y porque alguno fue consciente de la magnitud del descrédito que esto podía suponer e intermedió para evitar que unos y otros acabaran a palos. Lo que se produjo a partir de ese momento fue una ruptura prácticamente total, con cada guerrillero por su lado y algún conato de colaboración circunstancial, porque en el fondo no les quedaba más remedio que entenderse. También de evacuaciones de algunos guerrilleros por sus propios medios, lo cual también acabó en tragedia salvo algún caso aislado.

¿Hubo mujeres guerrilleras?

Hubo muchas mujeres huidas. Muchas. En la matanza de La Bornaína, una mina de San Martín del Rey Aurelio, murió en 1938 una mujer, Olivia Zafa. Había huido después de que mataran a su marido Laureano Argüelles, el alcalde de Piloña, cuyo cadáver había sido arrastrado por Infiesto atado a la cola de un caballo. En la zona de La Mafosa, en Mieres, hubo una partida que estuvo parcialmente integrada por mujeres. Entre Peñamayor y la sierra de Ques hubo tres ‘A Rubia da Serra’ intentó enseñar a leer y escribir, con caligrafías Rubio, a los dos hijos que tuvo en el montehermanas de La Marea, las hermanas Peruyero Forcelledo, que estuvieron con una partida entre septiembre de 1939 y abril de 1940. Y más… En Picos de Europa, en 1945, ocurrió un hecho muy relevante en un mayáu cerca de Sotres, Pandébano. Allí se produjo un tiroteo entre una partida de guerrilleros y la Guardia Civil. Murió [Ceferino] Machado, que era de la guerrilla cántabra, pero el resto de guerrilleros pudieron escapar porque Gildo [Campo], que era un guerrillero de Tresviso, contraatacó desde Sotres, disparó por la espalda a los guardias civiles, mató a un par de ellos, hirió a otro e hizo que levantaran el cerco. La partida pudo, en consecuencia, escapar, pero cuando volvió al pueblo y contó lo que había sucedido los enlaces fueron conscientes de que la Guardia Civil volvería y actuaría como era habitual en la época. Entonces diez o doce vecinos de Sotres se tiraron al monte. Entre ellos había dos mujeres: Santa López y Benedicta Llanes, que estuvieron un invierno en Picos de Europa. Una de ellas llegó a tener descendencia allí y dejó a la criatura una noche en Sotres para que la recogiera la familia. Hay todos esos casos y muchos más. De todas formas, el más emblemático es el de Felisa Fernández Arandojo.

¿Cuál es su historia?

Felisa Fernández Arandojo era de una aldea de Ibias que se llama Serra y fue conocida como A Rubia da Serra, y estuvo en el monte desde 1944 hasta 1953, es decir, casi diez años. Acompañaba a su compañero, Antonio Lago, Boiro, a quien secundaba haciendo toda clase de acciones: asaltos, cortes de carretera… Generalmente la función de las mujeres en las partidas guerrilleras era dedicarse a esas tareas que tradicionalmente se consideran propias de la mujer: lavar, planchar, cocinar, etcétera, y en el mejor de los casos participar dentro de la logística de las operaciones vigilando, escoltando y protegiendo, pero a la Rubia da Serra los testigos de sus correrías aseguraban haberla visto vestida con sus propios correajes y pegando tiros igual que Boiro.

¿Cómo cayeron?

En 1953 Boiro intentó asaltar a unos allandeses que regresaban a Allande procedentes de Cangas del Narcea, pero éstos se volvieron contra él y lo hirieron a golpes. Él les pidió la oportunidad de conversar y ellos en principio aceptaron, pero en un momento dado en que se llevó la mano hacia la cartera pensaron que iba a sacar otra pistola y lo acabaron rematando. Entonces esta mujer, al ver que se quedaba sola, primero intentó suicidarse metiendo la cabeza en un riachuelo, pero luego quizá pensó mejor en sus dos criaturas y acabó entregándose. Como curiosidad, cuando, después, llevó a sus captores a la choza que utilizaban, éstos encontraron allí caligrafías de Rubio y libros de escolaridad: esta buena señora, en la medida de sus posibilidades, había intentado enseñar a leer y a escribir a esos dos hijos que habían nacido en el monte. Uno se llamó Antonio, como su padre, y la otra Celia. Antonio tenía unos siete años en 1953 y Celia dos o tres, así que habían nacido hacia 1944 ó 1945 y 1950 ó 1951 respectivamente. Por cierto, se me olvidaba hablar de otras dos mujeres muy importantes…

¿Quiénes?

Haydée Pérez Haces y La Maña. Haydée fue compañera del mítico Bernabé y estuvo por lo menos un año, entre 1948 y 1949, conviviendo con su partida. Y La Maña era de la zona del Bierzo, pero fue vista al lado de su compañero, que era conocido como El Maño, por la zona del Suroccidente —Cangas del Narcea, Ibias, Degaña…— y fue vista, igual que A Rubia da Serra, con su armamento, su correaje, su metralleta Schmeisser… Es decir, ataviada con la vestimenta propia de cualquier guerrillero hombre. A mí un enlace me llegó a comentar que le había proporcionado un mono a La Maña precisamente para que anduviera con ropa adecuada para andar por el monte. De todas maneras, hay que decir que este caso no es representativo, igual que no lo es el de A Rubia da Serra. En general hubo dimorfismo funcional y se mantuvo a las mujeres relegadas de la lucha cuerpo a cuerpo.

Por las pequeñas rusias, los guerrilleros se paseaban a la luz del día sabiendo que nadie los delataría¿Cuántos efectivos tenía la guerrilla en su mejor momento?

Entre 1943 y 1948, que son las fechas entre las cuales se alcanza el pico más alto de efectivos, podía haber en torno a unos doscientos guerrilleros.

El apoyo social y los enlaces

En una parte del libro habla de las pequeñas rusias: lugares de Asturias en los que el apoyo a la guerrilla era casi universal. ¿Cuáles eran esas pequeñas rusias?

En la zona leonesa las llamaban ciudades de la selva. Eran territorios que los guerrilleros consideraban liberados. Las principales en Asturias se encontraban en la cuenca minera, y en algunos casos su génesis no estaba vinculada a la actividad guerrillera, sino que se remonta en el tiempo hasta los orígenes del movimiento obrero y de la izquierda vertebrada o políticamente institucionalizada en Asturias. Después los guerrilleros simplemente las utilizaron en su propio provecho. En la cuenca del Nalón hay una pequeña rusia tradicional vinculada al ámbito socialista, que es el valle de La Hueria: lo que ahora se llama La Hueria de Carrocera y antiguamente se llamaba La Hueria de San Andrés. Algo parecido se podría decir, aunque sin un vínculo identitario con la tradición socialista tan marcado, del valle de Tiraña, ya en Laviana. En San Martín del Rey Aurelio también hay que hablar de La Cerezal, que fue un verdadero santuario. Allí los guerrilleros eran capaces de comprometer a toda la población e incluso de deambular por allí a la luz del día con plena garantía de que nadie los iba a delatar. De hecho procuraban quedarse, alternar y comprometer en cierto modo a todos los vecinos para que todos tuvieran, por así decir, algo que ocultar. En Langreo todo el valle de La Nueva es de marcadísima tradición comunista, y todos esos pueblos  —La Mosquitera, La Inverniza, El Tendeyón, Pampiedra…— han aportado y alimentado a familias enteras que han fortalecido las filas de la guerrilla. En algunos de esos pueblos, los guerrilleros se desenvolvían con la misma naturalidad y espontaneidad que en La Cerezal. En cuanto a Mieres, los guerrilleros se sintieron particularmente cómodos en el valle de Turón.

¿Hubo pequeñas rusias en las otras áreas guerrilleras?

Sí. En el Suroccidente, en Ibias, hubo pueblos como Sierra, del que hablaba antes, Villarmeirín o Llanelo con características similares, y ya fuera de Asturias, pasado el puerto de Cienfuegos y en zona leonesa, en los pueblos de Trascastro, de Peranzanes, de Guímara e incluso en la capital de toda esa comarca, Vega de Espinareda, los guerrilleros se movían como pez en el agua. En cuanto al Oriente, durante mucho tiempo y hasta que se instaló allí un cuartel de la Guardia Civil después de los sucesos de Pandébano, lo mismo se pudo decir de Sotres. El propio alcalde pedáneo y la guardería del bosque ubicada allí estaban en connivencia con la guerrilla. En algunos lugares del Suroccidente de asturias y el vértice noroccidental de León sucedió lo mismo con los alcaldes de barrio allí llamados vistores y en general con las supuestas autoridades franquistas, que realizaban un doble juego por el cual llegaban a compromisos con las partidas del tipo de «vosotros nos respetáis y nosotros a cambio os prestamos una cierta colaboración».

En general y fuera de estas pequeñas rusias, ¿con qué grado de apoyo social contaba la guerrilla?

Fue cambiando con el tiempo. Al principio fue muy elevado: de hecho, la guerrilla asturiana se diferencia de la de otras partes precisamente en que es un fenómeno de masas. No son cuatro combatientes perdidos en un felechal, y prueba de ello es que si uno investiga la guerrilla descubre que varios miles de personas fueron procesados por su vinculación de una manera o de otra a la guerrilla. Si hiciéramos una transpolación que yo no me atrevo a hacer y cuantificáramos el apoyo real considerando que los procesados son los detectados pero que hubo muchos que jamás fueron descubiertos, multiplicando por equis el 50, 60 ó 75 por ciento que decidiéramos que hubo de procesados, podríamos encontrarnos cifras de diez mil, quince mil, veinte mil personas que por lo menos en algún momento prestaron algún tipo de Los enlaces eran la intendencia y el servicio de espionaje de la guerrillacolaboración a la guerrilla. Es decir, un fenómeno de masas. Lo que pasa es que el apoyo no fue constante. Con la guerra civil todavía cerca es mucho mayor, porque los vínculos ideológicos están más vivos y aún hay esperanzas de darle, por así decir, la vuelta a la tortilla, pero a medida que va pasando el tiempo y esa vuelta va siendo menos verosímil todo ese magma de apoyo social va sufriendo un lento proceso de erosión y desgaste, que el régimen de Franco se preocupa de acelerar con el instrumento de la represión y del miedo. La represión franquista llegó en Asturias a las cotas más extremas e inimaginables. Sencillamente no había límites ni castigo para el represor. El victimario podía hacer lo que le diera la gana, porque después ya se encargaría el régimen de dar la cobertura legal que el caso requiriera. Se podía hacer lo que fuera, todo aquello que la mente más perversa fuera capaz de imaginarse para hacerle daño a una persona. Hasta el extremo más inaudito estaba permitido, y la capacidad de resistencia de las personas tiene límites y hay compromisos que se pueden llevar hasta límites insospechados, pero siempre acaba habiendo un límite, un punto en el que dices: «Hasta aquí; aquí ya no puedo más». Comprensiblemente, a medida que los apoyos de la guerrilla van viendo el precio brutal que hay que pagar van produciéndose dimisiones y deserciones. A partir de 1946 ó 1947, a eso se le une la pérdida de la esperanza en el contexto de la guerra fría.

Para los Aliados, Franco deja de ser un dictador fascista y pasa a ser un socio solvente en la lucha contra el comunismo.

Sí. El régimen está para quedarse y los enlaces van siendo conscientes de que nadie en el exterior va a mover un dedo por el antifranquismo y de que en el interior no hay fuerzas suficientes para derribar el régimen. Por puro pragmatismo vital, también a causa de eso hay personas que se van apartando. Y por último no podemos negar la cierta impugnación política de la guerrilla que se produjo en ciertos enlaces. Hubo personas que no siempre compartieron las acciones de los guerrilleros, y los propios guerrilleros, con el tiempo y en cierta medida, se fueron quedando atrapados en su propia espiral de violencia y en un torbellino de acción-reacción en el que su respuesta cada vez fue siendo más desaforada e injustificada, llegando a cometer acciones que hasta los más concienciados o comprometidos con su casa rechazaban. Eso también contribuyó a que el apoyo social fuera menguando, y sumado a todos los otros elementos que he comentado antes acabó dejando a los guerrilleros sin la base social sobre la cual cimentaron su supervivencia y por lo tanto en una posición muy, muy vulnerable.

Una figura fundamental en cualquier guerrilla es la del enlace, también conocido como guerrillero del llano. ¿Cuál era el perfil tipo de los enlaces? ¿Cuáles eran sus labores?

Empiezo por el final, que me resulta más fácil. Las labores de los enlaces eran todas las imaginables. La guerrilla es un ejército sin intendencia, que tiene que vivir sobre el terreno y por lo tanto no tiene garantizado nada. La comida, la ropa, el refugio, las armas, los lugares de ocultamiento…, todo se lo tenían que procurar los guerrilleros ellos mismos, y como eran incapaces de proporcionarse todas estas necesidades vitales por sí solos recurrían a los enlaces. Si no necesitaban que les proporcionaran armas, porque de esto en buena medida se surtían ellos por sus propios medios, seguro que necesitaban que les proporcionaran munición, o acudir a un enlace herrero para que se las arreglase cuando se les estropeaban. Si más o menos conseguían ellos la comida, para los servicios médico-sanitarios necesitaban indefectiblemente ayuda. Si un guerrillero tenía una enfermedad o un accidente, o si era herido, era su enlace quien se encargaba de esconderlo y de buscar un practicante o un médico. Si había que ir a un dispensario o una farmacia, a veces era el enlace el que iba simulando tener los mismos síntomas que el guerrillero que estaba escondido en un lugar seguro. El enlace iba y le decía al farmacéutico: «Mire, es que tengo unas supuraciones en el miembro viril que…», y a lo mejor el médico le decía: «Enséñemelo», y claro, ahí le fastidiaba (risas). En fin, los enlaces cumplían ese tipo de funciones. También proporcionaban almacenes y lugares de ocultamiento. Si los guerrilleros robaban una vaca o un cerdo, quien generalmente se encargaba de esconderlo o de blanquearlo a través de una carnicería era el enlace. Y luego está la función informativa. Los Hubo mujeres que aceptaron tener falsas relaciones con policías para obtener informaciónenlaces eran el servicio de espionaje y de contraespionaje de los guerrilleros.

Sus ojos y oídos.

Sí. Los guerrilleros se servían de los enlaces para pulsar la opinión del medio social en torno a sus acciones, para saber dónde estaba la fuerza pública, cuáles eran sus asentamientos, cuáles sus desplazamientos… Había también enlaces infiltrados en la Guardia Civil, en la Policía Armada, en el Ejército… Infiltrados por múltiples medios: porque la prima de un enlace resultaba que trabajaba en no sé qué cuartel y ponía la oreja, porque era novia de un sargento… Hubo incluso mujeres que aceptaron tener una doble relación sexual con un enlace o un guerrillero y simultáneamente con un policía o un guardia civil para ser una fuente de obtención de información. Otra cosa que hacían los enlaces era ser guías. No siempre el guerrillero se movía por un territorio conocido: a veces tenía que desplazarse por zonas que no conocía y recurría al enlace para que le dijera por dónde tenía que ir. Los enlaces también servían de avanzadilla en puntos de paso delicados como encrucijadas o puentes, donde siempre había apostaderos de la Guardia Civil porque la Guardia Civil era consciente de que aquéllos eran lugares por los que había que pasar indefectiblemente. El enlace iba delante para hacer saltar ese servicio de vigilancia y el guerrillero iba cien metros detrás para pasar en cuanto el enlace despistaba a los guardias. Los enlaces eran todo eso y también eran las estafetas, los vasos comunicantes entre las distintas partidas de guerrilleros. Todos los mensajes entre una partida y otra se enviaban a través de los enlaces. En fin, las funciones de los enlaces eran inagotables. También eran quienes proporcionaban cosas tan aparentemente triviales como necesarias, como un periódico, una revista o un aparato de radio para mantener a los guerrilleros comunicados con el mundo. ¿Qué más me preguntabas?

El perfil tipo, el perfil medio del enlace. Quiénes eran.

Primero, el núcleo familiar: las personas que tenían un vínculo consanguíneo con los guerrilleros. El problema de esto es que ese núcleo familiar solía ser destruido por el aparato represivo. Los familiares de los guerrilleros eran los principales damnificados de la resistencia armada. Si las fuerzas represivas no se sentían capacitadas para acabar con ellos, los desarraigaban. Una de las principales medidas punitivas contra los enlaces fueron las deportaciones a otros lugares de Asturias o incluso de fuera de Asturias. Después, enlaces también eran los miembros del círculo afectivo del guerrillero: personas que han sido tus compañeros de trabajo o tus vecinos y con las que has compartido experiencias comunes y tienes unos vínculos de afectividad sólidos que les impiden tener la ingratitud de dejarte en la estacada. Hubo apoyos y respaldos de este tipo que llegaron a extremos de un heroísmo sin parangón. Otras veces los enlaces eran personas que habían estado ellas mismas en el monte escondidas, y que por lo tanto tenían una empatía muy fuerte hacia la situación de los huidos. Y luego, claro está, está el elemento ideológico: personas que son tus enlaces porque comparten tu discurso, tu relato, tienen tus mismos enemigos, creen en tu lucha, aspiran a lo mismo que tú. Y luego hay un último grupo de enlaces compuesto por aquéllos que lo eran malgré lui, que dirían los franceses, es decir, a su pesar. Eran enlaces porque no les quedaba más remedio. ¿Por qué no les quedaba más remedio? En algunas ocasiones porque eran coaccionados, y en otras por pragmatismo: tú eres vaquero y sabes que desde el mes de abril hasta el de octubre vas a estar en tu mayáu compartiendo el territorio con unas personas que van armadas, pero a cinco, diez, quince, veinte kilómetros del cuartel de la Guardia Civil más cercano. ¿Qué haces? Pues llevarte bien con ellos. Al final, el poder y la autoridad es del que tiene la pistola. Por puro pragmatismo, aunque no tengas ni vínculo familiar, ni vínculo afectivo, ni vínculo laboral, ni empatía, ni sintonía ideológica, acabas colaborando con esa gente.

¿Cómo se efectuaba el, por así decir, reparto de papeles? ¿Por qué alguien se hacía guerrillero y no enlace o enlace y no guerrillero?

Había enlaces que de vez en cuando se incorporaban a las partidas. Yo los llamo ‘temporeros de la guerrilla’Hombre, dar el paso de incorporarse a la guerrilla era un paso irreversible. Una vez uno se convertía en guerrillero ya no había paso atrás. No todo el mundo tiene el valor o el arrojo de asumir una sentencia de muerte como ésa. Ser enlace no estaba exento de peligro, ni muchísimo menos: algunos de los casos más duros de represión fueron perpetrados precisamente contra enlaces. Pero siendo enlace había alguna posibilidad de sortear la represión, mientras que siendo huido no. De todas maneras, no siempre se era o enlace o guerrillero. Yo acuño en mi libro un concepto nuevo que es el de temporeros de la guerrilla: guerrilleros a tiempo parcial que funcionaban principalmente como enlaces pero circunstancialmente se incorporaban a las partidas guerrilleras y participaban en sus acciones, se llevaban una parte del botín que se obtenía y volvían después a su vida cotidiana y a su trabajo.

Semblanza del guerrillero

¿Qué guerrilleros asturianos alcanzaron más notoriedad y por qué?

El que más relevancia tuvo en una primera época fue Baldomero Fernández Ladreda, de quien hablaba antes. La tuvo por dos razones: la primera, que encabezó la guerrilla en Asturias, y la segunda el hecho de que él es la primera demostración de la creatividad espontánea de la guerrilla de forma autóctona. Ladreda tuvo el suficiente talento para no necesitar que mentes privilegiadas le dijeran en cada momento desde el exterior lo que convenía hacer. Con sus limitaciones intelectuales, fue capaz de elaborar un discurso estratégico y político muy inteligente de lo que había que hacer. Él, por ejemplo, ya era consciente antes de ser inducido acerca de ello desde el exterior de que la guerrilla tenía que organizarse en estructuras paramilitares y que tenían que primar las acciones de contenido político. También fue el primero que fue consciente de la importancia de la semántica, de la batalla del lenguaje. En una ocasión, por ejemplo, Ladreda reprendió a otra partida de la zona de Laviana, la de los Caxigales, por hablar en uno de sus comunicados de atracos, de asaltos y de actos de fuerza. Ladreda les explicó que si ese comunicado caía en poder del enemigo el enemigo lo iba a utilizar políticamente, y que había que utilizar eufemismos. Donde los Caxigales decían atracos había que decir incautaciones o expropiaciones; donde decían asaltos en carretera había que decir controles en carretera, etcétera. Fue muy pionero y muy visionario en muchos sentidos, y eso hizo de él un líder natural y espontáneo.

Imagino que él sería uno de los vistos con recelo por el partido en el exterior.

Sí, él llegó a enfrentarse con la dirección exiliada del partido comunista, que como decía antes siempre menospreció y desconfió de los cuadros del interior y siempre arrumbó las estructuras organizadas levantadas en dificilísimas circunstancias por los resistentes que se encontraban en el interior de España. Ladreda tuvo la osadía y la gallardía de enfrentarse a ese intento de desplazamiento e incluso protagonizó un conato de rebeldía que desde fuera se vio con tintes asturianistas, de caudillismo local, de querer establecer una especie de reino de taifas. El partido en el exterior veía a estos líderes locales así, como una especie de jefecillos cargados de soberbia que se creían los reyezuelos de su propio territorio. Pero no era así. Lo que había era un espíritu de rebeldía hacia las consignas impuestas desde fuera y desde el desconocimiento de primera mano del terreno y de la realidad.

¿A qué otros guerrilleros hay que destacar?

El sustituto de Ladreda fue un personaje que también adquirió relevancia: Constantino González Zapico, conocido como Bojer o Constante el de La Pallega. Era de esa aldea del concejo de Langreo y encabezó la guerrilla asturiana entre 1946 y 1948. Él fue uno de los que falleció en la zarracina de enero de 1948, y fue un personaje querido por su carisma y sobre todo por su comprensión de la psicología del guerrillero asturiano, por conocer las inquietudes y las preocupaciones, la cosmovisión, la cultura del minero asturiano devenido en guerrillero. De su época también hay que destacar a mi juicio a Avelino Sirgo, el Mate, El último guerrillero en pie fue, a mi entender, Ramonón el de La Nueva. Lo mataron en 1952que estuvo en la zona de Llanes.

El padre de Anita Sirgo, ¿no?

El padre de Anita, sí. Hay que destacarle a él y hay que destacar a los hermanos Castiello, que operaron en el cordal de Peón. Luego, después de la muerte de Bojer, los más relevantes fueron los Caxigales, especialmente Manuel Díaz González, Manolo Caxigal, que fue quien asumió la dirección de la guerrilla asturiana desde el 28 de enero de 1948 hasta el 14 de febrero de 1950, cuando cayó en una zarracina en el refugio de La Peña, cerca de Caxigal, de donde era él. Allí murió toda la plana mayor de la guerrilla del partido comunista: siete personas en total. Y luego hay muchas otras figuras: Los Maricos, Marcelino Fernández Fernández y su hermano Manuel; Pastrana, que era de Corralón, José González se llamaba; Canor, Barranca, Mamés, Quintana… Quintana fue un personaje muy romántico que encarnó en cierto modo esa parte de Robin Hood que también tenía la guerrilla. Operó en la zona de Mieres. Y después hay otros que tuvieron mucho relieve pero la memoria popular recuerda menos porque murieron prematuramente, como Angelón de Carancos, Ladio en la zona de Laviana, Chato de Cabañaquinta

¿Cuál fue el último guerrillero en pie?

A mi entender, Ramón González González, Ramonón el de La Nueva, un enlace de una aldea de La Nueva que se llama Les Codes que se tiró al monte hacia 1950 y se puede considerar el máximo dirigente del partido comunista en 1952, cuando ya prácticamente no quedaba nadie. Parece ser que intentó pasar a Francia por el puerto de El Musel y que después, en septiembre de aquel año, fue a recluirse a la barriada de La Camocha. Entre septiembre y octubre se lo fueron pasando de casa en casa intentando deshacerse de él, porque sabían lo comprometedora que era su presencia, y finalmente lo detectaron dos personas de la célula del partido comunista en La Camocha que estaban en connivencia con la policía. En un momento dado, el 14 ó 15 de octubre de 1952, decidieron dar el asalto en una casa y lo mataron. Con él muere a mi entender el último guerrillero, aunque quedaba alguno más por ahí vivo. Está el caso singular de Bernabé, al que mata a mazazos un compañero, Eduardo Carlos Álvarez Fernández, Diente de Oro, previo suministro de una elevada dosis de Piramidon. Bernabé tenía una encefalitis aguda y daba tantos alaridos en el refugio en el que se encontraban en la zona entre Colunga y Villaviciosa que tuvieron que acabar con él, porque asistencia médica no podía proporcionársele y si se lo dejaba vivo podía llamar la atención de los represores. Este Eduardo Carlos, a su vez, estuvo escondido unos cuantos años pro esa zona y en un momento dado en que creyó que lo iban a detener se disfrazó de mujer, se puso una cesta de pescado en la cabeza con la metralleta escondida en ella y se marchó a buscar otro refugio por la zona de Villamayor, en Piloña, donde hacia 1958 lo detuvieron. Ésa fue seguramente la captura de la última persona vinculada a la guerrilla. A Eduardo Carlos lo condenaron a pena de muerte, pero se la conmutaron, y acabó saliendo con la ley de Amnistía de 1977.

Absolutamente todos los guerrilleros tenían un apodo, y en Luchadores del ocaso hay, además del preceptivo índice onomástico, otro de pseudónimos. Hay alguno llamativo, como Pambarato o Cantinflas. ¿Por qué esta práctica?

Usaban apodos principalmente porque era costumbre en la época. Entonces era muy habitual que se conociera a la gente por su apodo, y a la gente se le asignaba apodos de una manera sobre la que el caso de Pambarato, de hecho, es muy elocuente. Pambarato era Luis Gómez Bueno, un socialista de Olloniego al que capturaron en Portugal intentando salir hacia Iberoamérica. ¿Por qué llamaban Pambarato a Pambarato? Pues porque en la época de la República en la Casa del Pueblo socialista operaban distintas organizaciones lúdicas y recreativas, y entre otras cosas se representaban obras de teatro cuyo contenido casi siempre estaba relacionado con la problemática social. Este Pambarato participaba en esas actividades, y una de las frases que tenía que repetir en una obra de las que representó era algo así como: La traición se consideraba delito de leso compañerismo y se pagaba con la muerte«¿Cuándo llegará el día en que tengamos el pan barato?». En aquella época, en los pueblos, cualquier novedad, cualquier gracia, cualquier circunstancia, cualquier defecto, cualquier singularidad de la tradición familiar, cualquier oficio, cualquier ocurrencia que tuvieras te servía para que te marcaran de por vida con un apodo, y a Gómez Bueno le quedó ése. La asignación de heterónimos de largo arraigo es algo que forma parte de la antropología de la Asturias tradicional. De todas maneras, en el caso guerrillero sí que es verdad que había un elemento complementario. Costumbre tradicional y cultura militante encajaban perfectamente y se reforzaban, porque en la guerrilla, como en cualquier organización clandestina, la intimidad es algo que conviene preservar. Algunos guerrilleros procuraban que no se conociera la autoría de las acciones que participaban no por miedo personal, porque todos los guerrilleros sabían que tenían trece o catorce penas de muerte ya dictadas contra ellos, sino porque tenían familiares y parientes que seguían residiendo en Asturias y sabían que en cuanto se supiera o se supusiera que ellos habían sido los autores de tal o cual cosa el aparato represivo se iba a cebar con esos parientes. Utilizaban los apodos para enmascarar sus acciones: un recurso defensivo lógico y propio de la cultura de la clandestinidad de toda la vida, donde siempre se han usado nombres de guerra.

Según cuenta también en el libro, no consta que en Asturias se redactara un estatuto del guerrillero como los que sí funcionaban en otras zonas, pero sí que existía un código ético informal. ¿Qué estipulaba ese código ético?

Era un código muy simplista que consistía en sublimar conductas propias de cualquier colectivo, y no hacía falta escribirlo porque se deducía de las experiencias, de los hechos, y se acordaba oralmente. Sus indicaciones eran cosas como que la traición es un delito de leso compañerismo. Algo así no hacía falta escribirlo y tampoco hacía falta redactar la penalidad que tenía incumplir ese delito de leso compañerismo: la traición, que tiene unas consecuencias que todos conocemos porque ya hemos vivido innumerables delaciones y caídas, se paga con la muerte. De ese principio sacrosanto que es el compañerismo que todos tenían asumido e interiorizado se derivaban todos los demás y toda la regulación de lo lícito y lo ilícito, de lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer. En cierto modo no estamos hablando de un código distinto de los que regulan el funcionamiento de una pandilla de amigos: la única diferencia es de intensidad. La pandilla que era la guerrilla estaba sometida a circunstancias extraordinarias y riesgos extremos y en consecuencia las penas aplicadas a los comportamientos ilícitos también se agravaban, pero el fondo era el mismo: compañerismo y traición. De todas maneras, los maquis, cuando llegan, sí que traen con ellos una cierta institucionalización e incluso quizá algún reglamento escrito de lo que se puede y lo que no se puede hacer, ya no ligado exclusivamente a cuáles son las conductas reprobables sino también a cuestiones de la vida más cotidiana, como cuándo hay que caminar y cuándo no, cuándo se puede encender un fuego y cuándo no, si se puede o no se puede beber alcohol o el cuidado que hay que tener con las prostitutas, porque por un lado suelen estar en connivencia con la policía y por otro pueden transmitir enfermedades venéreas imposibles de tratar en el monte. Este tipo de textos sí que existieron, y parece, por otra parte, que en la guerrilla gallega y leonesa también se utilizaron, y que cuando esos guerrilleros entraban en contacto con los asturianos para alguna acción común les comunicaban que ellos tenían un reglamento en el que se permitía esto y aquello.

También cuenta que los guerrilleros no fueron dotados de un uniforme reglamentario, pero sí que tenían pautas sobre cómo vestir. Al PCE le preocupaba que un excesivo aliño indumentario los asociara con vulgares asaltacaminos o transmitiera una sensación de derrotismo, pero también le desagradaba un excesivo dandismo que contrastara con la miseria general.

Sí, a mí esto me hace mucha gracia. La palabra es fantástica: derrotismo (risas). Si iban mal peinados, con mala cara, con barba espesa, con la ropa sucia, daban impresión, por utilizar una Muchas partidas se nuclean en torno a comandantes de la guerra civil, como Flórez o Mataexpresión reconocible, de ejército de Pancho Villa, es decir, no transmitían una sensación de seriedad, de estar luchando por una causa y por una causa posible. Desmoralizaban. Si los enlaces y los apoyos potenciales en el contexto social veían aparecer a estas personas con un aspecto lamentable, se dirían: «¿A dónde vamos?», y la palabra de la época era derrotismo, que me parece muy elocuente. Pero claro, a la vez había un runrún, una cierta maledicencia con respecto a la guerrilla. No estaban exentos de crítica, aunque ellos no siempre fueran conscientes de ello, y entre la población y los enlaces los alardes, la soberbia, la jactancia, la chulería que exhibían algunos guerrilleros también se rechazaba. Por supuesto se rechazaban los abusos de todo tipo, muy especialmente si eran dirigidos a mujeres. Pero también ese cultivo de un cierto dandismo. Claro, hay que situarse en el contexto. El contexto son los años cuarenta, los años de la autarquía, del estraperlo, del desabastecimiento, de la pobreza general. Si tú te estás sacrificando y estás asumiendo riesgos extremos y ves que lo estás haciendo por unos tipos que van extraordinariamente bien vestidos, que llevan camisas de seda, que manejan billeteras repletas, que comen y beben a satisfacción, que van a prostíbulos y que se dan una vida que a ti te resulta completamente inaccesible, lo lógico es que te cuestiones: «¿Y por esto me sacrifico yo?». Así que sí, los guerrilleros tenían que buscar un complejo equilibrio entre ir decentes pero sin pasarse.

Métodos y acciones

¿Cómo se organizaba la guerrilla? ¿Cómo se formaban las partidas? ¿Cómo eran las jerarquías, cómo la transmisión de órdenes?

Una pregunta difícil. Una pregunta difícil por falta de información. Vamos a empezar por cómo se organizaban las partidas. En Asturias, y esto puede ser generalizable a España, encontramos que la consanguinidad es un factor vertebrador fundamental. Nos encontramos a muchos núcleos de hermanos que están en la base de la organización de las partidas. Después, hay círculos de vecindad y otras lealtades primordiales que derivan de experiencias compartidas del pasado, de haber trabajado en el mismo sitio, etcétera, y por supuesto los vínculos ideológicos, aunque esos vínculos ideológicos, contra lo que pueda parecer, jugaban un rol secundario. Yo recuerdo que en una ocasión le pregunté a Manolín el de Llorío, que fue guerrillero, murió en 2011 y es uno de los pocos protagonistas con los cuales se pudo tomar contacto para conocer la intrahistoria de la guerrilla, de qué dependía la vertebración de las partidas; cuáles eran, por usar la terminología de algunos historiadores, los elementos aglutinadores de las partidas, y Manolín el de Llorío me decía: «¿Con quién ibas a convivir en el monte? Con quien te llevaras». Con quien te llevaras, es decir, con aquellas personas con las que fueras compatible incluso por encima de la ideología.

En circunstancias extremas como las que se vivían siendo guerrillero, la amistad con los compañeros tenía que ser a prueba de bomba.

Claro. Hay casos de enfrentamientos, de reyertas y de fracturas en el seno de las partidas precisamente por esas situaciones límite a las que cotidianamente eran sometidas. La relación entre compañeros tenía que ser todo lo armónica posible, y que hubiera vínculos de sociabilidad previos ayudaba mucho. Bien, ya tenemos confeccionada la partida. ¿Cómo se jerarquiza después? ¿Cómo se da un paso más? Aquí intervienen muchos factores. Yo creo que el fundamental es el carisma personal: hay personas dotadas de un liderazgo natural, de un carisma conferido por el arrojo, la osadía, la serenidad, la talla política, la templanza… Por otro lado, muchos de los guerrilleros habían combatido ya en la guerra civil y en algunos casos habían adquirido un rango, un escalafón. Buena parte de las partidas asturianas se nuclean en torno a personas que fueron comandantes en la guerra civil: [Manuel Fernández Peón, conocido como] el Comandante Flórez, el Comandante [José] Mata… Otros no fueron comandantes pero fueron capitanes, y si no tenientes, y si no sargentos, como Lisardo [García García] o los Caxigales. El rango adquirido dentro del Ejército Popular durante la guerra no necesariamente se mantenía, a veces sí y a veces no, pero proporcionaba una capacidad, un conocimiento, una experiencia, un saber estar en situaciones límite que solían ser admirados por el resto de los compañeros. De todas maneras, hay que ser conscientes de que la vertebración no es igual en cada partida ni en cada época: en los primeros años, hasta mediados de los cuarenta, hubo partidas más jerarquizadas en torno a una persona dotada de esos rangos singulares —como el propio Comandante Flórez o Florentino Rodríguez Pico, el maestro de Villarmeirín— y hubo otras más horizontales y democráticas en las cuales no había una persona que tuviera una capacidad de liderazgo reconocida y definida. Y en los años siguientes se produce la militarización de las partidas y la guerrilla se organiza en tres brigadas con otros tantos comandantes de las que dependen las distintas partidas, con un jefe de brigada y a veces incluso un comisario político dentro de cada partida. En este caso, la influencia del partido comunista era determinante a la hora de designar dirigentes y jerarquizar las unidades de combate.

¿Cómo se decidían las acciones a llevar a cabo? ¿Las decidía cada partida de manera autónoma o había una cadena de mando por la cual las decidía el partido o algún sistema de coordinación suprapartidaria?

A la par. Coexistieron las dos posibilidades. Era un sistema entre autónomo y espontáneo y jerarquizado y también aquí hay que hablar de diferencias entre los distintos períodos. Hay un período de 1937 a 1943-1944 en el que cada partida es un microcosmos que decide lo que hace y lo que deja de hacer y hay ese otro período en el cual la guerrilla está más estructurada, entre 1943 y 1948, y coexisten un cierto margen de espontaneísmo con una cabeza rectora que planifica, coordina e irradia. Después de 1948 y hasta 1952 entramos en una etapa de confusión y desestructuración en el que se vuelve a recuperar la espontaneidad del principio. Sigue habiendo una cabeza rectora que se esfuerza por mantener la cohesión del período 1944-1948 pero esa cabeza rectora va siendo consciente de que cuando planifica y ordena, el grado de ejecución y de cumplimiento de esas consignas es limitado y fragmentario.

[Imagen: Rendición de guerrilleros después de los sucesos de Pandébano, 1945. Fotografía de Tomás Fernández]

Todas las partidas guerrilleras disponían de un repertorio de contraseñas y formas de transmitir mensajes en clave. ¿Cuáles eran esas claves?

Alfonso Domingo dedicó a la vida cotidiana en el monte de los guerrilleros antifranquistas un libro que tituló El canto del búho para acreditar que se sirvieron de un lenguaje no verbal propio del que en muchas ocasiones dependió su supervivencia. En Asturias, como en el resto de España, fue frecuente que imitaran el canto del cuco para reagruparse, reconocerse o identificar a enlaces leales. Dependiendo de las zonas y de la hora del día reproducían los sonidos de otras aves, como la perdiz, por ejemplo, o de otros animales, como el zorro. Dependiendo de las circunstancias podían recurrir a la emisión de otro tipo de sonidos con un significado previamente convenido por emisor y receptor, como los proferidos mediante silbatos o los habituales entre las comunidades pastoriles con las que convivían para dirigir los movimientos de los animales domésticos. Cada partida, casi cada huido, disponía de su propio repertorio de señales, signos, distintivos y marcas para establecer contacto y comunicarse con otros huidos o sus apoyos. El color o la disposición de ropa tendida, ramas de árboles, piedras u otros objetos servían para comunicar mensajes cortos como puedes acercarte, mantente a la expectativa o aléjate, peligro inminente. Cuando dejaban notas solían utilizar un lenguaje figurado o, en determinados casos, agua de limón o de arroz para que el texto no fuera visible a simple vista.

En el libro, usted tipifica una serie de conjuntos de acciones llevadas a cabo por la guerrilla. El primero es el de los golpes con justificación política: ajustes de cuentas a represores y cómplices, asaltos a falangistas, allanamientos de inmuebles e incluso castigos colectivos a pueblos y aldeas hostiles.

Los golpes con justificación política son los que entran en las dicotomías fascismo/antifascismo, izquierda/derecha, frentepopulismo/falangismo… Buena parte de las acciones de los guerrilleros encajaban en alguna de esas disyuntivas, porque las canalizaban hacia personas a las que consideraban responsables en alguna medida de su situación. Decían: «Tú tienes la culpa de que yo me encuentre como me encuentro y de que esté forzado a proceder de esta manera, porque formas parte del bando de los vencedores de la guerra civil y del sistema de legitimación que me obliga a vivir proscrito, y por tanto mi mantenimiento y el de los míos tiene que recaer sobre tus espaldas». Cuando los guerrilleros hacían lo que llamaban golpes económicos, es decir, atracos, u otro tipo de acciones como cartas de extorsión anónimas, siempre procuraban que la víctima estuviera identificada con el régimen y colaborara con el aparato de represión.

Me llaman la atención, especialmente, esos castigos colectivos a aldeas significadas como enemigas. ¿Hubo muchos?

Hubo alguno. De finales de 1939 hay registrada una queja de los habitantes de La Grandiella, en Laviana, por llevar medio año siendo objeto de atracos recurrentes por la partida de Eladio, y uno de los afectados lamentaba que fueran «maltratados de obra por ser todos de matiz derechista». En lugares como Payandi (Laviana) o Valdelosa (Caso) se dieron situaciones similares. Pero no, no fueron acciones corrientes en la guerrilla.

Cuenta en el libro que, quizás sorprendentemente, la guerrilla respetó, salvo excepciones, a la Iglesia y sus bienes. ¿Por qué?

Pues no lo sé. Constato el hecho pero no sé explicarlo, porque es inexplicable. Ahí está la tradición de comecuras y de blasfemo que tiene el asturiano y en particular el minero asturiano, demostrada tanto en octubre del 34 como durante la guerra civil. Buena parte de los damnificados del 34 fueron personas que pertenecían a la Iglesia, y en zonas como Turón hay muchísimos ejemplos de represalias perpetradas sobre curas y monjas, así como de profanación y saqueo de recintos eclesiásticos, de quema de iglesias y de reconversión de iglesias para otros usos. Es inexplicable que, con esos antecedentes, llegara la etapa de la resistencia armada y las acciones dirigidas contra los curas se volvieran escasísimas, pero es así. Ahora mismo, de memoria, solamente recuerdo a un cura al que molestaron en Espinaredo, en Piloña, en el transcurso de una boda y a un cura al que secuestraron en Parada de los Cotos, en Ibias. Y en este último caso no fueron asturianos los secuestradores, sino la partida gallega de Santeiro. Más allá de esto, la Iglesia fue totalmente respetada. Mismamente en uno de esos castigos colectivos a aldeas hostiles, el llevado a cabo por Los Moranes en 1940 contra los pueblos de Vegalencia y Tellego, en Ribera de Arriba, fueron saqueadas las casas del juez municipal, del alcalde pedáneo y del jefe de Falange, a los que además maltrataron, pero el cura fue respetado pese a que se negó a abrirles la puerta. Es un misterio. Es más, incluso hay testimonios de curas en juicios contra guerrilleros asturianos en los que esos sacerdotes reconocían que el guerrillero había expresado de forma fehaciente su deseo de respetarlos, con mensajes como: «Yo fui bien educado y aunque no soy creyente no quiero profanar ni bienes ni ropajes eclesiásticos». Son testimonios muy chocantes, y no sólo si establecemos la comparación con otros períodos de la historia reciente de Asturias, sino también si la hacemos con lo que sucedía al mismo tiempo en otras demarcaciones guerrilleras. En León y Galicia hay veintitantos casos de curas ejecutados o represaliados por la guerrilla, y si vamos a otras zonas, como Málaga, Granada, el Levante o Aragón, el panorama es muy similar. Asturias es una excepción, pero yo no sé decir por qué lo es.

Otro conjunto de acciones es el de las de nivelación económica al estilo Robin Hood, perpetradas contra personas adineradas al margen de sus creencias políticas.

Sí. La de Robin Hood era una figura que ellos seguramente no conocían, pero que estaba presente en sus acciones de forma subliminal. Efectivamente, en estos casos no se necesitaba que la víctima fuera un represor, un falangista o un franquista, sino simplemente que fuera rico; que tuviera más de lo que necesitaba para vivir mientras los propios guerrilleros y su base social Los botines se repartían entre todos los miembros de la partida, hubieran intervenido en el asalto en cuestión o novivían en la miseria. Este factor de redistribución sin connotación política estaba muy presente entre los objetivos de los guerrilleros y en los pocos comunicados que emitieron, aunque eran parcos en palabras y no solían ser elocuentes a la hora de explicar sus acciones. Quizá los objetivos puramente ideológicos no daban lo suficiente de sí y no estaban tan accesibles como ellos deseaban. Los objetivos políticos estaban armados y mucho más protegidos y los guerrilleros tuvieron que ampliar el espectro y considerar que el rico, con independencia de su ideología, tenía que pagar un peaje por las circunstancias en las que vivía. Las figuras más emblemáticas en este sentido eran el indiano en el Oriente de Asturias y el tratante de ganado en la zona central en el Occidente: personas con presencia social y que se caracterizaban por una serie de elementos típicos, como la bata y el fajo de billetes con una goma del tratante.

El tercer tipo de acciones es el correspondiente a los golpes en centros de actividad económica. ¿Qué centros eran ésos?

El principal, las minas, porque eran el eje vertebrador de la actividad guerrillera y los golpes en éstas proporcionaban a la guerrilla un sentido de clase. Derrotada la clase obrera y mutilados sus fórmulas y procedimientos de protesta tradicionales, el guerrillero se erigía en cierto modo en portavoz del minero, a su manera y utilizando su lenguaje. Esto se expresaba en métodos violentos y en múltiples conductas que van desde asaltos al botiquín o al centro administrativo hasta intimidar al vigilante, al capataz, al facultativo de minas, al patrón, al empresario, etcétera, hasta asaltarlo o amenazarlo para privarle de su patrimonio, pero también avisarle, decirle: «Ten cuidado y sé respetuoso con tus subordinados, porque tenemos información de que estás teniendo un tratamiento despótico con determinados trabajadores». En aquellas condiciones, todo el sindicalismo que se podía hacer era ése, y los guerrilleros lo hacían con gusto. A veces incluso secuestraban a un ingeniero y pedían rescate por él. Las minas eran el centro económico principal, pero aparte de él los guerrilleros también actuaban en estaciones de ferrocarril, en tiendas, en colmados, en chigres, en sastrerías, en zapaterías… Lo que hubiera a su alcance.

Los guerrilleros roban reses, y usted cuenta que, aunque no siempre abonan su precio, si se las sustraen a un pastor de izquierdas sí que le pagan por ellas un precio superior al de mercado.

Sí, sí. A veces se pecoreaba como castigo ideológico: si ellos tenían constancia de que la persona a la cual le robaban la novilla o la vaca era de derechas, estaba identificada con el régimen de Franco o participaba en la represión, consideraban el robo justicia redistributiva. Pero si la persona era de izquierdas la compensación estaba generalmente por encima de los precios de mercado, sí. Era una acción inteligente para no menoscabar la base social que tenían. Los guerrilleros eran conscientes de que su supervivencia dependía de que un sector de la población les brindara apoyo. Mientras tuvieran ese colchón, esa red protectora, podrían prolongar ese reto quimérico suyo de seguir viviendo. En cuanto perdieran ese colchón, se precipitaban al vacío. Por eso procuraban tener contentos a estos apoyos potenciales y cultivarlos. A veces incluso colaboraban con ellos en las tareas agrícolas y ganaderas.

¿Cómo se repartían los botines conseguidos? ¿Cómo se gastaban?

La equidad y la igualdad fueron las notas predominantes. En principio el botín se repartía a partes iguales, no solo entre las personas que hubieran participado directamente en la acción sino también entre aquellos componentes de la partida que, por los motivos que fueran, no hubieran podido intervenir. Como siempre estuvieron poco jerarquizadas, las partidas raramente admitían que un componente del grupo se llevara una tajada mayor. Sólo admitían un reparto desigual cuando se argüían razones verificables, como una situación personal o familiar concreta. En cuanto a en qué se gastaba el dinero, durante los años centrales de la década, entre 1944 y 1950, parte del botín se destinaba a fines políticos y propagandísticos. En todo momento se dedicó un porcentaje relevante a fines solidarios, para atender a los familiares Por el secuestro del gerente de la mina Coto Musel se obtuvieron 750.000 pesetasde personas asesinadas, encarceladas o deportadas por su condición de enlaces y apoyos. No se puede cuantificar, pero por indicios indirectos cabe colegir que a estos cometidos dedicaron elevadas sumas de dinero, y en general los guerrilleros pagaban generosamente los servicios que los enlaces les prestaban. Casi todos los colaboradores proporcionaron este tipo de servicios de forma altruista, pero, dadas las circunstancias, no siempre estaban en condiciones de renunciar a una compensación económica. Para algunos ese dinero constituía el único ingreso en metálico al que podían tener acceso. También se compensaba con generosidad al labrador, al vaquero, al chigrero, al comerciante o al industrial cuyos bienes se apropiaban los guerrilleros, dependiendo de sus antecedentes. En toda Asturias ha quedado constancia de este tipo de gestos de esplendidez, consustancial a veces con el carácter derrochador y desprendido del minero asturiano.

«Será por perres».

Eso es (risas). El resto del dinero, los guerrilleros lo empleaban, como es obvio, en satisfacer sus necesidades, tanto las más primarias, elementales y perentorias como las previsibles en un colectivo compuesto por personas jóvenes carentes de expectativas de futuro, al que sus singulares circunstancias impusieron cierto culto al carpe diem. En dádivas y regalos, en sobornos, en la adquisición de bienes de diversa índole en el mercado negro, preferentemente munición o armas, en la satisfacción de necesidades estrictamente personales, como las sexuales, y en los más variopintos caprichos dentro de la estrecha gama a la que podían acceder emplearon también cuantiosas sumas de dinero.

Mencionaba antes los secuestros de ingenieros. ¿A qué otras personas aplicaban los guerrilleros su justicia revolucionaria en forma de secuestros?

El objetivo prioritario fueron el ingeniero, el gerente y el propietario de minas. El secuestro modélico en este sentido fue el de Aurelio Fernández Antuña, el gerente de la mina de Coto Musel, en Laviana. Lo secuestraron Los Caxigales en 1947 y digo que es modélico porque se obtuvieron 750.000 pesetas de rescate, que para el año 1947 era una cantidad desorbitada. Secuestros similares a ése se intentaron muchos, pero por ninguno obtuvieron tanto dinero. Si me preguntas por más perfiles de personas secuestradas, la respuesta está en línea con lo que comentábamos antes: por un lado, personas significadas por su apoyo al régimen —falangistas, somatenistas, etcétera— y por otro gente con recursos: el comerciante, el tratante, el vinatero… Los estraperlistas al por mayor, consentidos y paniaguados del régimen, también fueron víctimas propiciatorias habituales. Y por supuesto el indiano. De éstos, en la zona del oriente hubo muchísimos. Uno de ellos fue el del novelista Héctor Vázquez-Azpiri, que era hijo de un farmacéutico gijonés que tenía una casa en Borizu, en Llanes. Estuvo secuestrado por Bernabé y Dientes de Oro un día. Bernabé se disfrazó de mujer y él y Dientes de Oro se hicieron pasar por una pareja de enamorados y merodearon por la casa hasta que, coincidiendo con el anochecer, irrumpieron en ella y le exigieron a Vázquez Azpiri 80.000 pesetas. Como el farmacéutico no tenía el dinero allí, se llevaron a Héctor como rehén y lo tuvieron en un refugio entre Rales y Vibaño hasta que un labrador que se ocupaba del mantenimiento de la finca fue a llevarles el rescate. En general, la gente pudiente de derechas fue una víctima típica de este tipo de acciones.

El quinto tipo de acciones que usted tipifica son los controles de carreteras y asaltos a medios de comunicación. ¿Qué nos puede contar acerca de este conjunto de acciones?

Sobre todo eran intercepciones de autobuses de línea o camionetas que llevaban a varios tratantes de ganado a algún mercado. En algunos casos también se asaltaron coches particulares, y hubo un caso en el que el ocupante del vehículo en cuestión convenció a los guerrilleros de que su situación económica era precaria y los guerrilleros le dejaron marchar. En cualquier caso, contra lo que pueda parecer a tenor de cómo es nuestra orografía, estas acciones Para los guerrilleros siempre fue más fácil el asalto pistola en mano que el discurso políticofueron poco frecuentes, porque requerían una partida amplia y bien armada y coordinada para neutralizar a los viajeros armados que siempre solía haber en los autobuses, generalmente pertenecientes a la fuerza pública, y esos requisitos no siempre se cumplían. Estas acciones se hacían sólo cuando las expectativas al respecto del botín compensaban los riesgos. En El Connio, en Ibias, hubo una auténtica masacre de guerrilleros en 1942 cuando éstos intentaron asaltar una camioneta que llevaba a unos tratantes a la feria de Cangas del Narcea. Diez guerrilleros bloquearon una curva de la carretera con troncos, salieron al paso de la camioneta, rodearon y encañonaron a sus treinta ocupantes y les exigieron la entrega de sus pertenencias y objetos de valor, pero entre ellos estaban un cabo y dos soldados del regimiento Simancas destacados en Ventanueva que regresaban de hacer batidas por los montes de Rañadoiro. Los soldados empezaron a disparar y se desató un tremendo tiroteo en el que murieron o resultaron heridos la mitad de los ocupantes del autobús. Los guerrilleros consiguieron escapar, pero después se desató una represión tremenda no sólo en forma de batidas minuciosas, sino también de represalias a todos los izquierdistas de la zona. En conjunto, aquello fue un tremendo fiasco que revela bien qué riesgos se corrían en este tipo de acciones y por qué no fueron frecuentes.

Titula «El tiempo de la dinamita» un quinto subcapítulo del capítulo más grande de «Repertorios de acción». Aquí aborda acciones como los atentados contra las líneas telefónica y telegráfica, los sabotajes a la producción y los atentados contra símbolos e instituciones del régimen.

En general se procuró entorpecer la actividad económica, aprovechando que, como comentaba antes, la guerrilla asturiana fue la única que en España dispuso de un recurso estratégico de primer orden y sus circuitos a su alcance. Y no sólo el carbón lo estaba: también la dinamita, que los guerrilleros conseguían en asaltos a polvorines o pidiendo a enlaces mineros que la fueran sustrayendo poco a poco. Hubo muchos sabotajes a la producción en las minas, desde acciones pequeñas como cortes de la alimentación de los troles eléctricos o bloqueos de las conducciones de aire comprimido para dejar sin presión los martillos hidráulicos hasta voladuras más ambiciosas, como la de los lavaderos de Sotiello en 1946. El propósito era provocar el colapso económico del franquismo. También hubo muchos sabotajes de las comunicaciones telefónicas y telegráficas dinamitando postes de la luz y voladuras en el tendido ferroviario. Las acciones solían llevarse a cabo en fechas simbólicas: primeros de mayo, dieciochos de julio, etcétera, y a veces se perpetraban contra símbolos del régimen, como las sedes de Falange, o contra las vías de comunicación por las que se sabía que iban a pasar los asistentes a los actos de masas de Franco durante su visita a Asturias en 1946.

El sexto tipo de acciones es el correspondiente a las propagandísticas. Los guerrilleros combinan, cuenta usted, la pistola y la vietnamita. ¿Qué mensajes transmitían los guerrilleros en esa propaganda? ¿Dónde y cómo la repartían?

Este tipo de acciones también fue poco frecuente. Para los guerrilleros, las acciones de carácter más político y propagandístico siempre fueron las más difíciles de realizar. Primero, por sus propias limitaciones intelectuales: las personas que se tiraron al monte no fueron las más dotadas ni las más capaces desde el punto de vista de la formación intelectual. A los más capaces en este sentido los habían matado, encarcelado o exiliado, y quienes acabaron en el monte fueron gentes más de acción que de reflexión. Para ellos siempre fue más fácil el asalto pistola en mano que el discurso político. Cuando lo hacían, era siempre por insistencia del partido comunista y con un discurso muy simplista, limitado a algunas consignas aprendidas a base de repetición pero siempre con escasa elaboración teórica: cuatro mensajes elementales sobre la explotación y la carestía, unos vivas rituales a Rusia, al comunismo y a la República y poco más. Por otro lado, sus propias circunstancias físicas hacían muy difícil la elaboración de propaganda, que requería unos medios de elaboración y reproducción costosísimos de conseguir, de mover y de almacenar. La única posible excepción a esto es el combate contra la fiscalía de tasas, que El izado de banderas republicanas se hacía en fechas señaladas: 14 de abril, 18 de julio…era la obligación que tenían ganaderos y agricultores de vender sus cosechas a un precio predeterminado que siempre se consideraba muy bajo. Sobre esto los guerrilleros sí que hicieron una labor propagandística más o menos fuerte, impulsados por la insistencia del partido comunista en que los guerrilleros hicieran una labor de captación política entre los pastores, los vaqueros y los labradores. En cuanto a los mineros, que era el otro medio sociolaboral en el que los guerrilleros se movían, también hubo algún intento propagandístico con consignas y recetas simples sobre cómo combatir el abuso y la explotación en el centro de trabajo, pero la conflictividad laboral tuvo una presencia muy tardía en el relato de los guerrilleros. Hubo que esperar a finales de los cuarenta para que incorporaran a él la necesidad de hacer huelgas y de desatar conflictos en el centro de trabajo.

Seguidamente habla de «Otras formas no violentas de proselitismo», como el emplazamiento de banderas republicanas en lugares concurridos y fechas señaladas o los mítines exprés. ¿Dónde y cómo se llevaban a cabo esos mítines? ¿Dónde y en qué fechas se plantaban esas banderas?

Los mítines exprés se podían realizar en algunas aldeas remotas siempre y cuando la fuerza pública estuviera alejada. No es que fueran habituales, porque los guerrilleros no solían tener un nivel cultural elevado y les era muy trabajoso improvisar un discurso político más allá de las consignas aprendidas, pero sí que se hacían de vez en cuando por insistencia de la dirección exiliada del PCE, que consideraba prioritario ese tipo de proselitismo. Se concentraba a la población, se daba un discurso breve con los vivas y los cánticos de rigor y en media hora o una hora como mucho los guerrilleros desaparecían. Esos mítines llegaron a llevarse a cabo en algunas minas de montaña a la salida de algún relevo. En la mina de La Marea, por ejemplo, se hizo un pequeño mitin de estas características en 1949. Los guerrilleros tomaron los accesos a la mina a la salida del relevo, concentraron a los trabajadores, repartieron ejemplares de Mundo Obrero y resumieron de manera sucinta la última declaración del Comité Central del PCE. En cuanto a las banderas, empezaron a colocarse en 1945. Hasta entonces no consta que los guerrilleros tuvieran como prioridad manifestar pública lealtad hacia el régimen republicano, los socialistas porque lo consideraban un riesgo innecesario y los comunistas porque rechazaban adherirse a un sistema político concreto. Empezaron a hacerlo tras el final de la segunda guerra mundial, con la condena internacional del régimen de Franco. Se colocaba la bandera en un lugar visible y se distribuían octavillas, y por lo que se cuenta las autoridades respondían con una reacción desproporcionada. Por la colocación de una bandera en Pico de Lanza (Ribera de Arriba), por ejemplo, se apalizó a cien personas y se dejó paralítica a una. Las fechas señaladas eran las previsibles: catorces de abril, primeros de mayo, dieciochos de julio…; y los lugares podían ser puntos de tránsito de fuerzas armadas, lavaderos públicos, cementerios con fosas comunes, lugares en los que había caído alguna partida, etcétera: lugares concurridos, simbólicos o ambas cosas. En el Ayuntamiento de Ribera de Arriba se llegó a colgar una con una bomba de piña y una calavera como indicación de lo que le ocurriría a quien osase retirarla, y cuando llegaron los artificieros descubrieron que la bomba era falsa.

Según cuenta, Asturias fue la región guerrillera española en la que más incidencia tuvo el atentado personal. Se calcula que hubo 148 asesinatos de este tipo. ¿Por qué esa incidencia? ¿Qué tenía Asturias para que el asesinato particular prendiera con tanta saña?

No lo sé, pero puedo aventurar alguna teoría. En primer lugar, Asturias, el proletariado y el movimiento obrero asturianos, se caracterizan históricamente por hacer compatible la debilidad organizativa y el hiperactivismo. El movimiento obrero asturiano nunca necesitó disponer de estructuras organizadas sólidas para ser capaz de desplegar un activismo sin parangón en el resto de España. Por otro lado, tenemos que reconocer que los guerrilleros asturianos fueron de gatillo fácil (sonríe), mucho más que en otras demarcaciones. ¿Por qué? Pues tampoco lo sé. La única explicación que yo encuentro es una trivialización o banalización de la muerte superior La acción más importante de la guerrilla asturiana fue el ‘Verano de la Dinamita’ de 1946a la del resto de España, que puede deberse a esa familiaridad de los mineros a la que aludía antes o al hecho de que la represión también fue más virulenta en Asturias que en el resto de España. La ley de Fugas y el tirito en la nuca, la represalia con resultado de muerte en general, se prolongó en Asturias hasta 1952, con casos tan emblemáticos y significativos como el del Pozo Funeres. Aquí se estuvo matando impunemente hasta principios de los cincuenta. Casos como el de un trabajador del Pozo Sotón para el que se hace formar a prácticamente todo un relevo de mineros y delante del relevo se le pega un tiro para que sirva de escarmiento ocurren en 1950. Una represión de esas dimensiones ya no la había en el resto de España. Había represión, pero no de esa magnitud. Yo he polemizado con un buen historiador y profesor universitario que ha llegado a sostener la aberración de que estos métodos violentos de represión se limitaron a lo que podríamos denominar represión en caliente, es decir, la de los años inmediatos de posguerra. Yo le he demostrado que eso es radicalmente falso con ejemplos como el de antes. En Asturias esos métodos se emplearon hasta principios de los cincuenta y fueron tan salvajes, tan consistentes y tan prolongados en el tiempo que yo creo que explican que los guerrilleros intentaran devolver el daño que se les hacía con los mismos procedimientos y el mismo lenguaje. En algunos comunicados lo plantean ellos mismos: dicen que la lucha es muy dura, que el fascismo nos ha llevado a esta situación y que por eso tenemos que pagarle con la misma moneda, a veces no respetando ni a sus mujeres ni a sus familiares. La respuesta más plausible a lo que me preguntas es ésa: una espiral de acción-reacción en una región en la que las represalias fueron particularmente sangrientas.

¿Cuáles fueron las dos o tres acciones más sonadas en la historia de la guerrilla asturiana?

El conjunto de acciones más importante fue la campaña de sabotajes a la producción minera, medios de comunicación e infraestructuras eléctricas del verano de 1946, que yo caracterizo como Verano de la Dinamita. También habría que citar el secuestro de Aurelio Fernández, que mencionaba antes, y algunos ajusticiamientos simbólicos de represores significados que fueron muy favorablemente acogidos entre la opinión pública, como los de Óscar Palacio Ceñal, José González Pastrana, Xarela, Prudencio González Alonso, Pantuxu o Juan Felechosa Vázquez, Soperu. A estos tipos, Rubén Vega e Irene Díaz los llaman sarcásticamente los bienmataos, concepto clarificador y sugestivo pese a su condición de oxímoron.

¿Hubo muchas batallas campales, o los atentados insurgentes y contrainsurgentes eran siempre sibilinos?

Los guerrilleros siempre evitaron el enfrentamiento directo dada su palmaria inferioridad en todos los ámbitos. Se atuvieron, salvo excepciones fruto de algún desvarío circunstancial, al manual clásico de las tácticas guerrilleras, en el que se recomienda actuar con cautela, atacar por sorpresa y replegarse con celeridad. Sus principales armas fueron el conocimiento del medio, la imprevisibilidad, la nocturnidad, la rapidez y sobre todo el factor sorpresa. Y la contrainsurgencia no necesitaba de estas cautelas desde el punto de vista táctico, pero también operó con una ambigüedad calculada, procurando que sus acciones adquirieran cierta resonancia pero con sordina, de tal manera que surtieran un efecto intimidatorio pero sin dar pábulo a que alimentaran en exceso la leyenda negra del franquismo fuera de España. Dentro los afectos solían jalearlas. Es más, algunos, los más fanatizados, reprochaban al régimen su falta de contundencia.

¿Cómo y dónde obtenían sus armas los guerrilleros?

Muchas procedían de la guerra civil.

¿Arsenales que habían quedado escondidos y demás?

Sí, había varios depósitos. Por otro lado, muchos de los guerrilleros habían pertenecido a los ejércitos republicanos y las habían ocultado personalmente. También había un intenso tráfico Hubo dos focos de guerrilla anarquista, pero no tuvieron continuidadclandestino de armas. Durante todos los años cuarenta hubo circuitos clandestinos de la izquierda pero también de la derecha, y los guerrilleros se infiltraban en éstos por medio de personas interpuestas: policías, guardias civiles, exdivisionarios, somatenes, etcétera. Por otro lado, también las tomaban en combate: si mataban a un somatén, a un guardia civil, a un falangista, a un militar, etcétera, lógicamente se quedaban con su arma. Buena parte de sus acciones estaban destinadas precisamente a dotarse de armas: asaltos a casas de falangistas y somatenistas, también a las de cazadores… Y luego, en alguna medida, poca en todo caso, el partido comunista sobre todo intentaba surtirles de armas, y las personas que el partido introducía desde Francia casi siempre venían provistas de armas automáticas modernas.

Publicó en 2009 un artículo titulado «No somos bandoleros: justificación del uso de la fuerza en la guerrilla asturiana». ¿Cuál era esa justificación? ¿Era más una justificación ante otros o una justificación ante uno mismo?

Hacia ellos mismos no la necesitaban, ya que sabían de sobra qué hacían y por qué. Aunque una de sus principales debilidades fue que adolecieron de medios y capacidad discursiva para explicar sus actos y contrarrestar eficazmente la propaganda franquista, a veces pusieron de manifiesto que no asesinaban, ajusticiaban; que no atracaban, incautaban; que no secuestraban, retenían, o que no remitían cartas de extorsión, sino que multaban o sancionaban, al igual que hace cualquier autoridad legítimamente constituida. Su legitimidad para proceder de esta forma procedía de las elecciones del 16 de febrero de 1936 o, más recientemente, de la explícita condena de la ONU al régimen de Franco. En la octavilla que depositaron sobre el cadáver de Xarela, por ejemplo, manifestaron que cumplían el mandato de la ONU de hacer justicia contra todos los asesinos y criminales de guerra nazi-fascistas, categoría en la que incluyeron a Xarela y casi todas sus víctimas. Otra veces utilizaron justificaciones de otro tipo, como la ideología de la víctima, su colaboración con el régimen, su implicación en la represión, su actitud despótica hacia la población izquierdista o, en particular, su conducta con respecto a la resistencia armada y sus apoyos.

Titula un subcapítulo del libro «Guante de seda en puño de hierro». En él aborda, como contrapunto a la supuesta brutalidad de los guerrilleros, el comportamiento cortés que muchos exhibieron ante sus víctimas.

Sí. En toda Asturias hay testimonios de personas que habían sido asaltadas por los guerrilleros para conseguir víveres pero reconocían haber sido tratadas con educación y explicaban que los guerrilleros se habían mostrado avergonzados y les habían dicho que procedían así sólo porque no les quedaba más remedio. Santeiro, por ejemplo, tenía reputación de insensible y violento, pero se excusó ante unos atracados en Ibias en 1946 diciéndoles que recurría a las armas porque en los pueblos no les auxiliaban espontáneamente, pero que si tuviera la certeza de que no iba a ser denunciado se dedicaría a ayudarles en las faenas del campo en lugar de andar por el monte como una vulgar alimaña. El «no nos dejan vivir de otra manera» era un lamento muy repetido por los guerrilleros de toda Asturias.

Brazos políticos

Hubo guerrilleros anarquistas, socialistas y comunistas, e incluso alguno perteneciente a los partidos republicanos. ¿Qué nos puede contar acerca de las resistencias menos relevante, la republicana y la anarcosindicalista?

La republicana fueron huidos aislados que se integraron en partidas en las cuales su origen y su identidad se acabaron diluyendo. En cuanto a la anarquista, se pueden detectar dos focos relevantes. Uno es una zona comprendida entre el concejo de Langreo y el de Siero en la que surgieron varias partidas, como las de Los Facciosos, Los Bullarangos y Los Garabuyos. También hubo anarquistas pululando por la zona de La Felguera. Pero fueron partidas que no tuvieron continuidad. Todas fueron desarticuladas en torno al año 39, 40, 41. Después, los anarquistas En 1937, un 80% de los guerrilleros eran del PSOE y un 20% del PCE. En 1948 ya era al revésaislados que quedaron tuvieron que integrarse en partidas que estaban ideológicamente marcadas por el predominio de la ideología comunista y o bien acabaron asumiendo el discurso del partido comunista e incluso militando en él o bien mantuvieron la lealtad original pero no hicieron alarde de ello. Acabaron desentendiéndose de estas señas de origen. En cuanto al otro foco anarquista, se radicó en el vértice suroccidental, y estas partidas sí que tuvieron personalidad propia y nunca renunciaron a la lealtad y a la identidad anarquistas, pero buena parte de ellas procedieron de guerrilleros originarios del noroeste de León. Fue el caso, por ejemplo, del grupo de Serafín Fernández Ramón, conocido como Santeiro. De todas formas, la distinción entre anarquistas, socialistas y comunistas no siempre fue clara. En un primer momento hubo anarquistas, socialistas y comunistas compartiendo partidas, y lo que pasó fue que con el paso del tiempo se fue dando un proceso de decantación por el cual la reorganización del PSOE y el PCE, la llegada de los maquis desde Francia y las nuevas tácticas introducidas desde Francia favorecieron que a mediados de los cuarenta hubiera ya una distinción clara entre los guerrilleros que tenían una identidad socialista y los que la tenían comunista.

La segunda guerrilla en importancia es la socialista. ¿Cuáles eran sus dimensiones? ¿Qué relación porcentual mantenían socialistas y comunistas en el conjunto de la guerrilla?

La relación fue variando con el paso del tiempo. Si tomamos como punto de partida el 21 de octubre de 1937 y las personas que se tiran al monte en ese momento, la correlación de fuerzas yo soy incapaz de establecerla fehacientemente, pero me atrevo a aventurar que en torno al ochenta por ciento de huidos eran socialistas y el veinte comunistas. A partir de ahí se va dando un proceso dinámico por el cual la presencia socialista se va reduciendo paulatinamente y la comunista va aumentando. Ambas guerrillas experimentan el efecto de la represión, y eso hace mella y erosiona a los dos colectivos, pero el factor de reposición en el caso de los socialistas es aislado por no decir excepcional, y sin embargo la realimentación en el caso de los comunistas es constante por su mayor activismo y osadía. A lo largo de los años cuarenta, el chorro de reposición que van aportando los liberados de las cárceles casi siempre es comunista, y a mediados de la década probablemente tengamos ya una situación de paridad. Pero es que además los comunistas siguen enviando no sólo liberados, sino también los maquis que vienen de Francia, de tal manera que para el año 1948 ya podemos decir que el punto de partida se ha invertido completamente y lo que hay es un ochenta por ciento de comunistas y un veinte de socialistas. En octubre de 1948 los últimos socialistas son evacuados, y desde entonces hasta el 1952 podemos decir que el cien por cien de los guerrilleros es comunista.

Dedica un subcapítulo del libro a los «Dilemas y controversias en la familia socialista». En él analiza, en primer lugar, la repercusión en el seno de la guerrilla de las brechas abiertas en el PSOE exiliado, y seguidamente el antibolchevismo existente en una parte de la guerrilla socialista, que llamaba despectivamente chinos a los guerrilleros comunistas.

En la tradición socialista siempre ha habido un sedimento anticomunista muy arraigado, que parte de la traumática ruptura de la primera guerra mundial. La relación entre las dos organizaciones en España fue muy conflictiva en los años veinte y en el período republicano, y la derrota de 1939 no hizo más que incrementar esa pulsión anticomunista que seguramente era parecida a la antisocialista existente en el partido comunista. En Asturias, buena parte de los guerrilleros eran jóvenes que habían militado en las juventudes socialistas en el período republicano, y la mayor parte de las juventudes era caballerista y por lo tanto más radical —aunque Largo Caballero tampoco simpatizaba con el partido comunista, pese a que pudiera tener más afinidad con él por su relativo radicalismo—, pero en los años cuarenta el sector prietista se fue haciendo dominante en la organización política y también en los huidos. Las razones de ese cambio son varias: en primer lugar, buena parte de los principales cuadros exiliados, como los José Barreiro, Belarmino Tomás, Amador Fernández, etcétera, se hicieron pretistas, y por otra parte el sector prietista fue el que más se preocupó de cultivar la lealtad de La relación entre socialistas y comunistas siempre fue básicamente hostillos socialistas que se quedaron en el interior, tanto clandestinamente como en el monte. Al hacerse prietistas, ese rechazo visceral de los socialistas hacia el partido comunista y por lo tanto hacia los guerrilleros comunistas se incrementó. En algún caso excepcional, ese rechazo quedó atenuado por compartir experiencias comunes, y en ese primer período en el que hubo menos decantación ideológica, de 1937 a 1944, hubo partidas mixtas en las que las vivencias propias de vivir a salto de mata generaron lazos de amistad y de compañerismo muy sólidos, pero aunque a veces esos vínculos siguieron latentes, la identificación prietista de los huidos y los activistas del PSOE contribuyó a que las relaciones se fueran enconando y no se llegó al enfrentamiento, pero sí que hubo un rechazo radical por parte de la guerrilla y los huidos socialistas de la praxis, la conducta y los métodos de la guerrilla comunista.

¿No hubo negrinistas en Asturias?

La presencia de negrinistas fue muy epidérmica. El principal representante de la corriente negrinista en el exilio asturiano fue Ramón González Peña, pero González Peña, quizá por dejadez o quizá por lejanía —se exilió en México, no en Francia—, no fue capaz de atraerse ni a los huidos ni a los militantes clandestinos del PSOE.

De la trayectoria de la guerrilla comunista ya hemos ido viendo las fases a lo largo de lo que llevamos de entrevista. Usted tipifica esas fases en el libro como «Renacimiento» (1937-1946), «Repliegue a los cuarteles de invierno» (1946-1948), «Condena del vanguardismo» (1948-1950) y «Ruptura, condena y muerte» (1950-1952).

Sí. Hay una primera etapa de desorganización. Hay una segunda en la que se intenta construir una agrupación guerrillera y que está marcada por la vertebración de Unión Nacional, que tiene una Junta Suprema en Madrid y una regional que abarca Cantabria, Asturias y León y que aspira a ser el elemento coordinador y director de la resistencia en todos los ámbitos, con un brazo armado que tiene que ser la guerrilla. Hay un proceso de tentativas y fracasos en esa estructuración que va de 1944 a 1946. De 1946 a 1948, lo que hay es la militarización de la guerrilla: el intento de estructurar una organización militar con una dirección centralizada, brigadas y una disciplina y un código de justicia militares. Esa etapa dura hasta que la dirección guerrillera es desmantelada en la redada de enero de 1948. Después viene una etapa de repliegue, de reinos de taifas, de atomización que va de enero a octubre de 1948 y en la que cada partida intenta sobrevivir como buenamente puede. Y de 1948 en adelante nos encontramos con ese cambio de rumbo que yo denomino así, «Condena del vanguardismo», y en el que el partido comunista considera que la actividad guerrillera ha sido un error e intenta reconstruirse prescindiendo completamente de la guerrilla, lo cual deriva en un enfrentamiento.

¿Había diferencias sustanciales en el modo de organizarse y de actuar de las distintas guerrillas políticas?

En general, socialistas y comunistas iban cada uno por su lado siguiendo las directrices y las lealtades que imponía cada una de las dos organizaciones. ¿Existían, en todo caso, vasos comunicantes, nexos entre ellos? Sí, existían. En primer lugar, los guerrilleros se conocían personalmente. El período en el cual los vínculos fueron mayores fue entre 1945 y 1946. En 1945 el partido comunista abandona, pese a haberla propuesto primeramente como plataforma multipartidaria, la Unión Nacional y se integra en un nuevo organismo suprapartidista que proponen los socialistas y los anarquistas, la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas. A principios de 1946 se disuelve la Unión Nacional y durante ese año se intenta esa otra vertebración orgánica de la que se aspira que sea ella quien marque la línea de actuación tanto de la guerrilla socialista como de la comunista de tal manera que éstas actúen coordinadamente. Pero esto dura poco más o menos el año 46. Durante ese período de coexistencia hay múltiples tensiones, sencillamente porque el tacticismo socialista y el comunista son distintos. El partido socialista está más pendiente de que venga una ayuda exterior que acabe con el régimen de Franco y por lo tanto es partidario de la máxima cautela y de actuar sólo en casos extremos de defensa personal, mientras que el partido comunista es más partidario de acciones ofensivas que deterioren el régimen y provoquen un levantamiento interno. Además, los huidos socialistas y su militancia rechazaban moralmente las acciones de fuerza y los actos sangrientos que a veces protagonizaba la guerrilla comunista. Ellos, por ejemplo, el atentado personal nunca lo aprobaron, salvo rarísimas excepciones en las que se mataba a «hienas falangistas», como ellos decían: el Soperu, el Pantuxu, etcétera; gente muy manchada por su implicación en la represión. Esas acciones que producían cierta satisfacción a su espacio sociológico estaban justificadas, pero se producían con cuentagotas. El choque era inevitable y la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas se acaba disolviendo en el verano de 1946. A partir de ese momento, los socialistas y los comunistas ya no vuelven a conversar y funcionan por separado. Ahora bien, eso no impide que de vez en cuando establezcan relaciones entre ellos. Por ejemplo, cuando el partido socialista organiza su plan de evacuación de octubre de 1948, invita a algún comunista a que se incorpore a él, aunque los comunistas rehúsan. Y a principios de los cincuenta el exilio socialista se dirige a algunos de sus militantes del interior para que medien en la preparación de algún plan de evacuación de los pocos guerrilleros comunistas que quedaban en Asturias, como Los Gitanos, cuyo padre era socialista y que tenían parientes exiliados en París pertenecientes al PSOE. Tampoco en este caso llegaron a entenderse. En conjunto, la relación siempre fue básicamente hostil. El partido socialista acabó incluso demonizando a la guerrilla comunista con términos más agresivos que los empleados por el régimen de Franco.

[Imagen: Guerrillero sin identificar muerto en 1945]

Un fenómeno muy curioso que usted también aborda en su libro es el de los imitadores de guerrilleros; bandas compuestas por personas que emulaban los procedimientos y el lenguaje de los guerrilleros sin serlo. ¿Por qué?

La guerrilla era socialmente funcional en el contexto social en el que se insertaba. Servía. Servía para todo el mundo y para los cometidos más diversos, algunos de ellos excéntricos. Por ejemplo, proporcionaba una coartada al crápula borrachín que acababa de cobrar en la mina pero se la gastaba de farra en el bar y luego tenía que volver a casa y darle una explicación a su mujer. ¿Qué mejor excusa que la de que bajabas del bar a casa y de pronto te asaltó una partida de guerrilleros? Pero es que además nos encontramos en unas circunstancias de indigencia y hambre extremas, y a mucha gente se le calentaba la oreja oyendo las hazañas de los guerrilleros y los métodos por los cuales conseguían dinero fácil. Era inevitable que a algunas de esas mentes inflamadas se les ocurriera copiar los procedimientos de los guerrilleros y utilizarlos para conseguir dinero, máxime si a veces ni siquiera se asumía ningún riesgo. Para hacer un asalto necesitas una pistola y valor, pero para escribir una carta diciendo «somos los del monte, deja cinco mil pesetas debajo de no sé qué piedra que se encuentra en la iglesia de tal si no quieres que te apliquemos la justicia guerrillera» no hacía falta nada más que ser un buen imitador y que el anónimo pareciera convincente, y como los guerrilleros ejercían una pulsión intimidatoria tan fuerte, buena parte de los extorsionados no denunciaban. Esquilmabas a quien fuera, los espectros que andaban por ahí cargaban con la culpa de todo y sabías que el asunto no se iba a investigar.

¿Fueron frecuentes estas triquiñuelas?

Sí. Una de las cosas que yo intento demostrar en el libro es que no estamos ante un epifenómeno coyuntural, sino ante una conducta muy arraigada y generalizada que practicaron personas de muchas ideologías, incluso falangistas que también se sentían tentados por la perspectiva del enriquecimiento fácil; y ante algo que se prolongó mucho en el tiempo. A finales de los cincuenta, cuando la guerrilla ya había desaparecido, seguía habiendo imitando estos procedimientos.

La vida cotidiana de los guerrilleros

¿Cómo era la vida cotidiana para los guerrilleros en el monte? ¿Dónde dormían?

Dormían donde podían… En un principio, lo típico fue encomendarse a los familiares e improvisar habitáculos en las viviendas: en las soleras, entre falsos tabiques, detrás de las alacenas o incluso debajo de la tablazón del suelo. También se usaron mucho las cuadras y los pajares, donde la paja proporcionaba calor y confort además de escondite. Luego, para no comprometer más a los colaboradores, se fueron buscando otro tipo de refugios. Uno típico fueron los abrigos rocosos y cuevas que hay por toda Asturias, con especial predilección por los que proporcionaban una panorámica amplia del entorno y por lo tanto la posibilidad de detectar cualquier movimiento y también por los que tenían escapatoria en caso de emboscada. Esto sobre todo se dio en los Picos de Europa, por razones evidentes, pero también en la cuenca minera. Para dar calidez a las cuevas, a veces los guerrilleros las revestían de pieles de vaca curtidas. De todas maneras, a muchos guerrilleros este tipo de refugios tampoco les gustaban, porque cuando se hacía fuego se llenaban de humo y además esas cuevas solían ser conocidas por los lugareños. Para evitar esos problemas, algunos improvisaban guaridas en el bosque durmiendo por ejemplo debajo de toldos que camuflaban con vegetación, siempre en zonas apartadas de los caminos más transitados pero no muy lejos de los cursos de agua para evitar tener que hacer desplazamientos largos que pudieran delatarlos. Otras veces construían chozas rudimentarias con piedras y tejas que sustraían por ahí, colocando musgo y ramajes en el tejado para que parecieran abandonadas. Y por supuesto, como mineros que eran, también utilizaron mucho las galerías de minas y chamizos abandonados. En general preferían los pisos elevados de las minas de montaña, porque les permitían entrar y salir con más facilidad, disponer de panorámicas amplias e incluso excavar una nueva galería para salir al exterior en caso de emboscada.

¿Era frecuente que se utilizara una misma guarida durante mucho tiempo, o lo normal fue saltar de una a otra?

Hubo alguna choza habitada ininterrumpidamente durante largos períodos de tiempo, pero fueron excepcionales.

En una parte del libro trata la «Patología del guerrillero». ¿Cuáles eran las enfermedades más frecuentes? ¿Cómo se las trataban?

Los guerrilleros eran en general jóvenes, y por lo tanto gozaban, en principio, de buena salud. Sus achaques se derivaban sobre todo de la exposición continua a las inclemencias meteorológicas y a la insalubridad de sus guaridas: afecciones respiratorias, articulares, gripes, catarros, resfriados… A algunos guerrilleros los llegaron a descubrir las fuerzas represivas, en casas en las que se escondían, precisamente por toser. También fueron frecuentes los reumatismos y, según podemos deducir por las frecuentísimas demandas de bicarbonato y polvos de talco a los enlaces, padecimientos estomacales y afecciones de la piel que a veces eran verdaderamente insoportables: un guerrillero, Tomás Zapico, se entregó a la policía porque no aguantaba más los picores derivados de un eccema que padecía. Las afecciones bucales, los dolores de muelas, etcétera, también se dieron mucho, y a veces no por una infección sino por estrés. Manolín el de Llorío llegó a reventarse sus propios dientes de tanto apretar una mandíbula contra otra, y hubo guerrilleros que sufrieron pérdidas del juicio momentáneas e incluso cambios de personalidad por claustrofobias y otros problemas de ese tipo derivados de sus condiciones de vida. Hubo uno que empezó a dar voces sin sentido en el escondite en el que se encontraba y no dejó de darlas hasta que los guerrilleros no abandonaron la guarida, lo cual facilitó su captura. Y luego están los problemas derivados de la promiscuidad sexual, de los que ya hemos hablado. A veces los guerrilleros utilizaban preservativo, pero no era frecuente. Los jefes de partida y los activistas más comprometidos solían recomendar que el condón figurara entre el equipamiento básico del guerrillero, pero sin mucho éxito. Sólo consta que se encontraran condones entre las pertenencias personales de guerrilleros capturados en dos Hubo muchos huidos que debieron su supervivencia a perros que se pusieron a ladrar al ver a los guardias casos. En cuanto a cómo se trataban sus dolencias los guerrilleros, todas las partidas tenían un botiquín básico para hacer curas de urgencia: alcohol, algodón, gasas, vendas, esparadrapo y, si el botiquín estaba especialmente bien surtido, antisépticos, antipiréticos y purgantes. Si necesitaban remedios más especializados, los guerrilleros asaltaban farmacias y dispensarios o recurrían a médicos y practicantes amigos o a los enlaces, y los represores, conscientes de esto, obligaban a los farmacéuticos a no despachar medicamentos sin identificar a su destinatario y a los médicos a ir escoltados cuando hacían visitas por la zona rural. Para evitar esto, los enlaces simulaban tener los mismos síntomas que curaba el medicamento que pedían, decían que eran para familiares que tuvieran una enfermedad similar notoria y conocida o se iban a poblaciones distantes o incluso a pueblos y ciudades de fuera de Asturias para conseguir los remedios sin despertar sospechas. También consta algún caso de médicos prestigiosos que aunque no se identificaban ideológicamente con los guerrilleros los ayudaron por filantropía o por respeto al juramento hipocrático.

Otro de los capítulos se titula «Un escueto ajuar». Como todos los nómadas, los guerrilleros poseían pocas pertenencias. ¿Cómo era ese ajuar? ¿De qué se componía?

De pocas cosas, efectivamente. Los objetos pesados o voluminosos —colchones, pieles, garrafas de gasolina, incluso máquinas de coser— se dejaban en los escondites o se pedía a los enlaces que los custodiaran. Lo poco que llevaban consigo siempre lo llevaban en macutos o morrales pegados a la espalda y solía ser lo previsible: armas, munición, dinero, ropa de recambio, útiles de aseo, material sanitario básico, prismáticos, fiambreras, cantimploras, navajas, tabaco, llaves maestras y ganzúas para los golpes económicos… También linternas, que eran un objeto preciado pero escaso y para el que sobre todo costaba encontrar pilas. Sólo en alguna ocasión se encontró entre las pertenencias de los guerrilleros alguna cosa más sorprendente: a Valdevero y Rico de la Poya, por ejemplo, les encontraron un calendario zaragozano, varios recortes del periódico Región y rifas de las fiestas patronales de Soto de Aller y San Antonio de Piñeres, y a Leonardo Álvarez, un huido que fue abatido en la zona de Llanes en 1948 le encontraron un escapulario del corazón de Jesús, un pequeño crucifijo de nácar y un misterioso frasco con un líquido verde que las autoridades supusieron que debía de ser veneno para ser bebido en caso de captura.

También habla de los «Fieles compañeros de viaje» de los guerrilleros: los perros. ¿Era frecuente la presencia de estos animales en las partidas? ¿Era simplemente una cuestión de compañía, o los perros cumplían también alguna función en la lucha guerrillera, vigilando los campamentos o incluso participando en las batallas?

Sí, sí. Hubo muchos guerrilleros que debieron su supervivencia a perros que se pudieron a ladrar cuando vieron aparecer a la Guardia Civil, y según cuentan muchos los perros llegaron a desarrollar un instinto especial para detectar peligros e interpretar qué se requería de ellos en cada momento. A veces también los utilizaban para vigilar a personas secuestradas.

Otro capítulo del libro se titula «El descanso del guerrillero». En él trata la vida sexual de nuestros maquisards, cuya promiscuidad era legendaria.

Ellos mismos se vanagloriaban de ello, sí, quizás para contrarrestar la compasión que suscitaban por su situación de huidos. Manolo Caxigal alardeaba de que tenía contactos carnales más intensos, frecuentes y variados que «los que andaban en cierta libertad por el mundo», y otros presumían de que podían cortejar a varias mujeres a la vez porque, por conveniencia, todas ellas mantenían la relación en rigurosísimo secreto. De todas maneras, muchas veces las historias que contaban y que se contaban, como las de orgías en las cuevas, eran puramente fantasiosas.

Usted cuenta que los guerrilleros rehuían los compromisos estables por lo peligrosos que eran.

La osadía de los Castiello era proverbial: llegaron a ir a las fiestas de San Mateo en OviedoClaro. En cuanto la fuerza pública conocía este tipo de relaciones, sometía al domicilio de la cortejada a una vigilancia minuciosa. Por confidencias de este tipo estuvieron a punto de atrapar a muchos guerrilleros, y a algunos los mataron literalmente en la cama. Si encima la relación era con una mujer casada, como también sucedió a veces, al peligro de que te pillase la Guardia Civil se sumaba el de que te pillase el marido y o bien te matase él mismo o bien te denunciase.

En ese capítulo, usted alude también, a través del testimonio de un guerrillero, a la fascinación que los huidos ejercían sobre las mujeres ideológicamente identificadas con ellos. Ese guerrillero, Juan Helguera, explicaba que esa fascinación no obedecía a un deseo lascivo, sino por el propósito solidario que esas mujeres tenían de que quienes luchaban por las ideas que profesaban no fueran excluidos de los placeres mundanos que quienes les perseguían tenían al alcance de la mano.

Eso decía Juan Helguera, sí, y seguramente fuera verdad.

También dice que las violaciones fueron testimoniales. Las relaciones siempre eran consentidas.

Hay algún testimonio de violaciones, pero son excepcionales, y en algunos casos respondían en realidad a un intento de las mujeres involucradas de evitar las represalias derivadas de haber tenido relaciones con un guerrillero.

A veces se producían embarazos embarazosos.

Hubo muchos, sí, y ponían en una situación muy comprometida a las madres en cuestión, que se veían obligadas a atribuir la paternidad a un tercero. Cuando no conseguían coartada y se descubría que el hijo era de un guerrillero, el régimen lo utilizaba a su favor: hay constancia de una mujer que, tras el parto, fue sometido a interrogatorios inhumanos durante los cuales los represores llegaron a amenazarla con matar al bebé si no delataba el paradero de Aladino Suárez, el padre de la criatura.

En esa parte de Luchadores del ocaso aborda también el puritanismo comunista. ¿En qué consistía ese puritanismo?

En considerar la actividad sexual un pasatiempo que desconcentraba al revolucionario de su misión y comprometía la seguridad propia, la de los apoyos y la del propio partido, además de llevar aparejados problemas de celos y envidias que también vulneraban la unidad interna de la partida. En algunos casos se llegaron a prohibir las relaciones sexuales, pero en general, como el partido era consciente de que la erradicación total era imposible y por otra parte el sexo también tenía efectos positivos en los guerrilleros, lo que había era una cierta permisividad vigilante.

También analiza la psique del guerrillero, forzosamente quebrantada por lo precario de su situación. Habla, por ejemplo, de uno, Anselmo González Argüelles, conocido como Pilín o Tarzán, que anotaba con meticulosa y obsesiva pulcritud en una libreta los años, meses, días, horas y minutos que llevaba como huido. Otros, no pudiendo soportar más la soledad y la imposibilidad de disfrutar de las diversiones propias de su edad, se arriesgaban a ser capturados yendo a las verbenas de los pueblos.

La osadía más proverbial en este sentido era la de los Castiello, que llegaron a ir a las fiestas de San Mateo en Oviedo y a dejarse ver por tiendas tan concurridas como Almacenes Pelayo. Sin llegar a tanto, hubo muchos otros guerrilleros que, cuando la vigilancia era escasa o presuponían que no iban a ser identificados, bajaban a verbenas de pueblos apartados. Manolín el de Llorío contaba que una vez bajaron a la fiesta de Cofiñal, en León, y llegaron a codearse con la Guardia Civil mientras En 1936 había sido la gente de derechas la echada al monte, y ahora quería revanchabailaban, y de Quintana se sostuvo que pasó la víspera de su muerte bailando toda la noche en las fiestas de Santullano, en Mieres. El PCE, claro está, condenaba este tipo de evasiones que además solían comportar una ingesta desaforada de alcohol con los riesgos que ello comporta, aunque, como en el caso de la actividad sexual, asumía que la erradicación total de este espíritu de carpe diem era imposible.

La contrainsurgencia

Se suele decir que los métodos contrainsurgentes del régimen fueron muy innovadores. ¿Realmente lo fueron?

No. Innovación, yo no he visto ninguna. Fueron métodos directos y brutales, torturas puras y duras. Gómez Fouz menciona en alguna publicación la utilización de pentatol, el llamado suero de la verdad, pero yo no tengo constancia de que se llegara a emplear. Si lo dice Gómez Fouz habrá que darle crédito, pero yo no tengo constancia. No, los métodos fueron muy elementales: miedo, terror y poner a la gente en la disyuntiva de «o me ayudas, o te mato». Ojo, tampoco quiero descalificar por completo a todas las personas que formaron parte de la contrainsurgencia: hubo personas que tuvieron más capacidad de cálculo. José Martínez Alonso de Celada, por ejemplo, pasó por distintas demarcaciones guerrilleras y fue quien más cultivó, aparte de la brutalidad propiamente dicha, la infiltración, el premio, la recompensa, etcétera. Pero tampoco me parece que esto sea de un refinamiento y una sofisticación especiales.

Uno de los métodos contrainsurgentes más utilizados fue la contrapartida: combatir a una partida guerrillera con otra. ¿Cómo se organizaban esas contrapartidas? ¿Tenían algún grado de apoyo social, contaban con enlaces, eran en general un fenómeno especular?

La contrapartida tiene dos dimensiones: la institucional y la popular. La popular comienza el 21 de octubre de 1937 y es un instrumento de defensa cívica. La guerra civil fue una guerra entre compatriotas y una guerra ideológica, y en cada pueblo había una decantación: izquierdistas y derechistas. La correlación es variable: había muchos pueblos, sobre todo en la cuenca minera, en los que predominaban los izquierdistas y podía haber y había otros, como Soto de Agues, en los que el predominio era derechista. Estas personas tenían un pasado y unos rencores: se conocían y se habían enfrentado en el centro de trabajo, en las elecciones, en el 34 y en la guerra civil, y en pueblos como Cardes o Lozana los derechistas del pueblo, el 18 de julio de 1936, se habían tenido que esconder y habían tenido que tirarse al monte y ocupar los mismos espacios que ahora ocupaban los izquierdistas porque los izquierdistas habían ido a su casa a matarlo. Cuando llega el 21 de octubre de 1937, estas personas vuelven al pueblo y por un lado quieren tomarse la revancha, buscar a los izquierdistas que habían ido a buscarlos a su casa, y por otro saben que si se dan determinadas circunstancias se le puede dar otra vez la vuelta a la tortilla y esos izquierdistas que ahora están en el monte pueden ir otra vez a buscarlos a su casa para matarlos. La contrapartida surge así, como defensa civil: grupos de vecinos que son conscientes de que necesitan organizarse para ir a por los del monte y para defenderse.

Y después, esos grupos espontáneos se institucionalizan.

Sí. A principios de los años cuarenta la Guardia Civil, la Guardia de Asalto ahora conocida como Policía Armada y el propio Ejército se dan cuenta de que si actúan siguiendo el reglamento y uniformados su capacidad para detectar a un enemigo que tiene una enorme habilidad para desaparecer y un amplio apoyo ciudadano es muy limitada, mientras que si se quitan el uniforme y se visten como los guerrilleros introducen un cierto factor de confusión que les rinde grandes réditos. Los guerrilleros, cuando ven a esos guardias civiles camuflados por el monte, no saben si son amigos o enemigos, y los propios colaboradores de la guerrilla dudan y les proporcionan a veces información relevante sobre dónde se encuentran las partidas. Así, esas contrapartidas que tienen un origen espontáneo se institucionalizan. Durante toda la posguerra conviven los dos grupos y a veces hay también partidas mixtas compuestas por guardias civiles o militares Un huido de Llanes ‘cantó’ durante sus torturas y después, arrepentido, se suicidó en la cárcelpero también por aldeanos a los que los guardias civiles necesitan porque son personas que conocen un terreno intrincado y a veces hostil, a las familias y las guaridas donde los guerrilleros se pueden esconder.

¿Hubo muchas infiltraciones de policías y guardias civiles en la propia guerrilla? ¿Cómo se llevaban a cabo? ¿Qué mecanismos de control seguían los guerrilleros? ¿Descubrían alguna vez a esos topos?

La más relevante fue la que derivó en la redada del 27 de enero de 1948, cuando se infiltraron en la guerrilla la Segunda Bis, que es la inteligencia militar, los servicios de inteligencia de Falange y los de información de la Guardia Civil. La más habitual es la siguiente: procede de guerrilleros que son capturados o se entregan y a los que la Guardia Civil consigue convencer de que se pongan a su servicio con la promesa de una atenuación de la penalidad que conllevara su actividad como guerrilleros: generalmente, la conmutación de la pena de muerte. Era necesario que la guerrilla no fuera consciente de que esas personas habían sido capturadas o se habían entregado, y si se daba esa condición lo que hacía la Guardia Civil era enviarlos al monte para que se infiltrasen en las partidas de guerrilleros y les proporcionara una celada. Los represores también recurrieron a enlaces, y el caso más paradigmático en este sentido podría ser el de una chica de unos veinte años, Alicia Canal Faza, que era de un pueblo del concejo de Piloña llamado Tejedal. Esta chica estaba en contacto con la guerrilla y era un enlace muy fiel e incluso informante de un guerrillero, pero fue detenida y torturada durante un tiempo y la Guardia Civil consiguió convencerla de que colaborara con ellos por el procedimiento que comentaba antes: «O colaboras, o te matamos a ti y a toda tu familia». Esta mujer preparó el 1 de noviembre de 1949 una celada en la que falleció Marcelino Fernández, el Maricu y salió muy malherido Paulino Alonso, conocido como El Animal y que murió tres días después no sin antes llevarse por delante a dos guardias civiles, uno de ellos un sargento. También quedó muy malherido Manuel Rubio, el Rubio de La Inverniza, pero consiguió sobreponerse y dos años después volvió a Tejedal y mató a toda la familia de Alicia Canal Faza y a algún colaborador más de la zona de Tejedal, provocando una de las zarracinas más cruentas de la guerrilla asturiana. Esto ocurrió en el mes de julio de 1951, dos años después de la delación de Alicia.

¿Solían cantar los guerrilleros capturados, o lo normal fue la resistencia más allá de toda fuerza? ¿Hubo muchos que pasaran a colaborar con la contrainsurgencia?

Cantaron algunos. Pocos. Hubo pocos. Como norma general, la lealtad de los guerrilleros capturados y detenidos fue encomiable y llegó hasta límites insospechados. Me estoy acordando de Manuel Guerra, un guerrillero de La Malatería, en el concejo de Llanes, que llevado al extremo de sus fuerzas acabó haciendo una confesión parcial y que después, ya en la cárcel de Oviedo, estaba tan reconcomido por su confesión que se ahorcó con su fajín, una prenda propia de la indumentaria de la época que desde aquel momento pasó a estar prohibida en la cárcel de Oviedo. Si eso era así con los capturados, como se puede deducir, guerrilleros que pasaran a colaborar con el servicio de contrainsurgencia hubo muy pocos. Eso sí, los pocos que lo hicieron provocaron redadas y bajas muy significativas.

¿Cómo prevenía la guerrilla las consecuencias de las caídas?

Básicamente, no volviendo a tomar contacto con la red de enlaces que conociese la persona detenida. Se ponía en cuarentena esa red y no se la frecuentaba, porque se sospechaba que a partir de ese momento estaría vigilada. Y por supuesto se abandonaban los itinerarios y guaridas que el entregado o el arrepentido pudiera frecuentar y se creaba una nueva red de enlaces, caminos y escondites desconocidos para el detenido. Un caso sorprendente en este sentido, porque supuso ignorar todas las sacrosantas reglas de la clandestinidad, es el de la detención de Luis Montero Álvarez, Sabugo en enero de 1950, tras la cual la plana mayor del partido comunista, con Manolo Caxigal y todo el Comité Provincial a la cabeza, siguieron utilizando el mismo refugio de La Peña, en Laviana, que venían utilizando con anterioridad como su sede El caso más sobrecogedor de represión es el del Pozo Funeres, al que se arrojó a nueve enlaces vivosprincipal. La única explicación que se me ocurre es que tenían tanta confianza en Sabugo y en su capacidad de resistencia —Sabugo había estado en Mauthausen— que estaban seguros de que no iba a delatar ese refugio.

No sólo la policía y la Guardia Civil merman la fuerza de la insurgencia. Hubo varios casos de ajustes de cuentas internos en el seno de la guerrilla. ¿Fueron muchos? ¿Cuáles eran los principales motivos de fricción entre compañeros?

Hubo algunos. Ahora bien, aquí hay otra singularidad de Asturias con respecto al resto de demarcaciones guerrilleras, en las que los ajustes de cuentas internos fueron relativamente frecuentes. En Asturias hubo muy pocos, y resulta paradójico, porque antes sentamos el principio de que al guerrillero asturiano se lo puede caracterizar como de gatillo fácil. ¿Cómo podemos explicar que, así como fueron los que más represalias particulares perpetraron, se caracterizaran por dirigirlas en muy escaso número a sus propios compañeros? ¿Por qué? Por varias razones. Primero, por la cohesión interna de la guerrilla asturiana, que estuvo vertebrada, como decíamos, sobre lealtades primordiales que explican que también hubiera pocas deserciones y delaciones. Por otro lado, la guerrilla asturiana fue de las menos militarizadas de España, y buena parte de esos ajustes de cuentas entre compañeros de partido y de vicisitudes se derivaron de incumplimientos de los códigos severos de disciplina propios de guerrillas más militarizadas, en las que la cohesión ideológica y los códigos deontológicos estaban mucho más presente. En Asturias, como la militarización fue más light o más superficial, no se consideró necesario llegar a ajustes de cuentas por discrepancias ideológicas.

Hay algunos casos de represión verdaderamente sobrecogedores. ¿Cuáles son los que usted recuerda más vivamente?

El más sobrecogedor para mí es el del Pozo Funeres, fruto de una infiltración de enero de 1948 que tuvo consecuencias terribles también en otros sitios. Una de las inmediatas fue la de Quintes, en Villaviciosa, donde amarraron a un enlace, Emilio Rubiera, y a sus dos hijas a las vigas de su propia cocina y acto seguido prendieron fuego a la casa. Los quemaron vivos. Después, durante toda la primavera se va deteniendo, como parte de la misma operación, a otros nueve o diez enlaces de los concejos de Bimenes, Laviana y San Martín del Rey Aurelio y en torno a abril los despeñan vivos a la sima del Pozo Funeres. Los socialistas dijeron que habían sido veintidós, incorporando a ella a personas que habían sido represaliadas en circunstancias similares a lo largo de ese año. No fueron tantos, fueron nueve, pero da igual. Estamos hablando de nueve personas arrojadas vivas a un pozo y más de diez años después del final de la guerra civil y por lo tanto de la represión en caliente de 1937, 1938 y 1939.

A lo largo de los quince años de existencia de la guerrilla hubo varias evasiones de guerrilleros hacia el extranjero. ¿Cómo se producían? ¿Se llevaban a cabo de manera coordinada o respondían más bien a arranques individuales? ¿Solían ser exitosas?

Hubo de todo, y se entreveraron éxitos y fracasos. Salvo en algún contexto excepcional en el que no les parecía una quimera la posibilidad de darle la vuelta a la tortilla y hacer caer al régimen de Franco con la ayuda de las potencias occidentales, la principal obsesión de los huidos fue siempre salir de Asturias. Fugas individuales las fue habiendo, como en una especie de goteo, desde 1937 hasta 1952. Lo que es imposible de cuantificar con los datos existentes es cuántas tuvieron éxito y cuántas no. Colectivas, también las hubo desde el principio. El 15 de enero de 1939, por ejemplo, los socialistas intentaron una evasión masiva en la que pudieron estar implicadas entre mil y dos mil personas, pero que fracasó. En octubre del mismo año se intentó otra por Caravia y en marzo y abril de 1940 otra a pie por la cordillera. Después fue exitosa la de octubre de 1948, en la que salieron de Asturias unos treinta guerrilleros. En cuanto a los comunistas, las fugas se van produciendo sobre todo a partir del propio 1948, cuando la mayoría de ellos asume que no hay nada que hacer. Varios de ellos intentan salir de manera coordinada en 1950, pero se encuentran con múltiples adversidades que paso a resumir. Primero salieron Si se había derrotado a la República en combate abierto, ¿qué miedo podía haber a la guerrilla?para tantear el procedimiento, en julio de 1950, Canor y Barranca, pero cuando llegaron a Francia se encontraron un clima especialmente hostil. Estaba a punto de ilegalizarse el Partido Comunista Francés y la Gendarmería no concedía a los huidos comunistas que salían de España el estatuto de refugiados. A Canor y a Barranca los devolvieron por el puente internacional de Irún a España y de allí los trajeron a Oviedo y los torturaron. Fruto de esas torturas fueron cayendo otros grupos de guerrilleros, como el del Canario de Moñes o el de Quintana, que estaban escondidos en El Pedrosu (Mieres) y que esperaban su turno para salir utilizando el mismo procedimiento que Canor y Barranca. Si Canor y Barranca triunfaban, lo emplearían ellos también, pero el procedimiento no sólo no funcionó sino que provocó una serie de caídas en cadena. Finalmente, en otoño de 1951 consiguió salir por sus propios medios José Mamés, que era del concejo de Aller y que fue el último en hacerlo. Después de él, ya no salió ninguno más.

¿Tenían los guerrilleros una esperanza real de derrocar al régimen? ¿Llegó el régimen a sentir un temor real hacia ellos?

En este aspecto los guerrilleros fueron objeto de una doble sugestión: una inducida desde el exterior, principalmente por el PCE, y otra fruto de su irreprimible anhelo de creer que el cambio político no era una quimera. El PCE elaboró un discurso catastrofista del régimen en el cual la dictadura estaba permanentemente al borde del colapso interno. Bastaba un pequeño empujón, un último esfuerzo que a los guerrilleros como vanguardia correspondía galvanizar, para incendiar a un pueblo inmerso en un supuesto ambiente preinsurreccional. Este discurso hizo mella entre ellos sobre todo a partir de la derrota alemana en Stalingrado. Entre 1943 y 1947 hubo quien creyó posible derrocar al régimen, pero sólo los más crédulos y optimistas. Los más conscientes e informados no ignoraban que la ayuda exterior era una condición sine qua non. En el contexto de la guerra fría, a partir de 1948, fueron asimilando que en ausencia de esta premisa era vana toda esperanza. En cuanto al régimen, a partir de Paul Preston se viene sosteniendo que la guerrilla fue el desafío más serio que afrontó el régimen de Franco, pero, dada la correlación de fuerzas existente, de esta afirmación no cabe deducir que la guerrilla estuviera en condiciones de provocar un vuelco político en España. Como sostuvieron los obispos en su carta colectiva de junio de 1937, la guerra civil fue un plebiscito armado tras el cual quedó de manifiesto cuál de los dos bandos atesoraba mayor capacidad destructiva. Si el Ejército Popular, respaldado por la legitimidad del gobierno republicano, había perdido el pulso en combate abierto, ¿qué miedo podía haber a estos hombres vencidos, desmoralizados y desperdigados por los parajes más remotos e inhóspitos de España?

La Gran Derrota de 1939 había sido definitiva e irreversible.

Sí, y le sucedió un terrorismo de Estado cuya virulencia e intensidad no remitió hasta que fue neutralizado el último resistente armado y que tenía por objeto precisamente destruir cualquier conato de resistencia y cercenar cualquier atisbo de esperanza entre la población antifranquista. Los efectos desmoralizadores y paralizantes de esa represión todavía no han sido suficientemente analizados. Por otro lado, la resistencia armada en España no se vertebró en todas las demarcaciones guerrilleras a partir de huidos procedentes de la guerra civil, como sí ocurrió en Asturias, Cantabria, León y Galicia. En otras zonas la guerrilla fue galvanizada por guerrilleros procedentes de Francia, pero esos guerrilleros no regresan hasta el segundo lustro de la década de los cuarenta, y para entonces el régimen ya había superado su momento más crítico.

Pero el fin del ostracismo internacional no llega hasta los cincuenta, ¿no?

Sí, pero la condena de la ONU y del eje anglonorteamericano era sólo formal. El contexto ya era de guerra fría y Gran Bretaña y Estados Unidos dejaron claro desde el primer momento que no tenían intención alguna de agitar el avispero español con maniobras que pudieran desestabilizar el régimen de Franco, percibido a lo sumo como un mal menor. Los laboristas ingleses hicieron El régimen de Franco no fue una dictadura modernizadora, sino un brutal terrorismo de Estadocreer a los socialistas españoles que apoyarían una solución monárquica que estuviera en condiciones de poner coto a cualquier veleidad revolucionaria, fuera anarquista o comunista, pero fue una táctica dilatoria. En cuanto a la Unión Soviética, Stalin demostraba fehacientemente que respetaba los pactos que firmaba no brindándole apoyo a la guerrilla griega pese a que la península helénica ocupaba un lugar estratégico para la URSS. Si no apoyaba a Grecia, ¿era razonable suponer que proporcionaría algún apoyo a los guerrilleros españoles? En cuanto tuvo oportunidad, recomendó que se abandonaran las armas y se exploraran otras formas de resistencia. Sin apoyo exterior, la guerrilla española carecía de expectativas. Además no se enfrentaba a un ejército extranjero, como sí ocurrió en los territorios ocupados por los nazis.

…en los que los comunistas combatían junto a los monárquicos en movimientos que se concebían como de liberación nacional y no de liberación social.

Claro: había comunistas y había sectores de la población que sólo eran sensibles a motivaciones de índole estrictamente patriótica. En España, los guerrilleros sólo dispusieron del apoyo de un restringido y cerrado círculo de leales compuesto por familiares, amigos, vecinos y correligionarios, entre los que figuraban únicamente los más comprometidos con el utopismo revolucionario. Como carecieron de intendencia se vieron obligados a exigir por la fuerza lo preciso para subsistir, castigando en particular a las personas de buena posición económica, lo que restringió aún más sus bases de apoyo. Se desenvolvieron en todo momento con tantas carencias y dificultades de todo tipo, especialmente lacerantes en lo que se refiere a armas y munición, que, pese a constituir una preocupación permanente, nunca pusieron a Franco en un brete.

Luchadores del ocaso tiene un propósito claro y declarado: combatir una determinada visión amable del régimen franquista marcada por lo que el recuerdo de los últimos y algo menos violentos años de la dictadura ha eclipsado al de los terribles primeros.

Sí. El revisionismo neofranquista viene sosteniendo que el sistema democrático actual deriva de la dictadura, y parte de razón no le falta, como acreditan los déficit democráticos que lastran nuestro actual sistema. La instauración monárquica parte de la ley de Sucesión de 1947 y la génesis de la adquisición de una cultura democrática protagonizada por una sociedad moderna y tolerante se enraíza en el desarrollismo de la década de los sesenta. Según esa visión, hubo que someter al enfermo a una cura de caballo dada la sepsis revolucionaria que infestaba todo su organismo, pero una vez purificado y limpiado fue sometido a un proceso de aprendizaje para que pudiera convivir en libertad. Yo impugno y pretendo combatir esa revisión benévola del franquismo en el que se presenta al régimen como una dictadura modernizadora. No fue así. El franquismo fue un sistema genocida que recurrió a los más brutales procedimientos de terrorismo de Estado para perpetuarse.

¿Por qué debemos recordar y homenajear a estas gentes que utilizaron la violencia para conseguir sus objetivos políticos? ¿Cómo convencemos a un pacifista de que vea a Bernabé o a Quintana como héroes de la democracia?

La aleccionadora experiencia de los titiriteros me impide responder con sinceridad a esta pregunta, no vaya a ser que se incoe un procedimiento contra mí por apología de la violencia. Reconozco que en ocasiones me autocensuro, y eso pone de manifiesto la calidad de nuestro sistema democrático, en franca regresión como es público y notorio. La legitimidad y honorabilidad del uso político de la violencia vienen avaladas por los motivos que se utilicen para justificarla. ¿Cabe asignar el monopolio de la violencia a un Estado surgido de una insurrección militar contra un gobierno legítimo que está resuelta a aplastar sin contemplaciones cualquier forma de discrepancia o disidencia? Supongo que no será necesario recordar las instrucciones reservadas de Mola. ¿Qué reproche se le puede hacer a quien no acepta de forma sumisa ser ejecutados por delitos de rebelión militar o auxilio a la rebelión o adhesión a la rebelión cuando se limitó a defender un gobierno y un sistema político respaldados por las urnas? En el caso de los guerrilleros, además, los objetivos políticos estaban unidos de forma inseparable a su propia esperanza de vida: luchaban tanto por un cambio de régimen como por su mera supervivencia. Aun con sus excesos, actos de prepotencia, errores trágicos y abusos, que los hubo y son sin duda condenables, en el contexto de la España de los cuarenta, ¿cabe actitud más digna que defender la propia vida y luchar con las armas en la mano contra el régimen de Franco? ¿Qué tendrían que haber hecho? ¿Dejarse matar?

http://mas.asturias24.es/secciones/entrevistas-en-el-toma-3/noticias/contra-un-sistema-genocida-y-brutal-como-el-franquismo-el-uso-politico-de-la-violencia-es-legitimo-y-honorable/1457802047

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Presentación libro: «La represión fascista en Laviana y Alto Nalón»

16/02/2016 por

El 27 de febrero, sábado, a las 8 de la tarde en el COLEGIO JOVELLANOS DE XIXÓN (al lado de la Plaza del Parchís), os esperamos en la presentación del libro, sobre todo porque contamos con la presencia de Antón Saavedra y de Rafael Velasco (Famyr)

manuel trillo libro feb 2016

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Cangas del Narcea recuerda a sus fugados de la guerra

08/02/2016 por

05.02.2016 | 03:59

Cangas del Narcea recuerda a sus fugados de la guerra

Cangas del Narcea recuerda a sus fugados de la guerra D. ÁLVAREZ

El historiador Ramón García (en la imagen, a la derecha, junto a Juaco López, director del Museo del Pueblo de Asturias) presentó en Cangas del Narcea «Luchadores del ocaso», una obra que narra la historia de los más de diez mil fugados que se escondieron en los montes de Asturias tras la Guerra Civil. Ayer, en Cangas del Narcea su autor se centró en explicar la historia de los huidos del concejo después de lograr escapar de la cárcel canguesa, en enero de 1938, donde estaban condenados a pena de muerte, informa D. ÁLVAREZ.

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Jesús Bayón: un asturiano al frente del PCE

08/02/2016 por

Por   /   06/02/2016  /

Una de las especialidades, o de las obsesiones, de Benito Díaz Díaz, profesor universitario talaverano volcado en la historia reciente de su ciudad, de la provincia de Toledo y de Castilla-La Mancha, es la guerrilla, ese complejo universo de la resistencia armada contra el franquismo que duró casi una década, desde el final de la Guerra Civil, y que en sus páginas dejó rastros de heroísmo, de idealismo, de desesperación y también de venganza.

Portada de Jesús Bayón: un asturiano al frente del PCE, de Benito Díaz Díaz, publicado por Almud Ediciones de CLM y Soc. de Estudios del Franquismo y la Transición.

Portada de Jesús Bayón: un asturiano al frente del PCE, de Benito Díaz Díaz, publicado por Almud Ediciones de CLM y Soc. de Estudios del Franquismo y la Transición.

Díaz había tratado ya antes en numerosas publicaciones la guerrilla y sus manifestaciones, sobre todo en la zona centro de España (Madrid, Extremadura, las dos Castillas, etc.) Ahora nos presenta la biografía (aventurera, militante, revolucionaria) de un asturiano, Jesús Bayón González, quien pasó de la lucha sindical a la lucha política (llegaría a ser, por breve tiempo, secretario general del PCE en el interior) y posteriormente a la actividad guerrillera en la zona antes citada de España. Acabaría abatido en 1946 por las fuerzas franquistas en Talavera tras la detención de algunos compañeros de su partida.

El libro que ha sido coeditado por Almud Ediciones CLM y el Seminario de Estudios sobre el Franquismo y la Transición, vinculado a la UCLM, cuenta con un amplio y esclarecedor prólogo de Manuel Ortiz Heras, director del mencionado centro, en el que éste destaca la obra que ahora comentamos a la que califica como “una investigación, como siempre que viene de la experta mano de Benito Díaz, muy meticulosa y, por tanto, apoyada en una pormenorizada búsqueda de documentación con la que poder construir un relato impecable”.

El libro está acompañado de más de medio centenar de fotografías lo que
enriquece su valor documental; y está escrito en un tono narrativo muy ágil que no es óbice para el análisis y la reflexión pertinentes en los momentos en que el relato lo precisa.

Pero el libro de Benito Díaz no se limita a narrar la peripecia vital de Jesús Bayón; por sus páginas pasan también otros personajes como Eugenio Sánchez “El Rubio de Navahermosa”, Joaquín Ventas Cita “Chaquetalarga”, Jesús Gómez Recio “Quincoces” o José Manzanero Marín, todos ellos muy vinculados a la provincia de Toledo.

También aparecen en él otras figuras que tuvieron un papel relevante en el PCE de aquellos dramáticos años 40, como Jesús Monzón Reparaz, Heriberto Quiñones, Agustín Zoroa Sánchez o Adolfo Lucas Reguilón García conocido también como “Severo Eubel de la Paz”. Aunque no son sólo guerrilleros y militantes, sino que Benito Díaz destaca el papel que tuvieron algunos guardias civiles que lucharon contra los maquis o guerrilleros, y menciona en esa misión a dos nombres: los tenientes-coroneles de la Guardia Civil Eulogio Limia Pérez y Manuel Gómez Cantos. Y analiza sus muy diferentes formas de enfrentarse al fenómeno insurreccional.

Como señala el prólogo al libro, antes citado, no todo en la guerrilla era heroísmo y valentía: “La subsistencia y consistencia de la organización en las tremendas condiciones de lucha contra la dictadura de los años cuarenta derivaron en muchos casos en miedos, reservas o paranoias que terminarían en reiteradas ocasiones de manera trágica. El liderazgo de los elegidos para dirigir aquellas partidas se demostró con nobles ideales y comportamientos solidarios pero también con el argumento de la fuerza y de la imposición”.

El valor de este libro es el de rescatar el desigual combate de unas decenas de hombres contra el brutal aparato represor del franquismo pero sin dejar de señalar por ello sus propias sombras y limitaciones.

  • Benito Díaz Díaz: Jesús Bayón: un asturiano al frente del PCE
    De la secretaría general a guerrillero en el centro de España (1936-46)
    Almud ediciones de CLM y Soc. de Estudios del Franquismo y la Transición; 2015;
    204 pags.
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Cazarabet conversa con… Ramón García Piñeiro, autor de “Luchadores del ocaso. Represión, guerrilla y violencia política en Asturias (1937-1952)” (KRK)

01/02/2016 por

 

Removiendo desde KRK Ediciones y desde la pluma de Ramón García Piñeiro el tiempo de la guerrilla.

El autor recopila, en un trabajo de investigación más que minuciosa, la historia de los que, tras la guerra se echaron al monte, “los fugaos”.

Estamos ante un libro inmenso y no lo digo porque sea un libro de gran formato y de muchas páginas, lo digo por lo mucho, y de gran calado, que dice, explica, reflexiona sobre el fenómeno de la guerrilla, pero más allá de ello porque también García Piñeiro sumerge su cuchillo en la mantequilla que es la historia de la represión y de la violencia política y de eso hubo mucho en la posguerra y Asturias no fue una excepción.

El libro le ha llevado al autor 10 años de escritura y no me imagino los que le habrá ocupado en la mente, seguro que algunos más…y es que la guerrilla en Asturias estuvo impregnada por más de 1000 fugaos que cuando se perdió la República se tiraron al monte a defenderla, lucharla, reivindicarla e intentar, quizás, lo imposible…recuperarla. García Piñeiro escribe de manera minuciosa, parece que investigue cada detalle de manera exquisita y deteniéndose en cada detalle, por insignificante que parezca, para engrandecerlo como si lo mirase utilizando una lupa…y le sale bien, muy bien. El libro, como decíamos, además de acercarnos a la guerrilla lo hace también a los tiempos amargos de la posguerra…de violencia política, de represión, de ahogamiento de la libertad y casi, casi de agotamiento. Durante más de una década y media se pudo en marcha toda una maquinaria de horrores, represiones para apuntalar una dictadura en detrimento de las libertades…el libro nos explica, desmenuzando, cuál era el manual que los represores empleaban y cómo se fue afianzando…Se adentra, también, además de la idiosincrasia de la guerrilla en Asturias en sus gentes, sus ideales (siempre más de uno) y en la contrainsurgencia, así como cómo éstos actuaban.

Aquello que nos explica KRK sobre el libro:

Luchadores del ocaso es un estudio sobre la resistencia armada, la violencia política y la represión en la Asturias de posguerra. Indaga en las formas, procedimientos, usos, justificaciones y fines de la violencia política practicada entre 1937 y 1952. Durante estos tres lustros, los vencedores creyeron conveniente renovar a diario el «pacto de sangre» suscrito para recuperar, desempeñar y legitimar el uso del poder. Luchadores del ocaso repasa el perverso manual de horrores puesto en práctica para mantener movilizado al partidario y cercenar cualquier atisbo de esperanza en el disidente.
Los Luchadores del ocaso fueron los perdedores de la Guerra Civil que no entregaron las armas tras la derrota republicana y los que tuvieron la osadía de regresar desde el exilio para compartir su quimérico sueño, pero también los que se mostraron dispuestos a arrostrar su mismo destino brindándoles su apoyo, casi siempre de forma abnegada. En Luchadores del ocaso se reconstruye la asfixiante atmósfera de odio y venganza en la que se desenvolvieron, atrapados entre su derecho a existir y la violencia política desencadenada para aniquilarlos.
Luchadores del ocaso recorre un agónico camino de esperanzas frustradas, destrucción y extermino, no exento de dignidad y heroísmo. Desnuda los aspectos más abyectos de nuestra condición, la embriagadora adicción que puede suscitar la capacidad de dominar y destruir al otro, pero también deja entrever hasta qué punto el escenario más sórdido se ilumina, cuando menos se espera, con destellos de compasión y gallardía. La contextualización temporal y espacial de Luchadores del ocaso no impide que contenga una ambivalente reflexión sobre el ser humano y sus contradicciones, de la que cabe entresacar aleccionadoras experiencias y conclusiones sobre los aspectos más oscuros de nuestro pasado inmediato y, por tanto, sobre nuestras perspectivas como colectividad.
En réplica al revisionismo neofranquista, Luchadores del ocaso pretende demostrar que el régimen franquista no fue una dictadura modernizadora, sino un sistema de dominación social que recurrió al uso sistemático de la violencia y el terror para perpetuarse.

Algunos enlaces:

http://kaosenlared.net/ramon-garcia-pineiro-guerrilleros-del-ocaso/

http://www.lne.es/asturias/2010/06/09/pienso-franquismo-llegara-creer-podia-derribado-guerrilla/926815.html

http://www.lne.es/aviles/2015/07/04/ramon-garcia-pineiro-recopila-historia/1781639.html

El autor, Ramón García Piñeiro:

Ramón García Piñeiro (Sotrondio, 1961), licenciado en Ciencias Políticas y doctor en Historia, es profesor del IES “Galileo Galilei” de Navia. Se ha especializado en la realización de estudios sobre la clase obrera, el sindicalismo, la movilización social, la conflictividad laboral y las culturas del trabajo en la minería del carbón a partir de la Guerra Civil. Sus principales aportaciones en este ámbito han quedado reflejadas en monografías como Los mineros asturianos bajo el franquismo (1990) y Mineros, sindicalismo y huelgas (2008). Además, en esta misma línea de investigación, ha colaborado en diversas obras colectivas sobre militancia industrial y resistencia obrera bajo el franquismo, como La huelga general (1991), La oposición libertaria al régimen de Franco (1993), Historia de Comisiones Obreras (1993), Los comunistas en Asturias (1996), Las huelgas de 1962 en Asturias (2002) y El movimiento obrero en Asturias durante el franquismo (2013). Otro de sus centros de atención investigadora ha sido el estudio de la violencia política y la resistencia armada en diversos contextos, concretado en monografías como Fugaos. Ladreda y la guerrilla en Asturias (2007 y 2010) y en sus aportaciones a obras colectivas como El movimiento guerrillero de los años cuarenta (1990 y 2003), El último frente. La resistencia armada antifranquista en España (2008) y Trabalhadores e ditaduras. Brasil, Espanha e Portugal (2015). También ha publicado Actitudes sociales en la Asturias de postguerra, un estudio preliminar a la obra gráfica de Valentín Vega, y, en esta misma editorial, un manual de Historia de España (2005 y 2008) y una selección de documentos comentados de Historia de España Contemporánea (2009 y 2011).

 

 

Cazarabet conversa con Ramón García Piñeiro:

-Amigo, ¿podríamos decir que has escrito como una réplica  al revisionismo neofranquista?

-Luchadores del ocaso, un estudio sobre la represión, la guerrilla y la violencia política en la Asturias de posguerra. Con esta obra pretendo demostrar que el régimen de Franco no fue una «dictadura modernizadora» en la que se gestaron las premisas necesarias para que fructificara la actual convivencia democrática, como algunos apologetas vienen sosteniendo, sino una sistema de dominación social que recurrió de forma sistemática a la violencia y al terror para perpetuarse. Para demostrarlo destaco «el pacto sangre» que sirvió para cohesionar a los victimarios mediante el recurso irrestricto a la violencia de Estado y que la denominada «represión en caliente», es decir, los métodos vengativos utilizados para aniquilar y neutralizar a los vencedores en la inmediata posguerra, se mantuvieron vigentes e inalterables cuando ya habían transcurrido más de tres lustros del final de la Guerra Civil.

-Lo Luchadores del ocaso, fueron los perdedores de una guerra. Bien, la guerra y la República para todo un pueblo y sus ciudadanos, se perdió…pero las “guerras que libramos de manera particular” estos luchadores, al menos algunos de ellos, no las debieron de perder…creo que no se sentían como perdedores por eso algunos en la lucha enarbolaban algo más que la bandera de “sobrevivir”. ¿Qué piensas?

-Titulé el libro Luchadores del ocaso porque los protagonistas del relato, no todos deliberadamente, se embarcaron en una gesta épica, homérica, anacrónica y a contracorriente. Carecían de expectativas de éxito y la correlación de fuerzas presentaba una asimetría descomunal, pero aun así pelearon hasta el límite de sus fueras y se inmolaron porque su causa se nutría de principios esenciales de la dignidad humana. Ante un régimen impuesto a sangre y fuego, basado en la imposición vengativa y vesánica del vencedor sobre el vencido, ¿cabía otra respuesta coherente que no fuera la resistencia? Compartieron, sin duda, una célebre sentencia del apache Jerónimo, quien sostuvo que había batallas que merecía la pena ser libradas aunque se supiera con certeza y de antemano que la derrotaba estaba garantizada.

-La guerra termina y se sumerge a toda una población a una dominación social. Esto ya de por sí, y más si estás entre el bando “perdedor”, es un drama (por calificarlo de alguna manera)…pero ver a la población a tu familia, amigos y demás sumergidos bajo esta bota de la dominación debió ser  muy “quebrante” para los “fugaos”.  ¿Se levantaron sentimientos de impotencia entre ellos?

-A cada hora. Siempre pensaron que los derrotados que, por miedo, no los secundaban en su gesto de rebeldía, aunque solo fuera proporcionándoles el apoyo que circunstancialmente precisaban, eran unos cobardes, cuya claudicación en algunos casos consideraban incompatible con el espíritu de lucha que acreditaron en el pasado. No pocas veces constataron indignados que, mientras ellos arriesgaban sus vidas a cada instante, los demás inclinaban sumisos la cerviz y acataban sin rebelarse las cotidianas humillaciones que les infligía un régimen vengativo y coercitivo por su mera condición de perdedores.  Conscientes del abrumador despliegue represivo exhibido por los vencedores desde que ocupaban un territorio, como he dicho prolongado sine die, comprendieron sin dificultad que la aparente sumisión estaba dictada por lo que en términos jurídico se denomina «miedo insuperable». Así como los del monte luchaban por el darwiniano principio de la supervivencia, pocos reparos se podían poner a que otros, en circunstancias distintas, creyeran que conservar su vida era su prioridad.  Ahora bien, tuvieron más dificultades para entender por qué no contaron con la colaboración y aliento de quienes vencieron a los regímenes totalitarios en los campos de batalla, ya que se consideraban hermanados por la misma causa antifascista. El pragmatismo de Francia, Inglaterra o EEUU fue su principal decepción.

-La rebeldía de los “fugaos”, ¿cómo era asumida por el resto de población?

-Entre sus familiares, con escasas excepciones, dispusieron de un apoyo incondicional. Como en Asturias se tiraron al monte miles de personas al término de la Guerra Civil, contaron con el apoyo de quienes tuvieron algún pariente huido. Además, en algunas zonas, como la cuenca minera, fueron vistos con simpatía por la mayor parte de la población, ya que eran de izquierdas y estaban acostumbrados a luchar por sus ideas con energía, incluso con las armas en la mano. Correligionarios, amigos de la infancia, vecinos, compañeros de trabajo, confeccionaron en torno a los fugaos anillos de seguridad que fueron decisivos para que resistieran tanto tiempo. En algún caso también fueron protegidos por caridad, invocando sentimientos humanitarios, y, más excepcionalmente, por coacción. Hubo pastores que supusieron que les convenía mantener una relación amistosa con individuos armados con los que compartían territorio, aunque ello implicara que pudieran ser maltratados por la fuerza pública, sin duda más brutal en sus reacciones, pero también más distante. Con el tiempo, el apoyo se fue atenuando, ya que el peaje que se pagaba era enorme y las expectativas de cambio político, fundadas hasta mediados de los cuarenta, se diluyeron por completo en el contexto de la Guerra Fría.

-Hubo colaboración entre mucha gente afín a las ideas de los “fugaos” y éstos, pero hasta cierto punto porque a los primeros si se les descubría o se sospechaba algo se les podría hacer la vida imposible. ¿Qué nos puedes comentar?

-La resistencia de los del monte durante tanto tiempo en condiciones extraordinariamente adversas fue posible por el apoyo incondicional y heroico de los llamados enlaces. Sin su complicidad habrían caído con suma facilidad. El peaje que pagaron por ello fue insólito: multas, expropiación de bienes, pérdida del trabajo, cambios de domicilio forzados, deportaciones, retenciones arbitrarias, largos años de cárcel, palizas, violaciones en la caso de las mujeres, durísimos interrogatorios y la muerte. Recibieron un trato similar al de los propios guerrilleros, pero sin medios para defenderse. El tiro en la nuca y la aplicación de la ley de fugas se utilizaron con profusión. En Asturias existe un monumento a la infamia sin parangón: el pozo Funeres, una sima natural donde fueron arrojados con vida un número indeterminado de enlaces, entre 9 y 22, en 1948.

-La historia de los “fugaos”, ¿es la de aquellos que luchando por un ideal se encuentran entre la espada y la pared o es más bien una larga y ardua historia de esperanza frustradas….?

-A mi entender, podemos prescindir de la disyunción. Los primeros fugaos fueron víctimas de un trágico destino al que se vieron abocados por carecer de alternativas. Prolongaron su heroico y quimérico gesto de rebeldía con las armas en la mano para posponer su cita con la venganza del vencedor. Dada su ideología, compartían un ideal de emancipación social y soñaban con una sociedad igualitaria, pero en aquel contexto lucharon por estos objetivos hasta sus últimas consecuencias porque de ello también dependía la vida de cada uno. Otros, por el contrario, eligieron conscientemente su destino. Se tiraron al monte tras pasar por campos de concentración, batallones de trabajadores, colonias penitenciarias y cárceles, o al quedar desvelada su condición de enlaces o activistas clandestinos. Algunos, los llamados maquis, regresaron de Francia con el propósito de catalizar a la población para que se sublevara contra el régimen. Creyeron que podrían repetir en España la exitosa experiencia vivida en Francia.

-Amigo, me interesa mucho cómo te lo hiciste para documentarte y conseguir al final reunir este trabajo, esta investigación tan minuciosa…me refiero a cómo fue la documentación y la metodología de trabajo? (porque hay mucho trabajo de campo)

-En las fuentes utilizadas combine las procedentes del propio régimen y las generadas por las organizaciones opositoras. En el primer caso utilicé de forma sistemática las causas incoadas por los tribunales militares contra los guerrilleros y sus apoyos, así como la ingente documentación generada por la Guardia Civil y otros representantes de la fuerza pública, sin menospreciar otras aportaciones como las del Gobierno Civil, juzgados, archivos municipales, archivos de empresas, etc. Este enfoque fue contrastado con la documentación procedente de los archivos vinculados al PCE y al PSOE, matizados y enriquecidos con las aportaciones procedentes de la prensa de la época, tanto la oficial como la clandestina. Recurrí también a las memorias o testimonios de los protagonistas de los hechos y a las entrevistas realizadas por otros o por mí de los testigos que pudieron dejar constancia de su testimonio.

-Eres profesor de secundaria, ¿en estos momentos, como docente, qué valoración puedes hacer de cómo se trata la historia, desde la enseñanza, cómo se imparte…?

-Por fortuna, a la postre, la impartición de la materia está en manos de los docentes y me consta que en España se ocupa de esta tarea un acreditado conjunto de profesionales, competente, vocacional y esforzado. En su cometido debe lidiar con despropósitos como la LOMCE, que nos retrotrae al siglo XIX. Por supuesto, como era de prever, omite contenidos incómodos para sus muñidores, como los crímenes de Estado del franquismo, por ejemplo, pero, además, excluye visiones del pasado totalmente consagradas desde la Escuela de Annales. Se proyecta una visión positivista y evenemencial del pasado, basado en el hecho concreto, en el acontecimiento -por tanto en la acumulación memorística de datos-, y se escamotea el enfoque sociológico, antropológico y etnográfico, la comprensión de los procesos históricos, el estudio de la multicausalidad, el análisis de los movimientos sociales, de las mentalidades, del feminismo, de la conflictividad como eje vertebrador, en fin, lo que podríamos denominar una historia desde abajo. Pese a ello, confío en la sensatez de los docentes, profesionales ajenos a estos vaivenes.

 

 

 

19811
Luchadores del ocaso. Represión, guerrilla y violencia política en Asturias (1937-1952). Ramón García Piñeiro
1216 páginas       16,5 x 23,5 cms.
54,95 euros
KRK

Luchadores del ocaso es un estudio sobre la resistencia armada, la violencia política y la represión en la Asturias de posguerra. Indaga en las formas, procedimientos, usos, justificaciones y fines de la violencia política practicada entre 1937 y 1952. Durante estos tres lustros, los vencedores creyeron conveniente renovar a diario el «pacto de sangre» suscrito para recuperar, desempeñar y legitimar el uso del poder. Luchadores del ocaso repasa el perverso manual de horrores puesto en práctica para mantener movilizado al partidario y cercenar cualquier atisbo de esperanza en el disidente.
Los Luchadores del ocaso fueron los perdedores de la Guerra Civil que no entregaron las armas tras la derrota republicana y los que tuvieron la osadía de regresar desde el exilio para compartir su quimérico sueño, pero también los que se mostraron dispuestos a arrostrar su mismo destino brindándoles su apoyo, casi siempre de forma abnegada. En Luchadores del ocaso se reconstruye la asfixiante atmósfera de odio y venganza en la que se desenvolvieron, atrapados entre su derecho a existir y la violencia política desencadenada para aniquilarlos.
Luchadores del ocaso recorre un agónico camino de esperanzas frustradas, destrucción y extermino, no exento de dignidad y heroísmo. Desnuda los aspectos más abyectos de nuestra condición, la embriagadora adicción que puede suscitar la capacidad de dominar y destruir al otro, pero también deja entrever hasta qué punto el escenario más sórdido se ilumina, cuando menos se espera, con destellos de compasión y gallardía. La contextualización temporal y espacial de Luchadores del ocaso no impide que contenga una ambivalente reflexión sobre el ser humano y sus contradicciones, de la que cabe entresacar aleccionadoras experiencias y conclusiones sobre los aspectos más oscuros de nuestro pasado inmediato y, por tanto, sobre nuestras perspectivas como colectividad.
En réplica al revisionismo neofranquista, Luchadores del ocaso pretende demostrar que el régimen franquista no fue una dictadura modernizadora, sino un sistema de dominación social que recurrió al uso sistemático de la violencia y el terror para perpetuarse.

Referencias:
http://hoylibro.periodismohumano.com/2015/05/28/luchadores-del-ocaso-represion-guerrilla-y-violencia-politica-en-la-asturias-de-posguerra-1937-1952/
http://www.elcomercio.es/culturas/libros/201505/15/insolito-hecho-guerrilleros-sobreviviesen-20150515003014-v.html
http://www.asturias24.es/secciones/cultura/noticias/el-martillo-pilon-de-ramon-garcia-pineiro/1431710481

Ramón García Piñeiro (Sotrondio, 1961), licenciado en Ciencias Políticas y doctor en Historia, es profesor del IES “Galileo Galilei” de Navia. Se ha especializado en la realización de estudios sobre la clase obrera, el sindicalismo, la movilización social, la conflictividad laboral y las culturas del trabajo en la minería del carbón a partir de la Guerra Civil. Sus principales aportaciones en este ámbito han quedado reflejadas en monografías como Los mineros asturianos bajo el franquismo (1990) y Mineros, sindicalismo y huelgas (2008). Además, en esta misma línea de investigación, ha colaborado en diversas obras colectivas sobre militancia industrial y resistencia obrera bajo el franquismo, como La huelga general (1991), La oposición libertaria al régimen de Franco (1993), Historia de Comisiones Obreras (1993), Los comunistas en Asturias (1996), Las huelgas de 1962 en Asturias (2002) y El movimiento obrero en Asturias durante el franquismo (2013). Otro de sus centros de atención investigadora ha sido el estudio de la violencia política y la resistencia armada en diversos contextos, concretado en monografías como Fugaos. Ladreda y la guerrilla en Asturias (2007 y 2010) y en sus aportaciones a obras colectivas como El movimiento guerrillero de los años cuarenta (1990 y 2003), El último frente. La resistencia armada antifranquista en España (2008) y Trabalhadores e ditaduras. Brasil, Espanha e Portugal (2015). También ha publicado Actitudes sociales en la Asturias de postguerra, un estudio preliminar a la obra gráfica de Valentín Vega, y, en esta misma editorial, un manual de Historia de España (2005 y 2008) y una selección de documentos comentados de Historia de España Contemporánea (2009 y 2011).

 

 

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Gerardo Iglesias: “La Transición se hizo bajo la amenaza y el chantaje permanente”

08/11/2015 por

El exsindicalista y exdirigente de IU publica La amnesia de los cómplices (KRK), donde recoge ciento cincuenta historias de víctimas del franquismo.

“Lamento mucho que los partidos de izquierda no hayan colocado en un lugar muy importante de sus programas la anulación de la Ley de Amnistía del 77”.

“IU se convirtió en una fuerza más, se encerró en las instituciones y no hay cambios políticos si no se organizan desde la sociedad civil”.

El exsindicalista y exdirigente de IU Gerardo Iglesias

El exsindicalista y exdirigente de IU Gerardo Iglesias

Gerardo Iglesias (La Cerezal, Mieres, 1945) ha sido muchas cosas. Entre ellas, minero y sindicalista y Secretario General de CCOO y Secretario General del PCE y Coordinador General de Izquierda Unida y, ahora, publica La amnesia de los cómplices(KRK editores), un volumen en el que recopila las historias de víctimas pasadas y presentes del franquismo.

Después de ¿Por qué estorba la memoria? (KRK editores, 2011), ¿cómo acabas en este siguiente volumen sobre memoria histórica, La amnesia de los cómplices?

Es una continuación del primer libro, que recogía veintidós biografías de guerrilleros y sus familias. Este se alarga hasta unas ciento cincuenta historias. Fundamentalmente, trato de recuperar la memoria de estas personas, ¡ya me gustaría poder recuperar la de los miles que combatieron en la posguerra! También, al recuperar esta memoria, intento luchar contra la impunidad de los crímenes cometidos durante la dictadura y el no reconocimiento de los derechos de las víctimas.

¿Qué es lo que más te duele del olvido?

Lo más doloroso es conocer que hay una serie de gentes, incluso cercanas a mi familia, que siguen en las cunetas o en las fosas comunes. La llamada “Ley de la Memoria Histórica” que nos ha comprometido como Estado a catalogar, investigar y exhumar estos cadáveres, dejó la opción de subvencionar a particulares para que pudiesen hacer esta labor, pero resulta que ni siquiera eso. Ha llegado el gobierno del PP y las ha detenido totalmente. Esto es muy doloroso aunque el problema sea de fondo. La Transición ha hecho que asumamos muchos elementos de la dictadura franquista y se traduce en el enorme problema de corrupción que tenemos en este país, que deja a la democracia en nada. Se está gobernando por decretos, incluso con mayoría absoluta del PP.

En el libro hay historias que te tocan muy de frente, como las de Gerardo y Eliseo Argüelles, ¿cómo afectaron a tu familia sus asesinatos?

Eran hermanos de mi madre. Y no solo ellos, toda mi familia, por parte de mi madre y de mi padre, ha sido brutalmente represaliada. Ha habido fusilamientos, asesinatos, muchos años de cárcel… por ejemplo, en el año 50 a mi padre le torturaron cruelmente, le reventaron el vientre delante de casa y luego pasó muchos años en la cárcel… y ya venía de los campos de concentración y de los batallones de trabajo forzado. Había mucho sufrimiento: mi madre estuvo en el campo de concentración de Figueras; mi hermana, Delfina, nació en la cárcel en Mieres… en fin, historias como la de mi familia y más duras aparecen en La amnesia de los cómplices.

Otro de los objetivos del libro es presentar al franquismo como una maquinaria violentísima de represión y no como tratan de dibujárnoslo algunos en el PP o en TVE con entrevistas cutres a ese personaje, la nieta del dictador.

Hay un intento de dulcificar lo que fue la dictadura. La Segunda Guerra Mundial empezó en España con el apoyo masivo de las potencias nazi-alemana y fascista-italiana, sin olvidarse de la dictadura de Salazar. Ha sido una dictadura fascista con todas las letras, no se nos puede olvidar que el dictador murió matando, nunca jamás quiso negociar: él quería ser el dueño de España.

Dentro de la dinámica de la posguerra, hay algo que me parece terrible: la delación. Cómo se obligaba a familias o amigos, bajo amenaza o tortura, a revelar los paraderos de sus allegados.

La delación fue bastante extendida, desgraciadamente. Se fundamentaba en el factor miedo, en el terror absoluto que habían extendido en la población. En cuanto alguien pasaba por el cuartelillo de la Guardia Civil, era “o colaboras con nosotros, o te eliminamos a toda tu familia”. Y, además, lo hacían: el que se negaba se podía encontrar al día siguiente a su mujer en la puerta de su casa con dos tiros en la nuca. No se puede justificar nunca la delación pero tiene una explicación clarísima: el terror.

Al escribir el libro, mi intención no era la de un historiador, sino más bien la de recoger historias, de recoger memorias. Los descendientes de las víctimas son los que mejor pueden decir hasta qué punto las heridas siguen abiertas, hasta qué punto esa afirmación de “no hay que reabrir las heridas” es falsa. Las heridas nunca se cerraron, se cubrieron con un tupido velo. Los crímenes del franquismo hay que juzgarlos, vivan o no los responsables. España necesita disponer de un relato común sobre lo que fue esa parte de la Historia, especialmente, una parte tan traumática.

El último libro de Gerardo Iglesias recoge ciento cincuenta historias de víctimas del franquismo

La amnesia de los cómplices

Una parte de esto es la querella argentina de unas víctimas, que fue aceptada a trámite. 

Es un hecho muy importante, pero lo que ocurre es que, como la propia jueza ha admitido, le están poniendo palos en las ruedas. Ya hemos visto la respuesta del Tribunal Supremo de nuestro país con respecto a la extradición de una serie de torturadores, y ahora vemos cómo el gobierno se lava las manos argumentando que ha prescrito o tirando de la ley de Amnistía del 77… Lamento mucho que los partidos de izquierda no hayan colocado en un lugar muy importante de sus programas la anulación de esa Ley de Amnistía.

Quedan restos del franquismo por toda España, pero el más evidente es, cuarenta años después de la muerte del dictador, el Valle de los Caídos.

Es un hecho terrible, porque allí han muerto miles levantando ese edificio y comparten tumba con el dictador. Además, lo más espantoso es que quién más se resiste a sacarlo de ahí y a convertir ese lugar en un centro de la Memoria, es la Iglesia católica. Se dedican a impartir allí clases de nacionalcatolicismo. No se nos olvide que la Iglesia ha estado comprometida hasta los tuétanos con la dictadura, durante todo el régimen. Sin negar que ha habido sacerdotes que se han posicionado del lado de las víctimas, es frecuente encontrar en los interrogatorios de las comisarías a un cura con un garrote en la mano, participando en las torturas. Ahí están todas las proclamas de la exaltación del fascismo de los cardenales de la época…

Y de nuestros días. Hay algunos, como Cañizares, que siguen rezando aún por la Unidad de España.

No hace mucho que leía que en una Iglesia de Madrid el cura llamaba para dar una respuesta al crecimiento de la extrema izquierda como la que se dio en el 36. Es que aún queda muchísimo franquismo, esta lleno de esquelas, de reconocimientos honoríficos,… pero es que además son frecuentes los homenajes, como el de la División Azul, en el que incluso participaron miembros del Gobierno.

¿Crees que el PCE abandonó o dio por perdidos a los guerrilleros asturianos de los que hablas en tu libro?

El PCE, que fue el que más tiró por la lucha armada, aunque también participaran socialistas, anarquistas o republicanos, creyó que en una primera etapa estaba completamente justificado hacer focos de resistencia en el país para forzar la intervención de las potencias aliadas. Por ejemplo, cuando los republicanos españoles derrocharon tanta sangre y heroísmo en la resistencia francesa estaban pensando que, a continuación, vendría la liberación de su patria.

A partir de mediados del 46 o principios del 47, cuando se ve que las potencias aliadas prefieren una dictadura al supuesto peligro de la toma del poder por los comunistas, creo que el partido se equivocó en prolongar esa forma de lucha. Incluso, en el año 48, tras una entrevista que mantiene Carrillo, Pasionaria y Antón con Stalin, este les aconseja que se orientasen a la lucha de masas, a entrar en las organizaciones del propio régimen y abandonar la lucha armada. Hay, en efecto, una reunión del Comité Central en París donde se toma la decisión de poner fin a la lucha armada pero, en realidad, fue una quimera. En el papel, se ponía fin a la lucha armada pero la dirección del partido sigue enviando guerrilleros y, de hecho, no termina hasta que no es eliminado el último de ellos, en octubre de 1952.

La dirección del partido ha cometido muchos errores, sobre todo, porque los dirigentes no pisaban el terreno donde luchaban estos hombres. Hubo un permanente enfrentamiento entre los delegados de Francia, “los franceses”, con los guerrilleros autóctonos, que conocían mucho mejor la realidad.

La Transición y los partidos de izquierda que participan en ella tampoco arreglaron este abandono…

La Transición se hizo bajo la amenaza y el chantaje permanente. Han permanecido todos los aparatos del Estado fascista y con ese apoyo, los franquistas negociaron con las fuerzas democráticas en posición ventajosa y han diseñado un sistema a su medida. Pero lo digo en el libro: se hizo lo que se pudo, los franquistas tenían todo el poder. Lo que es inexplicable es cuando gana el PSOE en el año 82, no se empiece a superar todas las concesiones que se habían hecho. Se abandonan completamente a las personas que más habían sacrificado por devolver la democracia a España. Ni siquiera se ha tenido la sensibilidad de reparar las desapariciones forzosas, los enterramientos… ¿qué explicación tiene esto?

El bipartidismo ha sido una pieza importantísima del modelo diseñado en la Transición y el PSOE forma parte beneficiaria, a la que no le interesa remover ese asunto. En España no tendremos una democracia verdadera si no se abre un proceso constituyente y se redacta una nueva Constitución que aborde la gran asignatura pendiente de la Transición: que existió una dictadura fascista, criminal, que ha regado España de sangre. No se puede construir sobre el olvido, este país necesita escribir un relato compartido sobre qué fue todo aquello para que las nuevas generaciones conozcan su pasado.

Me tengo que salir del libro para preguntarte una cosa a lo burro: ¿tú inventaste Izquierda Unida?

La verdad es que la propuesta fue, inicialmente, bastante unipersonal pero se debatió después y se hicieron una serie de elaboraciones porque algunos éramos muy conscientes de que los partidos tradicionales ya no eran cauces válidos para comunicar las inquietudes sociales con las instituciones del Gobierno. Había que dar entrada a nuevas fuerzas emergentes, como se ha visto ahora. ¡Pensemos que los partidos tradicionales de la izquierda arrancan con la Primera Revolución Industrial! IU quiso pero no fue capaz de ser una fuerza renovadora. Más que un partido tradicional, IU era un movimiento sociopolítico pero al final la inercia de la cultura comunista lo ha terminado convirtiendo en un partido más.

¿Cómo ves el futuro de IU y las fuerzas de izquierdas en estas elecciones? ¿Tú apostarías por la Unidad?

Creo que IU lo tiene complicado; quiso ser algo parecido a Podemos, y no sé cómo evolucionará Podemos pero su emergencia ha sido una gran cosa para el país. IU no pudo, no supo… se convirtió en una fuerza más, se encerró en las instituciones y no hay cambios políticos si no se organiza la sociedad civil y se promueve una gran movilización. Llegó un momento en que IU fue completamente desbordada y otros se han encargado de llenar ese vacío.

En el partido hay gente muy interesante, como Garzón, que me parece un gran valor, pero el problema es que no tiene el apoyo territorial: sigue dominando una concepción sectaria, vieja. Aquí mismo, en Asturias, por ejemplo, llegó Gaspar Llamazares y lo primero que hizo fue pactar con el PSOE la mesa del Parlamento, los sueldos y los asesores, a espaldas de Podemos. Podemos le dice “votad a nuestro candidato porque sumamos los mismos escaños que el PSOE” y, una de dos, o peleamos por la presidencia o por una buena posición en la negociación. Gaspar Llamazares dice “¡naranjas de la China!” y siguen anclados en el sistema. Ahora IU es parte del sistema bipartidista: se conforman con ser muleta del PSOE, y este país necesita un cambio rupturista. En ese sentido, aunque hay corrientes muy interesantes en IU como la que representa Alberto Garzón, lo tiene difícil en el futuro.

http://www.eldiario.es/cultura/gerardo_iglesias-IU-alberto_garzon-memoria_historica_0_447955960.html

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