Un nuevo año y reunido el jurado compuesto por Ana Solís, Asunción Naves, Blanca Pantiga, Carmen Vazquez y Patricia Martínez han resuelto conceder el Premio Rafaela Lozana 2024 a ENRIQUETA VALCARCEL
El premio será entregado en el CAFÉ MACONDO (Plaza de la Habana 3, Gijón) el próximo día 15 de marzo a las 19 h por la Directora General de Memoria Democrática de Asturias, Begoña Collado
El premio Rafaela Lozana tiene por objetivo reconocer la labor de mujeres o asociaciones de mujeres que se han destacado por llevar una vida de compromiso con la justicia social desde el punto de vista de los derechos humanos. ¿Quién es Enriqueta? Nacida en Burgos, licenciada en Historia, trabajó en Asturias como profesora de Historia. Forma parte del grupo Eleuterio Quintanilla partidario de la Educación Intercultural Antirracista.
Compromiso con la memoria democrática Enriqueta fue pionera en Asturias en el estudio de la represión franquista y el exilio republicano siguiendo un método en que se da voz a las personas que sufrieron dichas circunstancias, es decir, la voz del pueblo represaliado. Fruto de dichas investigaciones son las obras escritas: 1. La represión franquista en Asturias. Ejecutados y fallecidos en la cárcel del Coto de Gijón. Azucel 1994 2. Exilio republicano asturiano: historias de vida. Impronta 2019 con Rosa Calvo Cuesta
Enriqueta ha sido protagonista indiscutible de la difusión de la memoria democrática de y en Asturias, colaborando en numerosas charlas y jornadas. De esta forma consigue llevar el resultado de las investigaciones académicas al público en general. Partidaria de la anulación de los juicios franquistas, en palabras de ella misma en 2018 «Lo primero que se tiene que hacer para reconocer a todos los que pasaron por la cárcel y a todos los que están en las fosas fusilados es anular los consejos de guerra definitivamente» Además, es notorio su trabajo por incentivar la mirada de género en la memoria democrática, dando luz a la situación de las mujeres y su problemática diferencial. Como muestra de este compromiso promovió la colocación de la placa en homenaje a las mujeres republicanas «víctimas de la represión franquista, fusiladas en Gijón por defender la democracia y la libertad» llamando la atención sobre la ausencia de reconocimientos a las mujeres republicanas en Gijón.
Compromiso con una sociedad multicultural Enriqueta forma parte activa del grupo Eleuterio Quintanilla que desde 1994 y de forma altruista trabajan por una Educación Intercultural Antirracista, defendiendo la diversidad como un factor de enriquecimiento social. Por todos estos motivos desde la Federación Asturiana Memoria y República consideramos que: Enriqueta es merecedora del galardón Rafaela Lozano, por su compromiso vital conla memoria democrática y la educación, como medios para transformar la sociedad en un lugar más justo donde tengan cabida todas las personas y no haya lugar para regímenes totalitarios
El premio será entregado en el CAFÉ MACONDO (Plaza de la Habana 3, Gijón) el próximo día 15 de marzo a las 19 h por la Directora General de Memoria Democrática de Asturias, Begoña Collado. Os esperamos
Ramón García Piñeiro presenta este viernes en Mieres «Maquis, la resistencia armada. Historia de la guerrilla antifranquista».
Por Diego Díaz Alonso
18 enero 2024
El historiador Ramón García Piñeiro (Sotrondio, 1961) es originario de la cuenca del Nalón, pero lleva media vida viviendo y enseñando historia en Navia. Profesor de secundaria, ha logrado contra viento y marea desarrollar una formidable carrera como historiador extramuros de la Universidad. De su ya dilatada bibliografía destacan obras como “Los mineros asturianos bajo el franquismo (1937-1962)” y la monumental “Luchadores del ocaso: represión, guerrilla y violencia política en la Asturias de posguerra (1937-1952)”.
Este viernes presenta en La Llocura de Mieres“Maquis, la resistencia armada. Historia de la guerrilla antifranquista. 1939-1952” (Trea,
2023), una obra colectiva que pretende aunar la historia del movimiento
guerrillero español surgido tras el final de la Guerra Civil con las
investigaciones y datos más actualizados al respecto. Será a las 19:30h.
¿Qué fue la guerrilla antifranquista?
Una prolongación del conflicto armado iniciado en julio de 1936 por
una sublevación militar, toda vez que los vencidos en 1939 creyeron
reversible una derrota que no asumieron, que no consideraron definitiva
y, por el contrario, los vencedores perpetuaron sine die los métodos más
brutales de destrucción del adversario porque cifraron su legitimidad
política, su derecho a disfrutar de forma irrestricta del botín de
guerra, en la fuerza de las armas, en la victoria militar. No es una
excepción que en España la fase convencional de la Guerra Civil dejara
paso a una etapa de guerra irregular, guerra silente, guerra censurada y
negada, librada con los procedimientos propios de la guerra sucia, en
la que no hay normas, ni convenciones internacionales, ni principios, ni
respeto por el enemigo, como ocurrió, por ejemplo, en Grecia.
¿Cuándo pasa de ser una actividad de supervivencia a algo parecido a un Ejército?
La vertebración de las partidas de huidos en una estructura
militarizada, con pautas de organización castrenses y objetivos
políticos, fue una iniciativa del PCE, que fue la única organización
antifranquista que elaboró un proyecto insurreccional para derrocar a
Franco, inspirado por la resistencia de maquis y partisanos, como
franceses y yugoslavos, a la ocupación nazi. Para que se produjera esta
metamorfosis fue necesario que se liberara Francia y que, tras el
fallido intento de invasión por el valle de Arán en octubre de 1944,
regresaran a España clandestinamente contingentes de guerrilleros
frentepopulistas, los cuales contactaron con los huidos diseminados por
las serranías españolas para, no solo aleccionarlos sobre procedimientos
de lucha contrastados contra la temible maquinaria militar nazi, sino
también para persuadirles de que, si pasaban a la ofensiva, recibirían
el apoyo de las potencias democráticas. También los animaron a dar el
paso arguyendo que era inminente un levantamiento popular de los
españoles, bastaba con que recibieran el estímulo y ejemplo de sus
acciones guerrilleras, y que el régimen de Franco era tan débil, estaba
tan carcomido por las divisiones internas, que se derrumbaría como
castillo de naipes al primer soplido. Así pues, una expresión armada y
militarizada de resistencia guerrillera cristalizó en España entre 1944 y
1946, su contexto más propicio.
“En Asturias hubo pocos desertores que se sumaran a las fuerzas represivas del régimen”
¿Fue una locura mantener la guerrilla pasado 1945?
Santiago Carrillo siempre sostuvo que la guerrilla no fue una
invención del PCE, porque no partieron ex nihilo. Los huidos, los
emboscados, los de la sierra ya estaban ahí, con su certificado de
defunción escrito. El PCE les brindó un plan para dotar de contenido
político su errática subsistencia. La vía insurreccional preconizada por
el PCE fue un fracaso, sin duda, pero como poco idéntico al cosechado
por los proyectos opositores de las demás formaciones frentepopulistas,
si bien en el caso del PCE con consecuencias más negativas. Con la Nota
Tripartita del 12 de marzo de 1946 y la resolución de la ONU del 12 de
diciembre del mismo año, declaraciones en las que se conciliaba una
retórica condena del régimen de Franco con la explícita renuncia a
derrocarlo mediante una injerencia exterior, quedó meridianamente claro,
como preconizaba Churchill, que la cuestión del sistema político en
España era un asunto que concernía exclusivamente a los españoles. La
consolidación de la política de bloques y la Guerra Fría descartaba, no
solo que pudieran disponer de ayuda soviética, sino que EE.UU. y sus
aliados tuvieran la tentación de promover la desestabilización política
de un dictador al que podían mantener de rodillas y que les garantizaba
la persecución a muerte del comunismo en el corazón de Europa
occidental. De un somero análisis de este contexto tan adverso solo se
desprendía la conclusión de que, a partir de 1946, la guerrilla era
inviable en España, carecía de expectativas, pero, en términos
leninistas, la pregunta que se imponía era ¿qué hacer? ¿Había, por
tanto, que bajar la cabeza y esperar a que cambiaran los tiempos? Aunque
las circunstancias eran muy adversas, los comunistas se aferraban al
principio gramsciano de combatir el pesimismo de la razón con el
optimismo de la voluntad y estaban convencidos de que las condiciones
objetivas se podrían modificar con la lucha y el ejemplo de rebeldía que
la guerrilla proporcionaba. Por otra parte, como el régimen cegaba
todos los cauces pacíficos de expresión del descontento, no dejaba más
margen al opositor que adoptar métodos ultraclandestinos y violentos de
resistencia. Además, el PCE supuso que saldría fortalecido si el cambio
de régimen se producía como consecuencia de la presión de los propios
españoles, no por conciliábulos de cancillerías, por lo que volcó todo
lo que tenía en la resistencia armada. No la desmanteló ni siquiera a
partir de 1948, cuando llegó al convencimiento de que era una opción
vanguardista y estéril, en primer lugar, por el principio de inercia
inherente a las decisiones políticas y en segundo lugar porque era de la
única fuerza que disponía en el exterior. Solo renunció a la guerrilla
cuando, a partir del boicot a los tranvías de Barcelona de 1951,
constató que cabían otras formas de disidencia ciudadana.
¿Se puede hablar de diferentes estilos guerrilleros en función de las organizaciones políticas?
De las organizaciones políticas, de las agrupaciones guerrilleras, de
la trayectoria de los guerrilleros, de la composición de las partidas
e, incluso, de la idiosincrasia de las personas. Los comunistas
promovieron el modelo militarizado, vertebrado en organizaciones de
combate con fines políticos. Su referencia fueron los movimientos de
liberación en la Europa ocupada por los nazis. Los socialistas, salvo
excepciones, mantuvieron una actitud defensiva, a la espera de una
intervención exterior, o utilizaron la movilidad de sus huidos para
dedicarse preferentemente a la recomposición del partido y del
sindicato, sin perjuicio de que esporádicamente recurrieran a las armas
para infligir un castigo a algún represor notorio o recabar recursos
imprescindibles, pero siempre de forma muy comedida, ya que querían
evitar las venganzas del aparato represivo del régimen. Los anarquistas
procedieron de forma unilateral, sin atenerse a pautas, al margen de la
dirección de sus organizaciones exiliadas, casi siempre en ámbitos
urbanos. Más allá de las diferencias ideológicas, la principal línea
divisoria que fragmentó a la guerrilla fue la que separó al huido del
lugar, con vínculos afectivos con el territorio por el que deambulaba y
consciente de la capacidad destructiva de su adversario, del regresado
del exilio, borracho de triunfalismo y enquistado en su marco
territorial como si hubiera caído en paracaídas de otro planeta.
¿Qué características especiales tuvo la guerrilla asturiana con respecto a la guerrilla en otras regiones españolas?
Asturias proporcionó el ecosistema más propicio para la guerrilla,
tanto por su medio natural como por las características del paisanaje.
Orografía tortuosa, malas comunicaciones, densidad del tapiz vegetal,
dispersión del caserío, intenso movimiento por parajes remotos de
vaqueros y mineros, múltiples lugares de ocultamiento en cuevas, minas
abandonadas, chimeneas, refugios excavados, etc., brindaron la “ecúmene”
ideal para la actividad guerrillera, el medio soñado. Partieron,
además, de un gran contingente de huidos como punto de partida,
compuesto por los miles de combatientes republicanos que no pudieron
evacuar tras la extinción del Frente Norte y optaron por esconderse para
preservar su vida. Además, estas personas, vinculadas al territorio,
unidas a él por todo tipo de lazos, se desenvolvieron en un medio muy
receptivo a su causa, muy empático, ya que predominaban las personas
ideológicamente identificadas con ellos. Por eso, en Asturias durante
toda la década de los cuarenta funcionaron los mecanismos de
movilización y reposición, que mantuvieron una alta presencia de
guerrilleros pese a las frecuentes bajas. Ahora bien, la singularidad de
Asturias viene dada porque los guerrilleros eran mineros y su
territorio de actuación estaba incrustado en el corazón de la cuenca
minera, no en un paraje rural remoto, lo que les permitía tener un
recurso estratégico de la economía nacional, especialmente demandado en
tiempos de autarquía y aislamiento, al alcance de sus cartuchos de
dinamita. De hecho, cuando el PCE cambió de táctica y quiso reinsertarse
en el ámbito laboral sin desmovilizar por completo a la guerrilla,
ensayó precisamente en Asturias su intento de reconvertir a los
guerrilleros en escoltas de los cuadros de dirección, de los equipos de
edición de propaganda e instructores de los nuevos adeptos. Asturias
también se singularizó porque no necesitó una organización militar
rígida y estructurada para desplegar un activismo sin parangón en el
resto de España. Quizás por la misma razón, su desdén por las pautas
castrenses, fueron inusuales tanto los ajustes de cuentas internos, es
decir, los casos de fuego amigo contra los propios compañeros de lucha,
como el execrable fenómeno de los arrepentidos, tan habituales en otras
demarcaciones guerrilleras. En Asturias hubo pocos desertores que se
sumaran a las fuerzas represivas del régimen para coadyuvar a la captura
o muerte de sus antiguos compañeros de lucha.
Un tema espinoso. Los asesinatos de “chivatos” dentro de la propia guerrilla.
Aunque hubo algunos casos, insisto en que fueron la excepción en
Asturias, tanto en el caso de guerrilleros que se incorporaron a la
contrapartida para obtener una conmiseración que casi nunca alcanzaban,
como mucho posponían el castigo, como en el caso de enlaces que, bajo
asfixiante presión y amenaza de muerte, cambiaban de bando. Una terrible
represalia guerrillera por la traición de Alicia Canal Faza, una enlace
que paso a colaborar con la Guardia Civil, se produjo el 3 de julio de
1951 en Texedal (Piloña).
¿Cómo deberían pasar al imaginario colectivo los guerrilleros antifranquistas?
Como la reformulación y readaptación del movimiento obrero asturiano, substrato de nuestra identidad colectiva, a la desaforada y destructiva persecución institucional de la que fue objeto, movilizando los más venáticos y obscenos procedimientos del terrorismo de Estado, en el contexto de la década de los cuarenta, sin duda el más adverso que hubo de afrontar durante todo el siglo XX.
La cuenca minera despide a una referente de la lucha obrera con una
multitudinaria marcha hasta el Pozu Fondón donde se le rindió homenaje a
golpe de madreña y tacón
Con su zapato de tacón colocado de forma simbólica sobre
su féretro, cubierto con las banderas de la República y de CC OO y
rodeado por cerca de un centenar de ramos y coronas de flores, y una
multitud rodeando la sede de CC OO del Nalón, que una hora antes de la
cita ya se había llenado de gente, comenzó en La Felguera la ceremonia
de despedida de Anita Sirgo (Lada,
1930-2024). La histórica comunista y referente de la lucha obrera que
murió en la madrugada del lunes, cuando apenas le restaban cinco días
para cumplir 94 años de una vida intensa y comprometida con la defensa
de los derechos de la clase trabajadora, quería que su último adiós no
fuera un funeral al uso sino una manifestación más de las muchas en las
que había participado y promovido. «A golpe de tacón, pero también de
teléfono y pancarta, porque ella se ocupaba de llamar y llamar a la
gente para recordar dónde había que ir a manifestarse y el porqué. No
había opción. Era una gran revolucionaria», la recordaba con especial
cariño el secretario general de CC OO, José Manuel Zapico, en el emotivo
acto que dio paso a una marcha hasta el Pozu Fondón donde, en los años
sesenta, ella se convirtió en toda una heroína en defensa de los
derechos de los mineros actuando como piquete y tirando maíz a los
esquiroles, a quienes les llamaba gallinas.
La de esta tarde fue su última manifestación, llevada a
hombros por dirigentes de IU y CC OO y por sus propios nietos, Arturo
Javier Carreño y David Andrés Braña, quienes tal y como se encargó de
recordar el propio secretario general de la Federación Socialista
Asturiana y presidente del Principado, Adrián Barbón, fueron «semillas
que germinaron bien» porque siguen los pasos de su abuela. «Hay que
seguir la lucha», reivindicaba David Andrés minutos antes de comenzar la
emotiva ceremonia. Seguir la lucha y el ejemplo de Anita Sirgo fue, de
hecho, el mensaje que quisieron transmitir cada uno de los
intervinientes en el acto. Tras recordar su generosidad y valentía, José
Manuel Zapico compartió con los presentes el mandato de Anita Sirgo,
quien acostumbraba a advertir de que «aunque los tiempos cambian, los
problemas son los mismos, por lo que hay seguir defendiendo la
democracia que tantos palos nos costó». El coordinador general de IU,
Ovidio Zapico, defendió que su legado no es sólo de CC OO o del Partido
Comunista e Izquierda Unida, donde militaba, sino de «toda la izquierda
asturiana porque su compromiso era intachable». Dio fe de ello el líder
socialista, Adrián Barbón, quien instó a seguir su defensa por la
«libertad verdadera, aquella que va acompañada de la igualdad y la
justicia». «Si hoy vivimos en libertad y democracia es por ejemplos como
el de Anita y ahora otros tenéis y tenemos que levantar la bandera para
seguir luchando», clamó.
Previamente también intervinieron la secretaria general
de CC OO del Nalón, Esther Barbón, que destacó el papel feminista de su
compañera sindical; el alcalde de Langreo, Roberto García, quien
sentenció que la gente como Anita Sirgo «no se entierra, se siembra para
dar testimonio a lo largo de los años y que las nuevas generaciones
sepan los pasos que hay que dar» para defender los derechos de los
ciudadanos. Arantxa Carcedo, miembro de la dirección del Partido
Comunista, recordó la dura vida de lucha sindical de Anita y su pelo
corto -se lo cortaron a tirones por negarse a delatar a sus compañeros
durante el franquismo- como «símbolo de la dignidad».
Tras los discursos y entonar La Internacional, miles de personas partieron desde la sede de CCOO hasta el Pozu Fondón, donde se hizo sonar el turullu a la llegada del cortejo fúnebre, para luego dar paso a un prolongado aplauso. Se leyeron entonces emotivos mensajes llegados desde diferentes asociaciones y de dirigentes que excusaron su ausencia, como el secretario general de CC OO, Unai Sordo, quien instó a los presentes a recordar la figura de Anita, a la que se refirió como una de las «imprescindibles» para entender la lucha obrera. Las últimas palabras del homenaje se las dedicó su bisnieta, Deva Carreño, quien aprovechó para agradecer por parte de la familia las muestras de afecto recibidas. Mujeres de todas las edades hicieron entonces temblar el suelo para despedirse de su compañera como a ella le hubiera gustado. A golpe de tacón y madreña.
Anita recordaba de su infancia en El Campurru las veces que La Reguerona, el arroyo en el que lavaban («de aquella no había lavadora, fíu»), se congelaba, y había que llevar una piedra para quebrar los calambros, y un caldero de agua caliente para ir derritiéndolos, y la niña lavandera que Anita era acababa por no sentir las manos sumergidas en el agua gélida, «pero teníes que facelo, fíu». Aníbal recordaba de su infancia en Uxo
la vez que el Caudal se desbordó, se llevó su casa por delante, y un
carro bastó para trasladar a la familia y sus pocas pertenencias a su
nuevo hogar, en el barrio de San Pedro de Mieres. Eran los de Anita,
fueron todavía los de Aníbal, tiempos de calambros: había
que partir la vida cada día con una piedra para poder habitarla. Eran
los de Aníbal, habían sido ya los de Anita, tiempos de riadas homicidas:
había que tener un carro siempre listo para evadirse de las antropofagias varias de la España, no una, sino dos —los vencedores, los perdedores—; no grande, sino pequeña como la boca de un fusil; y pardiez que no libre.
Anita tuvo un padre que dejó de tener. Avelino Sirgo Fernández, conocido como El Perrucu, conocido como El Matemático, conocido como Lada, capitán republicano en el batallón del Comandante
Chuno, se echó al monte después de la derrota y en el monte aguantó
hasta el año cuarenta y siete, cuando lo terminaron a tiros en un chamizu de Vibañu. La niña Anita ya solo volvió a verlo una vez, en que un tío suyo la llevó a visitarlo —a conocerlo— a una cabaña de Posada; El Perrucu, allá
en el monte, llegó a formar otra familia, a engendrar otra hija al
menos, con una chavala que llevaba leche y comida a los guerrilleros; la
anciana Anita no se lo reprochaba; la Anita recién casada lo había sido entre guardias civiles que se precipitaron sobre su boda («yo nun sé d’ónde salieron tantos, fíu;
salieron como mosquitos») por si el padre aparecía, que les pisaron
todas las tartas, que levantaron tablas allá donde les sonaba hueco, que
dejaron aquello hecho un cristo; la Anita anciana no reprochaba a su
padre haber querido sobrevivir, y allá donde sobrevivió, haber querido
vivir, romper la vida con una piedra, derretir los calambros, darse alguna alegría en las cabañas y cuevas de las alturas llaniscas y cabraliegas donde el aire da la vuelta y Jesucristo perdió el mechero y el Vietcong español podía matar en vez de ser matado,
devolver alguna, reventar a algún pistolero falangista, en vez de
mansamente sufrir la Operación Yakarta del fascismo internacional.
Anita fue ella misma, de adolescente, enlace de la guerrilla; al monte subía a dejar cestas y lecheras trucadas con fondo falso y pistolas dentro, y bien
comprendía que allá arriba había que abalanzarse sobre cualquier
alegría, sobre cualquier alivio, con la voracidad de un hambriento, en
el tiempo aquel de la tristeza y la muerte, del mal y el terror.
Aníbal quedó muy pronto huérfano de madre, y con su padre minero anulado por la silicosis, tuvo que abandonar —él que era inteligente como un rayo—
los estudios con trece años para ponerse a currar; a ser ayudante de un
tratante de ganado, a repartir cartas de un banco, a subirse a un
andamio como obrero de la construcción, a finalmente entrar de picador
en Mina Llamas. La fragua de aquel país desvencijado y satrápico forjaba hombres de hierro y mujeres de acero cuando no los mataba.
Anita no tuvo miedo cuando estalló la Güelgona y
no lo tuvo tampoco cuando, en una mazmorra, el capitán Caro, enviado
desde Melilla a sofocar la cabila astur, la dejó sorda de un oído a base
de toletazos, cada vez que ella afirmaba no conocer, vaya si los
conocía, los rostros de las fotos que le ponían delante; rostros de otros hombres, de otras mujeres, de hierro y de acero y de titanio y de iridio, como el Paisanu Horacio; Horacio que había estado mil veces en su casa; Horacio que «se
ponía una gabardina de papel, porque era casi de papel de fina que era,
se metía un chorizo en un bolso y echaba a andar desde Oviedo hasta
aquí, y cuando llegaba aquí en invierno llegaba con aquella gabardina
chorreando y sin paraguas. Yo lo metía en la habitación, le ponía ropa
de mi marido y le secaba la suya con la cocina de carbón para que se la
pusiera otra vez». Hasta las piedras si hablaran, dice una canción, hablarían bien de Horacio.
Y si las rocas hablaran hablarían también bien de Aníbal Vázquez y de
su compromiso militante; dirían, como un compañero que lo fue del MC,
que «desde el principio estuvo en toes«.
En todas estuvo Aníbal, en todas estuvo Anita, y lo pasaron muy mal, pero lo pasaron muy bien, supieron pasarlo bien, jamás
dejaron de ser alegres, de resplandecer de alegría, de desbordar, igual
que el Caudal aquel aciago día de los cincuenta que dejó sin casa al
niño Aníbal, de socarronería asturiana, de un sentido humorístico de la
vida; de partir de risa a cualquiera que charlaba cinco minutos con
ellos y escuchaba por ejemplo a Aníbal decir de una persona un poco
tacaña: «Esi tien ortigues nos bolsos».
De aquella boda chafada por la invasión de la Meletérica,
Anita recordaba que no dejaron de divertirse; que «allí no marchó
nadie» y «hubo una juerga terrible: allí se cantaron cantares y se
bailaron la conga, la raspa y de todo». «Si no puedo bailar la conga, la
raspa y de todo, no es mi revolución», decía Anita, lo decía también el
muy folixeru Aníbal, y Augusto Ferrer-Dalmau no pintará sus retratos, pero fue Aníbal, Anita fue, fueron ambos y tantos otros, aquella «mejor España» de un emocionante texto de Max Aub:
«Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin
afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un
asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides, hijo, no lo olvides
nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de
verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo,
contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia; cada
uno a su modo, a su manera, como han podido, sin que les importara su
comodidad, su familia, su dinero. Estos
que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, son, no lo olvides, lo
mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo. No lo
olvides nunca, hijo, no lo olvides».
Nosotros no olvidamos ni olvidaremos ni a Aníbal, ni a Anita. Aníbal se nos fue en noviembre del veintitrés y el turullu sonó
en la Plaza Mayor de Mieres como sonaba cuando había minas y un minero
moría y convirtió en escarpias los pelos de los miles de mierenses que
llenaron las calles para aplaudir a su alcalde, el féretro de su alcalde
envuelto en una bandera republicana; mierenses de la izquierda y de la
derecha y el centro, porque todos votaban al buen y digno Aníbal, su
honestidad premiada con una de las mayorías absolutas más abultadas del
país entero, porque Izquierda Unida arrasa casi siempre que le dan la oportunidad de mostrar cómo gobiernan los comunistas.
Anita
se nos va ahora y, mientras estas líneas se escriben, se anuncia una
marcha a pie desde el salón de actos de Comisiones Obreras del Nalón
hasta el Pozu Fondón, lugar en que lideró los piquetes del sesenta y dos, cumpliendo así su deseo de ser despedida con una manifestación, la última manifestación; y a nadie le cabe duda de que será multitudinaria; de que, aunque llueva, la lluvia empapará centenares si no miles de puños y gargantas, porque a Anita no le importó, cuando tuvo que no importarle, que llovieran chuzos y calambros, que el río desbordase, que cayeran porrazos,
que le diera por decirle al capitán Caro que estaba embarazada para ver
si así lo ablandaba y el capitán Caro le dijese «un comunista menos», que le raparan el pelo y el ministro Fraga se burlase.
Hay estatuas de Manuel Fraga en la España del veinticuatro y no hay estatuas de Anita, ni de Horacio, solo nombres de calle en barrios proletarios de Gijón o las Cuencas y un colegio público de Morcín, pero no las necesitamos, porque una estatua no es más que un sofisticado cagadero de palomas, y las palomas no cagarán, no pueden cagar, sobre el espectro de Anita y el fantasma de Aníbal; sobre el recuerdo indeleble de la Plaza Mayor de Mieres abarrotá y la marcha al Fondón y el hablar eterno de las piedras, que hablarán bien de Horacio y hablarán bien de Aníbal y de Anita y pedirán, en su nombre, ser piedras que en días de tormenta se hundan en el cieno de la tierra y luego centelleen bajo los cascos, bajo las ruedas; ser piedras aventureras y ser piedras de una honda, ser piedras pequeñas y ligeras que futuros rebeldes lancen al entrecejo del monstruo y lo derroquen, y la onda expansiva de su desplome ciclópeo retiemble la tierra y haga trastabillar y caer todas las estatuas feas, y abra las cunetas y la mejor España emerja a la superficie, se ponga en marcha con un chorizo en el bolsillo de la gabardina y su luz y su ira nos arranquen del sueño, y algo nuevo anuncien, y los calambros derritan.
De 93 años, sufrió torturas que le dejaron secuelas de por vida
La capilla ardiente se ha instalado en la sede de CC OO en La Felguera
Luisma Díaz
Langreo | 15·01·24
Anita Sirgo, con la bolsa donde llevaba el maíz que echaban a los esquiroles para llamarlos “gallinas” en la huelga del 68.
F. Rodríguez
Ha muerto Anita Sirgo, de 93 años. Histórica militante comunista
asturiana, vecina de Langreo, fue una de las protagonistas de la huelga
minera de 1962 que puso en jaque a la dictadura franquista. Durante
aquellas protestas fue encarcelada y torturada, con secuelas que le
duraron toda la vida. Además de militante del PC, también estuvo muy
implicada con el movimiento sindical de Comisiones Obreras (CC OO). De
hecho, la capilla ardiente se ha instalado en la sede del sindicato en
La Felguera, en la calle Florentino Cuet. El acto de despedida será este
martes, a las 16.30 horas, en el mismo lugar.
A punto de cumplir los 94 años -le faltaban cinco días- Ana
Sirgo Suárez nació en Langreo, en El Campurru (Lada), el 20 de enero de
1930. Tenía dos hijas, Etelvina y Sara, además de dos nietos y dos
bisnietos. Su familia ya sufrió las represalias de la dictadura tras la
Guerra Civil. Su padre, vinculado al PC, se echó al monte con la
guerrilla comunista y fue asesinado en 1947. Su madre fue encarcelada y
ella estuvo a punto de ser una de las «niñas de Rusia». Siendo una niña
de 12 años, sin haber pisado nunca una escuela, sufrió la misma suerte
por prestar apoyo a los «fugaos».
Casada en 1950 con un minero, Alfredo Braña, el papel de Anita
Sirgo fue muy importante durante las huelgas mineras de 1962, que se
extendieron a otros sectores. Fue una de las cabecillas de las cuarenta
mujeres que se encerraron en la Catedral de Oviedo, primero, y en la
sede del Obispado, después, para reivindicar mejoras en la calidad de
vida de los mineros. Este encierro, apoyado desde el exterior por el
movimiento obrero europeo, puso el foco internacional sobre la dictadura
de Franco. Tras dar por finalizado el encierro, Sirgo fue apresada,
comenzando, tal y como ella narró en varias ocasiones para LA NUEVA ESPAÑA,
un periodo en el que fue torturada, vejada y apaleada de forma regular,
algo que hizo que perdió la audición en el oído izquierdo.
Asistentes al homenaje en Lada, con Anita Sirgo a la derecha en silla de ruedas. L. M. D.
Anita Sirgo siempre estará en la historia del movimiento obrero
asturiano por lo que ocurrió cuando fue detenida arbitrariamente y sin
ninguna acusación concreta por Antonio Caro Leiva, un capitán recién
llegado al valle del Nalón desde Melilla.
Sirgo narró muchas veces como mientras compartía celda con su
amiga Constantina Pérez y ante la evidencia de que en un cuarto próximo
los policías estaban torturando a sus compañeros, las dos comenzaron a
gritar y a dar golpes con los tacones de sus zapatos en la puerta de
chapa del calabozo obteniendo como respuesta una lluvia de golpes; luego
fueron interrogadas en medio de graves amenazas y como ambas se negaron
a proporcionar ninguna información, las raparon. Caro Leiva y sus
hombres se ensañaron de tal forma que hubo quién sufrió consecuencias
físicas durante meses y ella misma quedó para siempre sorda de un oído
con el tímpano reventado por un bofetón.
Poco después de salir de prisión uno de sus zapatos sirvió como
arma arrojadiza en un enfrentamiento surgido tras una concentración en
la Casa Sindical de Sama que fue disuelta por la policía. Lo llevaba
dentro de un bolso por si hacía falta emplearlo como defensa, y no se
equivocó al tomar esta precaución: cuando se procedía al desalojo del
piso alto del local, los uniformados formaron un pasillo para ir
golpeando con sus toletes a quienes iban saliendo, y ella cayó rodando
escaleras abajo, pero antes de que un policía le pusiese la mano encima
logró zafarse lanzando el zapato a su cabeza. Desgraciadamente fue la
última vez que pudo ver a Tina Pérez, quien sufrió entonces otra
detención; en cambio Sirgo tenía la orden del partido de coger aquella
misma noche el tren hacía París y con el billete en el bolsillo no podía
arriesgar tanto, así que se refugió en casa de una amiga hasta que la
fueron a buscar para llevarla a Puente los Fierros, donde pudo subir al
tren que la llevó hasta la frontera.
De esta manera inició una estancia de dos años en París y allí
conoció la noticia de la muerte de su compañera que nunca se pudo
recuperar de las torturas que había recibido. Actualmente una calle del
barrio de La Camocha une los nombres de las dos amigas para siempre. En
Francia aprendió a leer y escribir, y conoció a algunos dirigentes como
Santiago Carrillo. Volvió a Asturias en 1966.
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Con la llegada de la Democracia, Sirgo siguió fiel a sus ideas y a sus convicciones políticas, militando en el PCE y en CC OO. En 2013, junto a Gerardo Iglesias, fue una de las personas que se sumó a la querella argentina contra el franquismo. El pasado mes de junio recibió un homenaje en su pueblo, Lada, al que acudieron cientos de personas. Allí, en silla de ruedas, la langreana siguió mostrando su indomable carácter. «Dejar la lucha, nunca», afirmaba, «hay que pelear por los derechos, por las pensiones, ahora más, visto el panorama que viene».
Próximo sábado 27 de enero se presenta en Avilés el documental sobre la Guerrilla antifranquista en Asturies: A MANO ARMADA.
Cntaremos con la presencia de Omar Tuero (Director del documental), Ana Solís (concejala de memoria democrática del Ayto de Avilés) y Begoña Collado (Directora general de Memoria del Principado de Asturies)
Organizado por FAMYR, vecinos y familiares recordaron con cariño a José Castaño, José Luis Cofiño, Arturo Fontela, César Meré y Pelayo Norniella, ejecutados en 1937
J.Quince. Parres
Javier Álvarez y Rubén Norniella de FAMYR junto al monolito en recuerdo a los Cinco de Sobrepiedra
La Federación Asturiana Memoria y República (Famyr) rindió este
sábado su sentido homenaje a los conocidos como “Cinco de Sobrepiedra”:
José Castaño Pandiella, José Luis Cofiño Sánchez, Arturo Fontela
Fernández, César Meré Sánchez y Pelayo Norniella García. Fueron cinco
defensores de la República, procedentes de los concejos de Parres y
Cangas de Onís, fueron fusilados el 12 de diciembre de 1937 durante la
Guerra Civil española.
El acto conmemorativa se llevó a cabo junto al monolito erigido en el paraje del Cantellón, en las inmediaciones de la fosa común en la que fueron enterrados. Se cumplen diez años de la instalación de la placa como tributo a estas cinco víctimas que dieron su vida por la libertad y la democracia.
Este aniversario reunió a miembros de FAMYR, así como familiares de los ejecutados y vecinos de la comarca, quienes colocaron dos ramos de flores junto a la placa en su recuerdo y leyeron un manifiesto en favor de la memoria histórica y democrática: «Es importante no tanto por su expresión del pasado anclado en tradiciones sino como instrumento de comprensión de procesos históricos”, reivindicaron, “pedimos para todos ellos reparación, justicia y reconocimiento. Los familiares y asociaciones memoralistas entendemos que hay lugar ni para el olvido ni para el perdón”.